OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (835)

La Transfiguración de Cristo
Hacia 1200
Cluny, Francia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 81 (82)
Introducción
Ayudar a quien sufre injusticia es una obligación de aquel que manifiesta creer en Jesucristo. Pero a causa de nuestra de decisión, porque somos perezosos, permitimos que la injusticia siga reinando en nuestro mundo (§ 4.1).
El Señor nos invita a auxiliar a las personas que carecen de todo apoyo humano y que, además, son frecuentemente despreciadas en razón de su desvalimiento (§ 4.2).
Estamos llamados a caminar en la luz, no en las tinieblas o en la oscuridad. Por tanto, debemos dejar que Cristo penetre en nuestro tabernáculo interior y encienda su luz inextinguible (§ 5).
Texto
Defender al pobre y desvalido
4.1. Puesto que somos reprendidos por nuestros pecados, junto a nuestros predecesores también a nosotros se nos dice: “Hagan justicia al huérfano, al pobre, al humilde y al desvalido declarados justos. Liberen al desvalido y al pobre, de la mano del pecador rescátenlos” (Sal 81 [82],3-4). Mira, también a los apóstoles al darse unos a otros la diestra, dado que el género humano padece de un sentimiento de desprecio respecto de los pobres, se dieron la diestra con este fin: para que se acordaran de los pobres, según lo que está escrito en la Carta a los Gálatas (cf. Ga 2,9-10). Por consiguiente, la Escritura no cesa de decirnos ahora: “Hagan justicia al huérfano y defiendan[1] a la viuda. Después vengan y discutamos” (Is 1,17-18); y también: “Hagan justicia al huérfano, al pobre, al humilde y al desvalido declarados justos” (Sal 81 [82],3). Es decir: distribuyan algo justo al humilde, al desvalido, “liberen al desvalido y al pobre”. Cuando veas a un pobre tratado injustamente, hazte cargo de esta situación, ponte a su lado, porque sufre injusticia. Es despreciado por causa de su pobreza, pero la justicia está de su lado. A menudo posee bienes, pero los pierde por causa de nuestra indecisión, que, en cambio, podríamos hacernos cargo de su causa.
Ayudar a quienes no tienen quienes los auxilien
4.2. También sobre tales personas [el salmo] dice: “Al humilde y al desvalido declarados justos, liberen al pobre de la mano del pecador” (Sal 81 [82],3-4). Por tanto, está bien -desde el momento en que “la medida con la que midan, a su vez con ella seremos medidos” (Lc 6,38)-, que liberemos al desvalido y al pobre de la mano del pecador. Y con esta medida Dios nos liberará a nosotros, que somos pobres ante nuestro Dios. Pues dirá: “Porque has liberado al desvalido, también yo te liberaré, puesto que [has liberado] al humilde, también yo te [liberaré]. Ante mí, ustedes, hombres, y todas las demás potestades, son todos humildes, son todos pobres”. Es bueno, entonces, auxiliar a quienes están privados de ayuda, para que lleguemos a ser hijos de Dios también en esto (cf. Mt 5,45). A Él se dirige así la muy sabia Judit en su oración: “[Tú] eres el Dios de los humildes, eres la ayuda de los más pequeños, el defensor de los desahuciados, el protector de los débiles, el salvador de los desesperados, sí así es[2] oh Señor Dios” (Jdt 9,11-12). Puesto que estas palabras se refieren a Dios, esto significa llegar a ser imitador de Dios, para que [yo] llegue a ser hijo del Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,45).
No caminemos en las tinieblas
5. A continuación sobre los pecadores se dice: “No han conocido ni comprendido, caminan en las tinieblas[3]” (Sal 81 [82],5). Aquellos que caminan en las tinieblas sensibles, por ejemplo, los que pasean de noche o en una casa privada de luz, tienen su oscuridad afuera, incluso aunque sean justos -estando iluminados internamente-, afuera están inmersos en la oscuridad. Pero los pecadores “caminan en las tinieblas”. ¿Qué tinieblas? Las tinieblas interiores. Porque las tinieblas están dentro de ellos. “Si, en efecto, la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué grande será la oscuridad!” (Mt 5,45). Mira que incluso el Salvador sabía que el que tiene en sí la tiniebla, la luz que se ha oscurecido, ¿acaso no [tiene] una oscuridad mucho mayor que la tiniebla? Por consiguiente, debemos expulsar la tiniebla que está en nosotros; pero expulsaremos la tiniebla del alma si escuchamos a Jesús que dice: “Estén sus lomos ceñidos y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). Si la lámpara que está en mí está encendida y la pongo sobre el candelero “del tabernáculo del testimonio” (cf. Ex 27,20-21) que está en mi interior, sobre lo inaccesible para los hombres, donde solo el sumo sacerdote tiene la facultad de penetrar (cf. Hb 9,11-12), la oscuridad se disipará. Y esto sucede en “el tabernáculo del testimonio”, que entonces estaba oscuro. «Enciendan, dice en efecto la Escritura, la lámpara todo el tiempo, “desde el atardecer hasta la mañana” (Lv 24,3), para que nunca esté en la oscuridad el tabernáculo». También tú posees un tabernáculo: “Nosotros que estamos en el tabernáculo[4] gemimos agobiados” (2 Co 5,4). Apresúrate, entonces, para que este tabernáculo sea iluminado y toma de las cinco vírgenes (cf. Mt 25,1-13), los sentidos que está en ti, el aceite, y enciende sus lámparas, para que no camines en las tinieblas como los pecadores, sobre quienes está escrito: “No han conocido ni comprendido, caminan en las tinieblas” (Sal 81 [82],5).