OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (834)

El diablo tienta a Jesucristo y los ángeles le sirven
Hacia 1190-1200
Saint-Omer, Francia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 81 (82)
Introducción
Dios no juzga a quienes forman parte de su asamblea, es decir, aquellos que reciben a su Verbo. Pero los distingue, les otorga un honor particular conforme al servicio que les fue asignado en esta vida presente (§ 2.1).
Solo a Dios corresponde el juicio. Porque solamente Él es quien congrega a “la asamblea de los dioses” y establece “las distinciones” (§ 2.2).
Necesitamos, para no olvidar nuestra condición pecadora, que el Señor nos amoneste y nos reprenda. En efecto, merecemos ser corregidos (§ 3.1).
Nos convertimos en jueces injustos cuando juzgamos no según Dios, sino conforme a la riqueza que tienen nuestros hermanos (§ 3.2).
Mediante una comparación con “las competencias teatrales”, en las que participan actores diversos, Orígenes trata de explicar lo que significa “tomar el partido de los pecadores” (§ 3.3).
Son diversas las formas con que permitimos a las pasiones activarse en nosotros. Para poner un freno a este proceder es necesario que optemos firmemente por Dios, por Cristo (§ 3.4).
Texto
Juzgar y distinguir
2.1. A aquellos que están afuera, Dios los juzga; en cambio, a aquellos que están dentro no los juzga, sino que hace algo más grande que el juicio, para aquellos que están dentro, cuando se encuentren ser como dioses. ¿Qué es esto más grande? Escucha al profeta que dice: “Dios está en la asamblea de los dioses, en medio [de ella] juzga a los dioses” (Sal 81 [82],1). Es como si un rey, en un día de fiesta, quisiera recompensar a cada uno de aquellos que son dignos de honores -algo así lo llamaríamos, en sentido estricto, no tanto “un juicio” cuanto más bien “una distinción”-, es decir, por ejemplo: “Estos cien son dignos de mi honor, pero estos primeros dos de entre ellos son digno de las funciones más altas; y estos ocho, o los que sean, son dignos de las funciones de segundo grado; y estos otros inferiores lo son de las administraciones más elevadas, mientras que estos otros, inferiores a ellos, lo son de las administraciones de segundo grado”. De esta forma él procede con los honores en una escala descendente hasta a aquel que es digno de un honor más modesto, para no recompensarlo con [los mismos] honores, sino con un honor y un reconocimiento inferior.
Las distinciones
2.2. Esfuérzate por comprender algo semejante para el día bienaventurado de la recompensa a los ángeles elegidos que Dios les concede en retribución. ¡Compréndeme! Dios después del juicio, después de la condena, después que los pecadores sean castigados, una vez que se han realizado todas estas cosas sobre ellos, reúne “la asamblea de los dioses” y, luego de haberla reunido, establece las distinciones: quién es digno de experimentar la resurrección como si fuese el sol, quién como la luna, quién como las estrellas más luminosas y excelente, quién como las estrellas inferiores aunque no todavía las últimas y quiénes son aquellos dignos del cielo mismo, pero sin experimentar la resurrección, pero no al modo de las estrellas, sino más opacos e inferiores respecto de los otros. Por tanto, cuando sucede esto, “Dios está en la asamblea de los dioses y en medio de ella juzga a los dioses” (Sal 81 [82],1).
El Señor nos amonesta
3.1. Es costumbre del Dios Verbo, si alguna vez nos levanta y nos exalta con sus promesas, refrenarnos a causa de nuestros pecados y hacernos recordar que “estas cosas han sido dichas a aquellos que son dignos como promesa, pero ustedes son malvados”. Por ejemplo, a mí se me diría: “No eres digno de las promesas, por eso te reprenderé por este o aquel pecado”. Algo semejante sucede aquí. Después de las palabras: “Dios está en la asamblea de los dioses, en medio [de ella] juzga a los dioses” (Sal 81 [82],1), son reprendidos aquellos que no son dioses, sino que “mueren como hombres en medio de la asamblea de los dioses” (Sal 81 [82],7). Estos son quienes se merecen las reprensiones.
El juicio injusto
3.2. Por tanto, escuchemos, si acaso somos de aquellos que no son dioses en medio de la asamblea de los bienaventurados, mientras están con nosotros los dioses de buena conducta, y se nos diga: “¿Hasta cuándo juzgarán con injusticia y tomarán[1] el partido de los pecadores?” (Sal 81 [82],2). “¿Por qué motivo, dice, si juzgan, juzgan injustamente y al juzgar injustamente toman el partido de los pecadores? Pues cuando son dos los que deben ser juzgados, un pecador rico y un justo pobre, tomando partido por la riqueza del pecador, prefieren al pecador a aquel que es justo pero pobre”. Este pecado se comprueba a menudo entre nosotros que somos hombres miserables. Nos hemos acostumbrado a privilegiar a quienes sobresalen no según Dios, sino según el mundo, y no tener en cuenta para nada y despreciar a quienes sobresalen según Dios. Ahora bien, mientras nos hacemos culpables de estos pecados, Dios dice: “¿Hasta cuándo juzgarán con injusticia y tomarán el partido de los pecadores?” (Sal 81 [82],2).
Asumir los mejores roles
3.3. Dejando a un lado lo dicho sobre las palabras: “¿Tomarán el partido de los pecadores?” (Sal 81 [82],2), se puede expresar esta reflexión menos inmediata. Quienes ponen en escena los dramas, después de haberlos aprendido de memoria, asumen las partes ya sea de un rey o de un siervo, o una mujer o de quien sea, y en las competencias teatrales se pueden ver a aquellos que compiten revistiendo partes diversas. De la misma forma, esfuérzate por comprender que algo semejante acontece sobre la escena del mundo. Todos nosotros que competimos tomamos siempre los roles: si somos beatos, tomemos, por así decir, el rol de Dios y digamos: “He engendrado hijos y los he criado[2], pero ellos se rebelaron” (Is 1,2). Asimismo, si somos justos, tomemos el partido de Cristo, incluso siendo hombres, y digamos: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por lo cual me ha ungido, enviándome a evangelizar a los pobres” (Is 61,1; Lc 4,18). Del mismo modo, un justo toma el rol de un injusto según lo que está escrito, como lo declara el Espíritu Santo: “Hoy si endurecen sus corazones[3]” (Sal 94 [95],7-8). Pero el que está inspirado por una potestad angélica asume también el rol de un ángel santo, conforme al modo de aquel que dice: “El ángel del Espíritu que habla en mí”. Esto por lo que se refiere al ámbito mejor.
Tomar el partido de Dios
3.4. Sin embargo, por el contrario, también es posible ver a alguien que toma el partido del diablo, a otro que toma aquel del Anticristo, y a otro [que toma el partido] del demonio. ¿O acaso aquel que perdió el juicio no te parece que toma el partido de un extraño? De la misma manera, asimismo por lo que respecta a las pasiones, hay fuerzas que activan la ira, la tristeza, el mal deseo y todos los otros pecados. Por tanto, si somos ángeles, en ocasiones tomamos la parte de Dios, en ocasiones la parte de la tristeza, pero en otros casos la parte del espíritu de fornicación. Nosotros hombres cambiamos constantemente nuestros roles: cuando pecamos, en relación a las clases de pecados; cuando obramos rectamente y realizamos las mejores cosas, en proporción al bien que hacemos. ¿Para qué finalidad he llegado a decir estas cosas? A causa de las palabras: “Tomen el partido de los pecadores” (Sal 81 [82],2). Si quieren tomar un partido, tomen el partido de Dios, tomen el partido de Cristo, digan: “¿O tal vez buscan la prueba de que Cristo habla en mí?” (2 Co 13,3).