OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (832)

El evangelista san Lucas
1475
Evangeliario
Armenia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 80 (81)
Introducción
El salmo profetiza lo que sucedió con la venida de Cristo: el pueblo no lo escuchó, sino que caminaron, o siguieron caminando, según sus costumbres o maquinaciones erradas (§ 6.1).
Orígenes pone de relieve las falsedades propugnadas por los gnósticos, que afectan a la recta fe en Cristo (§ 6.2).
La falsa lectura e interpretación del Evangelio hecha por los gnósticos, a arrastra a las almas más simples hacia el error y el abandono de la comunión eclesial. Por esto es necesario refutar las calumnias de quienes difunden esas doctrinas falsas (§ 6.3).
Cuando no se escucha la voz de Dios, que se dirige a nosotros por medio de la Ley y los Profetas, tampoco se acepta a su enviado Jesucristo (§ 6.4).
Al no aceptar a Jesucristo los judíos se equivocaron, pues no leyeron correctamente las Escrituras atribuidas a Moisés (§ 6.5).
El olvido de Dios produce como grave consecuencia el establecimiento del pecado en nuestro interior (§ 6.6).
En la medida que estamos atentos a la voz de Dios, a obedecer sus mandamientos, Él mismo bien en nuestro auxilio y por intermedio nuestro humilla a nuestros enemigos (§ 7.1).
Es el Señor quien nos libra de nuestros enemigos, que nos oprimen, que no dicen la verdad sobre Dios ni se dirigen a Él con la verdad (§ 7.2).
Éramos enemigos de Dios, pero el muro que no separaba de Él ha sido derribado por Cristo Jesús. El Señor Jesús nos ha restablecido en la paz con Dios (§ 7.3).
Para nosotros el alimento verdadero y la bebida verdadera es Cristo. Él, con la entrega de su vida, nos ha restablecido en la paz con Dios (§ 7.4).
La Palabra es miel que se nos da cual leche materna para que podamos alimentarnos con ella y gozar de su dulzura (§ 7.5).
En la conclusión de su homilía, Orígenes señala la necesidad que tenemos de alimentarnos siempre con “la Palabra santa”, que es como leche y miel para nosotros (§ 7.6).
Texto
Israel no escuchó
6.1. Dios ha dicho: “Abre tu boca y la llenaré” (Sal 80 [81],11). Pero Dios acusa a aquellos que no escuchan y dice: “Mi pueblo no escuchó mi voz e Israel no me prestó atención[1]” (Sal 80 [81],12). Estas palabras se deben comprender en un sentido más amplio respecto de los pecadores en el pueblo, sea aquel [de un tiempo], sea este [de hoy]. Esto se debe decir sobre todos aquellos que pecan: “El pueblo no escuchó mi voz” (Sal 80 [81],12), y sobre todos los que caen: “E Israel no me prestó atención” (Sal 80 [81],12). Si luego quieres que sea Cristo quien diga estas palabras, no estarás equivocado, pues el profetiza y dice sobre el pueblo: “Mi pueblo no escuchó mi voz e Israel no me prestó atención” (Sal 80 [81],12). El Hijo de Dios se ha hecho presente, Cristo ha venido, pero Israel no le ha prestado atención. En cambio, han caminado todos “según las maquinaciones[2] de sus corazones” (Sal 80 [81],13)[3].
Falsas afirmaciones de los gnósticos
6.2. Todavía podemos proponer otra cosa para este pasaje: cuantas veces nos suceda caer en aquellos que calumnian la Escritura, considero que es oportuno servirse de ese texto[4], como aquí utilizamos las palabras: “Mi pueblo no escuchó mi voz” (Sal 80 [81],12). En el Evangelio de Juan hallamos escritas las siguientes palabras del Salvador: “Ustedes jamás han oído su voz ni han visto su aspecto[5], y su palabra no permanece en ustedes, pues no le creen a éste, al que Él envió” (Jn 5,37-38). Es imposible calumniar estas palabras y ellas han sido bien dichas. Sin embargo, los secuaces de Valentín y Basílides se apropian de este dicho y afirman: «De esta forma ha introducido otro Dios respecto del Dios de la Ley y de los Profetas. Jesucristo dice a los judíos: “Ustedes no han oído su voz ni han visto su aspecto”. Por lo tanto, los judíos no escucharon al verdadero Dios, que diferente del Dios de la Ley, pero el Señor Jesucristo ha introducido un nuevo Dios, diferente al Dios de los judíos».
Una equivocada forma de comprender el Evangelio
6.3. Un alma ingenua y simple escucha las palabras: “Ustedes jamás han oído su voz ni han visto su aspecto” (Jn 5,37), y oye las palabras de aquellos que afirman que ellos [los judíos] ni siquiera han visto el aspecto del verdadero Dios, aunque Dios haya sido visto por Abraham o por Moisés. Así [dicha alma] se aleja y se separa de la Iglesia. Abandona esta doctrina como cosa de ingenuos y huye hacia la herejía como si fuera hacia el conocimiento y la sabiduría. Por tanto, porque calumnian las palabras del Evangelio que dicen: “Ustedes jamás han oído su voz ni han visto su aspecto” (Jn 5,37), refutaremos a los calumniadores que comprenden mal esta escritura.
No han escuchado
6.4. Es verdad que [Dios] en este pasaje ha hablado al pueblo que escucha la Ley y los Profetas: “Mi pueblo no escuchó mi voz” (Sal 80 [81],12). Se dice de esta forma en vez de: “No ha aceptado y no ha comprendido mis palabras”, pero no es que aquellos no escucharon ni obraron porque los profetas no hablaban. De la misma manera, sobre el Salvador que reprocha a los judíos de su tiempo no haber comprendido las palabras de los profetas, se dice: “Ustedes jamás han oído su voz ni han visto su aspecto, y su palabra no permanece en ustedes, pues no le creen a éste, al que Él envió” (Jn 5,37-38). Pues si hubieran escuchado la voz de Dios que profetiza, habrían recibido totalmente al Cristo que Dios ha enviado, pero al no recibir a Aquel que Dios ha enviado, “no han escuchado su voz ni han visto su aspecto” (Jn 5,37).
La no aceptación de Jesús por parte de los judíos
6.5. Y no estarás equivocado al decir a los judíos que leen [las Escrituras] hebreas y estudian, como ellos lo piensan, la Ley y los Profetas, no te equivocarás diciendo a los judíos: “Ustedes jamás han oído su voz ni han visto su aspecto, y su palabra no permanece en ustedes, pues no le creen a éste, al que Él envió” (Jn 5,37-38). Ellos afirman creerle a Moisés, pero mi Señor Jesucristo los confuta como no creyentes diciendo: “Si creyeran a Moisés me creerían a mí, porque él escribió sobre mí. Pero si no creen en los escritos de él, ¿cómo creerán a mis palabras?” (Jn 5,46-47).
El olvido de Dios
6.6. “E Israel no me atendió” (Sal 80 [81],12). Cualquier persona que peca no presta atención a Dios. Porque no es posible que el pecado venga, si el pecado prestara atención a Dios, pero el pecado vive y actúa por el olvido de Dios y su reino se establece dentro nuestro, en tanto que deberíamos escuchar las palabras: “Que no reine el pecado en sus cuerpos mortales” (Rm 6,12).
Por nuestro intermedio Dios humilla a nuestros enemigos
7.1. “Y los he despedido” del santuario, del templo, “según las maquinaciones de sus corazones” (Sal 80 [81],13 LXX), les dio una retribución digna de las maquinaciones de sus corazones, “y caminaron en sus maquinaciones” (Sal 80 [81],13), pero no en los principios de los preceptos de Dios y de sus palabras. “Si mi pueblo me escuchara, si Israel caminase por mis caminos, en un instante humillaría a sus enemigos” (Sal 80 [81],14-15). Las ocasiones en que los enemigos vencieron al pueblo y no fueron humillados, [Israel] lo ha padecido porque el pueblo no había escuchado a Dios y no había caminado sobre los caminos de Dios. En efecto, si escucháramos a Dios, si caminásemos sobre sus vías, escuchando los misterios contenidos en las Escrituras, en un instante Dios humillaría a nuestros enemigos. Y esto sin que tengamos que esforzarnos, sin que debamos combatir, sino que Él humillaría a nuestros enemigos llegando Él mismo a nosotros, a fin de humillar a los enemigos por nuestro intermedio.
Los enemigos del Señor
7.2. “Y contra sus opresores extendí mi mano” (Sal 80 [81],15). Él extiende la mano que castiga sobre aquellos que oprimen, sea los ángeles del Maligno, sea el Maligno mismo, sean los hombres por medio de los cuales el Maligno obra contra nosotros. Dios extiende su mano: “Los enemigos del Señor le han mentido” (Sal 80 [81],16). Si alguien es enemigo del Señor, éste le miente totalmente a Dios, es decir, no le dice la verdad a Dios ni dice la verdad sobre Dios, “y su tiempo durará para siempre” (Sal 80 [81],16).
Hemos sido reconciliados en Cristo
7.3. “Los alimentó con flor[6] de trigo” (Sal 80 [81],17). Promete los bienes que proceden de la bondad de Dios incluso para los enemigos, para que también aquellos que se han convertido en enemigos de Dios no desesperen de sí mismos. También nosotros éramos enemigos para Dios, pero su bondad ha llegado hasta nosotros. Escucha las palabras: “Porque Dios estaba reconciliando al mundo consigo en Cristo” (2 Co 5,19), y: “Les rogamos por Cristo: reconcíliense con Dios” (2 Co 5,20). Y por qué motivo, sino porque Cristo Jesús ha venido a derribar “la enemistad en su carne, aboliendo la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en Él mismo de dos un único hombre nuevo, haciendo la paz” (Ef 2,14-15). Y nosotros que éramos enemigos hemos sido reconciliados con Dios. Ahora bien, éramos enemigos: por consiguiente, el tiempo de estos enemigos durará para siempre.
Cristo es nuestro verdadero alimento
7.4. Y Dios, después de haber liberado a los enemigos, dice: “Los alimentó con flor de trigo” (Sal 80 [81],17). Busco un grano de trigo para ver la flor del trigo y comprender de cómo nos “alimenta con flor de trigo”: “Si el grano de trigo que cae sobre la tierra no muere, permanece solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). Ahora bien, el mismo Señor, mi Jesucristo, era trigo, era un grano de trigo y su sustanciosa harina era flor de harina. Nosotros hemos recibido en Él y de su muerte: cuando cayó -entiendo “cayó” porque fue quitado de en medio y crucificado por nosotros-, la flor de aquel grano que se ha hecho alimento para nosotros[7]. También Moisés profetiza sobre esta flor del grano de trigo en el Deuteronomio diciendo: “Los ha restaurado con la fuerza de la tierra, los ha alimentado con frutos de los campos, han sido saciados con miel de la piedra, aceite de la piedra sólida, manteca de las vacas y la leche de ovejas, con la grasa de corderos y carneros, los hijos de los toros y de los machos cabríos, con la grasa de los riñones del trigo y la sangre de las viñas” (Dt 32,13-14). Cristo, nuestro verdadero alimento, nuestra verdadera bebida, es todo esto.
Miel de la roca
7.5. Es Él quien nos “ha alimentado con flor de trigo y nos ha saciado con miel de la roca (Sal 80 [81],17), pero la roca era Cristo” (1 Co 10,4). “Los ha restaurado con la fuerza de la tierra, los ha alimentado con los frutos de los campos, han sido saciados con miel de la piedra” (Dt 32,13). Somos nosotros, que creemos en Cristo, quienes somos amamantados con miel; ¿pues qué es más dulce que las palabras de Dios? Por ende, nosotros mamamos miel de la piedra. Por eso también la piedra misma nos regala esta palabra que es miel, sobre la que decimos: “¡Qué dulces son tus palabras para mi paladar, más que la miel y el panal!” (Sal 118 [119],103). Sobre esta miel que nosotros mamamos de la roca también habla Salomón en los Proverbios: “Cuando encuentres miel come lo que necesites” (Pr 25,16). Y en otro pasaje dice: “Come miel, oh hijo, porque es buena” (Pr 24,13).
Leche y miel
7.6. ¿Se me ordena comer miel, en cuanto que es algo bueno comer miel? De nuevo recurro a la alegoría y de nuevo algunos se irritan por la alegoría. De nuevo se encuentra escándalo en mis palabras, a pesar de que [la Escritura] dice: “Come miel, oh hijo, porque es buena” (Pr 24,13). ¿Es bueno comer miel? ¿Es Dios en el Espíritu Santo que nos ordena comer miel? Pero, tal vez, la Palabra nos ordena más bien comer la palabra dulce, la palabra de la piedra (cf. 1 Co 10,4), para que queriendo ser siempre alimentados con la Palabra santa, nos alimentemos tanto con leche como con miel en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
[1] O: no me atendió (cf. Sal 39 [40],2).
[2] O: decisiones, costumbres.
[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XIV,3.1: «¿Qué es lo que Balaam oye de Dios por segunda vez? “Si estos hombres –dice- han venido para llamarte, levántate y vete con ellos” (cf. Nm 22,20). En lo cual Dios cede a su voluntad de lucro, para que se cumpla aquello que está escrito: “Los abandonó al deseo de su corazón, caminarán según sus antojos” (Sal 80 [81],13). Sin embargo, se cumple la disposición de la voluntad divina, porque se le dice: “Cualquier palabra que yo ponga en tu boca, ésa proclamarás” (cf. Nm 22,35)».
[4] Han obrado “según las maquinaciones de sus corazones” (Sal 80 [81],13).
[5] Lit.: forma.
[6] Lit.: grasa.
[7] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro del Éxodo, I,4: «Antes de que muriese nuestro José, aquel que fue vendido por treinta monedas (cf. Mt 26,15) por uno de sus hermanos, Judas, eran muy pocos los hijos de Israel. Pero cuando por todos gustó la muerte, por la cual “destruyó al que tenía poder sobre la muerte, esto es, al diablo” (cf. Hb 2,14. 9), fue multiplicado el pueblo de los fieles, “y se extendieron los hijos de Israel y los multiplicó la tierra y crecieron muchísimo” (cf. Ex 1,7). Puesto que, como él mismo dijo, si “el grano de trigo no hubiese caído en tierra y hubiese muerto” (cf. Jn 12,24), la Iglesia no habría dado este gran fruto en todo el orbe de la tierra. Pero después que el grano cayó en tierra y murió, de Él mismo creció toda esa mies de los fieles, “y se multiplicaron los hijos de Israel y se hicieron muy fuertes”. “A toda la tierra, en efecto, se ha extendido la voz de los apóstoles y hasta los confines del orbe sus palabras” (Sal 18 [19],5), y por medio de ellos, como está escrito, “la palabra del Señor crecía y se multiplicaba” (Hch 6,7)».