OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (827)
El milagro de las bodas de Caná
1178-1180
Evangeliario
Damieta, Egipto
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía I sobre el Salmo 80 (81)
Introducción
Estamos invitados a “aclamar al Dios de Jacob”, no tanto por medio de palabras, que nunca podrán expresar adecuadamente nuestra acción de gracias, sino con la voz del corazón (§ 3.1).
Es grande la aclamación cuando realmente se hace “por Dios”. Y su grandeza es cuasi sublime cuando somos capaces “de cantar himnos solo con la mente”. Es decir, cuando logramos realizar una oración silenciosa, de contemplación (§ 3.2).
El salmo nos presenta un determinado orden que es necesario respetar a fin de recibir adecuadamente la Palabra. Para esto debemos preparar tres instrumentos: tímpano, arpa y cítara (§ 4.1).
Orígenes reacciona contra quienes pretenden explicar el texto bíblico ateniéndose únicamente a la letra. Este proceder solo conducirá a erradas interpretaciones de la palabra de Dios (§ 4.2).
Al recibir el salmo, que es un regalo de Cristo, debemos profundizar nuestra fe en Dios, y agradecer el magnífico regalo divino santificándonos totalmente (§ 4.3).
“El tímpano (tambor o tamborcito) es simbólicamente el cuerpo mortificado, liberado de las pasiones y de los vicios de la carne, por medio del madero de la cruz[1]” (§ 4.4).
Recuperamos la plena armonía de nuestra realidad humana cuando logramos mortificar y eliminar el pecado que nos divide y nos desarticula (§ 4.5).
Texto
“Aclama al Dios de Jacob”
3.1. Por eso dice: “Exulten por Dios, nuestra ayuda” (Sal 80 [81],2). Cualquier cosa que digas es inferior a las gracias de Dios para ti y te parece que careces de las palabras adecuadas para expresar tu agradecimiento a Dios. Por esto quiero que “aclames al Dios de Jacob” (Sal 80 [81],2), es decir, con una voz inarticulada del corazón que clama, una voz que más allá de la expresión de los significados, una voz privada de palabras y que, por causa de su carencia, expresa realidades ocultas e inefables, para que así puedas “aclamar al Dios de Jacob” (Sal 80 [81],2).
“El que suplanta”
3.2. ¿Quieres ver cuán grande es la aclamación, cuando ella se hace por Dios? Entiende, dice [el salmista]: “Feliz el pueblo que sabe[2] la aclamación” (Sal 88 [89],16). Por tanto, si no se dice feliz a alguien por una cosa cualquiera, es necesario que adquiramos el conocimiento de las aclamaciones[3]. Tal vez, cuando asciendas más allá de lo que se pueda decir y sobrepases lo que es enunciado, lo que se expresa por medio de la voz, si vas más allá de la voz sonora y eres capaz de cantar himnos a Dios solo con la mente[4] -que no consigue expresar los propios movimientos con la palabra, porque la palabra que está en ti no es capaz de expresar las realidades inefables y divinas de la mente-, ¿a quién aclamas sino al Dios de tu patriarca Jacob? Por este motivo, creo, aclamas “al Dios de Jacob” (Sal 80 [81],2), pues tú mismo te has convertido en un Jacob, en uno que suplanta, como él a Esaú. También tú lo has suplantado: en primer lugar, le has tomado el talón; en segundo término, después de esto, le has tomado la primogenitura y, en tercer lugar, tomas la bendición. Por consiguiente, cuando te suceden estas tres cosas, también tú aclamas como hijo de Jacob e imitador del que suplanta.
Tímpano, arpa y cítara
4.1. Veamos lo que sigue. ¿Qué ordena la palabra del profeta por medio del Espíritu Santo? “Reciban un salmo y den el tímpano, la melodiosa arpa con la cítara” (Sal 80 [81],3 LXX)[5]. La Palabra me da una sola cosa y me pide tres: me da un salmo, y me pide, en primer lugar, un “tímpano”; en segundo término, un “arpa melodiosa”; y finalmente, “con la cítara”. Por tanto, debemos comprender el tímpano y disponerlo, para que cuando recibamos el salmo y la Palabra nos diga: “Reciban un salmo y den el tímpano”, podamos dar el tímpano. Y así, una vez que hayamos dado el tímpano, también podamos dar el arpa, no simplemente un arpa, sino [un arpa] melodiosa. Tal vez, haya también un arpa que no es melodiosa y hay, en cambio, un arpa melodiosa que se une con la cítara, pues está escrito: “El arpa melodiosa con la cítara”.
La recta comprensión del texto bíblico
4.2. “No recurras a la tropología o a la alegoría, me dicen, sino atente a la lectura”. Pero, ¿acaso prepararemos el tímpano del mismo modo que lo hacen los ajenos a la fe? ¿Cómo podremos nosotros, hombres que no aprendimos desde la infancia a tocar la cítara ni a salmodiar con el arpa, salmodiar con este instrumento de la misma forma que aquellos que lo han aprendido desde la niñez, para preparar “un arpa melodiosa y la cítara” (Sal 80 [81],3)? Porque, según ellos, la Palabra dice esto: “Reciban un salmo”. Pero recibamos un salmo y preparemos estos instrumentos, pero después de haber comprendido lo que se dice.
Cuerpo, alma y espíritu
4.3. Cuando la gracia de Dios me concede reflexionar sobre Dios de modo que con mi reflexión sobre Dios pueda comprender a Dios, conocerlo, ensalzar su nombre y glorificarlo, me da un salmo (cf. Sal 33 [34],4). Y es un regalo de Cristo -que ha dicho: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y al que el Hijo lo revele” (Mt 11,27)- revelar al Padre y darnos un salmo sobre nuestro Dios. Y si alguien ha conocido al Padre y se ha dedicado según [las palabras]: “Dedíquense y conozcan que yo soy Dios” (Sal 45 [46],11), ha conocido a Dios y ha recibido un salmo. Pero si hubieses recibido un salmo, devuelve tú lo que se te reclama. Estás constituido de tres elementos, espíritu, alma y cuerpo, y la Palabra reclama de ti la plena santificación, para que seas completamente santo en el espíritu, en el alma, en el cuerpo, según lo que dice el Apóstol en la Carta a los Tesalonicenses (cf. 1 Ts 5,23). Tal vez, entonces, debes comprender “el tímpano” en relación al cuerpo, “el arpa” en relación al espíritu y “la cítara” en relación al alma.
El tímpano
4.4. ¿Por qué medio el cuerpo es el tímpano? Puesto que la madera del tímpano tiene una piel necrosada, también tú debes mortificar sobre la cruz “tus miembros que están sobre la tierra” (cf. Col 3,5). En el salmo ciento cincuenta se nos enseña a alabar a Dios de muchas formas y asimismo se dice: “Alábenlo con el tímpano y con la danza” (Sal 150,4). Pero alaba a Dios con el tímpano quien ha mortificado “los miembros que están sobre la tierra”. Si quieres escucha sus nombres: fornicaciones, impurezas, pasiones, deseos malvados, avaricia. Cuando estos vicios son mortificados en ti, siempre que lo sean mediante la cruz de Cristo y que tu carne sea mortificada subiendo sobre el estandarte [de la cruz] de modo que digas: “Si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (2 Tm 2,11), cuando hayas hecho esto, has hecho un tímpano. Pues mientras tu carne y los deseos de la carne permanecen con vida, tu carne todavía no ha sido mortificada, y no puedes cantar himnos a Dios[6].
Vencer el pecado
4.5. Considero que aquí el orden ha sido expresado correctamente: en primer término: “Den el tímpano” (Sal 80 [81],3), después “la melodiosa arpa con la cítara” (Sal 80 [81],3) -en primer lugar “el tímpano”, entonces después de éste “la melodiosa arpa con la cítara”-. En efecto, ante todo es necesario llegar a mortificar “los miembros que están sobre la tierra” (Col 3,5) y matar el pecado que está en nosotros, para que el pecado no pueda ya obrar más [en nosotros]. Luego, cuando el pecado ha sido vencido y mortificado y estamos en condiciones de dar el tímpano, entonces podremos obrar el acuerdo del espíritu con el alma o, para expresarme según el Apóstol, del espíritu con el entendimiento[7], para decir: “Cantaré con el espíritu, pero también cantaré con la inteligencia” (1 Co 14,15), y así des como arpa el espíritu, y como cítara el alma o la mente. Obro de forma que ambas se unan juntas al tímpano: “La melodiosa arpa con la cítara”. Pero si digo “espíritu” entiendo aquel del hombre, sobre el que Pablo afirma: “Nadie conoce, en efecto, las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él” (1 Co 2,11).
[1] Origene, p. 478, nota 14.
[2] O: conoce.
[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, VII,2.1-2: «No solo los sacerdotes hicieron resonar las trompetas para que cayeran los muros de Jericó, sino que se dice asimismo que, oído el sonido de las trompetas, todo el pueblo clamó con un gran grito, o como se halla en otras versiones, gritó con alegría (cf. Jos 6,16. 20). Y aun cuando esta expresión me parece impropiamente traducida -porque alalagmós, que es lo escrito en griego, no significa propiamente ni grito de júbilo ni clamor, sino que más bien indica aquella voz con la que en tiempo de guerra el ejército suele clamar unánime, para animarse a la batalla-. Sin embargo, esta palabra en las Escrituras acostumbra a escribirse jubilación más que aclamación, por eso: “Dé gritos de alegría al Señor toda la tierra” (Sal 99 [100],1), y también: “Feliz el pueblo que conoce los gritos de alegría” (Sal 88 [89],16)[3].
Lo que me plantea esta (última) sentencia, es cuál sea la obra que hace al pueblo feliz. No dice: feliz el pueblo que practica la justicia, o feliz el pueblo que conoce los misterios, o que conoce el orden de la tierra y de los astros, sino que dice: “Feliz el pueblo que conoce los gritos de alegría”. En algunos casos, el temor de Dios hace felices, pero hace la felicidad de un solo hombre, porque así se dice: “Feliz el hombre que teme al Señor” (Sal 111 [112],1). En otros también muchos son felices, como los pobres en el espíritu, los mansos, los pacíficos o los de corazón puro (cf. Mt 5,3 ss.)».
[4] Lit.: el intelecto.
[5] La traducción que se ofrece es literal. Otra versión posible sería: “¡Entonen la salmodia, toquen el tamboril, la melodiosa cítara y el arpa!”.
[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, VI,1: «Leemos en las divinas Escrituras que se compusieron muchos cánticos. Sin embargo, el primero de ellos es el cántico que cantó el pueblo de Dios después de la victoria, una vez sumergidos los egipcios y el faraón. Ciertamente es costumbre de los santos, cuando el adversario es derrotado, en tanto que saben que la victoria obtenida no se debe a su fuerza, sino a la gracia de Dios, ofrecer a Dios un himno de acción de gracias. Con todo, mientras cantan el himno, también toman tímpanos (o: tambores) en sus manos, como se nos refiere de María, hermana de Moisés y de Aarón (cf. Ex 15,20). También tú, si has cruzado el mar Rojo, si ves que los egipcios son sumergidos y que el faraón es exterminado, precipitado en lo profundo del abismo, puedes cantar un himno a Dios, puedes lanzar tu grito de acción de gracias y decir: “Cantemos al Señor, porque se ha glorificado gloriosamente; caballo y jinete ha arrojado al mar” (Ex 15,1). Dirás esto mejor y más dignamente si tienes un tambor en tu mano, esto es, si “crucificas tu carne con sus vicios y concupiscencias, y si mortificas tus miembros terrenos” (cf. Ga 5,24; Col 3,5)».
[7] O: intelecto, mente.