OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (813)

Jescristo y el joven rico

Siglo XI

Armenia (?)

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía VII sobre el Salmo 77 (78)[1] 

Introducción 

Orígenes comienza su homilía llamando la atención sobre el hecho de que, en los dos salmos, 77 y 104, en que se narran las diez plagas de Egipto, no se enumeran todas estas, ni tampoco se respeta el orden que hallamos en el libro del Éxodo (§ 1.1).

Mediante una atenta presentación del orden de las plagas en el salmo 77, el Alejandrino pone de relieve las semejanzas y diferencias que se observan respecto del texto del relato contenido en el libro del Éxodo (§ 1.2).

Con un notable esmero y atención escrupulosa, Orígenes compara el salmo 77 con el 104, teniendo siempre presente, al mismo tiempo, el texto del libro del Éxodo (§ 1.3).

“En la explicación de la primera plaga, en apariencia muy breve, pero desarrollada a continuación, se anticipa, a título de criterio interpretativo, el principio del contraste o confrontación, que será utilizado repetidamente por el predicador, entre la suerte de los egipcios y la de los hebreos, entre los castigos de los primeros y los beneficios de los segundos”[2] (§ 2.1).

La segunda y la tercera plaga sólo dañan a los egipcios, pues los israelitas, que prefiguran a los cristianos, tienen los recursos para hacer frente y salir indemnes de las dificultades que se les presentan (§ 2.2).

Dios es bueno y no podemos aceptar los intentos errados que lo dividen en dos: uno bueno y otro malo. Dios es siempre bueno, aun cuando en ocasiones pueda parecernos que castiga (§ 2.3).

En el inicio de la explicación alegórica de la primera plaga, se hace referencia a los ríos y a sus nombres. La fuente de la que brotan esos cauces de agua es Cristo, y también “el santo”, es decir, el fiel discípulo, que participa en Él, transformándose a su vez en una fuente de agua viva, manantial de conocimiento en beneficio del prójimo[3]. Y al final del párrafo, “la ejemplificación sumaria deja entrever los núcleos constitutivos del anuncio cristiano en perspectiva trinitaria (las doctrinas sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), y eclesial (la Iglesia terrena, la Iglesia celestial)[4]” (§ 2.4).

Hay ríos que son verdaderos: Cristo y la Iglesia; a su vez, de los discípulos brotan ríos de agua viva, pero también existen los ríos de Egipto, es decir, las falsas doctrinas que engañan con abundancia de palabras (§ 2.5). 

No debemos de pagar nuestra sed en los discursos erróneos y desviados de los herejes; como tampoco es posible aceptar los argumentos de quienes no aceptan una lectura tropológica de la Sagrada Escritura (§ 2.6).

Necesitamos estar en alerta ante las corrientes y las lluvias que proceden de los santos; pero contemporáneamente habrá que evitar aquellas aguas que provienen de “la corriente de los egipcios” (§ 2.7).

Texto

Las plagas de Egipto

1.1. La presente Escritura parece dividir la narración de las plagas de Egipto en dos salmos: el salmo 77, de que nuevamente tenemos los textos entre las manos, y el salmo 104[5]. Se debe observar que la Escritura no enumera las diez plagas ni en uno ni en otro [salmo]; sino que en el primero, calla la tercera (cf. Ex 8,12-15), la sexta (cf. Ex 9,8-12) y la novena plaga (cf. Ex 10,21-29), mientras que en el segundo silencia la quinta (cf. Ex 9,1-7). Y también es necesario advertir esto: el profeta no ha expuesto su elenco según el orden de las plagas ni en uno ni en el otro salmo.

El orden de las plagas 

1.2. “Y convirtió, dice [la Escritura], en sangre sus ríos” (Sal 77 [78],44): esta es unánimemente la primera plaga infligida a los egipcios (cf. Ex 7,14-24). Después [dice]: “Y sus lluvias, para que no bebieran; les envió la mosca de perro, y los devoró -la mosca de perro es la cuarta plaga (cf. Ex 8,16-28)-, y la rana, y los destruyó” (Sal 77 [78],44-45), la rana es segunda plaga (cf. Ex 7,25—8,11), en tanto que calla los mosquitos (cf. Ex 8,12-15). “Y entregó al añublo[6] su fruto y sus fatigas a la langosta” (Sal 77 [78],46), la langosta es la octava plaga (cf. Ex 10,1-20). Silencia la novena, esto es, la tiniebla que puede palparse (cf. Ex 10,21-29). “Y entregó al granizo sus ganados y su riqueza al fuego” (Sal 77 [78],48), esta es la séptima plaga (cf. Ex 9,13-35). “Y sus ganados condenó a muerte” (Sal 77 [78],50), esta es la quinta plaga (cf. Ex 9,1-7). Ha callado la sexta (cf. Ex 9,8-12), es decir, “la formación de erupciones pustulosas” (Ex 9,9). “Y golpeó a todo primogénito en Egipto” (Sal 77 [78],51), la última [plaga] la menciona al final (cf. Ex 11,1-10; 12,29).

Comparación entre ambos salmos

1.3. Si se confrontan uno y otro texto, y quieres oír de qué forma se presenta el relato de las plagas en este salmo y en el salmo 104, escucha. Sobre el agua que se cambia en sangre en el salmo 104 está escrito: “Cambió sus aguas en sangre y mató a sus peces” (Sal 104 [105],29); respecto de las ranas (cf. Ex 8,2): “Su tierra pululó de ranas en las habitaciones de sus reyes” (Sal 104 [105],30). Sobre los mosquitos (cf. Ex 8,13), aquí [en el salmo 77] la Palabra calla, mientras que allí, [en el salmo 104], está escrito: “Y el mosquito en todos sus territorios” (Sal 104 [105],31). Respecto de la mosca de perro (cf. Ex 8,20): “Habló, y vino el tábano”; y se agrega: “Y el mosquito en todos sus territorios” (Sal 104 [105],31). Porque los mosquitos vienen antes que la mosca de perro (cf. Ex 8,12 ss.), allí [en el Sal 104], se calla la muerte del ganado (cf. Ex 9,6), en tanto que en ambos [salmos] se silencian las úlceras y erupciones pustulosas (cf. Ex 9,9). En cuanto al granizo que cae sobre los animales, en el salmo 104 se dice de este modo: “Hizo de sus lluvias granizo, fuego inflamado en su tierra, y golpeó sus viñas y sus higueras y destrozó todo árbol de su territorio” (Sal 104 [105],32-33). En cuanto a las langostas (cf. Ex 10,13-14) en aquel salmo se dice: “Habló, y vino el saltamontes y la langosta, cuyo número era incontables, y devoraron toda la vegetación de la tierra y devoraron el fruto de su tierra” (Sal 104 [105],34-35). Las tinieblas que se pueden tocar (cf. Ex 10,21-29), son silenciadas aquí [en el salmo 77], pero en [el salmo 104] se dice así: “Envió oscuridad y oscureció” (Sal 104 [105],28). La plaga de los primogénitos (cf. Ex 11,1-10; 12,29), allí, [en el salmo 104], se dice así: “Y golpeó a todo primogénito en su tierra, primicia de todo su esfuerzo” (Sal 104 [105],36), y aquí, [en el salmo 77]: “En las carpas de Cam” (Sal 77 [78],51).

La primera plaga

2.1. Ahora bien, si Dios nos lo concede, veamos decir algo sobre las plagas inferidas a los egipcios; en primer lugar, sobre aquella que es mencionada y sucede en primer término: “Convirtió en sangre sus ríos y sus lluvias, para que no bebieran” (Sal 77 [78],44). Compara las plagas de los egipcios con los beneficios de los hebreos y al confrontarlos entre ellos, asómbrate del hecho que los egipcios tengan sed junto al río, mientras los hebreos abundan de agua en el desierto: “En efecto, bebían de una roca espiritual que los seguía” (1 Co 10,4).

La segunda y la tercera plaga

2.2. Los egipcios son devorados por las moscas de perro y son destruidos por las ranas, animales entre los más despreciables, mientras que los hijos de Dios no fueron vencidos ni siquiera por los dientes de las serpientes venenosas (cf. Sb 16,10). Es necesario saber que aquellos que son extraños a Dios, incluso quienes tengan una reputación, están privados de recursos y son destruidos incluso por cosas de poca monta. Pero si alguien es un santo, aunque [esté] privado de recursos, está en la abundancia y no padece ningún daño ni siquiera de aquello que es más molesto. Porque es esto lo que Jesús me ha dicho con las palabras: “Les doy el poder de pisar las serpientes y los escorpiones, y todo el poder del enemigo” (Lc 10,19). Estas cosas suceden también ahora, desde el momento en que el Dios del Evangelio y de la Ley es el mismo. Y las serpientes que atacaban al pueblo, es decir, a aquellos que habían pecado, mientras que el que había pecado se convertía, ya no podían golpearlo de ninguna forma (cf. Nm 21,4-9; Dt 8,15).

Dios es bueno

2.3. Queremos mostrar la bondad de Dios incluso en los acontecimientos más sombríos y en aquellos que se considera que son castigos, porque Dios, aunque si castiga, castiga en cuanto es bueno. Y esto será útil sobre todo en respuesta a las herejías impías[7] sobre Dios. Aquellos que con su discurso quieren dividir al único Dios, allí donde la Palabra prohíbe crear cismas en la Iglesia (cf. 1 Co 1,10), efectúan una división al interior de Dios mismo que es único. Por consiguiente, la Palabra prohíbe a sus hijos beber el agua de Egipto y caminar sobre la vía de Egipto. Por eso está escrito en Jeremías: “¿Qué cosas tienes en común con el camino de Egipto, para beber el agua del Geón?” (Jr 2,18). Existe por tanto una vía de Egipto que no se debe recorrer, y un río de Egipto que no se debe beber. Porque el Señor Dios nos da a beber el agua que viene de la lluvia del cielo, mientras que los egipcios tienen el agua no de lo alto, sino de abajo. Por esto el río de Egipto riega la tierra de Egipto como un huerto de hortalizas (cf. Dt 11.10).

Los ríos 

2.4. Para que tú comprendas cuál es la intención de estas palabras, en primer lugar, expondré los nombres de los ríos según las Escrituras, mostrando cómo también los santos tienen ríos y cómo es necesario beber en los ríos de los santos, y no en los de sus adversarios. Escucha entonces a Jesús que promete a sus discípulos diciendo: “De su vientre -a quien se refiere ‘su’ si no a mi discípulo-, fluirán ríos, una fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 7,38 y 4,14), no un solo río, sino muchos ríos. Por tanto, para cada teorema y para cada doctrina brota un río. Pero brota un río también de Pablo, brota un río de Pedro: “Un río que sale de Edén -el Edén que está en Pablo, el Edén que está en Pedro-, para irrigar el paraíso -la Iglesia-, y de allí se repartía en los cuatro principios” (cf. Gn 2,10). Numerosos son, en efecto, los principios de las doctrinas: el principio sobre el Padre, el principio sobre el Hijo, sobre el Espíritu Santo, sobre la Iglesia, sobre las potestades santas. ¿Pero qué necesidad hay de que enumere los principios en los cuales se difunde la única fuente que florece del Edén, el único río? 

Cristo es el verdadero río

2.5. Con todo, también “los ímpetus del río alegran la ciudad de Dios” (Sal 45 [46],5). Es evidente que no habla de un río sensible. Estamos cerca de la antigua Jerusalén y sabemos que no hay un río. Sin embargo, está escrito: “Los ímpetus del río alegran la ciudad de Dios”; pero si miras a Cristo, el verdadero río y a la verdadera ciudad de Dios, la Iglesia, verás de qué forma “los ímpetus del río alegran la ciudad de Dios”. Por tanto, como Cristo-río alegra la ciudad y de sus discípulos brotan los ríos de “una fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4,14), del mismo modo las doctrinas opuestas a la verdad también son ríos, pero ríos enemigos del río de Dios. Y yo quiero decir que las falsas doctrinas, sobre todo si las veo fluir con un flujo abundante de palabras, son aquello que es llamado el río de Egipto. Esto es lo que el profeta nos prohíbe cuando dice: “¿Qué cosas tienes en común con el camino de Egipto, para beber el agua del Geón?” (Jr 2,18). Y de nuevo, si veo a otro que fluye con abundancia de palabras, pero su palabra es falsa, diré que él es otro río de Egipto.

“Convirtió sus ríos en sangre”

2.6. La Escritura afirma que son muchos los ríos de Egipto, yendo contra la evidencia y la experiencia. Escucha, en efecto, de qué modo ella se expresa: “Convirtió en sangre sus ríos” (Sal 77 [78],44). Con estas palabras persuadirás incluso aquellos que no quieren una explicación tropológica, diciendo que los egipcios no tienen ríos. Pues único es el río que por la Escritura es llamado Geón (cf. Gn 2,13 LXX), por algunos Egipto y por la mayoría Nilo. ¿Cómo puede, entonces, la Escritura decir: “Convirtió en sangre sus ríos”? A no ser que este pasaje exija una explicación tropológica, según la cual todos los cursos de agua extranjeros a la salvación son ríos de Egipto, que cuando Dios quiere convertir -no solo su pueblo sino también a los egipcios, para que una vez salidos se abreven de la roca, “pero la roca era Cristo” (1 Co 10,4)-, hace que se conviertan en sangre. Cuando renuncio a un agua extranjera, porque Dios me ha mostrado que es sangre, no la bebo más para no hacerme partícipe de la sangre. Siempre que algún discurso nos arrastra como un río, oramos para que Dios lo cambie para nosotros en sangre y no osemos beber más de él. Cuando se convierta en sangre, también nosotros estaremos entre aquellos que salen de la tierra de Egipto. Pues salió “una gran muchedumbre” (Ex 12,38). Puesto que no todos los heterodoxos son hábiles en sus discursos heréticos, sino que algunos dicen pocas palabras, pero funestas, por esto Dios convirtió en sangre no solo los ríos de los egipcios, “sino también sus lluvias” (Sal 77 [78],44).

No beber de la corriente de los egipcios

2.7. Estas afirmaciones las comprenderás, por oposición, en relación con los santos: aquellos que poseen los ríos, son los que abundan en la palabra de la verdad. Pero algunos son lluvias, aquellos que tienen pocas palabras dulces y suaves, que puedan convertir a quien escucha. Por ejemplo, se trataba de lluvia, mas no de un río, entonces se dice: “Pero en la asamblea prefiero decir cinco palabras con mi inteligencia para instruir también a otros” (1 Co 14,19). En cambio, era un río, cuando Pablo hablaba desde el alba hasta medianoche (cf. Hch 20,7). Y la Palabra pronuncia la razón por la que Dios “convirtió en sangre los ríos” de los egipcios “y sus lluvias” (Sal 77 [78],44). ¿Cuál era la razón, si no para que no bebieran? Pues esto impulsaba a [la Palabra]: hacer que no bebieran de la corriente de los egipcios.


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 362-391 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 433-448 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] Origene, p. 365, nota 3. Perrone señala que diverso es el criterio adoptado en las Homilías sobre el Éxodo, donde se utiliza una “doble exégesis de la plaga, primero literal y después alegórica” (ibid.). Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, IV,6: «En cuanto a las aguas del río que se convirtieron en sangre, (es) fácil de adaptar convenientemente. En primer lugar, porque este río al que habían entregado con una muerte cruel a los hijos de los hebreos, debía devolver una copa de sangre a los autores del crimen, y para que bebiendo gustaran la sangre del abismo contaminado, que ellos habían manchado con un crimen parricida. Entonces, después, para que nada falte a las reglas de la alegoría, las aguas se convierten en sangre (cf. Ex 7,20), y se da a beber a Egipto su (propia) sangre. Las aguas de Egipto son las doctrinas erróneas y engañosas de los filósofos; a éstas, puesto que engañaron a los pequeños de espíritu y a los niños en inteligencia, cuando la cruz de Cristo muestra la luz de la verdad a este mundo, se les exige el castigo de su crimen y la expiación de la sangre. Porque así lo dice también el mismo Señor: “Toda la sangre que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, le será reclamada a esta generación” (Mt 23,35. 36)».

[3] Origene, p. 368, nota 6.

[4] Ibid., p. 370, nota 7.

[5] Cf. Sal 77 (78),45-51; 104 (105),28-36).

[6] Hongo parásito que ataca las espigas de los cereales.

[7] Lit.: ateas.