OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (812)
Dios crea a Adán y Eva
1430
Biblia
Toledo, España
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía VI sobre el Salmo 77 (78)
Introducción
Para no retornar a la aridez del desierto, necesitamos beber de la fuente de vida que el Señor nos regala cada día en los sacramentos y en su palabra santa (§ 3.1).
El olvido del maravilloso regalo de nuestra salvación, que hemos recibido de manos del Señor, es una nefasta actitud (§ 3.2).
Los múltiples signos que Dios ha obrado en favor nuestro, para liberarnos del Maligno, son una clara manifestación de su bondad, de su misericordia y de sus acciones salvíficas en favor de toda la humanidad (§ 3.3).
Para quienes siguen a Cristo no es un castigo o una afrenta, todo lo contrario, poder caminar junto a Él y honrarlo. Necesitamos recordar todos los signos que ha hecho en favor nuestro, para nuestra salvación (§ 3.4).
Texto
No irritemos al Señor
3.1. Pero si al leer: “Cuántas veces lo exasperaron en el desierto, y lo irritaron en la tierra sin agua” (Sal 77 [78],40), habiendo tú abandonado también a Dios, cuántas veces has terminado en la soledad privada de Dios y en el pecado, y exacerbas a Dios encontrándote en el desierto. Cada vez que tú, incluso teniendo a tu disposición en la Iglesia “una fuente de agua que salta hasta la vida eterna[1]” (Jn 4,14), [eres] negligente para la synaxis y olvidas abrevarte en ella, terminadas en una tierra sin agua, [entonces] también tú, encontrándote en el desierto exacerbas, a Dios. Ahora bien, porque aquellos que irritan a Dios están en la tierra árida, busca una fuente, para que no se diga igualmente sobre ti: “Me han abandonado a mí, fuente de agua viva” (Jr 2,13).
No volvamos al antiguo pecado
3.2. Aquellos que irritan a Dios en el desierto y lo exasperan en la tierra seca, vuelven a tentar a Dios (cf. Sal 77 [78],40-41). Pues, estando en pecado, mientras se encontraban en Egipto y trabajaban la arcilla en medio de males corporales, después que dejaron Egipto, ciertamente salieron de allí, pero pecaron nuevamente. Por eso se dice perfectamente: “Volvieron” (Sal 77 [78],41). Porque volvieron al pecado que habían abandonado. Es como si hoy se viera a un pagano que se ha hecho creyente, pero después que parece creer y escuchar la palabra de Dios, he aquí que vuelve de nuevo al propio pecado. ¿Qué podrían decir de tal persona, sino que “es un perro que vuelve a su vómito” (Pr 26,11); y “la cerda lavada torna a revolcarse en el fango” (2 P 2,22)?
Los beneficios de Dios
3.3. Por tanto, también estos “volvieron a tentar a Dios, y provocaron[2] al Santo de Israel” (Sal 77 [78],41). Asimismo, nosotros, cuando pecamos, siempre provocamos a Dios. Porque no nos contentamos con los signos de salvación que hemos visto, ni con las palabras que nos exhortan a la virtud, y otra vez provocamos a Dios queriendo ver nuevos signos, y exacerbamos al Santo de Israel, sin acordarnos de su mano que nos ha visitado y del día en que nos ha liberado de las manos del perseguidor. ¿Qué perseguidor, sino en un tiempo el faraón, pero ahora el faraón espiritual, el diablo? Pues el enemigo que nos persigue verdaderamente es el diablo. Y nosotros no nos acordamos cuáles han sido los signos que [Dios] ha manifestado en Egipto. Y para nosotros Él ha realizado[3] signos en este Egipto: cada uno de los beneficios de Dios es para mí un signo.
Cristo es nuestra cabeza
3.4. Si alguna vez, estando enfermo, he sido liberado de la enfermedad gracias a la longanimidad de Dios, para que, saliendo de la enfermedad, viviera rectamente, esto es para mí un signo venido de Dios. Si en alguna ocasión encontrándome en el medio de cualquier tipo de peligro, he sido liberado y he recibido un signo de Dios, para que diga -si alguna vez ha recibido visiones y verdaderamente me ha sido manifestado el futuro y se ha verificado conforme a mi visión-: esto es un signo para mí, esto es un milagro para mí. Ahora bien, puesto que no vemos a Aquel que está presente, por eso digamos que entre nosotros existen signos. ¡Cuántas veces hemos orado y hemos obtenido aquello por lo cual hemos rezado! ¿Acaso no es un signo habrá obtenido algo con la oración? Pero desde el momento en que no tenemos fe, tampoco recordamos “sus signos en favor nuestro en el Egipto del mundo, y sus portentos en la llanura de Tanis” (Sal 77 [78],43). Se llama Tanis a una ciudad de Egipto, ciudad donde aborrecen especialmente la cabeza, y a esta la separan del cuerpo. Así, encontrándose en Egipto, detestaban la cabeza, pero Cristo es la cabeza de los seres humanos “y la cabeza de Cristo es Dios” (1 Co 11,3). Estos egipcios, odiaban, por así decir, en la metrópolis de Egipto, la cabeza de aquellos para quienes trabajaban, puesto que no tenían poder sobre la cabeza, “de la que todo el cuerpo, bien coordinado y coligado, crece según la medida de Cristo” (cf. Ef 4,16). Por esto sigamos y honremos a una tal cabeza, pues “la cabeza de todo hombre es Jesucristo” (1 Co 11,3), a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.