OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (811)

Jesús enseñando a sus discípulos

1474

Crozent (?), Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos 

Homilía VI sobre el Salmo 77 (78)

Introducción 

La gran compasión de Dios se traduce en el perdón de nuestros pecados. Esta bondad nos la ha mostrado por medio de su Hijo único, que nos regaló la redención derramando su sangre por nosotros. Jesucristo es el cordero de Dios que se entregó como sacrificio propiciatorio por el mundo entero (§ 2.1). 

Frente a la multitud de nuestras faltas, dios hace abundar su gran misericordia, Y así aporta su cólera del género humano. Sin embargo, esto se realiza con nuestra cooperación, es decir, por medio de la realización de la puesta en práctica de obras buenas (§ 2.2).

No enciende el Señor su ira contra nosotros sino para quemar aquello que en el ser humano se ha tornado pecado, la acción que se opone al actuar del Señor en nuestra vida (§ 2.3).

En nuestra existencia cristiana debe prevalecer el espíritu sobre la carne, tal es la enseñanza que nos han llegado nuestros padres en la fe (§ 2.4).

Tomando como texto de referencia el capítulo quince de la Primera carta a los Corintios, Orígenes sostiene que los seres humanos en la resurrección recibirán un cuerpo espiritual (§ 2.5).

Mediante el recurso Eclesiastés (12,7), el Alejandrino justifica la diferente condición del espíritu respecto del alma y del cuerpo[1]. Si somos castigados, reciben esta reprensión el alma y el cuerpo, pero el espíritu no experimenta idéntica situación (§ 2.6).

Texto

Jesucristo es “propiciación” por nuestros pecados

2.1. Puesto que “Él es compasivo, perdonará sus pecados y nos los destruirá” (Sal 77 [78],38). ¿Cómo perdonará sus pecados? Creando los seres y dedicándose a hacer todas las cosas, hizo del “Primogénito de toda la creación (Col 1,15) propiciación mediante la fe en su sangre” (Rm 3,25). Pues nuestro Salvador es la Justicia (1 Co 1,30), la Verdad (Jn 14,6), la Sabiduría (1 Co 1,24. 30), la Santificación (1 Co 1,30), la Luz del mundo (Jn 8,12), la Luz de los hombres (Jn 1,4), el Médico de las almas, como así también propiciación (Rm 3,25). Por consiguiente, Él perdonará nuestros pecados. Por eso éste “es el cordero de Dios, propiciación, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29. 36). Pero si alguien peca, dice [la Escritura], “tenemos un abogado junto al Padre, Jesucristo el justo; Él es propiciación por nuestros pecados, pero no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn 2,1-2).

Obremos de modo que se aparte de nosotros la cólera de Dios

2.2. “Y hará abundar[2] [muchas cosas] para apartar su cólera” (Sal 77 [78],38). ¿Qué hará abundar para apartar su cólera? Calla, en efecto, lo que hará abundar y dice que por eso abundará aquello que ha callado para apartar su cólera. Porque cuando por mi parte haya realizado las obras [dignas] de la cólera de Dios, tendré necesidad de obras que aparten de mí la cólera de Dios. Las obras que pueden apartar la cólera de Dios no son pequeñas ni de poca monta, sino grandes y fuertes. Y es necesario que haya en mí un gran número de obras para que yo aparte de mí la cólera de Dios, aquella cólera que ha caído sobe mí por medio del pecado. Pero para realizar tales obras necesito que Dios me dé el poder en Cristo Jesús (cf. Flp 4,13; 1 Tm 1,12), para que se cumpla también: “Hará abundar [muchas cosas] para apartar su cólera” (Sal 77 [78],38). Porque hará abundar en mí las buenas obras, hará abundar en mí la conducta de una vida mejor, hará abundar en mí la vida fortalecida[3] para apartar su cólera. Y si primero no abundan en mí las cosas buenas, es imposible, sin la abundancia de obras buenas, que aparte de mí su cólera. “Y no inflamará toda su ira” (Sal 77 [78],38), para aquellos para quienes hará abundar dónde desviar su cólera, para estos se abstendrá de hacer arder toda su ira. 

No hace arder toda su ira

2.3. Pues toda su ira es mucha y temible. Por eso está escrito: “Y no inflamará toda su ira” (Sal 77 [78],38). Podría estar escrito: “Alguien no inflamará su ira”. En cambio, está escrito: “Y no inflamará toda su ira”. Pues para cada uno la ira se inflamará hasta que se incendie en él la materia que contiene sus pecados. Y la ira se inflama en proporción a mi leña, en proporción a mi hierba, en proporción a mi heno (cf. 1 Co 3,12). Sin embargo, para nosotros no inflamará toda su ira, sino que, tal vez, para alguno entre todos los seres inflamará toda su ira.

Prevalezca en nosotros el espíritu 

2.4. “Y recordó que son carne, un soplo que pasa y no vuelve” (Sal 77 [78],39). Nosotros estamos compuestos de alma y cuerpo (cf. 1 Ts 5,23). Y como estamos compuestos, es necesario que seamos dominados por el espíritu, que es el mejor elemento. En cambio, habitualmente nos dejamos dominar por la carne, mientras que el alma se salva si está dominada por el espíritu y, por el contrario, se pierde si está dominada por la carne, Dios se acuerda que “son carne” (Sal 77 [78],39). Porque en cuanto a aquellos no se acuerda que son espíritu, porque los espirituales son los que juzgan todo, mientras ellos no son juzgados por nadie (cf. 1 Co 2,15). Busquemos, por tanto, no ser también nosotros como aquellos, para que [Dios] no recuerde que nosotros somos carne.

Sobre la resurrección

2.5. A menudo he recordado el texto [que dice]: “Mi espíritu no permanezca para siempre en estos hombres, pues ellos son carne” (Gn 6,3). Semejante a esta sentencia es [el pasaje]: “Y recordó que son carne” (Sal 77 [78],39). El pecador deviene completamente carne, pues su alma se hace carne. Y dudando, no sé decir si esto también le suceda al espíritu; sin embargo, el pecador se hace completamente carne, mientras que el justo deviene enteramente espíritu. Por esto, cuando suceda la resurrección, para aquellos para los cuales les llegue, su carne no es más carne, sino que se transforma y se hace espíritu. Por eso “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios” (1 Co 15,50). Cuando el santo recibe el reino de Dios en herencia, él ya no es más carne, no es más sangre, puesto que “se siembra un cuerpo natural[4] y resucita un cuerpo espiritual” (1 Co 15,44).

El espíritu no se pierde

2.6. Decía en mi predicación[5] que el justo es todo espíritu, en tanto que el pecador se hace todo carne, su alma deviene carne. El alma, uniéndose a la carne y abandonando el espíritu, se hace semejante a la carne, deviene carne. Hace poco, estando dubitativo, decía no saber qué decir sobre el espíritu. Pero el profeta me ha enseñado lo que se debe decir sobre el espíritu. Pues él afirma: “Y recordó que son carne” (Sal 77 [78],39). Pero para que no pienses que también el espíritu se hace carne, dice: “Un soplo que pasa y no vuelve” (Sal 77 [78],39). Porque el espíritu abandona la carne y el alma y “vuelve a Dios, que lo dio” (Qo 12,7), como está escrito en el Eclesiastés. Por esta razón, cuando somos castigados, el espíritu no es castigado con nosotros: “Teman más bien al que puede destruir tanto el cuerpo como alma en la gehena” (Mt 10,28). Por consiguiente, el espíritu no es destruido.


[1] Cf. Origene, pp. 351-352, nota 12.

[2] O: multiplicará (cf. 2 Co 9,10); o: hará muchas cosas.

[3] O: una vida sana.

[4] Lit.: psíquico.

[5] Lit.: discurso.