OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (810)
Jesús bendice a los niños
1262
Evangeliario
Armenia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía VI sobre el Salmo 77 (78)[1]
Introducción
La misericordia, la compasión, de Dios es infinita. Nunca descarga su ira contra los seres humanos. Al contrario, los conduce por medio de las exhortaciones proféticas a la conversión (§ 1.1).
En el desarrollo del tema de la misericordia divina, Orígenes echa a mano de algunos ejemplos notables que encuentra en la Sagrada Escritura. El primero de ellos es el diluvio y la construcción del arca encomendada a Noé (§ 1.2).
El segundo ejemplo de la gran bondad de Dios lo hallamos en su proceder con las muy impías ciudades de Sodoma y Gomorra. Hecho que Orígenes aprovecha asimismo para subrayar el carácter personal de nuestras decisiones (§ 1.3).
El tercer ejemplo de la filantropía del Creador es su paciencia. Él gradualmente aplica los remedios convenientes y necesarios para la conversión de los egipcios (§ 1.4).
La gradualidad medicinal que el Señor aplicó en los remedios que ofreció a los egipcios nos demuestra su bondad y compasión hacia todo ser humano (§ 1.5).
El cuarto ejemplo de la gran y providencial misericordia de Dios nos lo ofrece la historia del patriarca José. Esta narración nos conduce al reconocimiento de la notable providencia divina (§ 1.6).
Los ejemplos presentados en precedencia nos confirman y nos demuestran la abundancia de la misericordia de Dios. Nuestro Padre es tan compasivo que nos entregó a su hijo Unigénito para que, con su muerte y resurrección, recibiéramos la salvación y la herencia eterna (§ 1.7).
Incluso con las herejías, los herejes y quienes se adhieren a ellas, Dios se muestra magnánimo. En efecto, espera a que, quienes caen en tales errores, es decir, los que hablan mal de Creador, se conviertan y abracen la fe recta. Por tanto, nosotros debemos imitar a nuestro Dios y no responder con insultos a quienes nos insultan (§ 1.8).
La ira y la cólera de Dios tienen una función correctiva y de reprensión. Nos alertan y, al mismo tiempo, nos alejan de los castigos eternos. Por ello se puede decir que la ira y la cólera de Dios no son eternas (§ 1.9).
Orígenes no omite señalar la responsabilidad personal que nos cabe por nuestras obras. Por consiguiente, somos responsables del castigo del fuego que nosotros mismos hemos encendido (§ 1.10).
Texto
Dios es siempre misericordioso
1.1. Es con las acciones más que con las palabras que Dios muestra ser misericordioso (cf. Sal 77 [78],38). ¿Quién mirando el mundo y sobre todo las acciones terrenas, con tantos pecados entre los hombres, no admira la paciencia y la bondad de Dios (cf. Col 3,12), que tolera transgresiones tan grandes y numerosas y no utiliza su poder contra los hombres? Porque “juzgando poco a poco, Él da lugar a la conversión” (Sb 12,10: Hb 12,17). ¿Quién viendo su economía providencial en cada generación no comprende las misericordias de Dios, mientras mandaba los profetas a los pecadores y, mandándoselos, convertía a aquellos que habían caído? ¿Quién, observando que incluso en los tiempos de la ira y del castigo exhorta la conversión, no admira la misericordia de Dios? Pues Él nunca se ha servido de la ira en estado puro contra los hombres.
Primer paradigma de la misericordia divina
1.2. Por ejemplo, Él decidió hacer venir un diluvio, pues “toda carne había corrompido la vía de Dios sobre la tierra” (Gn 6,12). Pero queriendo llevar a cabo el diluvio, en el año quincuagésimo comenzó a anunciar que llegaría el diluvio, instruyó a Noé e hizo que él construyera el arca en cien años. ¿Qué se prefiguraba, por tanto, con la construcción del arca en cien años sino convertir a los hombres, para que no hubiera necesidad del arca?
Segundo ejemplo de la bondad de Dios
1.3. Pero también en el momento de destruir a Sodoma y Gomorra, dos ciudades muy impías, Él mandó ángeles a Lot, quienes le dijeron: “Si tienes aquí hijos, yernos o hijas, tómalos contigo” (Gn 19,12). Por medio de los ángeles expresó su filantropía, para que, de nuevo, se salvaran de los hombres. Él quería asimismo salvar completamente a todos aquellos que se fueron de Sodoma; por eso dice: “No te des vuelta y no te detengas en la región vecina; sálvate sobre la montaña, para que no seas barrido” (Gn 19,17). Si algunos no prestaron fe al anuncio de Lot, ellos se perdieron por su propia culpa; si la mujer [de Lot] se dio vuelta, transgrediendo la orden, fue ella misma quien así obró.
Tercer ejemplo de la filantropía de Dios
1.4. En un tiempo quiso también conducir fuera de Egipto a un pueblo que sufría los castigos de parte de los egipcios. Y Dios que es filántropo y misericordioso, perdonó incluso a los egipcios. “Pues no vacilaba su mano omnipotente, que creó el mundo de una materia informe, en mandar una multitud de osos o leones feroces, o fieras desconocidas, entonces creadas, llenas de furor, o que exhalan aliento de fuego, o que despiden un humo hediondo” (Sb 11,17-18), sino que Él juzgando con amplitud[2] daba lugar a la conversión (cf. Sb 12,2. 10). Y castigaba a los egipcios con las langostas, las moscas, los mosquitos, con la muerte de los animales (cf. Sal 104 [105],31. 35), no deseando otra cosa si no que se convirtieran y partieran junto con el pueblo.
Dios quería salvar a los egipcios
1.5. Mira, por tanto, que mientras perseveraban en el pecado, Él obró la última plaga: la muerte de los primogénitos (cf. Ex 11). Pero incluso cuando los egipcios perseguían al pueblo y Dios concedió al pueblo pasar a través del Mar Rojo, ¿qué otra cosa quería si no salvar a los egipcios sin que los persiguieran, sino que huyeran caminando junto con ellos? Pero puesto que no quisieron, sino que después de todo insistieron en perseguirlos, los egipcios se perdieron por propia voluntad. ¿Por qué debo narrar aquellas cosas que sucedieron en cada generación? Haría falta mucho tiempo, si alguien quisiera recorrer de qué forma Dios en su filantropía siempre misericordioso (cf. Sal 77 [78],38), ha hecho lo que ha hecho con su bondad.
Cuarto ejemplo: el patriarca José
1.6. Todavía añadiré un ejemplo. Él provocó una carestía entre los egipcios (cf. Gn 41,53-57). “Produce, oh Dios, la carestía. Los egipcios merecen morir de hambre”. “Pero yo, responde Él, no quiero castigarlo completamente. Entonces, ¿qué haré? Proveeré para que José descienda de la Tierra Santa a Egipto y me serviré de la culpa de sus hermanos. Con el pretexto de los sueños haré que sea reconocido en la prisión. Mostrare al faraón, el rey de los egipcios, lo que está por suceder. Pero, puesto que lo que está por suceder, se comunica, sin ser comprendido, o bien comprendido mas no por un sabio y santo, no habría podido ayudar a Egipto, ¿qué haré? Haré de manera que José interprete los sueños, que a él le sea confiado el grano, que recoja el grano de la abundancia (cf. Gn 41,29), para que Egipto no perezca por completo a causa del hambre”.
La abundancia de la misericordia de Dios
1.7. ¿Y por qué, entonces, sucedió que “todos se desviaron, se corrompieron y todos se privaron de la gloria de Dios” (Sal 13 [14],3; Rm 3,12. 23), incluso en los tiempos de la venida del Salvador? Pero ni siquiera así el Dios misericordioso abandonó la estirpe de los hombres. ¿Qué hizo? Desde los cielos envió a su Hijo santo. ¿Y Él qué debió padecer? Murió, pero no por los justos; porque entre nosotros “difícilmente[3] alguien morirá por un justo” (Rm 5,7), sino que murió por los pecadores, por el mundo, “para quitar el pecado del mundo” (Jn 1,29). Mira qué grande es la misericordia de Dios, o mejor, “la abundancia de la misericordia de Dios” (cf. Sal 50 [51],3; 68 [69],17), que no perdonó ni siquiera al Unigénito, el Hijo único que tenía su imagen (cf. Col 1,15), sino que lo entregó por todos nosotros (cf. Rm 8,32), para que los gentiles[4] fueran salvados y llamados.
Dios es magnánimo
1.8. Después de todo esto nosotros nuevamente pecamos y Dios permanece[5] misericordioso (Sal 77 [78],38). Pero incluso han nacido herejías que hablan mal del Creador y, a pesar de todo, Dios no es menos misericordioso. Él no castiga su hablar mal, porque dice: “Algunos de ellos se convertirán, escaparán de la trampa del diablo, que los ha capturado en las redes para que hagan su voluntad” (cf. 2 Tm 2,26). Dios soporta y es paciente a causa de la conversión de aquellos que abandonan las herejías, aunque sea insultado y se habla mal de Él. Nosotros, en cambio, miserables como somos, si alguien nos insulta, nos enojamos sin ver que Dios, aun siendo insultado (cf. 1 P 2,23), no castiga. Por tanto, si Él, siendo insultado no castiga, tampoco nosotros debemos responder con insultos a quien nos insulta, ni hablar mal ni replicarles. Si no obramos así, no somos hijos del Dios magnánimo.
La ira y la cólera de Dios
1.9. Sin embargo, la misericordia de Dios y su magnanimidad tienen un límite. Y diré algo más osado, pero verdadero. No es conveniente que su misericordia permanezca para siempre. En efecto, si su misericordia permaneciera eternamente y Él no destruyera el mundo, si el cielo y la tierra no pasaran (cf. Mt 24,35), no se instauraría el reino de los cielos. Por consiguiente, es necesario que el mundo sea destruido, para que los justos reciban las promesas. Lo diré de manera paradojal: es conforme a[6] la misericordia de Dios que suceda la destrucción del mundo; es conforme a la misericordia de Dios que llegue su ira; y es conforme a la misericordia de Dios que llegue también su cólera. Pues si no llegase su ira, ¿de qué modo serían corregidos aquellos que tienen necesidad de su ira de corrección? Si no llegase su cólera, ¿cómo serían reprendidos aquellos que tienen necesidad de la cólera que reprende? Como conocía [estos] misterios, el profeta decía: “Señor, no reprenderme en tu cólera; no corregirme en tu ira” (Sal 6,2; 37 [38],2). Y yo retengo que como el médico compasivo amputa, y con misericordia cura con eléboro y cauteriza, del mismo modo la finalidad de la ira, de la cólera y de los castigos se aplican a Dios, cuando obra así.
Somos responsables de nuestras faltas
1.10. Pero yo rechazo servirme de un médico del cuerpo que me amputa, no quiero servirme de un médico que me cauteriza, sino que hago de todo para no tener necesidad de cauterizaciones o amputaciones, y tampoco utilizo el eléboro para curarme. Si, por tanto, en lo que atañe a las cosas del cuerpo, rechazo recurrir a curaciones más severas y más penosas para mi cuerpo, ¿qué haré con la ira de Dios y sus acciones dignas y admiración? Por consiguiente, no despreciemos las misericordias, para que no se diga también de nosotros: “¿Desprecias la riqueza de su benignidad, de su paciencia y de su longanimidad, ignorando que la benignidad de Dios te guía hacia el arrepentimiento? En cambio, tú, según la dureza de tu corazón, al no arrepentirte, atesoras para ti mismo ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Rm 2,4-5). Pues alguien acumula[7] sobre sí ira haciendo las obras de la ira, acumula sobre sí leña construyendo acciones pecaminosas que se asemejan a la leña, acumula sobre sí uno heno, otro paja (cf. 1 Co 3,12), a causa de tales acciones, a causa de los pecados. A aquellos que han acumulado cosas de este género les será dicho: “Caminen a la luz de su propio fuego y de las llamas que han encendido” (Is 50,11).
[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 334-357 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 420-432 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.
[2] Lit.: poco a poco.
[3] Lit.: a duras penas.
[4] Lit.: los de entre los gentiles.
[5] Lit.: es.
[6] Lit.: es según.
[7] Lit.: atesora.