OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (809)

La confesión de Pedro

1007-1012

Evangeliario

Reichenau, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos 

Homilía V sobre el Salmo 77 (78) 

Introducción 

La carga de trabajo impuesta a los israelitas por los capataces egipcios producía la fatiga de aquellos. Igualmente, cuando nosotros consumimos nuestros días en la vanidad, es grande la fatiga que soportamos (§ 6.1).

Debemos imitar a los israelitas en el desierto: si pecamos es urgente volvernos hacia nuestro Redentor, “madrugar hacia Dios” (§ 6.2).

Si queremos vivir con Cristo y para Él, es necesario morir con Él. Debemos permitir que el Señor mate en nosotros todo lo que procede del pecado y nos impide buscar a Dios (§ 7.1).

Los cristianos necesitamos aprender la pedagogía de Dios. Pues Él con frecuencia nos hiere para que lo busquemos. En su bondad nos conduce por un camino que nos parece doloroso, pero que finalmente nos lleva a encontrarnos con su entrañable bondad (§ 7.2).

Estamos llamados a madrugar hacia Dios, para ir hacia su encuentro y gozar de la luz de su verdad. Oremos para que nada se interponga en nuestro madrugar hacia Dios (§ 8.1).

La gran debilidad de nuestra realidad humana es la inestabilidad, la incapacidad de permanecer fieles y evitar el pecado en los diversos momentos y circunstancias de nuestra vida cristiana. El salmo que está explicando Orígenes a sus oyentes muestra con notable evidencia la variada sucesión de nuestros comportamientos en el seguimiento del Señor (§ 8.2). 

Necesitamos ser instruidos en el amor a Dios, no de labios hacia fuera, sino en lo más profundo de nuestro ser, en el corazón. Y debemos amar con todo nuestro ser no de una manera superficial (§ 8.3-4).

El Señor nos exhorta a no tener un amor superficial, un amor que se limita solo a la boca y que nos conduce a mentir a Dios con la lengua (§ 8.4).

El Maligno nos conduce por caminos tortuosos, nos aparta de la rectitud y nos impide enderezar nuestro corazón (§ 8.5).

En la conclusión de homilía se resalta la necesidad de permanecer fieles a la alianza de Dios, con rectitud de corazón (§ 8.6).

Texto

La fatiga de la vanidad

6.1. Los años del pecador están bajo presión[1], en cambio, los años del justo no están bajo presión y ni siquiera son agitados. Porque está escrito que “un ángel del Señor persigue” (Sal 34 [35],6 LXX) a los pecadores. Por tanto, el justo no está bajo presión, es decir, no hay un ángel del mal que lo sigue y lo presiona. Para que tú entiendas más precisamente las palabras: “Sus años se consumieron en la fatiga” (Sal 77 [78],33), vamos a ver de qué modo los capataces de los trabajos en Egipto obligan a fatigarse y a pasar la jornada en el barro, entre los ladrillos, en la paja (cf. Ex 1,14; 5, 7-8. 10. 11. 14. 18). En efecto, sus años se consumen en la fatiga, aquella que causa los trabajos del faraón. Incluso nosotros sufrimos algo semejante, cuando nuestros días se consumen en la vanidad. Dado que el año está compuesto por días, cuando los días transcurren en la vanidad, también nuestros años se consumen en la fatiga. Pues todo el año transcurre con la fatiga de los días ocupados en las obras de vanidad.

“Madrugar hacia Dios”

6.2. Por consiguiente, he aquí cuáles son las cosas que les suceden a aquellos que están en camino, no solo entonces sino también ahora: en ocasiones pecamos; en ocasiones, escuchando las palabras divinas, volvemos a practicar la justicia. Lo mismo se narra que sucedió con el pueblo después de su pecado. Porque a continuación de las palabras: “En medio de todo esto, todavía pecaron, y no creyeron en sus maravillas, y sus días transcurrieron en la vanidad y sus años en la fatiga” (Sal 77 [78],32-33), está escrito: “Cuando los mataba, entonces lo buscaban, se volvían y madrugaban hacia Dios. Recordaron que Dios es su defensor y Dios el Altísimo el redentor de sus almas” (Sal 77 [78],34-35).

La muerte del pecador

7.1. Debemos comprender qué significa lo que se ha dicho y en qué contribuye a nuestra conversión. Puesto que dice: “Cuando los mataba, entonces lo buscaban” (Sal 77 [78],34). El que es matado, busca a Dios. Porque dice [la Escritura]: “Yo mataré y haré vivir” (Dt 32,39). Es obra de Dios matarme en cuanto soy pecador, para que cuando me mate en cuanto pecador, me haga revivir; y después de haber muerto al pecado iré en búsqueda de Dios. Por eso está escrito: “Cuando los mataba, entonces lo buscaban”. Así Dios cuando mata a alguien en cuanto es adúltero, en cuanto es un fornicario, en cuanto es un idólatra, en cuanto es un incrédulo, [es] para que al sobrevenir la muerte del pecado pueda buscar a Dios; pero hasta que no es eliminado, sino que vive para el pecado, no puede vivir para el pecado y buscar a Dios. Por eso oremos para que el Señor nos mate también a nosotros y digamos: “Si con [él] morimos, también con [él] viviremos” (2 Tm 2,11).

Dios hiere y sana

7.2. Nosotros, que oramos para ser fieles de la Iglesia, comprendamos las Escrituras Sagradas religiosamente, y no digamos algo mordaz ni acusemos a Dios por las palabras: “Yo mataré y haré vivir, heriré y yo mismo sanaré” (Dt 32,39). Sino que sobre Dios digamos que Él mata por el pecado, en cuanto que es bueno, mientras da la vida por medio de la virtud. “Pues el Señor corrige al que ama, pero castiga a todo hijo que recibe” (Pr 3,12; Hb 12,6). Los secuaces de las herejías, quienes se esfuerzan por ser acusadores de Dios y quieren tener parte con el diablo que desea atacar incluso a Dios, escuchan también las palabras: “Yo mataré”, pero no escuchan: “Yo haré vivir”; escuchan: “Yo golpearé”, pero no [escuchan]: “Lo sanaré. Y arrastran tras de sí a las almas simples conduciéndolas a la impiedad de las herejías. [Obran] de la misma manera los [diversos] Marción, Valentín, Basílides y todos aquellos que introducen un Dios diverso de aquel de la ley. Recibiendo de una manera distorsionada las palabras [de la Escritura] “ellos engañan los corazones de los inocentes” (Rm 16,18). Pero nosotros, como exige la Palabra, escuchamos las palabras: “Yo mataré y haré vivir”. ¿A quién, en efecto hará vivir sino aquel que yo mataré? ¿O a quien sanaré, sino a aquel que he golpeado? “Porque Él hace sufrir y luego restablece; hiere, y sus manos sanan” (Jb 5,18). Porque “cuando los mataba, lo buscaban” (Sal 77 [78],34). Como Dios es bueno, que me mate, para que yo lo busque[2].

Madrugar hacia Dios

8.1. “Y se volvían y madrugaban hacia Dios” (Sal 77 [78],34), no posponían su ida hacia Dios, sino que madrugaban, para decir: “Desde la noche madruga mi espíritu por ti, oh Dios” (Is 26,9). Apenas sale para mí el sol de justicia (cf. Ml 3,20) y se convierte para mí en un sol espiritual, madrugo por Dios[3]. Hallarás otros pasajes semejantes en los profetas, como, por ejemplo: “Enviaba mis profetas de madrugada” (Jr 25,4 LXX). Porque “de madrugada” no es un agregado sin motivo, pues los profetas son enviados junto con el surgir de la Palabra de Dios en sus almas o en la visita de Dios a su pueblo, y ellos anuncian la palabra de la luz de verdad: “Y madrugaban hacia Dios” (Sal 77 [78],34). Para que tú también madrugues y [vayas] hacia Dios, escucha al Apóstol que te enseña y dice: “La noche avanzó, y el día se ha acercado. Andemos como en el día, decentemente, no en orgías y borracheras, no en lujurias y lascivias” (Rm 13,12-13). Y de nuevo: “No somos [hijos] de la noche ni de las tinieblas, sino que somos hijos del día y de la luz” (1 Ts 5,5). Y, por tanto, oremos para que surja la luz para nosotros, para que “madruguemos hacia Dios”.

Dios es nuestro Redentor

8.2. “Y recordaron que Dios es su ayuda[4]” (Sal 77 [78],35). Después de haberse olvidado, a causa del pecado, que Dios era su ayuda, al final también pudieron recordar que “Dios el Altísimo es su redentor” (Sal 77 [78],35). Habiéndolos redimido por medio de la muerte de ellos[5], los ha vivificado: “Y lo amaron con su boca” (Sal 77 [78],36)[6]. Mira la secuencia de aquellos que ni siempre pecan, ni siempre obran rectamente, sino que a veces pecan, a veces se convierten y de nuevo vuelven a pecar. Oye, en efecto, cómo habla del pecado y cómo habla de la conversión; y de nuevo habla de los pecados, describiendo nuestra vida anómala[7]. Después de haber dicho: “Y se volvían y madrugaban hacia Dios. Recordaron que Dios es su ayuda y Dios el Altísimo es su redentor” (Sal 77 [78],34-35), de nuevo los acusa y dice: “Lo amaron con su boca y con su lengua le mintieron; pero su corazón no era recto con Él, ni confiaron[8] en su alianza” (Sal 77 [78],36-37).

“Con todo tu corazón”

8.3. Estas palabras son también dichas para nosotros, para que seamos educados al amor de Dios, pero no con los labios, no con la boca, sino con el corazón, conforme a cuanto está escrito. Pues no está escrito: “Amarás al señor Dios con toda tu boca y con todos tus labios”, sino: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Dt 6,5).

Con todo tu ser

8.4. Mira, en efecto, que la profundidad del amor exige que su raíz esté en el corazón. Pero también dice: “Con toda tu alma y toda tu fuerza” (Dt 6,5). Porque no quiere que nuestro amor sea superficial, como es superficial el amor de los malvados, sobre quienes está escrito: “Lo amaron con su boca y con su lengua le mintieron” (Sal 77 [78],36). Al amor con la boca le sigue, en efecto, que se mienta a Dios con la lengua.

El Señor endereza nuestro corazón

8.5. “Pero su corazón no fue recto con Él” (Sal 77 [78],36), es necesario que el corazón sea recto y no tortuoso. ¿Quién hace tortuoso el corazón si no la maldad, el dragón, la serpiente, el que huye de Dios? Sobre el cual está escrito: “Levantará la espada santa sobre el dragón, la serpiente tortuosa” (Is 27,1). Dios, por tanto, endereza el corazón y su Verbo hace recta nuestra alma ante el Padre. En cambio, la potestad contraria hace tortuoso el corazón y lo aparta de la rectitud.

Conclusión

8.6. Por eso, cuando pecamos, “no somos fieles a su alianza” (Sal 77 [78],37). Por el contrario, si nuestro corazón es recto, permanecemos fieles a la alianza de Dios y conseguimos sus celestiales bendiciones espirituales [contenidas] en la alianza, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


[1] El verbo epispoydazo significa apresurarse, activar, acelerar. Por tanto, también podríamos traducir literalmente: “los años del pecador están acelerados”

[2] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, III,4: «Esta carne que resiste y lucha contra el espíritu, si alguien jura y promete hacerle el mal, maltratarla y mortificarla, y no lo hace, es reo de pecado, por haber jurado afligir su carne y reducirla a servidumbre, y no hacerlo. Y por el mismo juramento también decidió hacer el bien al espíritu. Porque haciéndole el mal a la carne, se beneficia al espíritu. Por ende, si alguien jura eso y no lo hace, se hace reo de pecado. ¿Pero quieres saber por qué no se puede hacer el bien a uno sin hacer el mal al otro? Escucha también al mismo Señor diciendo: “Yo doy la muerte y la vida” (Dt 32,39). ¿A quién Dios da muerte? Ciertamente a la carne. ¿Y a quién da la vida? Sin duda, al espíritu. Y en lo que sigue dice de nuevo: “Yo golpearé y (yo) sanaré” (Dt 32,39). ¿A quién golpeará? A la carne. ¿A quién sanará? Al espíritu. ¿Para qué sirven estas (palabras)? Para que estés “mortificado en la carne, (y) vivificado en el espíritu” (cf. 1 P 3,18); no sea que con tu espíritu sirvas la Ley de Dios, pero si la carne no estuviera mortificada, también (sirvas) a la ley del pecado (cf. Rm 7,25)». Y en las Homilías sobre el libro de los Números afirma: «Según nos enseñan las Escrituras, hay una cierta muerte enemiga de Cristo y otra amiga de Él. No se trata, en efecto, de aquella muerte enemiga de Cristo, de la que se dice: “El último enemigo en ser destruido será la muerte” (1 Co 15,26), que es el diablo, sino de aquella muerte en la que conmorimos con Él, para que también con Él vivamos, de cuya muerte dice Dios: “Yo mataré y haré vivir” (Dt 32,29). Porque mata para que conmuramos con Cristo; y hace vivir para que merezcamos ser vivificados con Cristo» (XII,3.3).

«Lo que está escrito: “Yo mataré y haré vivir, conduciré al infierno y sacaré de él” (cf. Dt 32,39; 1 S 2,6), no sé si se referirá a todos en general o solo a aquellos a los que la seducción del diablo condujo a la muerte» (XIX,4.5)

«Siempre vemos trabajar a Dios y no hay sábado en el que Dios no trabaje, en el que no haga salir el sol sobre buenos y malos (cf. Mt 5,45) y haga llover sobre justos e injustos; en el que no produzca heno en los montes y hierba para el servicio de los hombres (cf. Sal 146 [147],8); en el que no golpee y cure (cf. Jb 5,18), hunda en el abismo y saque de él (cf. Dt 32,39), en el cual no mate y haga vivir (cf. 1 S 2,6). De donde el Señor en los Evangelios, cuando los judíos le acusaban de trabajar y curar en el sábado, les responde: “Mi Padre hasta ahora trabaja, yo también trabajo” (Jn 5,17), mostrando por (medio de) esto que en ningún sábado de este mundo descansa Dios de la dispensación de las cosas del mundo y de las provisiones para el género humano. Porque hizo desde el comienzo las criaturas y produjo las sustancias, cuantas Él como creador sabía que podían bastar para la perfección del mundo, hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20), no cesa de proveerlas y dispensarlas» (XXIII,4.3).

[3] O: madrugo hacia Dios.

[4] O: defensor (boethos).

[5] Lit.: con (o: en) la muerte de ellos.

[6] La LXX lee: lo ultrajaron con su boca.

[7] O: irregular, desigual.

[8] O: ni creyeron.