OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (807)
Jesucristo y los fariseos
1517
Alemania
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía V sobre el Salmo 77 (78)[1]
Introducción
Como prolegomeno a su quinta homilía sobre el salmo 77, Orígenes nos ofrece una enseñanza sobre el tema del deseo (§ 1.1).
La actitud del pueblo de Israel en el desierto, su insaciable deseo de comida carnal, fue sancionada por Dios por medio de un poderoso remedio de purificación (§ 1.2).
Orígenes a continuación se plantea por qué solo en una ocasión la ira de Dios se suscitó contra el pueblo murmurador (§ 2.1).
Necesitamos los alimentos para el cuerpo para no desfallecer. Pero no debemos dejar que esta necesidad se convierta en un absoluto en nuestras vidas. Es decir, debemos alimentarnos por necesidad no por un mero deseo (§ 2.2).
Mientras nos mantengamos en oración, es decir en relación de fe con Dios, no caemos bajo su ira. Pero si pecamos la cólera divina se alza contra nosotros (§ 3.1).
La ira de Dios no es una pasión, sino una locución que utiliza la Sagrada Escritura para indicar el castigo en que incurrió el pueblo por sus erradas decisiones y sus malos deseos (§ 3.2).
Al tratar el versículo que habla sobre la muerte de los más robustos, Orígenes advierte un error textual en algunos manuscritos de la LXX, y propone la lectura correcta (§ 3.3).
Texto
El deseo
1.1. Entonces el pueblo experimentó el deseo en el desierto y despreció el pan celestial de Dios, mientras elogiaba los alimentos egipcios y decía del maná decía que era un alimento miserable (cf. Nm 21,5). Dios les mandó las codornices (cf. Ex 16,13; Nm 11,31), amenazándolos de hacérselas comer no en un solo día, ni siquiera en dos o cinco, sino hasta que sintieran náuseas y el alimento de la carne les saliera fuera de sus narices (cf. Nm 11,20). Porque Dios que es filántropo quería purificar el alma del deseo. Pero el deseo no es eliminado y expulsado en el momento en el cual uno siente necesidad de alguna cosa; en cambio, cuando toma lo que le apetece, se libera del deseo. Algo similar nos sucede también a nosotros: mientras somos malvados, experimentamos deseo de algunos alimentos, como gustosos, como deseables, pero después de haber gozado por varios días de aquellos alimentos que eran el objeto de nuestro deseo, nos liberamos de este deseo. En efecto, de todo hay saciedad, no solo del sueño[2], sino que también de los alimentos hay saciedad.
La purificación del deseo
1.2. Considera, por consiguiente, el designo providencial de Dios: viendo un pueblo encendido por el deseo y queriendo purificarlo de este, Él vio que no podría ser purificado con un discurso de enseñanza, pero que lo sería con un deseo transformado en náuseas, de modo que les mandó el objeto de sus deseos. Sabía que, si lo hubieran obtenido por un solo día, habrían continuado a desearlo, pero también con solo dos días habrían mantenido su impulso e incluso si hubieran gozado por más días, si los apartase del objeto de su deseo, habrían mantenido todavía este deseo. De modo que les mando en abundancia aquello que deseaban durante treinta días (cf. Nm 11,19-20). Atrapados en su deseo, ellos comieron y se saciaron; pero comieron a tal punto, por su deseo insaciable, que ello les procuró náuseas (cf. Nm 11,20). Entonces sucedió lo siguiente: ellos murieron y su alma fue purificada del deseo, porque Dios había previsto purificarlos mediante un medio fuerte de purificación.
Sobre la ira de Dios
2.1. Sin embargo, llegados a este pasaje, comparando realidades espirituales con realidades espirituales (cf. 1 Co 2,13), he encontrado que el pueblo se alimentó de codornices en dos ocasiones: la primera vez enseguida después que salió de la tierra de Egipto (cf. Ex 16,13); la segunda vez, cómo está escrito en [el libro de] los Números, cuando despreciaron el pan de Dios y lo definieron como un alimento miserable (cf. Nm 11,31-32; 21,5). ¿Por qué motivo, entonces, cuando comieron las codornices la primera vez, ninguna ira alzó sobre ellos (cf. Sal 77 [78],31), sino que sucedió la segunda vez? Indagando por mi cuenta y queriendo descubrir y recibir de parte de Dios, he llegado a estas reflexiones.
Necesitamos los alimentos corpóreos y también los espirituales
2.2. Todo ser humano se sirve de algunos alimentos corpóreos, a veces por necesidad, a veces sin necesidad: por necesidad, cuando [esto] se da en relación a las cosas mejores; sin necesidad, cuando rechaza las cosas mejores y se hace una sola cosa con las realidades corpóreas. Ahora bien, esto parece que lo señalan los dos pasajes que contienen la narración sobre las codornices. Porque la primera vez ellos se alimentaron con las codornices sin hablar mal del pan de Dios, sino que comieron las codornices mientras tenían el maná, sin despreciarlo para [poder] comer las carnes. También nosotros experimentamos algo semejante en medio de las realidades corpóreas mientras vamos tras aquellas espirituales: por así decirlo, comemos el maná y nos alimentamos también con las codornices que Dios nos da por necesidad, no por deseo. Cuando no vamos tras las realidades espirituales, nos hacemos una sola cosa con los deseos malvados, hablando mal del maná y rechazando las realidades divinas, entonces llega a nosotros el deseo. Por tanto, no sobre lo que sucedió en primer término, sino sobre lo que acaeció en segundo lugar está escrito: “Mientras la comida estaba todavía en su boca, he aquí que la ira de Dios subió contra ellos” (Sal 77 [78],30-31).
“La ira de Dios subió”
3.1. Al mismo tiempo me pregunto también sobre las palabras: “La ira de Dios subió contra ellos” (Sal 77 [78],31). ¿Acaso manifiestan un sentido místico? Mientras un hombre no peca, orando para ser un hombre de Dios, la ira está ubicada abajo. Pero si peca, él queda abajo, mientras la ira se eleva contra él. “La ira de Dios subió contra ellos”, como si hubiera estado, en un cierto sentido, abajo.
“Mató a los más robustos”
3.2. Sobre la ira de Dios, quien está en condiciones de hacerlo examine en primer lugar cuanto está escrito en el libro primero de los Paralipómenos (cf. 1 Cro 13,10; 27,24) y en el segundo libro de los Reyes (cf. 2 S 24,1), donde descubrirás cuál es la ira de Dios, aquella ira sobre la cual en el Éxodo está escrito que Dios la envió (cf. Ex 15,7). Porque nadie envía la pasión que está en su alma; pero si la ira se envía, se trata de otra cosa no de una pasión de Dios, sino de algo que puede ser enviado. Buscarás entonces cuál sea esta ira que es enviada, aquella ira sobre la que asimismo junto al Apóstol, para aquellos que lo pueden comprender, se dice: “Porque éramos por naturaleza hijos de la ira como también los demás” (Ef 2,3). Ahora bien, esta ira que se alzó contra ellos, “mató a los más robustos[3] de ellos” (Sal 77 [78],31). No ha dicho: “Mató al pueblo” o “mató a muchos del pueblo”, como piensan algunos de aquellos que comprendido mal la palabra “a los más robustos” y la han modificado con: “Mató a la mayor parte de ellos”, en vez de: “Mató a los más robustos de ellos”.
Una corrección del texto bíblico
3.3. En primer término, queremos persuadir al oyente que el ejemplar que trae las palabras: “Mató a la mayor parte de ellos”, está errado. En efecto, en primer lugar, las otras ediciones no presentan nada semejante a: “la mayor parte”, sino “los más robustos de ellos”, y también el texto hebreo trae esto. Además, si hubiera estado escrito “la mayor parte”, [ustedes] no podrían comprender el sentido de las palabras: “De la tierra de Egipto salieron seiscientos cincuenta y tres mil quinientos” (Nm 1,46). Por consiguiente, si “mató la mayor parte de ellos”, es evidente que quedaron en un número inferior. En consecuencia, el texto no es “mató la mayor parte de ellos”, sino “los más robustos de ellos”. Tal vez, no fue el pueblo que pecó con aquella falta: “Ellos desearon un deseo en el desierto” (cf. Nm 11,4); pero algunos pecaron, quien más quien menos, algunos tal vez ni siquiera pecaron. Por tanto, aquellos que pecaron se hicieron robustos a causa de la carne y acogieron el pecado. Por eso está escrito que mató no a los magros de entre ellos o a los más débiles entre ellos, sino a “los más robustos de ellos”, aquellos que en su carne mostraban las huellas de lo que habían deseado.
[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 310-331 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 409-419 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.
[2] Cf. Homero, Ilíada, 13,636: “De todo llega el hombre a saciarse: del sueño…”.
[3] Lit.: cebado, gordo, grasoso (pios). Opto por traducir: robustos u opulentos.