OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (805)
Jesucristo les da su cuerpo y su sangre a los apóstoles
1485
Liturgia de las Horas
Bourges, Francia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía IV sobre el Salmo 77 (78)
Introducción
La salida de Egipto, el éxodo de “la tierra maldita”, simboliza un cambio de vida. Es pasar de la carne a las obras del Espíritu Santo (§ 8.1).
Es Dios, y solo Él, quien puede arrancarnos de las puertas de la muerte para que proclamemos sus alabanzas (§ 8.2).
Las puertas de la muerte y los accesos a ellas son todos los vicios enumerados por el apóstol Pablo en su carta a los gálatas. Para no entrar por ellos debemos ponernos bajo la protección del Señor, que le prometió a san Pedro que las puertas del infierno no prevalecerían sobre la Iglesia (§ 8.3).
Al concluir, pero como se verá no de modo definitivo, su explicación sobre el maná que Dios envió desde el cielo, Orígenes subraya que son las virtudes las que nos abren las puertas del cielo (§ 8.4-5).
Mediante el recurso al texto de Hb 4,14, Orígenes presenta “la idea de la anábasis del justo a través de los cielos siguiendo a Jesús[1]” (§ 9.1).
La Palabra, el Verbo, se adapta a las condiciones de cada persona y le regala un alimento que satisface sus requerimientos (§ 9.2).
Texto
Las obras del Espíritu
8.1. El que no peca el desierto, abandonando Egipto, ya no come el pan de la tierra, no toma más el alimento de la tierra maldita. En cambio, mira de dónde es alimentado dice, en efecto, [la Escritura]: “Él mandó a las nubes desde lo alto” (Sal 77 [78],23). Si vives rectamente, el Señor declara que abrirá para ti el buen tesoro del cielo. Aquellos que escuchan estas palabras que se provean de alas, que se eleven, no estamos más en la carne, existimos en el espíritu. Pues “los que están en la carne, no pueden agradar a Dios” (Rm 8,8). Realicen obras tales que el Espíritu les diga: “Ustedes no están en la carne, sino en el Espíritu, desde el momento que el Espíritu de Dios habita en ustedes” (Rm 8,9).
Dios nos saca de las puertas de la muerte
8.2. “Y abrió las puertas del cielo” (Sal 77 [78],23): estoy convencido que esto es imposible, si se lo toma según la letra. Dios, cuando creó este cielo, no le hizo puertas para que el cielo se abriera o se cerrara. Pero estas palabras son verdaderas según la interpretación tropológica. Si busco las puertas del cielo, descubro cuáles son las puertas del cielo. Tengo una primera puerta en aquel que ha dicho: “Yo soy la puerta” (Jn 10,9). Encuentro de manera semejante otra puerta, pues la otra puerta es el Espíritu Santo. Por tanto, son estas las puertas del cielo que se abren. También podemos ver otras puertas: las virtudes, en efecto, son las puertas del cielo; en cambio, los vicios son las puertas de la muerte. Dice [la Escritura]: “Él me saca[2] de las puertas de la muerte, para que proclame todas sus alabanzas en las puertas de la hija de Sión” (Sal 9,14-15). No puedes llegar a la a las puertas de la hija de Sion y proclamar todas las alabanzas de Dios, si no eres arrancado de las puertas de la muerte por obra de Dios.
Puertas de muerte
8.3. ¿Cuáles son, entonces, en primer lugar, las puertas de la muerte y cuáles los ingresos a las puertas? La fornicación, la idolatría, la incredulidad, la avaricia, la vanagloria, en una palabra, las obras de la carne, sobre las cuales el Apóstol dice: “Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, arrebatos de ira, rivalidades, divisiones, envidias, borracheras, orgías” (Ga 5,19-21), todas estas son las puertas y los ingresos de la muerte. Éstas son también las puertas del infierno[3], las cuales no prevalecen sobre Pedro y sobre los que son semejantes a él según lo dicho: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra fundaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella” (Mt 16,18). Estas puertas son puertas vivientes: porque las potestades adversas prevalecen sobre algunos, pero no prevalecerán sobre Pedro.
“Las puertas de la vida”
8.4. Puesto que has visto, gracias a la demostración de la Palabra, las puertas y los ingresos de la muerte y también aquellos del hades, álzate hacia aquellos contrarios a estos y verás que las virtudes mismas son las puertas del cielo, “las puertas de la hija de Sión” (Sal 9,15), las puertas de la vida, las puertas de la justicia, como dice la Escritura: “Ábrame las puertas de la justicia: entraré por ellas y confesaré[4] al Señor” (Sal 117 [118],19). Sea con la primera interpretación, sea con la segunda, sea con otra más profunda, es posible pronunciar también las palabras del salmo: “Alcen las puertas, oh príncipes de ustedes, que se levanten las puertas eternas y entrará el rey de la gloria” (Sal 23 [24],7).
8.5. Sea esto dicho sobre[5]: “Abrió las puertas del cielo y les hizo llover maná para comer” (Sal 77 [78],23-24).
Jesús atravesó los cielos
9.1. Sin embargo, no omitamos examinar también la palabra “cielo” en singular: “Dios abrió las puertas del cielo” (Sal 77 [78],23). Cuando conocían parcialmente y profetizaban parcialmente (cf. 1 Co 13,9), las otras puertas del resto de los cielos no estaban todavía abiertas para ellos; pero será necesario que aquel que pasa a través de los ingresos del primer cielo, después de ser educado en el primer cielo, llegue asimismo a las puertas están más arriba del primer cielo y así, siguiendo a Jesús, que ha atravesado todos los cielos (cf. Hb 4,14), llegue junto a Dios, Padre del universo como es propio de aquel que sigue a Cristo llegar junto a Dios.
La Palabra se adapta a todas las condiciones humanas
9.2. “Hizo llover sobre ellos el maná como alimento” (Sal 77 [78],24). Dios ha dado a su pueblo sin fatiga[6] un pan del cielo que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos” (Sb 16,20). Esta naturaleza del Verbo que alimentaba el alma “se transformaba en aquello que cada uno deseaba” (cf. Sb 16,21), cambiando según la capacidad de aquel que era alimentado. Si el Verbo alimenta a un niño, se hace leche (cf. 1 Co 3,2); si nutre a un alma enferma, pues el enfermo se alimenta de legumbres, el Verbo se hace una legumbre (cf. Rm 14,2); si es un perfecto, sobre quien está escrito: “El alimento sólido es de los perfectos” (Hb 5,14), el Verbo se hace un alimento sólido[7]. Por tanto, el maná que Dios hizo llover es todo esto.
[1] Origene, p. 294, nota 20.
[2] O: “me levanta”.
[3] Lit.: hades.
[4] O: daré gracias.
[5] Lit.: por medio [de las palabras].
[6] O: sin cesar (akopiastos).
[7] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, VII,8: «No te asombres de que el Verbo de Dios sea llamado también carne y pan (cf. Jn 1,14; 6,51), leche y legumbres, y que sea llamado con diversos nombres (cf. 1 P 2,2; Rm 14,2; Hb 5,14) según la capacidad de los creyentes o la posibilidad de los que le reciben… En este tiempo, cuando todavía estamos en el principio, no podemos comer la carne del Verbo, esto es, no somos todavía capaces de una perfecta y consumada doctrina. Pero después de largos ejercicios, después de un gran progreso, cuando ya estamos próximos al atardecer y casi tocamos el mismo fin de la perfección, entonces podemos ser capaces de un alimento más sólido y perfecto (cf. Hb 5,14). Por tanto, corramos ahora a recibir el maná celestial; porque este maná, toma el sabor, en la boca de cada uno, que Él quiere. Escucha, en efecto, al Señor que dice a los que se acercan a Él: “Que se haga en ti según tu fe” (cf. Mt 8,13). Y tú, por tanto, si recibes la Palabra de Dios, que es predicada en la iglesia, con toda fe y toda devoción, esta misma Palabra se convertirá para ti en todo lo que deseas. Por ejemplo, si estás atribulado, te consolará diciendo: “Dios no desprecia un corazón contrito y humillado” (Sal 50 [51],19). Si gozas por la esperanza futura, te aumenta el gozo diciendo: “Alégrense en el Señor y exulten los justos” (Sal 31 [32],11). Si estás airado, te tranquiliza diciendo: “Abandona la ira y deja la indignación” (Sal 36 [37],8). Si estás sufriendo, te cura: “El Señor cura todas tus enfermedades” (cf. Sal 102 [103],3). Si te consume la pobreza, te consuela diciendo: “El Señor levanta del suelo al pobre y saca al pobre del estercolero” (Sal 112 [113],7). Así, entonces, el maná de la Palabra de Dios toma en tu boca el sabor que tú deseas».