OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (804)

Jesucristo ofrece pan a los apóstoles, símbolo de su cuerpo,

mientras Judas abandona el recinto

1476

Turín, Italia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 77 (78)

Introducción

El alma necesita alimentarse con un alimento espiritual: la Palabra de Dios. Sin este alimento su vida en Dios corre el peligro de extinguirse (§ 6.1). 

Origen pone de manifiesto que la vida del alma humana peculiar, diferente, pues está llamada a la eternidad. Pero a causa de sus faltas puede encontrar la muerte (§ 6.2). 

Para evitar esa muerte, la que es por toda la eternidad, todo ser humano, toda persona, debe alimentarse con la comida espiritual que confiere vida eterna, al alma humana (§ 6.3).

El alimento propio de los ángeles es la Palabra. Pero si no se procuran este alimento, sino que lo rechazan, son arrojados a las tinieblas hasta el día del gran juicio (§ 6.4). 

La inmortalidad es un atributo que solo posee el Dios del universo. Por tanto, Él no necesita alimento material. En cambio, el ser humano no puede sobrevivir si desprecia su alimentación (§ 7.1).

Las delicias verdaderas del ser humano son las espirituales, las que nos provee la muy deliciosa Sagrada Escritura. Sin embargo, nosotros, después del pecado, ya no comemos el alimento del cielo, sino el de la tierra (§ 7.2). 

Texto 

El alimento para el alma

6.1. Mi discurso tiene la audacia de decir algo sobre los alimentos, si, en efecto tiene la audacia de decir oportunamente cosas semejantes delante de un tal auditorio. Pero que tenga la audacia o no la tenga, que lo diga y lo juzgue [el auditorio]. La Palabra de Dios, así pues, sabe que aquel que se alimenta se procura vida, al punto que, si por caso no se alimentase, sería privado de la vida. Por consiguiente, desde el punto de vista del cuerpo, se admite que un hombre al alimentarse se procura vida, mientras que, si descuida el alimento y no se lo procura de ninguna manera, muere de hambre. Ahora bien, los simples crean incluso que esta muerte por hambre no le suceda al justo, porque está escrito: “El Señor no hará morir de hambre al alma justa” (Pr 10,3). Pero quien conoce las cosas de Dios sabe bien que para el alma hay otro alimento; y el alma, en virtud de su propia razón de ser, está sujeta a una muerte diversa de aquella común. 

El alma que peca 

6.2. Algunos han comprendido mal esto a causa de las palabras: “El alma que peca, esta morirá” (Ez 18,4); y han retenido que el alma del hombre será reducida por completo a la nada, sin comprender que toda alma en cuanto racional, lo quiera o no, vive siempre de la vida común [de todas las almas], es decir, una vida diversa de aquella con la cual se da toda vida. En efecto, muchas almas han muerto: “El alma que peca, esta morirá”. 

El alma que no se alimenta

6.3. Ahora bien, dado que, como lo he dicho, el alma es mortal en virtud de la razón, para no morir toma alimento, de modo que el alimento impide que la muerte enemiga de la vida tome posesión del alma. Mientras te alimentas, la muerte no puede apoderarse de ti; pero cuando te privas del alimento entonces mueres. Porque, cuando no te alimentas, pecas; pero pecando mueres según cuánto está dicho: “El alma que peca, esta morirá”.

Los ángeles se alimentan con la Palabra 

6.4. Alguien, escuchando estas palabras, dirá: ¿Entonces, también los ángeles, dado que se alimentan, tienen un alimento que procura la vida, de modo que morirían si no se alimentaran? Que mi discurso pueda establecer, pueda demostrar y decir que, si realmente “los ángeles que no conservaron su dignidad, sino que dejaron su propia morada, Dios los tiene con cadenas eternas, en las tinieblas, para el juicio del gran día” (Judas 6), es evidente que también ellos son susceptibles de morir a consecuencia del pecado. Pero sobre el hecho de pecar, si desprecian el alimento, y para ellos el alimento es igualmente la Palabra viviente, que ha dicho: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo” (Jn 6,51). Y así entonces di que ciertamente toda potestad tiene la vida que se procura.

Solo Dios es inmortal 

7.1. Es suficiente para mí, llegando a este punto, dejar que el oyente, si es inteligente y ha oído un discurso sabio y lo ha alabado, agregue él mismo algo a estas [palabras]. Ahora bien, diciendo algo semejante, el Apóstol afirma en un pasaje, hablando como siempre en manera admirable sobre Dios: “El único que posee la inmortalidad” (1 Tm 6,16). De esta forma muestra que solo la vida del Dios del universo no es susceptible de ser procurada, y que para la vida de Dios no sucede nada de lo que ocurre en la vida de aquellos que se la procuran. Por tanto, si solo Dios posee la inmortalidad, todos los demás seres se apresuran a procurarse la vida, persuadidos que, si descuidan el alimento, también descuidan la vida y morirán. Algo semejante [hallamos] en las palabras: “Fui joven y he aquí que he envejecido; sin embargo, no he visto a un justo abandonado ni a su descendencia en búsqueda de pan. Todo el día muestra misericordia y presta, y su descendencia será bendita” (Sal 36 [37],25-26). Se relacionan con esto también las palabras: “El Señor no hará morir de hambre a un alma justa” (Pr 10,3); y: “El justo al comer llena el alma, pero el alma de los impíos permanece en la indigencia” (Pr 13,25 LXX). 

El alimento delicioso

7.2. Por tanto, el justo se alimenta siempre y no hay ningún momento en el que descuide deleitarse, porque observa también el precepto que dice: “Ten tus delicias en el señor” (Sal 36 [37],4); y se nutre verdaderamente para su propia delicia. Quien ha gustado un alimento espiritual, sabe, en efecto, cuál es la delicia del alma. Considera una exégesis de la Ley, comprende una explicación de los profetas, considera la explicación de una palabra evangélica, comprende al Apóstol que te ilumina con la explicación de la Escritura, y te darás cuenta que una tal delicia, aquella delicia en la que Dios quiere que nosotros nos deleitemos, es contraria a la delicia del cuerpo. Por eso también Dios, después de haber creado al hombre, lo puso en el jardín de las delicias (cf. Gn 2,8; 3,23-24). Por consiguiente, el hombre, después de haber pecado, no come más el alimento del cielo, sino el alimento de la tierra. Pues está escrito: “Sea maldita la tierra en tus obras, la comerás con dolor todos los días de tu vida; espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo; con el sudor de tu rostro comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste tomado” (Gn 3,17-19).