OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (803)

Dios da el maná al pueblo de Israel

1608

Biblia

París

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 77 (78)

Introducción 

La palabra de Dios se adapta a las condiciones diversas de los oyentes y a sus necesidades espirituales. Lo más importante para todo creyente es, por tanto, sentir hambre y sed de la palabra de vida (§ 4.1).

Nuestra vida presente está sometida a una lucha cotidiana contra el Maligno y sus secuaces. Para poder luchar adecuadamente es necesario aceptar las reglas establecidas y así poder sobrellevar el combate (§ 4.2).

Por medio del recurso a una comparación con los juegos gimnásticos, Orígenes presenta la necesidad de aceptar con buen ánimo “los golpes de Dios”. Y pide a los cristianos que, con frecuencia, todos los días, se alimenten con una comida espiritual (§ 4.3-4). 

El maná que recibió el pueblo de Dios en el desierto prefigura el maná celestial, que Jesucristo nos ha dado en la plenitud de los tiempos (§ 5.1).

El maná que Israel recibió era algo que la Sagrada Sscritura define de forma específica. Pero, ¿acaso es igual el alimento de los ángeles? (§ 5.2). 

“El reconocimiento del defectus litterae, la presencia en la Escritura de pasajes que están privados de un significado literal y tienen solo uno alegórico (troplogian gymnen), para estimular al lector al descubrir el sentido más profundo de la Palabra inspirada, está totalmente de acuerdo con los principios trazados por Orígenes en su Tratado de hermenéutica bíblica[1] (§ 5.3).

Texto 

El alimento del alma

4.1. Pero al escuchar esto, avergoncémonos y consideremos cuánto empeño nos damos por el cuerpo en el temor de pasar hambre. A menudo, incluso teniendo el alimento, queremos tener más y poseerlo de mejor cualidad, no solamente lo que es necesario, sino también para deleite y placer. Si la mayor parte de nosotros estamos en esta condición, podré decirme a mí mismo y a aquellos que sufren de esto, que no nos avergonzamos de tomarnos tanto cuidado por el alimento corporal, deseando nutrirnos con el alimento que entre todo es el mejor y alimentarnos al presente de aquello que es más sano, mientras no nos preocupamos de ninguna manera para que nuestra alma desventurada se alimente; en cambio, ella muere de hambre y nosotros no nos preocupamos. ¿Acaso el alma, cuando carece del pan vivo (cf. Jn 6,51), no muere de hambre cayendo los pecados? Cuando el atleta deja de alimentarse con el alimento adaptado al atleta, se debilita; y, una vez que se ha debilitado, cae vencido por su adversario; del mismo modo también el alma humana, cuando deja de alimentarse con los alimentos que son afines a su constitución y la fortalecen, necesariamente se debilita y, al debilitarse, será derrotada en la lucha[2].

Nuestro combate cristiano

4.2. ¿Acaso has olvidado que tu lucha no es con la sangre y la carne (cf. Ef 6,12)[3], sino con cuáles y cuán grandes y cuántos [adversarios]? “Con las dominaciones”, no algún subordinado, sino con los príncipes. “Con las potestades”, no con cualquiera de poca importancia, sino con aquellos que detentan el poder. “Con los dominadores”, no de una parte del mundo, sino aquellos que dominan [todo] el mundo, “los dominadores de estas tinieblas”. Cuando escuchas [estas palabras], ten todavía más temor, para aprender a nutrirte con los alimentos del atleta, pues tu lucha es también “contra los espíritus de maldad que están en los cielos” (Ef 6,12). Estás en la lucha, combate entonces. Nadie recibe la corona si no compite[4] según las reglas. También la alimentación del atleta, junto con los ejercicios, debe ser considerada como parte del entrenamiento conforme a las reglas.

La preparación física para competir

4.3. ¿Acaso no ves lo que se relata sobre aquellos juegos que son llamados “Los grandes juegos gimnásticos”? En estos intervienen, mandados por los jueces de la competencia, aquellos que inspeccionan a los atletas para verificar de qué modo se alimentan. Así ellos se presentan en los gimnasios y verifican si los ejercicios se realizan según la norma y el buen sentido, y así también se presentan ante los atletas cuándo comen. Y con sus recomendaciones sostienen aquellos que se alimentan, en cuanto que deberán combatir, y en el momento mismo en que comen les dicen: “Tú come bien, come egregiamente, tienes buenas esperanzas”. Y les dan recomendaciones[5] sobre el alimento. Por tanto, aquellos soportan los esfuerzos para recibir una corona corruptible -[esfuerzos] con el alimento, con los ejercicios, con los múltiples traslados y viajes-; y a menudo ellos, hombres barbados, son golpeados por sus entrenadores, y lo soportan y toleran los golpes sea sobre la espalda sea sobre el vientre[6]. 

Alimentarnos frecuentemente con los alimentos espirituales 

4.4. Pero tú que combates no quieres soportar los golpes que Dios te inflige con los castigos queriendo hacer de ti un atleta. Ni quieres someterte a la dieta del atleta, sino que a menudo transcurres todo un día sin alimentar tu alma. ¿Pero qué digo una jornada? Con frecuencia son dos, tres o cuatro días. Y como si no bastara todavía, a menudo transcurren seis o siete días, para que te alimentes al menos un día. Por consiguiente, si vienes a la casa del señor y tomas tu alimento espiritual, te impeles hacia tu salvación; pero no cada siete días, sino mediante un número más grande de días del Señor. Ahora bien, hay algunos que no obran así y no le dan importancia a permanecer sin alimento un año entero. Vienen para alimentarse solo en aquellos pocos días que se llaman las fiestas de Pascua. ¿Piensan acaso que estos puedan combatir, que puedan luchar contra los espíritus de la maldad (cf. Ef 6,12), desde el momento que olvidan sus alimentos a tal extremo? Porque no toman los alimentos que dan fuerza, no pueden tener fuerza[7].

Recibimos el maná celestial en “la plenitud de los tiempos” 

5.1. [He dicho] estas cosas sobre el maná celestial (cf. Sal 77 [78],24), para que tú no llames bienaventurados a aquellos de un tiempo, representándotelos masticando el maná, alimento de los ángeles, como si fuera un alimento que entra en la boca de los hombres. E incluso si esto sucediera de algún modo, según la economía [salvífica] de un tiempo, sin embargo, sucede a causa de nosotros, “para quienes ha llegado el fin de los tiempos” (1 Co 10,11). 

El maná de los ángeles 

5.2. Pero ya que el maná, es un hecho histórico, acaso al comentar [las palabras]: “El hombre comió pan de ángeles” (Sal 77 [78],25), ¿me atrevería a decir que aquel pan que los hombres comían, masticándolo con sus dientes, fuera el mismo que los ángeles de Dios comían en el cielo? ¿Y lo tenían también ellos, por así decir, como un ofrecimiento al igual que los israelitas, para que recogieran el maná y tuvieran una olla para cocinarlo (cf. Nm 11,8)? ¿Y la cualidad del maná era como una torta de miel (cf. Ex 16,31) incluso entre los ángeles? Y también entre las potestades celestiales, ¿el aspecto del maná era como “una fina semilla de cilantro”, como escarcha, y blanca sobre la tierra” (Ex 16,31)?

El alimento de Jesucristo 

5.3. ¿O no sabes que el Espíritu Santo ha mezclado a la historia la desnuda tropología para suscitar en el oyente, en peligro de caer totalmente presa de las realidades corpóreas y sensibles, una forma de despertarlo a las realidades espirituales y mejores? También los ángeles, por tanto, se alimentan en una forma espiritual, E igualmente los tronos, las dominaciones, los principados y las potestades, y no hay nada que esté privado de alimento. ¿Pero qué digo ángeles, tronos, dominaciones principados, potestades? Incluso mi señor Jesucristo el mismo se alimenta. Pero él lo admite y lo enseña diciendo: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado (Jn 4,34). 



[1] Origene, p. 284, nota 12. Cf. Orígenes, De principiis, IV,2,9: “La causa de las opiniones falsas y de las afirmaciones impías o aserciones ignorantes acerca de Dios, parece no ser otra cosa que el no entender la Escritura según su significado espiritual, sino la interpretación de ella conforme a la mera letra. Y. por lo tanto, a quienes creen que los libros sagrados no son composiciones de hombres, sino que fueron compuestos por inspiración del Espíritu Santo, conforme a la voluntad del Padre de todas las cosas por medio de Jesucristo, y que han llegado hasta nosotros, debemos señalar las formas (de interpretarlos) que nos parecen (correctas) a nosotros, que nos aferramos a la norma de la Iglesia celestial de Jesucristo según la sucesión de los Apóstoles”. Cf. ibid., IV,3,4.

[2] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XIV,4: «Múltiple y variada es la palabra nutritiva, pues no todos pueden alimentarse con la solidez de las divinas enseñanzas. Por eso, cuando Cristo quiere ofrecer alimento de atletas, propio para los más perfectos, dice: “El pan que yo voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6,51). Y un poco más adelante: “Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,53-57). Este “verdadero alimento” es la “carne” de Cristo, que existiendo como Verbo se hizo carne conforme a la expresión: “El Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Y también vive en nosotros cuando le comemos y bebemos». Y también: “La persona al nutrirse se robustece de distinto modo según sea la calidad del alimento: sólido y adecuado para atletas, o a base de leche y vegetales. Eso sucede con la palabra de Dios, que se da como leche y vegetales a niños y enfermos o como carne para los que combaten. Cada cual se nutre en la medida en que se dispone a sí mismo para recibir el poder de la palabra, pudiendo en grado distinto hacer cosas diferentes y viniendo a ser diferente clase de personas…” (ibid., XIV,9). Cf. Origene, pp. 278-279, nota 8.

[3] Las citas entre comillas son todas de este mismo pasaje paulino.

[4] Lit.: hubiese competido.

[5] Lit.: les gritan para incitar (ypophoveo).

[6] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, XVI,1: “En las luchas corporales suelen observarse ciertamente los grados y las diferencias de cada una de las clases, para que, por la cualidad del certamen, cada uno sea remunerado con el premio de la victoria. Por ejemplo, si la lucha es entre niños, si entre jóvenes, si entre hombres, para cada clase debe haber un reglamento a observar, lo que está permitido, lo que no está permitido, la regla de combate a guardar, y también después de esto la recompensa que merece la palma del vencedor, todo está igualmente asegurado por las leyes del combate”.

[7] C. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, X,3.5-6: «Díganme ustedes, que vienen a la iglesia sólo los días festivos: ¿(es) que los demás días no son festivos? ¿No son días del Señor? Los judíos observan (como) solemnes ciertos y raros días; y por eso les dice Dios: “No soporto sus novilunios, sábados y su día grande. Mi alma odia el ayuno, las ferias y sus días festivos” (Is 1,13-14). Dios, por tanto, odia a los que piensan que el día de fiesta del Señor sea un solo día. Los cristianos comen todos los días las carnes del cordero, es decir, cada día se alimentan de las carnes del Verbo. “Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Co 5,7); y, puesto que la ley de la Pascua (prescribe) que se coma al atardecer (cf. Ex 12,6 ss.; 16,8), por eso el Señor ha padecido en el atardecer del mundo, para que tú, que estás siempre en el atardecer, comas siempre las carnes del Verbo, hasta que llegue la mañana».