OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (800)
Jesús envía a los doce
Hacia 1470-1495
Antifonario
Milán, Italia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía III sobre el Salmo 77 (78)[1]
Introducción
Una lectura incorrecta de la narración del paso por el medio del mar del pueblo elegido puede conducirnos a pensar que son necesarios para nuestra fe los signos corpóreos. Sin embargo, el Señor Jesús nos enseña que debemos anhelar y pedir los signos y prodigios espirituales (§ 1.1).
Para nosotros, los cristianos, el paso del Mar Rojo significa la salvación, la liberación del poder del faraón y de los egipcios espirituales; es decir, del maligno y todas sus fuerzas de maldad y perdición para los seres humanos (§ 1.2).
Orígenes subraya la preminencia de los signos espirituales. Son ellos, en efecto, los que nos procuran grandes y provechosos beneficios, sobre todo si progresamos en el camino de la fe y en el seguimiento de Jesucristo (§ 1.3).
Existe un fuego espiritual que nos concede El Salvador. Es una iluminación para evitar que caigamos en las tinieblas del error y que incluso nos permite ver como de día en medio de la oscuridad (§ 2.1).
Gracias a nuestro Señor Jesucristo los cristianos no estamos sumergidos en las tinieblas. Al contrario, como pueblo de Dios gozamos de la luz verdadera que es el mismo Cristo Jesús (§ 2.2).
Texto
Signos corpóreos y signos espirituales
1.1. Cuando escuchan estas palabras y aprenden sobre el pueblo antiguo, cómo Dios “dividió el mar y lo hizo pasar, cómo levantó las aguas en forma de odre y los guió con la nube de día y toda la noche con la iluminación del fuego” (Sal 77 [78],13), los simples llaman bienaventurados a aquellos que vieron tales signos y prodigios, mientras piensan tener ellos menores ventajas que aquellos, porque no han visto semejantes prodigios. Pero todos nosotros debemos aprender que hay diferencias entre signos y prodigios: unos son signos y prodigios de naturaleza corpórea, otros son signos y prodigios de naturaleza espiritual. Cuanto el espíritu difiere del cuerpo, tanto más eficaces y más beneficiosos son los signos espirituales respecto a aquellos corpóreos. Por consiguiente, si por hipótesis Dios mismo se pronunciase y diese facultad de elegir aquello que uno quiere, como en un tiempo se la dio a David (cf. 2 S 24,11-12), y declare con nosotros diciendo: “Te concederé una de las dos cosas: o los signos espirituales según el lugar, o aquellos corpóreos”, el simple y sin fe, que no cree sino después de haber visto signos y prodigios, optará por aquellos corpóreos (cf. Jn 4,48); mientras que quien ha progresado y no cree en Dios en base a estos sin duda elegirá los signos espirituales.
El paso del Mar Rojo
1.2. En el presente pasaje, dice la escritura, Él “hendió[2] el mar y los hizo pasar” (Sal 77 [78],13). ¿Qué tiene de grandioso el hecho que Dios hienda el mar físico y me haga pasar caminando? Mas si, una vez que he conocido el mar de la vida y las olas que están en la vida, lo amargo y lo salado de las vicisitudes de la vida, después de haber sido beneficiado por Dios, conseguiré comprender de qué modo me persiguen no algún faraón corpóreo ni egipcios corpóreos y, comprendido esto, lograré escapar del faraón espiritual, ¿por qué otra cosa podré orar, sino que Dios hienda el mar de las vicisitudes de la vida y levante estas solas en forma de odre (cf. Sal 77 [78],13), y yo pueda atravesarlas todas mientras se transforman en un muro a mi derecha y a mi izquierda (cf. Ex 14,22)? Y desearé ver ahogarse a los egipcios que me persiguen, los egipcios espirituales, para que después de haber atravesado el Mar Rojo, gracias a Dios que lo abre para mí, pueda decir: “Canten al señor, Él ha sido grandemente glorificado: caballo y jinete -no aquellos corpóreos sino los espíritus de maldad (cf. Ef 6,12)-, Él los ha arrojado al mar” (Ex 15,1); para que yo pueda decir: “Él ha sido para mí un auxilio y un protector para la salvación” (Ex 15,2).
Los signos espirituales
1.3. Por tanto, si acaso tú lees sobre los signos y prodigios sea en el Antiguo Testamento, sea en la venida de Cristo, ten cuidado de no comportarte como aquel pueblo de corazón duro y pueblo corpóreo buscando de signos y prodigios, y preferir las cosas materiales y corpóreas a aquellas más grandes y espirituales. Los signos corpóreos no son nada frente a estos. Los primeros harán ciertamente de alguien que es incrédulo un fiel, pero lo segundos son tales de procurar los beneficios más grandes aquel que es fiel y ya ha progresado. Por consiguiente, también nosotros, si acaso nos encontramos frente al mar en medio de las persecuciones, las tribulaciones, los peligros, las angustias (cf. 2 Co 6,4), oremos para que Dios hienda el mar de estas realidades, nos haga atravesar sin ningún daño, reúna estas aguas sometidas a nosotros como un odre y nos “guíe con la nube de día y toda la noche con luz de fuego” (Sal 77 [78],14).
Luz y tinieblas
2.1. También sobre estas palabras es posible ofrecer una doble interpretación. En sentido corpóreo ha hablado de ser guiados de día “con una nube corpórea” (cf. Sal 77 [78],14), pero el alma no recibe provecho, porque no ha visto la luz verdadera. Mas si tú conoces una nube espiritual y mejor, la nube ligera sentado sobre la cual el Salvador, según la profecía, vendrá a Egipto (cf. Is 19,1), verás que el envío de parte de Dios de una tal nube nos guía y nos procura un gran beneficio, la salvación. También ahora la nube está presente y nos guía, si de verdad estamos en la luz del día, y esta nube nos protege, para que se cumpla sobre nosotros la bendición que dice: “De día el sol no te quemará, ni la luna de noche” (Sal 120 [121],6). Ella nos guía, incluso si en la iluminación del fuego nos golpean eventos tenebrosos[3] y difíciles. Porque resplandece el fuego inteligible, sobre el cual el Salvador ha dicho: “Fuego vine a echar sobre la tierra y ojalá ya ardiera” (Lc 12,49). Y cuando resplandece este fuego, somos guiados sin estar en las tinieblas; pero lo que circunda a otros es la oscuridad, en cambio, nosotros vemos como de día.
Estamos en la luz de Cristo
2.2. Por medio de este fuego espiritual[4], aquello que sucedió en Egipto, sucede también para el pueblo de Dios en camino. ¿Pero qué sucedió en Egipto? Una oscuridad muy densa envolvía a todos los egipcios y cada uno ni siquiera veía su propio vecino, mientras solo para el pueblo de Dios había luz en cualquier lugar que estuviera (cf. Ex 10,21-23). Entiende bien una cosa semejante: también si nosotros estamos en camino, y el mundo se ha oscurecido y está todo lleno de ignorancia, nosotros, en cambio, que luchamos contra los espíritus de la maldad y los dominadores del mundo de estas tinieblas (cf. Ef 6,12), no estamos en estas tinieblas, sino que estamos en la luz, por causa de la verdadera luz, Cristo Jesús, nuestro Señor.
[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 250-265 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 384-389 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.
[2] O: desgarró, rasgó.
[3] Skoteinos: oscuros, sombríos.
[4] Lit.: inteligible.