OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (799)
Jesús en la sinagoga
Hacia 1300-1307
Evangeliario
Gladzor, Armenia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 77 (78)
Introducción
Los hijos de Efraím, los que siguieron a Jeroboam, los herejes, son quienes dan la espalda en el día del combate. Y además hieren con sus arcos, es decir, con sus palabras mortíferas (§ 7.1-2).
Quienes propalan falsas doctrinas echan en saco roto la alianza con Dios. Y al no observar este sagrado pacto difunden falsas enseñanzas y falaces expectativas. Ellos están fuera de la Iglesia (§ 7.3).
Herejes y cismáticos no observan la Ley de Dios. En tanto que los judíos la guardan sólo “en figura”. En cambio, los cristianos, fieles a su Señor, conservan la ley de Cristo en sus corazones, en espíritu y en verdad (§ 7.4).
El olvido de la alianza que Dios hizo con su pueblo desemboca en la pérdida de la memoria de todo lo que Dios ha hecho por nosotros. En tanto que dejar de contemplar sus maravillas, nos conduce hacia el vacío a “la nada” (§ 7.5).
Son grandes maravillas de Dios en favor de los seres humanos: las dos mayores luminarias, los astros, las constelaciones. Todos ellos prestan grandes servicios a la entera humanidad (§ 7.6).
A continuación, Orígenes habla de las maravillas que sobre la tierra contemplamos. Y se detiene de manera particular en la semilla de trigo. Evocando así el milagro de la multiplicación de las espigas que nacen de una pequeña semilla; y también, por analogía, se refiere al gran milagro de la resurrección de los cuerpos (§ 7.7).
En polémica con los herejes que pretenden eliminar los libros del Antiguo Testamento, alegando que son cosas viejas y del pasado, Orígenes sostiene que no fue esa la enseñanza que nos legó Jesucristo. Además, el Salvador cita el Deuteronomio en su combate contra el Maligno (§ 7.8).
Dios ha actuado y sigue actuando a favor de su pueblo. Hoy realiza con sus fieles el mismo proceso de liberación que llevó a cabo con Israel en Egipto. Pero ahora lo hace por medio de su hijo, Jesucristo (§ 7.9).
Texto
Los que tensan el arco y disparan flechas
7.1. En el relato histórico[1] no encontramos que los hijos de Efraím, aquellos que estaban con Jeroboam, hayan tensado los arcos y arrojado flechas. Pero si consideras de qué modo las palabras de los heterodoxos son una flecha que hiere (cf. Jr 9,7), y comprendes también cuánto se ha dicho en el libro de los Salmos, verás que los hijos de Efraím son aquellos que tensan y disparan con arcos (cf. Sal 77 [78],9). “He aquí, que los pecadores han tensado el arco y han preparado fechas para asaetear en las tinieblas” (Sal 10 [11],2); porque, en la luz no pueden asaetear a “los rectos de corazón” (Sal 10 [11],2).
“Se dan vuelta”
7.2. “Ellos se dieron vuelta”. ¿Cuándo? “En el día de guerra” (Sal 77 [78],9). Ahora bien, “el día de guerra” es todo el día de este eón. Porque es un combate de no menor importancia en la vida, y especialmente en el día de guerra lo que es propio de la paz será suspendido en sus almas. Por consiguiente, entonces se dan vuelta, tensan el arco y disparan flechas.
Los herejes no respetan la alianza con Dios
7.3. Y “no guardaron la alianza con Dios” (Sal 77 [78],10): estos solos [son] los hijos de Efraím (Sal 77 [78],9), y son todos hijos de Efraín cuantos prestan atención a las doctrinas de fuera de la Iglesia, y estos “no guardaron su alianza”, sino que proceden por fuera del antiguo pacto, en virtud del cual nuestro Señor Jesucristo fue profetizado, como lo enseña Él mismo diciendo: “Si creyeran a Moisés, creerían en mí; pues él escribió sobre mí” (Jn 5,46)[2]. Él mismo lo enseña, cuando en la parábola del evangelio dice: “Tienen a Moisés y a los profetas. ¡Escúchenlos!” (Lc 16,29). Y el Evangelio ha venido según está escrito: “Por boca de los santos, desde antiguo profetas de Dios” (Lc 1,70).
La circuncisión del corazón
7.4. Por tanto, “los hijos de Efraím no guardaron la alianza de Dios” (Sal 77 [78],10): aquellos [que terminan] en los cismas, en las herejías. “Y no quisieron caminar en su ley” (Sal 77 [78],10). Nosotros caminamos en la ley de Dios, la ley verdadera y no aquella en figura. Que guarden los judíos la ley en figura, aunque ni siquiera a esta pueden observarla. ¿Dónde está su culto? Pero nosotros lo tenemos, “sabemos que la Ley de Dios es espiritual” (Rm 7,14), y caminamos en la Ley de Dios. Pues “no es judío aquel que lo es externamente, y la circuncisión del corazón es en espíritu no en la letra, y su alabanza no viene de los hombres sino de Dios” (Rm 2,28-29).
Las maravillas de Dios
7.5. “Y olvidaron de sus beneficios” (Sal 77 [78],11). Observa a los herejes y mira si no se adaptan con precisión a ellos las palabras: “Y se olvidaron de sus beneficios”, puesto que, mientras seamos hombres en el mundo, que gozan del cielo y de la tierra, mirando tan grandes espectáculos, hablamos mal del demiurgo y del cosmos, y nos volvemos hacia la nada, como dice el profeta refiriéndose a aquellos (cf. Os 7,16 LXX). En cambio, al contemplar las realidades visibles que “desde la creación del mundo son comprendidas por las criaturas” (Rm 1,20), deberíamos elevarnos desde ellas y decir: «Si estas cosas existen en el tiempo que pasa y es de breve duración, ¿cómo serán “las cosas que Dios preparó a los que le aman” (1 Co 2,9), las realidades eternas?». Por tanto, “se olvidaron de sus beneficios y de sus maravillas, que Él les había mostrado” (Sal 77 [78],11). Las maravillas de Dios no son solo aquellas contenidas en las Escrituras, sino también estas. Nosotros no nos maravillamos más a causa de la costumbre, cuando todas las maravillas son tales para el entendimiento que quiere contemplarlas[3].
La grandeza del firmamento y de los astros creados por Dios
7.6. ¿Acaso no es digno de admiración el hecho que el sol salga desde las regiones de oriente Y en doce horas llegue al occidente girando en torno a este cielo? ¿Acaso no es digno de admiración que la luna en su curso ya se aleje del sol, ya vaya a su encuentro, allí donde su fin es unirse con el sol y su inicio separarse de él, para que las dos luminarias separándose y uniéndose administren las plantas y los animales sobre la tierra? ¿Acaso no es digno de admiración el hecho que el sol regule la longitud de los días y de las noches, bien haciendo los días más largos, bien haciéndolos más breves? Los hace más breves en el tiempo en el que tenemos mayor necesidad del reposo nocturno, más largos en el tiempo en que podemos gozar de más luz, porque la luz es mayor en el período de las jornadas estivas. Por no hablar también sobre la constelación de la Osa, que ha sido fijada en el cielo para que los navegantes recorran el mar que carece de senderos, que carece de huellas, de caminos (cf. Sal 76 [77],20). Estos navegantes miren el cielo y reconociendo los astros ven de dónde y hacia dónde proceder, porque los astros muestran siempre cómo proceder. Y los expertos que han estudiado estas realidades de una forma más profunda están en condiciones de reconocer la mayor parte de las posiciones de los astros, pues todas estas cosas son maravillas de Dios
La semilla de una nueva realidad
7.7. Con mi exposición todavía no he descendido sobre la tierra, para escrutar también aquí las maravillas. Se siembra una semilla de trigo, y nace una espiga en medio de un gran número de mieses, y lo mismo sucede asimismo con otras semillas. ¿Acaso esto no es digno de admiración? Porque, si aún jamás lo hemos notado, nos decía alguien mostrándonos una semilla de trigo: “Mira esto, esta semilla llegará a brotar y se transformará en ciento, sesenta, treinta” (cf. Mt 13,8. 23); no creíamos que esta única semilla pudiera producir tantos granos. Pero, sin embargo, Dios muestra siempre sus maravillas, para que creamos también en la resurrección y no pensemos creer en cosas imposibles. Si alguien se pregunta: “¿Cómo son resucitados los muertos, con qué clase de cuerpo vienen?” (1 Co 15,35), el apóstol le responde y le dice: “Insensato, tú lo que siembras no será vivificado si no muere; y lo que siembras, no el cuerpo que llegará a ser siembras, sino un desnudo grano, quizá de trigo o de algún otro de los restantes [granos]. Pero Dios le da un cuerpo como Él quiere y a cada uno de las semillas les da [su] cuerpo propio” (1 Co 15,36-38).
El Evangelio no anula la Primera Alianza
7.8. Pero “los hijos de Efraím no observaron las maravillas que Él hizo ante sus padres” (Sal 77 [78],9-10. 12). Porque encontrarás que a propósito de la Ley y de la alianza [los herejes[4]] dicen: «“He aquí, que han llegado cosas nuevas, las antiguas han pasado” (2 Co 5,17). ¿Qué tengo que ver todavía con Moisés?». Y yo sé de uno de aquellos que en una ocasión escuchando leer el Deuteronomio en la iglesia dijo: “Esta es una sinagoga de judíos. Se hacen estas lecturas como si no existieran los evangelios”. Este tal no se dio cuenta que el Salvador y Señor ha recomendado con gran fuerza el Deuteronomio. Mientras combatía con el diablo, ¿acaso no ha pronunciado estas palabras tomándolas del Deuteronomio? “Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo rendirás culto” (Mt 4,10; Dt 6,13); y: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios vivirá el hombre” (Mt 4,4; Dt 8,3). Y también [las palabras]: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4,7; Dt 6,16) las ha tomado del Deuteronomio. Por tanto, mientras el Salvador confiere autoridad a las cosas antiguas y el Apóstol enseña que se debe quitar el velo y leer a rostro descubierto (cf. 2 Co 3,18), ¿acaso deberé eliminar las cosas antiguas?
Dios salva a su pueblo
7.9. Por consiguiente, yo recuerdo “las maravillas que Él hizo delante de los padres en la tierra de Egipto, y en la llanura de Tanis” (Sal 77 [78],12), y busco comprender Egipto, para ver los signos que suceden continuamente en Egipto. ¿Acaso Dios no libera al pueblo de la tierra de Egipto? ¿Acaso no dice: “Yo soy aquel que te ha sacado fuera de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud” (Ex 20,2)? ¿Acaso no libera las almas del horno de hierro (cf. Dt 4,20; Jr 11,4), el horno del pecado?, para conducirnos a través de muchas pruebas, a través de muchas maravillas, a través del pan del cielo (cf. Sal 77 [78],24), a través del agua que brota de la roca -pero la roca era Cristo (1 Co 10,4)- hacia la santa promesa, en Cristo Jesús, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
[1] Lit.: en la historia.
[2] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, IV,6: «La cruz de Cristo, cuya predicación parecía necedad (cf. 1 Co 1,18), y que está contenida en Moisés, esto es, en la Ley, como dice el Señor: “Sobre mí escribió él” (Jn 5,46), esta cruz, digo, sobre la que escribió Moisés, después de haber sido arrojada a la tierra, esto es, después de que vino para la confianza y la fe de los hombres, fue cambiada en sabiduría, y en una sabiduría tan grande que devoró toda la de los egipcios, esto es, la de este mundo. Considera, en efecto, cómo “ha hecho Dios necia la sabiduría de este mundo”, después de haber manifestado a “Cristo, que fue crucificado, y es poder de Dios y sabiduría de Dios” (cf. 1 Co 1,20. 23 ss.); y (cómo) el mundo entero ya ha sido abrazado por aquel que dijo: “Atraparé a los sabios en su astucia” (1 Co 3,19)». Y también, Homilías sobre el libro de los Números, XII,1.10: «Dijo el Señor a Moisés: “Reúne al pueblo, y les daré agua del pozo [dice el Señor]” (Nm 21,16). Se manda que Moisés congregue al pueblo, para que acuda al pozo y beba agua. Ahora bien, hemos mostrado repetidamente que Moisés debe entenderse como la Ley. Es, por consiguiente, la Ley de Dios la que te convoca para que acudas al pozo. ¿A qué pozo, sino a aquel, del que hemos dicho arriba, Jesucristo, Hijo de Dios, que subsiste por su propia sustancia, y que, sin embargo, es denominado, junto con el Padre y el Espíritu Santo, una fuente única de la divinidad? A este pozo, entonces, esto es, a la fe de Cristo, nos convoca la Ley; puesto que Él mismo dice: “Moisés escribió acerca de mí” (Jn 5,46). ¿Para qué nos convoca? Para que bebamos las aguas y le cantemos el cántico, esto es, para que con el corazón creamos para la justicia y con la boca confesemos para la salvación (cf. Rm 10,10)». Y de nuevo: «¿Cómo, en efecto, podría Moisés narrar las cosas que fueron hechas desde el principio del mundo o las que a su final habrán de suceder, a no ser por inspiración del Espíritu de Dios? ¿Cómo podría profetizar acerca de Cristo, a no ser que hablara el Espíritu Santo? Porque así también Cristo mismo le da testimonio y dice: “Si creyeran a Moisés, me creerían también a mí, puesto que de mí escribió él; pero si no creen en sus escritos, ¿cómo creerán en mis palabras?” (Jn 5,46-47). Consta, por consiguiente, que estas palabras han sido dichas por el Espíritu Santo, y por eso parece conveniente que sean comprendidas según la dignidad, más todavía, según la majestad del que habla» (Homilías sobre los Números, XXVI,3.2).
[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, VI,1: “El que dio la Ley, también dio el Evangelio; el que hizo las realidades visibles, hizo también las invisibles (cf. Col 1,16; 2 Co 4,18). Y las realidades visibles son semejantes a las invisibles, semejantes del mismo que las realidades invisibles de Dios, desde la creación del mundo, son percibidas claramente por la inteligencia gracias a las cosas creadas (cf. Rm 1,20). Las realidades visibles de la Ley y de los profetas son semejantes a las que no se ven, pero que se comprenden por la inteligencia en la Ley y en los profetas” (fragmento griego conservado en la Filocalia sobre las Escrituras 1,30; SCh 302, pp. 230 ss.).
[4] Es posible que se trate de los marcionitas, o de un cristiano influenciado por las críticas de estos al Antiguo Testamento (Origene, p. 244, nota 28).