OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (796)

La parábola de la semilla de mostaza

Siglo XVII

Biblia

Bolton, Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos 

Homilía II sobre el Salmo 77 (78)[1]

Introducción

El inicio de esta segunda vía sobre el salmo setenta y siete, orígenes comienza explicando los versículos nueve al diez. Compara este pasaje con lo sucedido en ocasión del cisma político-religioso de Israel (§ 1.1).

Orígenes considera que los causantes del cisma de Israel procedieron erróneamente, incluso aunque se acepte la dureza del gobierno de Roboam. El motivo de su afirmación se funda en los siguientes puntos: la alianza que Dios habría hecho con David; y la necesidad evitar la pérdida del templo y del altar. Por esto los levitas no se apartaron de las dos tribus que optaron por no unirse al cisma (§ 1.2).

La actitud de Roboam, su dureza, es tolerada por dos de las tribus de Israel. Este ejemplo, sostiene Orígenes, puede servirnos de ayuda para aceptar, en determinadas ocasiones la dureza de quien nos gobierna. En su exposición el Alejandrino “preanuncia con precisión un procedimiento hermenéutico que se desarrolla en dos momentos: primero, la interpretación literal, que da lugar a una enseñanza moral, útil para las costumbres; sucesivamente, la explicación anagógica, capaz de desvelar ‘los misterios divinos’ contenidos en el relato”[2] (§ 2.1). 

Al decir, los cristianos, que ya no tenemos parte con David, en realidad nos estamos separando de Cristo el nuevo David, y de su iglesia, que es por el apacentada y conducida (§ 2.2).

Para la vida de la Iglesia, para la comunidad de los seguidores de Cristo Jesús, es un grave daño el que provocan los cismáticos. Por eso Orígenes los califica como “hijos de Efraím”. Él sostiene que es muy grave el pecado de quienes dividen al pueblo de Dios (§ 2.3).

Texto

El cisma de Israel

1.1. Hay que considerar por qué motivo la Escritura presenta ahora el catálogo de los pecados, haciendo caer la transgresión no sobre todo el pueblo, si no solo sobre los hijos de Efraín. Afirma, en efecto: “Los hijos de Efraín, que tensaron el arco, se volvieron atrás el día del combate, no guardaron la alianza de Dios” (Sal 77 [78],9-10), aquella hecha con David. Roboam, hijo de Salomón, gobernó al pueblo con dureza, hasta que los hijos de Israel mandaron a pedir una mitigación, pero, dilatando la respuesta, primero pidió consejo a los ancianos y a aquellos que se habían criado con él. Los ancianos le aconsejaron mitigar la dureza hacia el pueblo, para que permaneciese dispuesto a ser gobernado por Roboam; pero los más jóvenes, diciéndole al rey las cosas que le agradaban, le aconsejaron hacer lo contrario (1 R 12,4-14; 2 Cro 10,4-11). Él sirviéndose de su consejo, respondió así aquellos que le habían sido enviados: “Mi pequeñez es más gruesa que los lomos de mi padre. Mi padre los corregía con azotes, pero yo los corregiré con escorpiones” (1 R 10,11; 2 Cro 10,10-11). Ante tal dureza diez tribus se separaron, teniendo como jefe suyo a Jeroboam, hijo de Nabat, que indujo Israel al error (cf. 1 R 22,53; 2 R 1,18).

Los levitas

1.2. Y al separarse decían: “Nosotros no tenemos parte con David, ni herencia en el hijo de Jesé” (1 R 12,16. 24). Por tanto, aquellos que rompieron la unidad del pueblo, en cuanto dependía de ellos, obraron mal, llegando a un cisma y apartándose de Jerusalén. Causa de este mal fue Roboam, que había gobernado mal al pueblo. En cambio, obraron bien aquellos que, aunque Roboam fuera muy duro, lo soportaron y permanecieron con él a causa de la alianza de Dios con David. Puesto que no dijeron también ellos: “Nosotros no tenemos parte con David, ni herencia en el hijo de Jesé” (1 R 12,16. 24). Por eso éstos también poseyeron el templo y el altar. Pero incluso los levitas, que estaban dispersos en las otras tribus de Israel, sin adherir al cisma, se agregaron a las dos tribus que habían manifestado su conformidad[3] con la dureza de Roboam (cf. 2 Cro 11,13-14). 

Un ejemplo que nos ayuda

2.1. Estas historias y estos discursos según las lecturas también pueden ayudarnos para nuestra conducta. Pero si conseguimos asimismo elevarnos [con la inteligencia] seremos capaces de enseñarles incluso los misterios divinos. Consideremos, entonces, en primer lugar, cómo esta historia sea útil para nuestra conducta. Tomemos el ejemplo de un hombre, un obispo muy duro, como en otro tiempo, en otros lugares, un padre con quienes le estaban sometidos; en consecuencia, si alguna vez sucediera que hubiera alguno así, los autores de la disensión imitan a las diez tribus y prefieren a Jeroboam, hijo de Nabat, “que indujo Israel al error” (cf. 1 R 22,53; 2 R 1,18). En cambio, los amantes de la paz soportan y toleran la dureza de Roboam, permaneciendo con él a causa de David, a causa de su estirpe, por causa de la sucesión, hasta que providencia divina lo cure o provea según su voluntad.

La separación de la Iglesia es apartarse de Cristo

2.2. Miren, entonces, cómo la historia puede ser útil según la letra. Si en ocasiones se han producido cismas en las Iglesias, algunos han nacido ciertamente con el pretexto de las faltas de Roboam. Quienes se ha separado lo han hecho después de haberse hecho a la idea de la dureza, y los que se han separado de la Iglesia, al separarse imitaron a aquel Jeroboam. Faltas de esta naturaleza provocan no solo cisma sino también herejías. Pero nosotros, como la tribu de Judá, como la tribu de Benjamín, no nos separemos de la Iglesia, no lleguemos a separarnos del pueblo, sino que manifestemos la paciencia de ellos, sabiendo que, si obramos con ánimo muy mezquino, por fuerza diremos lo que aquellos dijeron entonces: “Nosotros no tenemos parte con David, ni herencia en el hijo de Jesé” (1 R 12,16. 24). Pues quien dice: “Nosotros no tenemos parte con David”, en un tiempo pensaba hablar sobre David a aquel que era el hijo de Jesé. Ahora, en cambio, habla sobre Cristo, de quien está escrito: “Suscitaré para ellos a David, mi servidor, quien los apacentará” (Ez 34,23)[4]. Es sobre él que está escrito, es sobre él que afirma la profecía: “Brotará una rama de la raíz de Jesé y de su raíz crecerá una flor y sobre él se posará el espíritu de Dios, espíritu de sabiduría e inteligencia” (Is 11,1-2), y lo que sigue.

“Hijos de Efraím” 

2.3. Como se nos enseña a no fornicar, a no cometer adulterio, a no robar y todas las demás cosas que siempre nos enseñan en las iglesias para que rechacemos los pecados, así también aprendemos a nunca decir: “Nosotros no tenemos parte con David” (1 R 12,16. 24); aprendemos a nunca llegar a un cisma. Porque en la alternativa entre uno que se considera pecador, pero no provoca un cisma, y uno que no es pecador, pero provoca un cisma, es mucho mejor estar con aquel que es más pecador que con aquel que por su idea de justicia se separa y divide al pueblo de Dios. Observa cómo la Escritura hace recaer todos los pecados del pueblo sobre los hijos de Efraím (cf. Sal 77 [78],9) a causa de Jeroboam, y cómo llama “hijos de Efraím” a todos los que pecaron a causa de Jeroboam. Y cómo llamamos “hijos de Abraham” a quienes obran rectamente, pues nos lo ha enseñado el Salvador (cf. Jn 8,39); y así diremos que son Jeroboam e hijos de Efraím todos los cismáticos, aquellos que pecan, los que se han olvidado de los mandamientos del Señor y de sus grandes obras.


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 208-247 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 367-383 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] Origene, p. 211, nota 2.

[3] Lit.: en omonoia: en concordia.

[4] El texto de la LXX dice: “Y suscitaré para ellos un pastor y los apacentará, mi servidor David”.