OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (793)

La Ssma. Trinidad

Siglo XV

Liturgia de las Horas

Milán, Italia

 

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 77 (78)

Introducción

La Ley que el Señor dio a su pueblo por medio de Moisés, se modifica con la venida de Cristo. Él, e efecto, ha instituido una nueva Ley, más conveniente para los que provienen de la gentilidad (§ 3.1).

Orígenes, en polémica antijudía, sostiene “la imposibilidad de celebrar las fiestas religiosas según las normas de la Ley, como asimismo aquellas puniciones previstas por la legislación del Antiguo Testamento, pues los judíos deben estar sometidos a la autoridad del estado romano…”[1] (§ 3.2).

Además, los pasajes del profeta Jeremías, que cita el Alejandrino, no se deben leer en clave escatológica, sino cumplidos en la Iglesia. Y el amor en todo momento debe detentar la primacía absoluta (§ 3.3)[2].

Lo que se dice al inicio del salmo setenta y siete, es Cristo quien lo afirma, y está dirigido a los cristianos, que son su pueblo. Y estos ya no cumplen la Ley de Moisés literalmente, pues “han pasado las cosas antiguas” (§ 4.1).

En consonancia con lo afirmado antes, Orígenes sostiene que el cristiano debe ayunar no al modo judaico, sino según la enseñanza del Señor Jesús. Seguir al modo en que lo dispone la Ley de la Antigua Alianza, conlleva perder la presencia del Esposo, de Cristo (§ 4.2).

La conclusión de la explicación de la primera parte del versículo primero del presente salmo, es Cristo. En efecto, Él es la plenitud de la ley veterotestamentaria, la ley de Cristo lleva a su culminación, a su más alta perfección, la ley de Moisés (§ 4.3).

Texto 

Cristo ha instituido leyes convenientes para los gentiles

3.1. Escuchemos, según la letra, las palabras: “Atiende, pueblo mío, a mi Ley” (Sal 77 [78],1). “Establece para ellos un legislador, reconozcan los pueblos que son hombres” (Sal 9,21 LXX). Por tanto, en el salmo nueve el Espíritu que está en el profeta ora, estando [todavía] la Ley de Moisés, para que Dios suscite un legislador para los gentiles. Nuestro Salvador, en efecto, no habría venido al mundo para someterse a la Ley del servidor. Pues si se hubiera mantenido la Ley del servidor y esta hubiera sido suficiente, sobre la que está escrito: “Acuérdate de la Ley de Moisés, mi siervo” (Ml 3,24 LXX[3]), ¿qué necesidad habría para la venida de Cristo? Ya tengo una legislación, actúo en base a ella, no necesito otra legislación. Ahora bien, el Dios y Padre del universo, viendo la conveniencia de los tiempos, que requerían un cambio de las legislaciones y de las situaciones, dio entonces inicio a la legislación por medio de Moisés, pero con Moisés señaló la venida de Cristo e instituyó para aquellos que provienen de los gentiles otras leyes más provechosas, esto también lo había hecho antes.

La salvación de Dios no se limitó exclusivamente al pueblo judío 

3.2. Porque también antes de Moisés [los gentiles] fueron salvados sin haber leído la Lay de Moisés. Estos no habían sido circuncidados en el octavo día. Aunque si los judíos se esfuerzan, Enoc y Abel nada hicieron de lo que está escrito en la Ley, de cuanto está escrito en el Levítico, sino que en cada generación estaba presente lo que se adaptaba a los tiempos y aseguraba la salvación a quienes querían salvarse. Por consiguiente, [Dios] no permitió que les fuera dada a los gentiles la Ley que les había sido dada a los hijos de Israel, que han vivido de acuerdo a ella. Además, si los hijos de Israel también quisieran vivir según la Ley, aunque hicieran muchos esfuerzos, no serían capaces. Celebren incluso la Pascua en el lugar que el Señor ha elegido para ellos, pero que ahora les está prohibido. Lapiden también al adúltero, pero deberán soportar la lapidación de aquellos que reinan sobre ellos. Incluso cuanto está escrito sobre las purificaciones, si es que tales cosas purifican, no lo pueden realizar. Aquellos que están bajo la Ley de Moisés ya no son purificados, sino que están bajo la maldición.

El amor expulsa el temor

3.3. Por tanto, es evidente, como dicen los profetas, que ha venido mi Señor, legislador para los gentiles, según cuanto también dice Jeremías: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que estableceré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa de Judá, no como la alianza que establecí con sus padres” (Jr 31,31-32 [38,31-32 LXX]). Y en otro lugar se dice: “Les daré otro corazón para que me teman y otro camino” (Jr 32,39 [39,39 LXX]). ¿Acaso les ha dado otro camino, pero no les ha dado otro corazón? Pero los judíos con locuacidad andan diciendo que estas cosas se han dicho en relación al eón futuro. Pero nosotros les replicaremos: ¿“Para que me teman”, [estas palabras] queremos referirlas al eón futuro?, puesto que se teme ahora, mientras que cuando seamos perfectos no tememos más. Porque “el amor perfecto echa fuera el temor”. (1 Jn 4,18). Si aquel que teme recibirá un castigo, también allí nos encontraremos debiendo temer; pues es posible que después de la bienaventuranza volvamos a caer en el castigo. Por tanto, no puede haber allí un temor de naturaleza pedagógica o ventajosa, sino que el amor está en todo y por todo. Que el temor no pueda ya ser útil escúchalo decir a Pablo: “Paguen a todos las deudas, a quien tributo, el tributo; a quien temor, el temor; a quien impuesto, el impuesto; a quien honor, el honor” (Rm 13,7). Por consiguiente, lo que es necesario retribuir, él nos ordena prestarlo diciendo: “A nadie nada deban, sino el amor mutuo” (Rm 13,8)[4].

Somos el pueblo de Cristo 

4.1. Sin embargo, me acuerdo que estas cosas se dicen a los cristianos; es a ellos que están dirigidas las palabras dichas en precedencia. Pues no hemos perdido el juicio al extremo de proponerles las epístolas de Pablo para confundirlos. Por tanto, si mi Salvador dice: “Presta atención, oh pueblo mío, a mi Ley” (Sal 77 [78],1), Él les habla a los cristianos. Porque los cristianos son el pueblo de Cristo. Y Él dice: “Presten atención a mi Ley”, ya no más a la Ley de Moisés: ya no se circunciden, ya no observen el sábado, ya no se comporten según las conductas primeras y según las normas antiguas. “He aquí que han sido hechas realidades nuevas, las antiguas han pasado[5]” (2 Co 5,17). Escuchen bien también “las mujeres débiles cargadas de diversos pecados” (2 Tm 3,6)[6], y consideren de qué modo dice el Salvador: “Presta atención, oh pueblo mío, a mi Ley” (Sal 77 [78],1).

El verdadero ayuno de los cristianos

4.2. Si prestan atención a la Ley como pueblo de Cristo, no observen de nuevo los ázimos, cuando caigan los días de los ázimos, sino observen los ázimos de sinceridad, observen ázimos de verdad (cf. 1 Co 5,8). Si prestan atención a la Ley, no observen de nuevo el ayuno judaico, por causa del cual con justicia se expulsan de la Iglesia de Cristo a aquellos que no han comprendido el día de la expiación. Porque en un tiempo anterior el día de la expiación, cuando ellos ayunaban, era el día de expiación en figura. Pero el verdadero día de expiación se ha realizado cuando mi Señor Jesucristo fue crucificado por el mundo, “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). También en mí se ha realizado el día de la expiación y ya no tengo más necesidad de ayuno: “No pueden ayunar los acompañantes del novio mientras el novio está con ellos” (Mc 2,19). Si quieres ayunar al modo judaico, te será quitado el esposo, según está escrito: “Cuando sea quitado lejos de ellos el novio, entonces ayunarán en aquellos días” (Mc 2,20)[7]. Si quieres ayunar, ayuna según el ayuno cristiano. El Legislador de los pueblos nos lo ha enseñado diciendo: “Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro y ora a tu Padre que está en lo secreto, para que no aparezcas ayunando ante los hombres” (Mt 6,17. 6. 18).

Cristo es la plenitud de la ley

4.3. En consecuencia, existe una legislación de Cristo, sobre la que Cristo dice: “Presta atención, oh pueblo mío, a mi Ley” (Sal 77 [78],1), la ley según el Evangelio. Conociendo esto y teniendo presente la diferencia entre las leyes antiguas y las nuevas, el santo apóstol de Cristo afirma: “Me he hecho a los sin ley, como sin ley, no estando sin la ley de Dios, sino dentro de la ley de Cristo, para ganar a los sin ley” (1 Co 9,21). Pues si alguien se encuentra que está en la ley de Cristo, no se halla fuera de la ley de Dios, sino que está en la ley de Cristo, desde el momento que la ha establecido Dios: el legislador está en la ley de Dios. Puesto que, como aquel que estaba dentro de la Ley de Moisés, antes de la venida de Cristo, no estaba fuera de la ley de Dios, si también creía obedecer a la Ley de Moisés -porque la ley de Moisés era una ley de Dios-, así entonces aquel que está establecido en la ley de Cristo ha sido dado a las naciones del Padre. Por tanto, “En muchas ocasiones y de muchas maneras antiguamente Dios ha hablado a los padres por los profetas, pero al final de estos días nos habló por el Hijo” (Hb 1,1-2).


[1] Origene, p. 185, nota 12.

[2] Cf. ibid., pp. 186-189, nota 13.

[3] Ml 3,22 (4,4).

[4] El texto de Rm literalmente dice: “Paguen a todos las deudas; al que el tributo, el tributo; al que el impuesto, el impuesto; al que el temor, el temor; al que el honor, el honor. A nadie deban nada, sino el amar[se] los unos a los otros”.

[5] Lit.: “Las cosas viejas pasaron, he aquí que han sido hechas nuevas”.

[6] Lit.: “Mujeres débiles cargadas de pecados, llevadas por concupiscencias diversas”.

[7] Reproduzco literalmente la cita del texto griego del evangelio, solo que al final Mc trae: “en aquel día”.