OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (792)

Los apóstoles reciben el Espíritu Santo

1180

Hohenburg, Alemania

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 77 (78)

Introducción

Al abordar la interpretación del versículo primero del salmo, Orígenes se pregunta quién es el que habla. En cuanto le es posible el Alejandrino acostumbra plantearse, en primer término, si los diversos textos del Antiguo Testamento se refieren o no al Señor Jesús, o mejor: si Cristo habla en ellos o no (§ 2.1). 

En la misma dirección que el evangelio según san Juan, Orígenes sostiene que Cristo Jesús, nuestro Salvador, tuvo un solo y único Maestro: el Padre (§ 2.2).

A continuación, se plantea un interrogante: ¿todo el salmo debe afirmarse que está bajo el nombre del Salvador, o solo una parte? (§ 2.3).

Mediante el recurso al salmo treinta y uno, Orígenes propone el tema de los diversos “locutores” dentro de un mismo salmo. Coloca así el fundamento necesario para preguntarse si lo mismo sucede en el salmo que al presente está comentando (§ 2.4).

En el salmo setenta y siete no habla una sola persona, sino varias. Esto debe quedar establecido desde el inicio, a fin de evitar confusiones (§ 2.5).

Texto

Debemos indagar quién habla

2.1. Como es nuestra costumbre, para los salmos y las profecías, preguntarnos sobre quien sea la persona que habla, de la misma manera también aquí debemos buscar quién habla. Ahora bien, si no hubiera venido aquel que en el evangelio según Mateo afirma: “Para que se cumpliera” la profecía que dice: “Abriré mi boca con parábolas” (Mt 13,36; Sal 77 [78],2), dudaría en atribuir al Salvador las palabras: “Abriré mi boca con parábolas, enunciaré problemas desde el inicio” (Sal 77 [78],2). Hesitaría en sostener que fueran escritas con referencia al Salvador a causa de las palabras que siguen: “Las cosas que hemos oído y conocido y que nuestros padres nos anunciaron, no han sido ocultadas a sus hijos, anunciando las alabanzas del Señor a otra generación” (Sal 77 [78],3-4), y lo que sigue. Porque no parece que sea conforme a la dignidad del Salvador [decir]: “Anunciaré problemas desde el inicio” y “cuanto hemos oído y hemos conocido” (Sal 77 [78],2-3). 

El Maestro de nuestro Salvador es el Padre

2.2. El Salvador, en efecto, no ha conocido por haber escuchado, ni ha aprendido de los padres. Ningún ser creado es maestro de quien es el maestro de todos, y sobre quien está escrito: “No llamen a nadie preceptor sobre la tierra, porque el único preceptor[1] es Cristo (Mt 23,10). Si el Salvador tiene necesidad de un maestro, como sin duda tiene necesidad, no se servirá ni de los hombres, ni de los ángeles, ni de los arcángeles, ni siquiera del Espíritu Santo. Pues Él posee un maestro que es superior a todos, su Padre mismo, sobre el que dice: “Como escucho, juzgo, y el juicio no es mío sino del Padre que me ha enviado” (cf. Jn 5,30). Por tanto, el Salvador y Señor nuestro tiene como maestro al Padre y Dios del universo.

¿En el salmo habla solo el Salvador?

2.3. Por consiguiente, si Mateo no hubiera dicho que el salmo está bajo el nombre del Salvador, yo no habría osado atribuir al Salvador lo que está escrito por medio [de las palabras]: “Cuanto hemos oído y hemos conocido y que nuestros padres nos han anunciado” (Sal 77 [78],3). Pero desde el momento en que Mateo lo dice, ¿qué haré? ¿Tendré que afirmar que todo el salmo está bajo el nombre del Salvador, o bien que estas palabras son del Salvador, pero después se produce un cambio de persona? Porque a menudo también en un salmo hablan varias personas.

Diversas “locutores” en los salmos

2.4. Y para traer un ejemplo es suficiente con referir al Salvador el salmo treinta y uno: “Felices aquellos a quienes les han sido perdonadas sus iniquidades y cuyos pecados les han sido ocultados. Feliz el hombre a quien el Señor no le impute su pecado y no haya engaño en su boca” (Sal 31 [32],1-2; cf. Rm 4,7-8). Y esta persona que dice: “Felices aquellos a quienes les han sido perdonadas sus iniquidades” (Sal 31 [32],1), y se expresa de forma didascálica y esto puede decirse de la persona del profeta, del Espíritu Santo o de Cristo. Pero vemos que, a continuación, sin duda alguna cambia la persona: «He dado a conocer mi culpa y no he ocultado mi iniquidad. Dije: “Confesaré abiertamente al Señor conta mí mismo mi iniquidad”. Por esto todo santo rezará en el tiempo oportuno; pero en el cataclismo de las muchas aguas no se acercarán a él. Tú eres mi refugio en la tribulación que me rodea; mi alegría, líbrame de los que me rodean. Te instruiré y te enseñaré en este camino en el que debes caminar» (Sal 31 [32],5. 6-8). El que dice: “Te instruiré y te enseñaré en este camino en el que debes caminar”, sin duda es Dios. En cambio, el que dice: “He dado a conocer mi culpa y no he ocultado mi iniquidad”, es un hombre que confiesa los propios pecados. Mira, además, el pasaje del salmo donde se dice: “Yo he afirmado tus columnas” (Sal 74 [75],4). Todo el salmo no puede decirse ni en nombre de Dios ni en nombre de Cristo. Ahora bien, este es el modo en un solo salmo, donde a veces la persona [del locutor] no es única, sino que son varios [los que hablan]. Pero si esto sucede en algunos salmos, debemos preguntarnos si también algo semejante sucede aquí.

Distintas personas hablan en el salmo que se está explicando 

2.5. “Presta atención, pueblo mío, a mi Ley” (Sal 77 [78],1). “Pueblo mío”, [son palabras] con la autoridad de quien le habla; no es el profeta que dice: “Presta atención, pueblo mío a mi Ley”. Es la voz del Señor que dice: “Mi ley. Inclinen el oído de ustedes a las palabras de mi boca. Abriré mi boca con parábolas, enunciaré problemas desde el inicio” (Sal 77 [78],1-2). Pero si todas estas afirmaciones no parecen haber sido dichas por muchas personas -puesto que las palabras: “abriré”, “mi boca” y “enunciaré” son dichas por una sola persona-, lo que sigue no lo dice una sola persona, sino muchas. Por consiguiente, hay un cambio de personas: “Las cosas que hemos oído y hemos conocido, y nuestros padres nos anunciaron, no han sido ocultadas por sus hijos a otra generación”[2] (Sal 77 [78],3-4). Es claro que comienza a hablar uno solo, pero en seguida ya no es más uno sino muchos. Ten, entonces, presente asimismo el hecho de que quien habla es el Salvador, como ha escrito Mateo; sin embargo, el Salvador no es el que habla en todo el salmo, sino que en la continuación se habla sobre Él y sobre aquellos del pueblo de la persona del profeta, o bien simplemente de todo el pueblo y de la Iglesia. Esto para aclarar quién sea la persona del que habla. 


[1] El vocablo griego kathegetes puede traducirse también por los términos guía, director, instructor, catequista, maestro.

[2] Adopto la traducción de La Biblia griega Septuaginta. Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro (Coordinadores), Salamanca, Eds. Sígueme, 2013, p. 114 (Biblioteca de Estudios Bíblicos, 127).