OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (789)

Cristo en el lagar

Hacia 1493

Liturgia de las Horas

Basilea, Suiza

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 76 (77)

Introducción

El Señor llama a dos de sus apóstoles: “hijos del trueno”. Además, hay un trueno “inteligible” (espiritual). Y son asimismo “truenos” todos los que son engendrados por la Palabra para ser sus anunciadores (§ 3.1)[1].

Orígenes recurre en el desarrollo de su homilía a una referencia bíblica por anagogía, tomada del Apocalipsis (10,4), y asocia ‘los siete truenos’ con los dones del Espíritu Santo, según Is 11,2-3, en la versión de la LXX (§ 3.2)[2].

El santo, es decir, quien oye y cumple las enseñanzas de Cristo, es “circular”, como una “rueda”. Y ello se debe a que posee en sí mismo la imagen “del celestial” y participa en su sabiduría (§ 3.3).

El santo no reza en las esquinas de las plazas, como hacen los hipócritas, sino que lo hace siguiendo el movimiento circular del alma (§ 3.4).

“La riqueza del Espíritu Santo” siempre nos regala el acceso a misterios más profundos e inescrutables (§ 3.5).

La voz de Dios, de acuerdo al testimonio del evangelio de san Juan, puede ser escuchada de formas diferentes: o como voz de un trueno, o como la voz de un ángel (§ 3.6).

Texto

“Hijos del trueno”

3.1. Pero no permanezcamos en eso, sino elevémonos con nuestra explicación hacia otro trueno. Sé que el apóstol Juan y su hermano Santiago son hijos no de un trueno sensible sino de uno inteligible. Porque conocía este trueno aquel que les ha impuesto su nombre y los ha llamado: “Boanerges, es decir, hijos del trueno” (Mc 3,17)[3]. Por consiguiente, puesto que Juan era hijo del trueno, en su Apocalipsis escribe que oyó un solo trueno de siete truenos y de hermanos diversos del propio trueno, y afirma: «Todo lo que dijeron los siete truenos, estaba yo por escribirlo, y me llegó una voz: “No lo escribas”» (Ap 10,4).

Siete truenos 

3.2. Por tanto, hay algunas potestades que les enseñan a los santos la fuerza de la voz de Dios. Y, tal vez, si alguien examina cuidadosamente aquellos siete truenos que escuchó Juan, no corre peligro afirmando que los siete truenos que él oyó son la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, el conocimiento, la piedad y el temor de Dios (cf. Is 11,2). Eran estos, en efecto, los site truenos que escuchó el bienaventurado Juan. Así pues, si los truenos son estos, cuando se dice: “La voz del trueno está en la rueda” (Sal 76 [77],19), la voz del trueno podría ser la voz de la sabiduría. Porque ésta es uno de los truenos.

Los santos no son sinuosos

3.3. ¡Escucha de qué modo está en la rueda (cf. Sal 76 [77],19)! El santo carece de ángulos, no posee en sí mismo ninguna oblicuidad, sino que imita al cielo, en cuanto que posee “la imagen de del celestial” (1 Co 15,49), y como el cielo carece de ángulos, pues es curvo y de forma esférica, y el espíritu no tiene ángulos -porque “se mueve en círculos realizando giros: el espíritu procede y retorna sobre sus giros” (Qo 1,6)[4]-, de igual manera también el santo, imitando al espíritu que “procede por giros de giros”, imitando asimismo el cielo en cuanto posee en sí “la imagen del celestial”, no tiene ángulos, sino que es una rueda. En una persona así la voz nada tiene de sinuoso, sino que, puesto que imita al cielo participa de la sabiduría, de forma que se diga sobre esto: “La voz de tu trueno sobre la rueda” (Sal 76 [77],19).

Una oración “circular”

3.4. Para probar todavía mejor que el santo no tiene ángulos, me serviré también de aquella palabra del Evangelio, por la que, el Salvador, queriendo rechazar la oración de los hipócritas ha dicho: “Ellos oran parados en los ángulos[5] de las plazas” (cf. Mt 6,5). Porque todo pecador, cuando reza, ora en los ángulos, según caminos torcidos y no según el camino de su alma que conduce a la vía recta[6]. Pero el santo no es así, sino que posee una oración que se mueve como el cielo, que se eleva y se mueve siempre con un movimiento circular de la misma forma que se mueve el cielo. 

La riqueza del Espíritu Santo

3.5. He dicho esto sobre las palabras: “La voz del trueno en la rueda”. Pero si alguien puede comprender realidades más fuertes que estas, porque el Espíritu Santo es rico para revelar cosas profundas, grandes e inescrutables, se lo deberá escuchar a él más que a estas palabras, en la medida que se las encuentre más excelentes.

Diferentes modos de escuchar la voz de Dios

3.6. Sin embargo, agregaré esto: el Dios y Padre del universo ha dado testimonio sobre el Señor Jesucristo: “Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré” (Jn 12,28). Ahora bien, aquellos que estaban presentes oyeron la voz de una forma diversa, unos como si fuera un trueno, otros como si hubiera hablado un ángel. En efecto, “unos dijeron que había sido un trueno, otros que les había hablado un ángel” (Jn 12,29). Por tanto, la voz de Dios es escuchada por alguno como un trueno, pero otro la oye no como la voz de Dios, sino como aquella de un ángel.


[1] Cf. Origene, p. 148, nota 7.

[2] Cf. Ibid., p. 148, nota 8.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, I,13.4: «Todos los perfectos, hechos celestiales o llegados a ser “cielos”, “narran la gloria de Dios” (Sal 18 [19],1), como dice el Salmo. Por eso, en fin, también los apóstoles, que eran cielos, son enviados a narrar la gloria de Dios y reciben el nombre de “Boanerges, es decir, hijos del trueno” (cf. Mc 3,17), para que, por la potencia del trueno creamos que son verdaderamente “cielos”». Ver asimismo las Homilías sobre el Éxodo, IV,8: «… las voces de “los hijos del trueno” (cf. Mc 3,17), esto es, las doctrinas evangélicas y apostólicas».

[4] Otra traducción: “gira que te gira sigue el viento (o espíritu) y vuelve el viento a girar”.

[5] Lit.: esquinas.

[6] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XIX,3: «Todo el que vaya por el camino ancho que lleva a la perdición (Mt 7,13), camino que nada tiene de rectitud y derechura, sino que está lleno de curvas y revueltas (pues la recta está entrecortada en casi todo el camino) ora mal, “en las esquinas de las calles”. Ávido de placer, se pone no en una sino en muchas calles (Mt 6,5). En estas calles los que “mueren como hombres” (Sal 82 [83],7) por haberse alejado de Dios glorifican y alaban a los que consideran tener la misma religión que ellos. Muchos al orar dan impresión de buscar más el propio placer que complacer a Dios (2 Tm 3,4)».