OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (787)

Jesús resucitado se aparece a los apóstoles

Siglo IX

Sacramental

Metz, Francia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía IV sobre el Salmo 76 (77)[1]

Introducción

Las maravillas de la creación que Dios ha regalado a los seres humanos deben ser sabia y rectamente valoradas. Uno de esos regalos del Creador es el trueno que debemos escuchar como si fuera su voz, sin dejarnos distraer por melodiosos sonidos musicales (§ 1.1).

Los sentidos que Orígenes denomina “inferiores”: el gusto, el olfato y el tacto, nos conducen a admirar las excelencias que Dios ha dispuesto en el mundo para alegría de la humanidad (§ 1.2).

Sin embargo, todavía más que el don de los sentidos nos debe asombrar que el Creador haya puesto en cada ser humano el espíritu, que es “el ojo del alma” y nos permite contemplar a Dios, siempre que, con la ayuda de su gracia, nuestro corazón sea puro. Solo así será posible “conocer con claridad a Dios”. Por el contrario, si el ojo está obstaculizado e impedido por el aluvión de las preocupaciones mundanas, la contemplación de Dios se torna imposible (§ 1.3-4).

Texto

Dios hizo el trueno para despertar el alma por medio de la audición

1.1. De muchas maneras Dios quiere elevar la naturaleza humana que se abandona a la molicie y como despertarla del sueño, para que vea el mundo con sus propios ojos y, habiendo visto el mundo y la disposición ordenada de la tierra, a partir del orden del universo llegue a admirar a su Creador. Pero por medio del oído ha procurado también un arte para despertar las criaturas [conduciéndolas] al Creador. ¿Cuál es este arte que Dios ha inventado y creado? Él ha hecho el trueno, para levantar y despertar el alma que duerme por medio del trueno, para que busque a quien ha creado los truenos y ha producido un semejante ruido en el universo. Pero nosotros, miserables, desechando observar el mundo y lo que hay en él, estamos más atraídos por las artes de los hombres y en vez del mundo miramos con mayor placer todo lo que las artes realizan para engañar. Y acogemos todo aquello hacia lo que nos atraen las artes musicales, que debilitan el alma y la conducen hacia la idolatría, mientras deberíamos admirar al Creador al ver la obra de Dios. Y por medio del oído, cuando oímos el trueno, deberemos acordarnos de la voz celestial de Dios, que desde lo alto de los cielos nos recuerda que tenemos que escuchar una voz mejor y más grande que cualquier voz de la tierra.

“Los sentidos inferiores” 

1.2. Yo digo que el arte de Dios nos invita a mirar al Creador incluso por medio de los otros sentidos, inferiores respecto de la vista y el oído. Él, en efecto, ha creado plantas comestibles que nacen espontáneamente, sin ningún artificio humano, para que el sentido [del gusto], por su parte, aplicándose a ellas perciba de una planta la dulzura, de otra el sabor amargo, de otra una cualidad especial, y en su escudriñar la naturaleza humana llegue a admirar a Aquél que la ha admitido a un banquete tan rico y variado. Además, por el olfato es posible comprobar cómo Dios ha creado ciertas cosas de la naturaleza que atraen espontáneamente el olfato, lo que es posible observar con las plantas y las flores. Pero incluso Él despierta[2] por medio del tacto, produciendo bien un aire caliente, bien un aire frío.

El gran regalo de Dios al ser humano

1.3. Por tanto, si Dios, respecto de los sentidos, ha procurado las artes mismas para atraernos hacia la piedad, debemos preguntarnos si en aquello que es mejor, es decir, en lo que es superior a los sentidos, ha producido una fuerza, para que [el hombre] distinga entre los objetos de las sensaciones; y, conociendo las realidades sensibles, conozca las cosas del universo en relación con el Creador. Pues “ningún ser humano ha visto a Dios, ni puede verlo” (1 Tm 6,16). Sin embargo, lo que en nosotros está por encima de [la naturaleza] humana, esto es, el espíritu, ve a Dios, siempre que sea puro: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). 

La pureza de corazón nos abre la puerta a la contemplación de Dios 

1.4. Por esto la mayor parte de los hombres no conoce a Dios, porque no tienen puro el ojo del alma. Y la mayoría de nosotros, cuanto más purificamos el ojo del alma, es decir, el espíritu, y quitamos las pasiones, tanto más conocemos con claridad a Dios. Pero cuanto más nuestro espíritu está obstaculizado por la maldad, por el amor de la vida[3], por las inquietudes y las preocupaciones, y nuestro ojo está atravesado por los males de la vida, tanto más está impedido para percibir a Dios con pureza[4]. Y Dios por su filantropía tanto [nos] ha amado, al extremo de dar la salvación por medio de la fe a aquel que no conoce las acciones [por Él] realizadas. Estos temas, incluso tratados con una digresión, son muy complejos, pero el discurso toma su comienzo de las palabras: “Voz del trueno en la rueda” (Sal 76 [77],19). Era necesario, por consiguiente, decir antes algo sobre el trueno sensible.


[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 138-163 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 341-350 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] Lit.: levanta, eleva (dianistesin).

[3] Es decir, por la vida presente, sin esperanza en la vida eterna.

[4] Lit.: puramente, claramente.