OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (783)

La cosecha de trigo

Hacia 1515

Liturgia de las Horas

Gante, Bélgica

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía III[1] 

Introducción

“La compleja exégesis del versículo diecisiete desarrolla inicialmente una explicación de carácter alegórico. La imagen de ‘las aguas’ que ven a Dios, de forma análoga a los puros de corazón según la bienaventuranza evangélica, suscita la pregunta sobre su individuación en las potestades angélicas por medio de la cita del salmo 148”[2] (§ 1.1).

Es una tarea difícil comprender las realidades espirituales, sobre todo cuando nos ponen en presencia de los grandes misterios de nuestra fe. Por eso no es una cuestión sencilla interpretar correctamente el texto del salmo cuando habla sobre las aguas que ven a Dios (§ 1.2).

Existe una “realidad superior” que ordena el caos de la creación inicial: es el Espíritu Santo de Dios, quien sobrevolando sobre las aguas caóticas dispone el orden de todas las cosas (§ 1.3).

Texto

“Alaben el nombre del Señor” 

1.1. ¿De qué clase serán estas aguas que ven a Dios (cf. Sal 76 [77],17), mientras los hombres alcanzan este fin después de muchos esfuerzos, según la Escritura que dice: “Bienaventurados los puros de corazón porque verán a Dios” (Mt 5,8)? Parece, en efecto, que estas aguas sean semejantes a los puros de corazón que verán a Dios o, tal vez, incluso mejores que los hombres que son puros de corazón. Porque si las aguas que ven a Dios son potestades bienaventuradas y divinas, es necesario que éstas sean superiores a los hombres. Esto parece insinuado por el salmo 148, donde todo Israel recibe la orden Israel de cantar himnos a Dios. Pues se dice: “Alaben a Dios, los cielos de los cielos, y las aguas que están encima de los cielos alaben el nombre del Señor” (Sal 148,4-5).

Una cuestión difícil

1.2. ¡Cuánto debo esforzarme para ascender el primer cielo, qué grande debo llegar a ser para poder ser digno del segundo! Debo asemejarme a Pablo para ascender al tercero. E incluso si llegara a ser como Pablo, no alcanzo todavía el cielo sucesivo. En cambio, estas aguas, que, según el profeta alaban a Dios por encima de los cielos, estas aguas, entonces, tal vez porque están por encima de los cielos, se dice que ven siempre no el rostro del Padre que está en los cielos, sino a Dios -“los ángeles, en efecto, contemplan siempre el rostro del Padre que está en los cielos” (Mt 18,10)-, mientras que estas aguas, sobre las cuales la Palabra dice: “Te han visto las aguas, oh Dios” (Sal 76 [77],17), ¿acaso no contemplan siempre a Dios mismo? Quien puede comparar realidades espirituales con realidades espirituales examine con esto lo siguiente: ¿acaso la Palabra de Dios ha dicho sobre los ángeles, que están unidos a los hombres, que ellos no ven a Dios, sino el rostro del Padre que está en los cielos, mientras que sobre estas aguas ha dicho: “Las aguas te han visto” (Sal 76 [77],17) y no han visto tu rostro, oh Dios[3]?

El Espíritu de Dios

1.3. “Las aguas te han visto y temieron” (Sal 76 [77],17). Yo, viendo al inicio de la creación del mundo al Espíritu de Dios, como dice el profeta, sobrevolar sobre las aguas (cf. Gn 1,2) para la disposición ordenada de todas las cosas, mientras las tinieblas no estaban no sobre las aguas, allí se encontraba se encontraba, en efecto, el Espíritu de Dios, sino sobre el abismo, dónde está la tiniebla, e invocando a Dios con intensa oración soy impulsado a preguntarme sobre el contenido de este pasaje: puesto que el firmamento es colocado entre las aguas, pues unas permanecen en lo alto y las otras en lo bajo, ¿tal vez, no se trate de aguas en sentido físico, sino de las potestades más divinas que permanecen bajo el firmamento? De éstas, algunas eran el abismo sobre las que se encontraba la tiniebla -nosotros, en efecto, luchamos contra los dominadores de esta tiniebla (cf. Ef 6,12)-, mientras que las aguas sobre las que estaba el Espíritu de Dios eran las potestades mejores. Por tanto, siendo el cosmos apenas creado, era uno solo, sin que se hicieran -no sé cómo- estas distinciones. Ahora bien, la creación del mundo ha diferenciado las realidades mejores, a las que era afín el Espíritu de Dios, de aquellas peores, sea las realidades peores, sea aquellas a las que está unida la tiniebla, que se que está sobre el rostro del abismo (cf. Jb 38,30 LXX)[4].



[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume II. Omelie sui Salmi 76, 77, 80, 81. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2021, pp. 112-135 (Opere di Origene, IX/3b), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 326-340 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19). La subdivisión de los párrafos al igual que los subtítulos son un agregado nuestro.

[2] Origene, p. 112, nota 1.

[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, IX,4.2: «Desde el momento en que alguien cree en Jesucristo, la ley del Evangelio está escrita en su corazón, escrita en presencia de los hijos de Israel. Porque entonces están presentes, cuando te es transmitido el misterio de la fe, las virtudes celestiales, los ministerios de los ángeles, la asamblea de los primogénitos (cf. Hb 12,23). En efecto, si comprendemos rectamente que Israel significa el que ve a Dios en espíritu (cf. Jn 4,23-24), esto se dice aún más correctamente de los ángeles servidores. Conforme a la sentencia del Señor hablando sobre los niños -y tu fuiste niño en el bautismo-, pues “sus ángeles siempre ven el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10). Por tanto, ante esos hijos de Israel, que estaban presentes en aquel tiempo, cuando se te entregaron los misterios de la fe, y que veían el rostro de Dios, ante ellos Jesús escribió el Deuteronomio en tu corazón».

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, I,2.6-7: «Cada uno de ustedes se esfuerce en ser el que separa el agua que está encima de la que está debajo, a fin de que, consiguiendo la inteligencia y la participación del agua espiritual que está por encima del firmamento, haga salir de su vientre ríos de agua viva que saltan hasta la vida eterna (cf. Jn 7,38 y 4,14), netamente segregado y separado del agua de abajo, es decir, del agua del abismo, en el cual se dice que están las tinieblas y habitan el príncipe de este mundo (cf. Jn 12,31) y “el dragón” enemigo “y sus ángeles” (Ap 12,7; 20,3)... Así, por tanto, participando del agua superior, que se dice está por encima de los cielos, cada fiel deviene celestial; es decir, tiene su pensamiento (o: espíritu) en las cosas elevadas y excelsas, sin pensar en nada terreno, sino enteramente celestial, “buscando las cosas de arriba, donde Cristo está a la derecha del Padre” (Col 3,1)».