OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (782)
Jesús y Nicodemo
Hacia 1870
Biblia
Londres
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía II
Introducción
El seguimiento de Jesucristo, el abandono de los falsos dioses, el ingreso en la Iglesia de Dios son acciones que modifican sustancialmente la existencia humana. Este es el hecho más admirable que puede contemplarse en la tierra: abrazar una vida de amor al señor Jesús (§ 6.1).
La obra grande y maravillosa que Jesucristo obra en los creyentes es la sanación espiritual. Es decir, la curación, a partir de la fe en Jesús Mesías, del alma, de la voluntad y de los pensamientos, ya nunca más enceguecidos (§ 6.2).
Orígenes insiste en efectuar una lectio divina del salmo en una línea claramente cristológica. El poder de Dios es Cristo, y quien se une a Él se hace un solo espíritu con Jesús (§ 7.1).
Verdadero hijo de Abraham es todo creyente que hace las obras de los patriarcas; esto es, quien cree en Jesucristo e imita con su fe Abraham, a Isaac y a Jacob (§ 7.2).
En el cierre de esta segunda homilía improvisada, se señala que incluso proviniendo del paganismo, sin mérito alguno de nuestra parte, el señor Jesús nos hace entrar en la descendencia de los patriarcas y los justos del Antiguo Testamento (§ 7.3).
Texto
Un cambio de vida
6.1. “Porque tanto el que santifica como los que son santificados proceden todos de uno solo” (Hb 2,11): “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que haces maravillas” (Sal 76 [77],14-15). Sea que lo refieras al Padre -veo, en efecto, que hay un “Dios que hace maravillas”, la entera creación, los prodigios en el pueblo y los acontecimientos excepcionales de generación en generación-, sea que se lo refiera al Salvador: “Tú eres el Dios Jesucristo que obras maravillas” -has resucitado a los muertos, has dado la vista a los ciegos, has hecho caminar a los tullidos (cf. Mt 11,5), y hasta el día de hoy no dejas de obrar maravillas. Cada uno de ustedes mire cómo ha llegado a la Iglesia de Dios, cómo era respecto de ciertas doctrinas. Tal vez, algunos de entre nosotros iban a los templos de los ídolos hasta hace pocos días, hasta hace pocos meses y ahora, en cambio, vienen a la Iglesia de Dios. ¿Acaso no es admirable que tú, que eras idólatra, que odiabas el cristianismo, que rechazabas la Palabra de Dios, ahora vayas tras de Cristo, ligado a Él por los vínculos del amor, mientras se cumple la Escritura que dice: ¿“Irán detrás de ti encadenados, se postrarán ante ti y te suplicarán?” (Is 45,14).
“El Dios que hace maravillas”
6.2. Si comprendes que tú fornicario, tú adúltero y solo idólatra, tú ladrón, tú que sustraías las cosas de otro, ahora te has acercado a las enseñanzas que te purifican, te cambian y te transforman abandonados estos males, y ya percibes el cambio y estás en proceso de llegar a ser casto y justo, prudente y osado, puedes atreverte a decir que Jesucristo, que ha realizado esto y lo sigue realizando, ha obrado maravillas también sobre ti. Y si tu cuerpo enfermo ha sido sanado por Jesús, has quedado admirado, pues siendo ciego has visto y estando tullido has caminado (cf. Mt 11,5). Porque mientras el alma vacilaba y la voluntad cojeaba, los pensamientos estaban enceguecidos; pero ahora que te has liberado de todo esto y has recobrado la salud de tu voluntad dices: “Tú eres el Dios que haces maravillas” (Sal 76 [77],14-15).
El poder de Cristo
7.1. A este Dios yo también le digo las palabras: “Has dado a conocer entre los pueblos tu poder” (Sal 76 [77],15). ¿Cuál es el poder que Él ha dado a conocer entre los pueblos? Cristo. Pues Cristo es “poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Co 1,24). ¿Y de qué forma Cristo nos ha dado a conocer su poder? “Congregados ustedes y mi espíritu con el poder del Señor Jesús Cristo” (1 Co 5,4). Por tanto, aquí está presente el poder de Jesús y, mientras está presente su poder, se congregan todos y cada día nosotros nos unimos más a este poder: “Quien se une al Señor se hace un solo espíritu [con él]” (1 Co 6,17)[1].
Hijo de Abraham
7.2. “Has rescatado a tu pueblo con tu brazo” (Sal 76 [77],16). El Salvador extendiendo su brazo ha rescatado a su pueblo de la mano de los enemigos, lo ha congregado desde las regiones, ha rescatado a “los hijos de Jacob” (Sal 76 [77],16). Pero no conviene entender por “hijos de Jacob” a los judíos. Tú eres hijo de Jacob más que ellos. A ellos, en efecto, que se jactan de ser hijos de Abraham se les dice: “Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham” (Jn 8,39), pero como han renegado, por medio de las obras y por la incredulidad, de mi Dios Jesucristo, no son hijos de Abraham, y tampoco de Isaac, ni de Jacob. Mas tú mediante la fe, en virtud de la que has imitado a Abraham -porque “Abraham creyó y le fue contado para justicia” (Rm 4,3; cf. Gn 15)-, has llegado a ser hijo de Abraham, como también de Isaac y de Jacob.
Hijos de Jacob y de José
7.3. Y Dios ha rescatado “a los hijos de Jacob y de José” (Sal 76 [77],16). Porque nosotros, habiendo comprendido la vida de los padres, oramos para llegar a ser imitadores de Jacob y de José, de los otros justos y de sus hijos, para que, deviniendo sus imitadores, podamos llegar a ser sus hijos. Todavía utilizaré una sola palabra del Evangelio para probar a los fieles que no los judíos sino nosotros somos los hijos de Jacob, Abraham e Isaac: “Pues Dios es poderoso para levantar de estas piedras hijos de Abraham” (Mt 3,9). ¿Qué piedras? Te señalan a ti, el pagano, el necio, el insensible, y profetiza verdaderamente sobre ti: porque tú de piedra has llegado a ser hijo de Abraham, de Isaac y de Jacob, y de todos los otros patriarcas elegidos y justos, en Cristo Jesús a quien sea la gloria y el poder por los siglos. Amén.
Segunda [homilía] improvisada sobre el salmo 76
[1] Cf. Orígenes, Tratado sobre la oración, XXXI,5-6: «El lugar de oración, el sitio donde se reúnen los fieles, tiene probablemente gracia especial para ayudarnos, porque los ángeles acompañan en las asambleas de los fieles. También el poder de nuestro Señor y Salvador, y las benditas almas de los difuntos y aún de los vivos, aunque esto no sea fácil de explicar. Con respecto a los ángeles podemos discurrir de este modo. Si es cierto que “acampa el ángel del Señor en torno a los que le temen y los libra” (Sal 34 [35],8); si es cierto lo que refiere Jacob no solo de sí mismo sino de todos los que confían en Dios cuando dice: “El ángel que me ha rescatado de todo mal” (Gn 48,16), entonces es probable que cuando mucha gente se reúne sólo para alabar a Jesucristo, el ángel de cada uno está en torno a los que temen al Señor, junto a la persona que le ha sido encomendada. Por consiguiente, cuando se reúnen los santos hay una doble Iglesia o asamblea: la de los hombres y la de los ángeles. Refiriéndose a Tobías, dice Rafael que “no hacía más que presentar la oración de Tobías; leía ante la gloria del Señor el memorial” (Tb 12,12). Luego dice lo mismo de Sara, la nuera de Tobías por casarse con el hijo de éste. ¿Qué diríamos, pues, cuando en muchas personas en el mismo camino, con el mismo ideal y sentimientos se reúnen formando el cuerpo de Cristo? Refiriéndose al poder del Señor presente en la Iglesia, dice Pablo: “En nombre del Señor Jesús, reunidos ustedes y mi espíritu” (1 Co 5,4). Quiere decir que el poder de Jesucristo, el Señor, está con los corintios tanto como con los efesios. Si Pablo, todavía en cuerpo mortal, da por supuesto que está presente en espíritu durante las asambleas de los corintios, no debemos desechar la idea de que también las benditas almas de los difuntos acuden a las asambleas con más diligencia aún que los que tienen cuerpo. Por eso, no se menosprecien las oraciones comunitarias, ya que añaden algo excelente a quienes piadosamente se reúnen. El poder de Jesús, el espíritu de Pablo y de otros parecidos a él, los ángeles del Señor protegen a cada uno de los santos, los acompañan en sus caminos y se reúnen con aquellos que piadosamente se congregan».