OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (776)
Jesús cura al ciego de nacimiento y a un poseso
1386
Armenia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía I
Introducción
Nuestra vida en este mundo no termina, sino que aguardamos, después de nuestra muerte, la vida eterna (§ 5.1).
En la vida presente la mayor parte de nuestros días, sobre todo por causa de las aflicciones, son “noches” oscuras que requieren el uso de lámparas, y también estar preparados para las pruebas. Aunque asimismo hay tiempos de descanso, de reposo, lapsos que son verdaderamente “días” (§ 5.2).
Busca con rectitud al Señor, y no será defraudado en su búsqueda, quien obra con probidad y no se deja arrastrar hacia doctrinas falsas o conductas torcidas (§ 6.1).
La “memoria Dei” nos ayuda a tener siempre presente el actuar del Señor en nuestras vidas. De modo que en las adversidades la memoria de los beneficios de Dios que hemos recibido nos permite superar la aflicción y desterrar la tristeza (§ 6.2).
Pero donde falta el recuerdo de Dios la pasión se convierte en dueña y señora de esa persona (§ 6.3).
Orígenes pone de relieve la importancia que tiene en la Sagrada Escritura la imposición de un nombre. Por ejemplo, Juan Bautista recibe un nombre diferente al de su padre. Porque él no hace memoria de Dios, como Zacarías, sino que lo señala en la persona del Hijo de Dios encarnado (§ 6.4-5).
Quien practica la pureza de corazón, conforme a la bienaventuranza evangélica, podrá percibir la presencia de Dios en su vida, y se alegrará mucho (§ 6.6).
Texto
Nuestro éxodo
5.1. “Con mis manos de noche y no fui defraudado” (Sal 76 [77],3). También todo el mundo de esta vida de aquí es noche respecto de la vida verdadera, según lo enseña el Apóstol sobre todo este mundo de la vida de aquí, diciendo: “La noche avanzó, y el día se ha acercado” (Rm 13,12). Se ha acercado, en efecto, el día de nuestro éxodo y del segundo eón, distinto de este (presente).
Día y noche
5.2. Por tanto, de noche he buscado a Dios con mis manos en este eón, mientras es de noche, mientras luchamos con los dominadores de estas tinieblas (cf. Ef 6,12). Por consiguiente, el actual eón es noche de la vida presente según un paradigma de explicación, pero según otro se dirá, al revés, que es día. En medio de esta noche busco a Dios, teniendo necesidad de la lámpara sobre la cual dice el Salvador: “Estén sus lomos ceñidos y las lámparas encendidas” (Lc 12,35). Pero también el profeta -por ejemplo, en el salmo 118- queriendo mostrar que todas las cosas de aquí abajo son tinieblas y que es necesaria la luz de una lámpara ha dicho: “Tu palabra es una lámpara para mis pasos y una luz para mi camino” (Sal 118 [119],105). Por consiguiente, es de esta forma que busco a Dios de noche. Pero también conozco otra explicación de este pasaje: los tiempos de descanso son para nosotros días; en cambio, los tiempos de aflicción son noches más oscuras ante Él (cf. Sal 76 [77],3).
Busqué a Dios y no fui defraudado
6.1. No he buscado a Dios estando lejos de Dios, sino en presencia de Él, y no fui defraudado (cf. Sal 76 [77],3). Feliz quien puede decir con verdad: “He buscado a Dios y no he sido defraudado” (Sal 76 [77],3). Pues muchos que han buscado a Dios han sido defraudados. Incluso los secuaces de las herejías lo han buscado, pero puesto que no lo han buscado con rectitud ni lo han buscado con las manos, han quedado defraudados. En verdad profesan doctrinas falsas sobre Jesús también cuantos entre nosotros buscan a Dios con habladurías insulsas, antes incluso de enderezar sus costumbres, antes de poner en orden su vida. Éstos, mientras buscan a Dios, se engañan y profesan doctrinas falsas sobre Él. ¿Quién es, en efecto, aquel que puede decir: “He buscado a Dios con las manos y no he sido defraudado” (Sal 76 [77],3), sino el que ha conocido la verdad, no profesa doctrinas falsas, no se halla en el engaño por medio del pensar algo sobre Dios o sobre Cristo contrario a la verdad?
La memoria de Dios
6.2. “Mi alma ha rechazado ser consolada. Me he acordado de Dios y me he alegrado” (Sal 76 [77],3-4): expone dos pasiones que le suceden al hombre en el tiempo de la prueba, para que obtengamos provecho aprendiendo qué decir, en primer lugar, y de qué forma, padeciendo estas pasiones, podamos ser sanados de ellas, si algunas veces nos sucede algo triste u otras veces somos oprimidos totalmente por la tristeza y la tribulación y no escuchamos a quien nos consuela, sino que decimos: “Mi alma ha rechazado ser consolada” (Sal 76 [77],3). Pero si, después de estar dominados por las pasiones, rechazando ser consolados, queremos ser consolados y alegrarnos, nos basta el recuerdo de Dios. Porque añade estas palabras: “Me he acordado de Dios y me he alegrado” (Sal 76 [77],4). Por tanto, si entonces te sucediera algo triste, como has hecho voto de ser hombre de la Iglesia, y ves que eres entenebrecido por la tristeza y dominado por esta misma tristeza, acuérdate de las palabras de la esperanza misma, acuérdate de la bienaventuranza que está en Cristo, y en seguida la tristeza desaparecerá.
La “memoria Dei” pone en fuga a la pasión
6.3. Pues ¿cómo “se relacionan la justicia y la iniquidad? ¿Y qué comunión (tiene) la luz con la oscuridad? ¿Y qué acuerdo entre Cristo y Beliar?” (2 Co 6,14-15), así también ¿qué acuerdo entre el recuerdo de Dios y la pasión? Donde está el recuerdo de Dios, la pasión es desterrada; donde está la pasión, alguien no se acuerda de Dios. Por eso “no hay quien se acuerde de ti en la muerte; ¿quién te dará gracias en el hades?” (Sal 6,6).
“Su nombre es Juan”
6.4. Y es ya un gran bien acordarse de Dios. Los santos tienen también nombres que son epónimos del recuerdo de Dios. Zacarías, en efecto, se interpreta “Memoria de Dios”, pues zakar según la lengua hebrea significa memoria. Porque si alguien se acuerda del Señor, el padre ora para que eso le suceda al hijo que le ha nacido. Algunos dan a sus propios hijos los nombres que quieren conforme a sus auspicios, por ejemplo, cuando alguien ama el dinero, da al hijo el nombre de “Filargiro” (y nosotros conocemos a algunos que así se llaman), mientras que otro da a su hijo el nombre de “Filoteo”, haciendo votos para que el hijo sea amado por Dios y se haga amigo de Dios. De la misma manera los santos le pusieron este nombre de Zacarías con el deseo de que los hijos siempre se acordaran de Dios. Entonces, puesto que, en el Evangelio, quieren llamar a Juan con el nombre de Zacarías, el Espíritu en Isabel no quiere, sino que lo llama Juan (cf. Lc 1,59-60). Pero también su padre, no queriendo que sea llamado Zacarías sino Juan, recupera la voz (cf. Lc 1,63-64).
Juan Bautista
6.5. Por eso quiero decir por qué motivo Juan no es llamado con el nombre de Zacarías. Aquel que, estando Dios ausente, quiere acordarse de Él, por medio de este recuerdo muestra que Dios no está presente ante él; en cambio, aquel para quien está presente no necesita acordarse de quien está presente. Por ejemplo, me acuerdo de un hermano que está de viaje, me recuerdo de un amigo ausente; pero no me acuerdo de quien está presente, pues lo veo. Por tanto, dado que también Juan decía: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29), y tenía la intención de mostrar al Hijo de Dios, el Dios Logos, por esto no se llama como sus progenitores Zacarías, el que hace memoria de Dios, sino el que señala.
Una gran alegría
6.6. Oremos también nosotros para que al hacer memoria Dios lleguemos hasta Juan, para que lo veamos presente, para que no tengamos ya más necesidad del recuerdo, sino de la visión de Dios por medio de su presencia, ya que [son] “bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Pues si la memoria de Dios alegra, su presencia, ¿qué producirá en quien lo percibe? Transformaré también yo una palabra: alegrarse mucho[1].
[1] Como lo señala Perrone (Origene, pp. 72-73, nota 21), el Alejandrino recurre en esta última frase a dos verbos muy poco frecuentes en la lengua griega: paraplasso, transformar; y alegrarse o regocijarse mucho: ypereyphraino.