OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (775)
El evangelista san Marcos
Siglo XII
Evangeliario
Sicilia, Italia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilías improvisadas sobre el Salmo 76 (77). Homilía I
Introducción
La conciencia de la presencia de Dios en nuestras vidas es un don que Él concede a quienes progresan en la verdadera sabiduría. Esta conciencia también nos ayuda a advertir el momento en que el Señor se aleja de nosotros (§ 3.1).
Nuestra. respuesta creyente en ocasión de la prueba, de la aflicción, de la muerte de los seres queridos, de grandes pérdidas humanas y/o materiales, siempre debe ser la misma: orar a Dios con plena confianza, y sin demora (§ 3.2).
Ante la duda de cómo debemos buscar a Dios, y cómo podemos encontrarlo, la respuesta que Orígenes nos propone, conforme al texto del salmo, es: obrar con rectitud (§ 4.1).
No es posible buscar al Señor, ni orar en espíritu y en verdad si faltan las obras. Las palabras no son siempre la auténtica expresión de una sincera búsqueda de Dios. Parece resonar en este pasaje de la homilía la sentencia latina: “res non verba” (§ 4.2).
La oración con las manos elevadas es un tema que reaparece en más de una ocasión en los escritos de Orígenes, recurriendo habitualmente a dos pasajes bíblicos en sus reflexiones: 1 Tesalonicenses y Éxodo (§ 4.3)[1].
“La tercera explicación retoma un tema querido para Orígenes: el paradigma de Jesús orante, especialmente en el momento supremo de su ministerio terreno, cuando ora al Padre clavado en la cruz… Esta actitud pone de relieve en Jesús la búsqueda del Padre por medio de una acción que lo compromete totalmente ante Dios y el cosmos. En efecto, la extensión de las manos significa no solo el abandono de todo el cuerpo al plan de Dios, sino también la actitud interior de completo abandono del alma de Cristo a Él y el beneficio ‘coextensivo’ universal que se deriva para la salvación del mundo. Además, el creyente es llamado a asociarse al Crucificado…”[2] (§ 4.4).
Texto
Percibir a Dios
3.1. Y yo, aunque Dios me escuche, por causa de la insensatez que hay en mí, no percibo que Dios se ha vuelto hacia mí. Pero quien ha avanzado y ha hecho progresos en la sabiduría de Dios no es insensible al acercarse de Dios y al alejamiento de Él; sino que, como quien tiene un ojo que ve percibe que el ojo se vuelve hacia un lado, y ya no mira con él, del mismo modo el ojo del justo, que observa y es puro, que no está enceguecido ni cerrado, advierte cuándo la mente de Dios se vuelve hacia él y cuándo, en cambio, se aleja de él. Y si acaso adviertes que Dios se aleja de ti por causa de una tentación o por otro motivo, di: “¿Por qué tu rostro se aleja de mí?” (Sal 43 [44],25). Por tanto, hagámonos también nosotros de esta forma, para que advirtamos cuándo Dios se vuelve hacia nosotros y al darnos cuenta de esto recitemos no solo el primer verso, sino también el segundo que dice: “Con mi voz a Dios y Él se volvió hacia mí. En el día de mi aflicción he buscado a Dios; con mis manos de noche ante Él, y no he sido defraudado” (Sal 76 [77],2-3).
En la aflicción, intensificar la oración
3.2. La mayor parte de los hombres, cuando se encuentran en la tribulación, se dejan oscurecer por las tribulaciones y estando oscurecidos ni siquiera oran, cuando más necesario en aquel tiempo aumentar la oración. Y cuando mueren familiares puedes encontrar que aquellos que se despiden de ellos tardan en elevar la oración a Dios, como si ese no fuera el tiempo de rezar. Encontrarás que, quien ha perdido sus riquezas y está afligido por la tristeza, tarda en darse a la oración. Ahora bien, no rezar en la tribulación es la obra de un pecador; en cambio, el justo ora e intensifica la oración cuando está en la tribulación
¿Cómo buscar y encontrar a Dios?
4.1. Por eso el justo dice: “En el día de mi aflicción he buscado a Dios” (Sal 76 [77],3). Por tanto, no es una acción virtuosa[3] menor, cuando la aflicción nos sobreviene, buscar entonces ante todo a Dios. ¿Pero cómo, dice “he buscado a Dios en la aflicción”? “Con mis manos”. ¿Y cuándo? “En la noche”. ¿Y dónde? “Ante Él”. ¿Y qué sucedió? “No he sido defraudado” (Sal 76 [77],3). Es necesario comprender de qué modo el justo busca a Dios “con las manos”. Pero recuerdo haber dicho en otra ocasión que “manos” está en vez de “acciones”. Esto significa, en efecto, buscar a Dios: obrar y, a causa de esto, se encuentra a Dios.
Buscar a Dios con obras, no con palabras
4.2. Es como aquel que busca algo que ha caído al suelo y se esfuerza por reconocer, por tocar y obrar para encontrar; del mismo modo a Dios no se lo busca con palabras, como sucede entre los herejes. Estos, que son muy locuaces al respecto, muestran que buscan cuál sea la naturaleza de Dios antes de haber realizado las obras que es necesario cumplir. Pues si alguien quiere encontrar y comprender, que busque de manera correcta. Porque está escrito: “Habiéndolo buscado rectamente, han encontrado paz” (Pr 16,8 LXX). En efecto, busca rectamente el que busca no con las palabras sino con las acciones. Puesto que es así como se busca a Dios: se le busca por medio de la justicia, para que se deje encontrar con la justicia; se lo busca con la templanza, para que se deje encontrar con la templanza; se lo busca con la fortaleza y con sentimientos valientes, para. que pueda ser comprendido; se busca a Dios con la sabiduría, pues Dios se deja encontrar por aquel que busca con sabiduría. En este lugar, por consiguiente, el profeta, puesto que quiere mostrar con libertad de qué modo es necesario buscar a Dios, ha dicho: “Con mi voz he clamado al Señor, con mi voz a Dios y Él se volvió hacia mí. En el día de mi aflicción he buscado a Dios; con mis manos” (Sal 76 [77],2-3).
Orar a Dios con las manos elevadas
4.3. Pero tengo una segunda explicación para las palabras: “He buscado a Dios con mis manos” (Sal 76 [77],3). Dice la Apóstol: “Quiero que los hombres oren en todo lugar, levantando santas manos, sin ira ni discusión” (1 Tm 2,8). Cuando alguien eleva manos santas buscando a Dios con manos santas, encontrará la realidad divina, como se dirá a partir de las Escrituras: Moisés buscaba a Dios con las manos; por eso, cuando Moisés elevaba las manos, Israel vencía, pero si acaso se cansaba y bajaba las manos, triunfaba Amalek (cf. Ex 17,11).
Las manos extendidas de Cristo
4.4. Quiero decir una palabra: también afirmo que Cristo buscó a Dios con sus manos, cuando las extendió sobre la cruz por todo el mundo y las mantiene firmes para orar en ese momento, con las manos extendidas, con todo el cuerpo [extendido] y con el alma extendida no solo sobre el cuerpo sino sobre todo el mundo a favor de todo el mundo. Y si tú también tomas la cruz y sigues a Jesús (cf. Mc 8,34), y así buscas a Dios con las manos -sobre todo si puedes decir: “Pero que a mí no me suceda jactarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, mediante quien para mí el mundo ha sido crucificado y yo para el mundo” (Ga 6,14)-, y las has extendido en la cruz, como para estar crucificado para el mundo, con las manos hacia Dios, y buscas en el mundo morir al mundo y estar crucificado por Él, buscándolo también lo encontrarás[4].
[1] Cf. Origene, p. 65, nota 13.
[2] Ibid., p. 65, nota 14.
[3] O: una acción valerosa (andragathema). Cf. Origene, pp. 61-62, nota 10.
[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, XI,4: «Cuando Moisés elevaba sus manos, Israel vencía” (Ex 17,11). Moisés eleva las manos, no las extiende. Pero Jesús que, exaltado en la cruz, abrazaría con sus brazos todo el orbe de la tierra, dice: “He tendido mis manos a un pueblo incrédulo y rebelde” (Is 65,2; Rm 10,21). Moisés, por consiguiente, eleva sus manos y, cuando las eleva, Amalec era vencido.
Elevar las manos quiere decir elevar hacia Dios las obras y las acciones, y no tener acciones viles y que yacen por tierra, sino agradables a Dios y elevadas al cielo. Eleva, por tanto, las manos el que “atesora en el cielo; porque donde está su tesoro” (cf. Mt 6,20. 21), allí (están) también su ojo, allí también sus manos. Eleva asimismo las manos aquel que dice: “La elevación de mis manos (como) un sacrificio vespertino” (Sal 140 [141],2). Por consiguiente, si nuestras acciones se elevan y no están en la tierra, Amalec es vencido. Pero también el Apóstol manda “elevar unas manos santas, sin ira ni discusión” (cf. 1 Tm 2,8), y a algunos les decía: “Levanten las manos que caen y las rodillas vacilantes, y con sus pies hagan rectos los caminos” (Hb 12,12-13). Por ende, si el pueblo guarda la Ley, Moisés eleva las manos y el enemigo es vencido; pero si no guarda la Ley, prevalece Amalec. Y puesto que “nuestra lucha es contra principados y potestades y contra los jefes de este mundo de tinieblas” (cf. Ef 6,12), si quieres vencer, si quieres ganar, eleva tus manos y tus acciones, y que tu vida no esté en la tierra, sino, sino que como dice el Apóstol: “Caminando por la tierra, tenemos una ciudad en el cielo” (cf. Flp 3,19. 20). Y así podrás vencer al pueblo que te es contrario, a Amalec, de modo que se diga también de ti: “Con mano oculta, el Señor combate contra Amalec” (Ex 17,16)».