OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (764)
Dios Padre y el Cordero
Hacia 1420
Liturgia de las Horas
Brujas, Bélgica
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía III sobre el Salmo 73 (74)
Introducción
«El texto del salmo 73,16b dice: “Tú has formado la iluminación y el sol”. En cambio, la variante en los códices Vaticano y Sinaítico lee: “Tú has formado el sol y la luna”»[1]. A partir de la primera de estas lecturas, Orígenes señala que la iluminación, la luz, es anterior al sol (§ 3.1).
Al continuar con la argumentación del apartado precedente, el Alejandrino afirma sin ambages que la luz es Cristo, el Verbo; y que Él fue rechazado por los judíos, en tanto que los paganos lo aceptaron (§ 3.2).
Orígenes establece en su discurso una relación entre los ángeles de las naciones y la consolidación de los límites de los diversos pueblos; y para ello se apoya en el capítulo treinta y dos, versículos ocho y nueve, del Deuteronomio (§ 4.1).
En la Nueva Alianza se le dará a cada persona una heredad en correspondencia con su género de vida. Y el lugar que recibirá será tanto mejor cuanto más ampliamente su vida se haya conformado con la enseñanza de Cristo (§ 4.2).
La herencia que Dios nos prepara no es terrena, sino que se encuentra “en los confines que Él ha formado en el cielo” (§ 4.3).
El fiel discípulo de Jesús, el que lo imita en todas las acciones de su vida, está invitado a atravesar loas cielos del mismo modo que lo hizo su Maestro (§ 4.4).
Texto
Iluminación/Luz - Sol
3.1. El Padre ha formado también la iluminación, que enseña ser diversa respecto de aquel que es llamado el sol. Dios ha formado: ¿qué podría ser esto sino el Espíritu Santo? Pues las palabras: “Tú has formado la iluminación y el sol”, según la interpretación alegórica, deben ser referidas a Cristo y al Espíritu Santo. Luego, en cuanto a la letra del texto, se podría indagar en qué consiste el hecho de que la iluminación y el sol sean formados por Dios, y que la iluminación sea diferente del sol. Puesto que busco un texto, lo tomo del Génesis y explico que una realidad es la iluminación y otra el sol: «En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era invisible e informe[2], las tinieblas estaban sobre el abismo y el Espíritu aleteaba sobre el agua. Y Dios dijo: “Que se haga la luz”, y la luz existió» (Gn 1,1-3). He aquí que tengo la iluminación. Después, en el cuarto día: “Que existan las luminarias en el firmamento del cielo” (Gn 1,14); y más adelante: “Y Él hizo grandes luminarias para el inicio del día” (Gn 1,16). De modo que, en base a este texto, conforme a la letra del pasaje, podemos decir: “Tú has formado la iluminación y el sol” (Sal 73 [74],16). En consecuencia, esta luz es más grande que el sol, siendo el primogénito de esta creación y precediendo al sol.
La luz del mundo
3.2. Ahora bien, ¿cuál podría ser esta luz que le ha dado la luz al mundo? El Dios que ha dicho: “Yo soy la luz el mundo” (Jn 8,12). Y esta [luz] la ha formado Dios, pero como el ciego y el que se encuentra en las tinieblas y en las sombras de muerte (cf. Mt 4,16), aunque haya luz no goza de ella, como tampoco la goza el que cierra los ojos, por eso ha aparecido esta luz para el mundo, esta iluminación que es más grande que el sol. Pero los ciegos no la ven. “¿Y quiénes son ciegos si no mis servidores?” (Is 42,19). Ellos no han visto una luz de esta naturaleza, les ha quedado oculto Jesucristo, que vino como luz del mundo. Sin embargo, esta luz no pasó inadvertida a aquellos que provienen de los gentiles: “Para quienes habitaban en las regiones y en sombra de muerte ha aparecido una luz” (Mt 4,16). Y en primer término hace lo siguiente: “Apresúrate tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, y todos los demás que habitan la región costera, un pueblo que permanece en la tiniebla, miren la gran luz” (Is 8,21—9,1 LXX). Por tanto, es grande esta luz que Dios ha formado para nosotros, sobre la que está escrito en el Evangelio: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. En el principio estaba junto a Dios. Todo ha sido hecho por medio de Él y nada de lo que existe ha sido hecho sin Él. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,1-4).
Los ángeles de las naciones
4.1. A continuación tenemos: “Tú has formado todos los confines de la tierra” (Sal 73 [74],17). De nuevo, en cuanto a la letra, es claro el texto [que dice]: “Cuando el Altísimo dividió los pueblos, dispersó a los hijos de Adán. Él fijó los confines de los gentiles según el número de los ángeles de Dios. Y Jacob se convirtió en una porción del Señor, su pueblo, e Israel fue parte de su heredad” (Dt 32,8-9 LXX). Dios, en efecto, ha dispuesto que la tierra no fuera habitada al acaso, de modo que algunas partes de la tierra fueran de los egipcios, y estos fueran los límites del faraón; y otras partes fueran de Judea y estos fueran los límites de Israel. Lo mismo sucedió con los demás pueblos. Porque “cuando Dios, el Altísimo, dividió los pueblos, como dispersó a los hijos de Adán, Él fijó los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios” (Dt 32,8 LXX). Y a estos confines se refiere el profeta, en cuanto a la letra, con las palabras: “Tú has formado todos los confines de la tierra” (Sal 73 [74],17).
Los confines de las naciones
4.2. Sin embargo, si es necesario elevarse con el pensamiento, debes saber que todos nosotros seremos restituidos a los confines conforme a nuestras acciones; y los límites serán establecidos en correspondencia con nuestra vida, para que, como “la Ley contiene la sombra de los bienes futuros” (Hb 10,1), así también según el texto: “Cuando el Altísimo dividió los pueblos” (Dt 32,8), contenga la sombra de los bienes futuros. Porque habrá otra heredad, la de la Nueva Alianza y de la nueva tierra; en tanto que, según el profeta Isaías, habrá un cielo nuevo y una tierra nueva (cf. Is 65,17). Y puesto que Dios ha fijado para esta tierra los confines de los pueblos en correspondencia con la vida de cada uno y según el número de los ángeles de Dios, del mismo modo en la nueva creación se fijarán los confines de la tierra en correspondencia con la vida de cada uno. Y dentro de estos confines alguno será establecido en las porciones más excelentes y mejores de aquella tierra, otro en las porciones secundarias e inferiores, otro en las terceras partes, y otro en aquellas ínfimas.
Los confines del cielo
4.3. Ahora bien, [en el salmo] está escrito: “Tú has formado todos los confines de la tierra” (Sal 73 [74],17), pero yo me elevo con el pensamiento y me atrevo a decir: “Tú has formado todos los confines del cielo”. Y como entre los astros has formado los confines del cielo, para que unos sean ubicados al norte, otros a mediodía y otros sobre aquel que es llamado Zodíaco -y todavía, mientras este astro está colocado cerca del norte, aquel otro se encuentra un poco distante-, del mismo modo (obra) para que aquellos que heredan el reino reciban los confines que Dios ha formado en el cielo.
Atravesar los cielos
4.4. Pero para que ulteriormente te convenzas, en base a la Escritura, que, si eres digno del reino de los cielos, recibirás determinados confines en el cielo, comenzando por aquellos que son llamadas estrellas, pasa a considerar la doctrina de la resurrección, que es comparada con los astros. Pues “otra es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, otra la gloria de las estrellas. Una estrella se diferencia de otra por la gloria, y así también la resurrección de los muertos” (1 Co 15,41-42). En consecuencia, como Dios ha fijado para esos astros confines en el cielo, cuando se conviertan en luz del mundo y se cumplan verdaderamente las palabras: “Ustedes son como las estrellas del cielo por su multitud” (Ex 32,13). Y Dios fijará para ustedes los confines de la misma manera, no sobre la tierra, sino en el cielo. Pero por qué digo, ¿en el cielo? Me atrevo a afirmar que los confines del justo estarán más allá del cielo, en todos los cielos. Porque “los cielos narran la gloria de Dios” (Sal 55 [56],2); y quien sigue a Jesús puede ascender a todos los cielos. Sobre Él está escrito: “Tenemos un sumo sacerdote que ha atravesado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios” (Hb 4,14), que le ha dicho al discípulo: “Donde yo voy ahora, no puedes seguirme” (Jn 13,36), pero finalmente me seguirás. Si al final lo seguirá, pero Él ha atravesado los cielos, es claro que Pedro, “sobre quien no prevalecerán las puertas del infierno” (Mt 16,18), seguirá a quien ha atravesado los cielos[3].
[1] Origene, p. 503, nota 9.
[2] Otra traducción: “la tierra era caos y confusión”.
[3] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, XXV,4: «¿Quién podrá entender y comprender todas estas realidades? ¿Quién recordará y observará el orden mismo de los misterios? Si es difícil explicar según la letra sola el texto mismo de la narración; si es arduo explicar esa mixtión de lugares y de personas contenida en el relato histórico, ¿qué decir sobre estos misterios que se describen y en los cuales se bosqueja las reparticiones de la futura heredad, y por los que se efectúa la división de la tierra santa, que “los humildes recibirán en herencia” (Sal 36 [37],11; Mt 5,4)?
¿Quién podrá explicar los diversos emplazamientos de los campamentos? ¿Cómo, en la Resurrección, esa distribución se realizará para cada uno de los santos según el orden adoptado para los sacerdotes y los levitas? En la Resurrección, como lo dice el Apóstol, nada quedará librado al desorden, sino que cada uno tendrá “su lugar, Cristo en primer término, después los que son de Cristo, que creyeron en su venida, cuando Él haya entregado el reino a Dios Padre, cuando le haya sometido todo principado y potestad” (1 Co 15,23-24).
Allí, sin duda, tendrán algún significado especial los ordenamientos de los campamentos, las distribuciones para los sacerdotes, las jerarquías y las trompetas. Porque Dios, así como ordenó las estrellas de cielo y las dispuso siguiendo leyes admirables e inefables; si estableció a unas en los límites del norte, a otras del lado de oriente, otras en la bóveda austral del cielo y otras en el poniente, así también creo que en la resurrección de los muertos los que sean como las estrellas del cielo (cf. Dn 12,3; 1 Co 15,41), por su número y resplandor, y que procedan de la estirpe de Abraham (cf. Gn 15,5; Ex 32,13), Dios les dará su lugar en el reino de los cielos, conforme a la disposición de las estrellas y las regiones del cielo. Les dará a unos su parte al oriente, a otros en el occidente, a otros en el mediodía; pondrá del lado del Aquilón a aquellos que Él mismo conoce, “porque muchos vendrán del oriente y del occidente, de las cuatro partes del mundo, y tendrán su lugar en el reino de los cielos con Abraham, Isaac y Jacob” (Mt 8,11), por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11)».