OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (763)
Moisés instruye a los israelitas
sobre la Ley que ha recibido de Dios
Hacia 1121-1148
Biblia
Suffolk, Inglaterra
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía III sobre el Salmo 73 (74)[1]
Introducción
En el comienzo de esta homilía se nos propone dejar obrar al Espíritu Santo, para que Él nos enseñe a orar. Y se nos recuerda que debemos abandonar todas nuestras impiedades si realmente queremos gozar de los dones de Dios (§ 1.1).
Un gran regalo nos ha hecho el Señor Jesús: los apóstoles. Ellos son el agua que brota de la piedra, que es Cristo. Y nosotros estamos llamados a imitarlos (§ 1.2).
Orígenes aborda el versículo quince indicando la dificultad que presenta la tradición manuscrita para este texto; y nos transmite lo que él ha encontrado en el texto hebreo y en algunas traducciones de la Biblia, para así ofrecernos su interpretación del pasaje (§ 1.3).
El versículo dieciséis parece de fácil y rápida comprensión literal (§ 2.1). Pero el Alejandrino no se conforma con esta sola lectura, y busca profundizarlo, señalando que el día y la noche “contienen las sombras de los bienes futuros” (§ 2.2).
Todos los seres humanos son criaturas de Dios, sostiene Orígenes. Pero hay quienes, por el pecado, se han apartado de Dios y se han adherido al diablo, y así se han marginado del día y de la noche del Señor (§ 2.3).
El justo recibe la iluminación que procede del sol de justicia, la que nunca le faltará en su vida, sino que siempre lo iluminará (§ 2.4).
Texto
Una oración profética
1.1. Nosotros, no sabemos orar cómo conviene, y necesitamos la ayuda y la asistencia del Espíritu Santo[2], incluso en el momento de la oración, para rezar con el Espíritu, pero para orar también con la mente (cf. Rm 8,26; Flp 1,19; 1 Co 14,15). Sin embargo, los profetas sagrados avanzaron de tal modo y progresaron tanto en la oración que profetizan en ella. Y aquí, en efecto, se expresa ocultamente una profecía en la oración: “Tú has hecho brotar una fuente y torrentes, Tú has secado los ríos” (Sal 73 [74],15). Aquí, de alguna forma, se manifiesta una fuente para aquellos que forman parte de los gentiles, pero para Israel, la sequía. Con todo, pienso que se puede ver más claramente esta profecía sobre ambos pueblos en el Salmo 106, donde está escrito: “Dios ha cambiado[3] el desierto en lagos de agua y la tierra seca en fuentes de aguas; ha cambiado la tierra fértil en salitre por la maldad de sus habitantes” (cf. Sal 106 [107],33-34 LXX).
“Los santos y admirables apóstoles”
1.2. Es necesario, por tanto, comprender cuál es la fuente que Dios ha hecho brotar y cuáles los torrentes que Él ha reunido. La fuente es mi Señor Jesucristo, en la que nos abrevamos. “Y se desbordaron los torrentes” (Sal 77 [78],15) de esta fuente: se desbordaron los torrentes, los santos y admirables apóstoles, como también en el Salmo 77 muchos torrentes se desbordaron de la piedra de la que brota el agua. Cristo, por consiguiente, ha venido desde el cielo como fuente y ha dado muchos torrentes: los apóstoles. Y todavía ahora concede torrentes, e incluso encuentras almas que se esfuerzan por imitar la vida de los apóstoles. En efecto, por su intermedio brotan torrentes y ríos “de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4,14)
“Tú has secado el río de Etam”
1.3. Es necesario comprender de una forma más clara lo que le ha sucedido a aquel pueblo, sobre el que está escrito: “Tú has secado el río de Etam” (Sal 73 [74],15). Estas palabras no se encuentran en la copia de la LXX, pero tenemos el versículo en hebreo y en los otros [traductores]. Sin saber qué significa: “Tú has secado el río de Etam”, en uno de los traductores hemos leído: “ríos antiguos”; y en otros: “ríos antiguos y poderosos, vigorosos y fuertes”; es decir, los ríos que fluían en los profetas. No porque los profetas mismos se hayan secado, lejos de nosotros decir semejante calumnia, sino porque han cesado los profetas de los judíos y entre ellos ya no hay más profetas.
“Tuyo es el día y tuya es noche”
2.1. Después de la oración del profeta, Dios es nuevamente alabado en la oración, puesto que el profeta dice: “Tuyo es el día y tuya es la noche” (Sal 73 [74],16). ¿Y quién afirmaría que esto no es claro? Yo digo que es muy claro en cuanto a la letra del texto. Porque no hay un creador del día y de la noche diferente del que ha dicho: “Que haya luz” (Gn 1,3), y llamó a la luz, “día”. Y no hay ningún otro creador de la noche sino Aquel que ha dicho: “Yo he creado la luz e hice las tinieblas, y las he llamado con el nombre de noche” (Is 45,7; Gn 1,5). Por tanto, “tuyo es el día y tuya es la noche”, según la letra, [estas palabras] parecen ser simples.
El día y la noche
2.2. Aunque podría pasar de largo y ahorrarme dificultades en investigar lo que está escrito, me esfuerzo en examinarlo de una forma más amplia. En las Escrituras aparece que algunos días son llamados “del Señor”, los que ellas han denominado “elegidos” (Lv 23,2), como si no fueran todos días del Señor, sino algunos. Una realidad así es causa de tropiezo, si bien es posible sanar esta situación sea en base al texto propuesto, que sostiene claramente esto, sea en base a la doctrina sobre el hombre. Lo que quiero decir resulta claro de este modo: ¿quién no se dirigiría a Dios, si es una persona más bien simple, diciéndole: “Tuyos son los hombres”, cualesquiera sean, es decir, tanto los pecadores como los justos? Pero no es esta la intención de la Escritura, pues el conocimiento de Dios tiene como objeto solo a los hombres justos. Moisés únicamente al final fue designado con el nombre de “hombre de Dios” (Dt 33,1); y Elías dijo: “Si yo soy un hombre de Dios, que descienda fuego del cielo y te devore a ti y a tus cincuenta hombres” (2 R 1,10). Él le dijo estas palabras al jefe de los cincuenta hombres que habían sido invitados por aquel rey impío. En consecuencia, como para los más simples cada día es de Dios y todos los hombres son de Dios -aunque para decir la verdad no todos los hombres son dignos de ser de Dios, sino que solo los justos son de Dios[4], según las palabras: “El Señor conoce a los que son suyos” (cf. Nm 16,5)-, así, si, según los más simples cada día es de Dios y cada noche es de Dios, en realidad según una comprensión más exacta diré que solamente en quien es justo se da el día de Dios, y solo en aquel que es recto y bueno se da la noche de Dios. Porque el día y la noche, y también el día según las Escrituras, contienen “las sombras de los bienes futuros”, que [se darán] en las fiestas (Hb 10,1).
El día del Señor
2.3. Por tanto, para aquel sobre quien se ha levantado el sol de justicia (cf. Ml 3,20) y ha hecho para él un día del Señor, para aquel que ha accedido a los oráculos inefables y ocultos de la sabiduría conforme a lo que está escrito: “Ha puesto la tiniebla como su escondrijo” (cf. 2 S 22,12; Sal 17 [18],12)[5], para éste se produce la noche de Dios. Sobre esta y sobre quienes la poseen está escrito: “Levanten en las. noches sus manos hacia el santuario y bendigan al Señor” (Sal 133 [134],2). Pero también las sentencias que afirman: “He aquí que llega el día del Señor” (Ml 3,23), y: “Pobres de aquellos que desean el día del Señor” (Am 5,18). Demostramos así que no todo día es un día del Señor con un razonamiento semejante al discurso sobre los hombres. Por consiguiente, todos los hombres, incluso los más impíos, son criaturas de Dios, pero por causa del pecado han repudiado a Dios, adhiriéndose al diablo.
El sol de justicia
2.4. De la misma manera también en nosotros cuando se levanta el sol de justicia (cf. Ml 3,20), produce un día de Cristo; pero si no es Él, sino Satanás, que se disfraza de ángel de luz (cf. 2 Co 11,14), produce un día cuya luz se extinguirá. Respecto de ambas luces dice Salomón en los Proverbios: “La luz de los justos nunca se apaga, pero la luz de los impíos se extingue” (Pr 13,9). Por consiguiente, bien dice el justo sobre sí mismo y sobre el día y la noche que están en él: “Tuyo es el día y tuya es la noche” (Sal 73 [74],16). Y de la misma manera dice las palabras: “Tú has formado la luz del sol” (Sal 73 [74],16 LXX). Dios ha formado estas dos realidades -la luz y el sol-, sobre todo el sol, que ha llamado “sol de justicia” (Ml 3,20).
[1] Origene. Omelie sui Salmi. Volume I. Omelie sui Salmi 15, 36, 67, 73, 74, 75. Introduzione, testo critico ridevuto, traduzione e note a cura di Lorenzo Perrone, Roma, Città Nuova Editrice, 2020, pp. 496-525 (Opere di Origene, IX/3a), en adelante: Origene. Cf. asimismo Origenes Werke Dreizehnter Band. Die neuen Psalmenhomilien. Eine kritische Edition des Codex Monacensis Graecus 314. Herausgegeben von Lorenzo Perrone in Zusammenarbeit mit Marina Molin Pradel, Emanuela Prinzivalli und Antonio Cacciari, Berlin/München/Boston, De Gruyter, 2015, pp. 252-268 (Die Griechischen Christlichen Schriftsteller der ersten Jahrhunderte [GCS] Neue Folge. Band 19).
[2] “La ayuda prestada por el Espíritu de Jesucristo” (Flp 1,19).
[3] Lit.: ha puesto (etheto).
[4] Cf. Orígenes, Contra Celso, VIII,25: “No todos los hombres reciben título de hombres de Dios, sino solamente los que son dignos de Dios, como lo fue Moisés (Dt 33,1) y Elías (2 R 1,10), o algún otro que fue llamado hombre de Dios o fue semejante a los que así fueron llamados. Por el mismo caso, tampoco todos los ángeles se dicen ser ángeles de Dios (Lc 12,8; Mt 22,30), sino solo los bienaventurados; aquellos, empero, que se extraviaron hacia la maldad se llaman ángeles del diablo (Mt 25,41); como los hombres malos son dichos hombres del pecado, o hijos de perdición, o hijos de iniquidad (1 R 2,12; 10,27; 25,17; Ez 18,10; 2 R 3,34; 7,10). Como quiera, pues, que hay hombres buenos y hombres malos, unos se dicen ser de Dios y otros del diablo; y lo mismo los ángeles, unos se llaman de Dios y otros del maligno”. Y Homilías sobre el Levítico, III,3: «Así como algunos son hombres de Dios, otros también (son) ovejas de Dios. Puesto que está escrito que Moisés no era oveja de Dios, sino “hombre de Dios” (cf. Dt 33,1). Y Elías no era oveja de Dios, sino “hombre de Dios”; porque así lo dice sobre sí mismo: “Si soy un hombre de Dios, que descienda fuego del cielo y te consuma a ti y a tus cincuenta (compañeros)” (2 R 1,10; cf. Lc 9,54)».
[5] Cf. Orígenes, Contra Celso, VI,17: “En el salmo 17 se dice, con cierto estilo hebraico, acerca de Dios que puso por su escondrijo las tinieblas (Sal 17,12). Con lo que quiso dar a entender la Escritura que es oscuro e incognoscible lo que dignamente pudiera pensarse de Dios, como quiera que Él mismo se esconde entre tinieblas de los que no pueden soportar los esplendores de su conocimiento ni verlo a Él mismo, ora por causa de la impureza del espíritu, ligado que está al cuerpo de humillación humano (cf. Flp 3,21), ora por su misma limitada capacidad para comprender a Dios”. Y Homilías sobre el Éxodo, IV,7: «“Dios puso en las tinieblas su refugio” (Sal 17 [18],11 [12]), las cuales, a los que tenían el deseo audaz y temerario de sondearlas y que pasaban de una afirmación a otra, los precipitaron en las tinieblas espesas y palpables (cf. Ex 10,21) de sus errores».