OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (750)

La parábola del tesoro escondido en el campo

Hacia 1795

Biblia

Inglaterra

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 67 (68)

Introducción

Dios es luz y fuego. Es luz para los justos y fuego que consume para los pecadores. Y lo mismo sucede con los ángeles: son luz para quienes escuchan la palabra; en cambio, cuando castigan son fuego (§ 7.1).

“Conforme a la oración formulada por Jesús en Lc 12,49, los fieles son invitados a orar para recibir de Dios la experiencia de este fuego purificador que es el reflejo de la santidad de Dios en la intimidad de su ser”[1] (§ 7.2).

Las imágenes del humo y de la cera se vinculan con las del fuego y la luz, ambas presentes en diversos textos bíblicos. Mediante el recurso a ellas, Orígenes responde a la dificultad de sostener una triple interpretación, como había hecho con el versículo dos del salmo[2]. En el presente párrafo “la condición de los pecadores es presentada como secundaria (“humo”) respecto de la vocación principal: ser fuego y luz”[3] (§ 7.3).

Después del humo, le toca el turno a la cera. Y la abeja, cuya tarea principal es la producción de miel, acompaña esta obra principal con la cera. En este párrafo, Orígenes se apoya en el libro de los Proverbios (§ 8.1).

En continuidad con del precedente desarrollo, se nos ofrece una imagen, siempre en relación con las abejas y la miel, que coloca la producción de la miel espiritual, en primer término, como obra de Cristo, y luego de los Profetas. Nuestro Salvador es también quien “ha fabricado como miel la Iglesia”. Además, Orígenes señala que hay diversos tipos de cera: la de los justos que escuchan la Ley y los Profetas; la de los pecadores que han escuchado la Palabra y se han convertido; y la de los herejes, que están en medio de los justos, pero son mala cera (§ 8.2).

La venida de Cristo, la Encarnación del Verbo, es contestada y rechazada por quienes sostienen herejías y por los pecadores. Quienes pretender estar junto a Jesús, pero en realidad tienen otras intenciones, no son recibidos por el Hijo de Dios (§ 8.3).

Orígenes se atreve a reconocer, por así decirlo, el carácter providencial del mal, en la misma línea de la existencia de los pecadores o de las herejías. Y lo hace en relación a la economía de la salvación en Cristo y del plan divino de la creación, como también en reconocimiento del libre arbitrio del ser humano[4] (§ 8.4).

Texto

Nuestro Dios es luz y fuego

7.1. Pero se cumplen también las palabras: “Como se derrite la cera ante el fuego, así desaparecerán los pecadores ante Dios, y alégrense los justos” (Sal 67 [68],3-4). Con una sola explicación sobre el humo y la cera, no conozco tres interpretaciones como aquellas que antes he dado, por lo que mi discurso queda incompleto. En efecto, los pecadores son llamados “humo”. Y en cuanto hay humo cuando hay fuego y hay luz, siendo el humo un fenómeno que acompaña al fuego y acompaña a la luz, encuentro el fuego en las palabras: “El que de sus ángeles hace vientos y de sus ministros llamas de fuego” (Sal 103 [104],4; cf. Hb 1,7). Y, en efecto, el ángel se manifestó a Moisés en la llama de fuego (cf. Ex 3,2). Busco también la luz, creo en mi Señor que dice: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14). Tal vez, incluso los ángeles, cuando castigan, son fuego; en cambio, cuando administran lo que se refiere a la bienaventuranza y la salvación, son más bien luz para quienes escuchan la palabra: “Ustedes son la luz del mundo”. Y no te asombres si los ángeles son una y otra realidad, cuando el mismo Dios del universo es llamado luz y fuego: nuestro Dios es para los pecadores un fuego que consume toda la maldad (cf. Dt 4,24; 9,3; Hb 12,29), pero para los justos Dios no es fuego sino luz. Pues “Dios es luz y en no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5).

“He venido a traer fuego”

7.2. Por tanto, Dios es luz y fuego, y los ángeles, como lo hemos explicado, son fuego y luz. ¿Y de qué forma los justos son luz y fuego? En el Evangelio se dice que Cristo es la luz verdadera (cf. Jn 1,9); pero mostraré que Él también es fuego. Pues el Salvador mismo dice: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y cómo quisiera que ya estuviera ardiendo” (Lc 12,49). Pero los justos son imitadores de Cristo. Tiene necesidad Cristo también del fuego para eliminar las realidades terrestres. Por esta razón Él ora, como es bueno, que este fuego se encienda. ¡Oh, si llegara este fuego por el cual el Salvador ha rezado diciendo: “Quisiera el cielo que ya estuviera encendido por mí” (cf. Lc 12,49)! Porque no quería que se incendiara la paja, las espigas o el terreno labrado (cf. Ex 22,5).

“Humo”

7.3. Por consiguiente, tenemos la luz y el fuego, a los que sigue[5] el humo. En efecto, los impíos y los pecadores acompañan a los justos, haciéndose tales no conforme a su razón principal. Porque la razón principal [de su ser] apuntaba a que estos también fueran luz. Según ha demostrado nuestro razonamiento, quería que ellos fueran fuego. Pero desde el momento en que han rechazado ser luz y no han querido devenir fuego, por este motivo se han convertido en humo: “Desaparezcan, como desaparece el humo” (Sal 67 [68],3).

La cera

8.1. Algo semejante se puede decir sobre la cera. Porque la obra principal de las abejas y Salomón dice: “Vete a las abejas y aprende qué trabajadora es” (Pr 6,8 LXX); y: “Hay cuatro seres que son los más sabios de los sabios” (Pr 30,24): las hormigas (cf. Pr 30,25), las langostas (cf. Pr 30,27), las abejas y los damanes[6], pueblo sin poder (cf. Pr 30,26). La abeja, por consiguiente, produce como obra principal la miel, pero la cera es lo que acompaña la actividad principal de la miel.

Diversas clases de cera

8.2. “Pero quiero saber, dice mi oyente, cómo la abeja hace la miel y la génesis con que acompaña la [producción de] cera”. Nuestro Salvador y Señor, el rey de las abejas, la abeja reina, como algunos lo han llamado, para todas las abejas que son los profetas, para todas las abejas que son los apóstoles, dirige[7] la fabricación de la miel. Dirigiendo Moisés como abeja reina, han fabricado miel Isaías, Jeremías y los otros profetas, también ellos abejas, pues tal es la actividad principal de las abejas y de la abeja reina. Ahora bien, los justos, entre quienes han escuchado la Ley y los Profetas, eran la miel; en cambio, los pecadores, entre aquellos que han escuchado, se han convertido en cera. Y si llegas hasta la venida de Cristo y observas las abejas apostólicas, y consideras las Escrituras evangélicas y ves la venida de Cristo y su enseñanza, no dudes en decir que Él ha fabricado como miel la Iglesia; sin embargo, por causa de una producción de miel tan grande se ha producido la cera de las herejías, la cera los que están en medio de los justos.

La venida de Cristo

8.3. Pero si no hubiera venido Cristo, no habría ni miel ni cera, las herejías y los pecadores en medio nuestro, los que dicen: “Hemos comido en tu nombre, hemos bebido en tu nombre y hemos expulsado los demonios en tu nombre” (cf. Mt 7,22). Pero Él les dirá: “Aléjense de mí, porque nunca los conocí” (cf. Mt 7,23). En efecto, nunca ha conocido aquella cera, el producto que acompaña a la miel; más bien, “Disípense como se disipa el humo, como se derrite la cera ante el fuego, que así desaparezcan los pecadores ante el rostro de Dios, que se alegren los justos” (Sal 67 [68],3-4).

“La ‘providencialidad’ del mal”

8.4. También lo que he dicho sobre Cristo se ha verificado asimismo para las criaturas del Dios del universo. Él ha creado a unas como criaturas principales, pero aquellas que las han seguido fielmente en la causa del mal han llegado a ser como la cera y el humo. Caín es humo, en cambio Abel es luz (cf. Gn 4,2); Sem es fuego, pero Cam y Canáan son humo; Sem es miel y Jafet es luz (cf. Gn 5,32). Por eso son bendecidos, llegando a ser luz de la luz de Noé, y miel y dulzura de él. Porque los pecadores se desvanecen como el humo y se derriten como la cera (cf. Sal 67 [68],3); por este motivo “Canáan, maldecido, será siervo de sus hermanos” (Gn 9,25). Quien quiere que los pecadores no existan, afirma en potencia que los justos no existen[8].



[1] Origene, p. 377, nota 32.

[2] Cf. Origene, p. 376, nota 32.

[3] Ibid., p. 377, nota 33.

[4] Ibid., p. 380, nota 34.

[5] O: acompaña (akoloythei).

[6] O: liebres (?); cf. Lv 11,6.

[7] El verbo griego egeomai, permite diversas traducciones que enriquecen la versión que proponemos: conduce, antecede, gobierna, guía.

[8] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de Josué, III,4.5: “También Jafet se debe interpretar de modo similar como dilatación, ya que en sí mismo llevaba la figura de ese pueblo que es salvado de entre las naciones (cf. Is 45,20; Rm 9,24); y el joven Canáan es sometido como esclavo por su padre a Jafet y a su hermano Sem (cf. Gn 9,18-25), este prefigura a los que son salvados entre los circuncisos. En lo cual hay que admirar la benignidad y la providencia de Dios, que queriendo ofrecer un remedio al pecador Canáan y darle la salvación, le hizo servidor de sus hermanos, como asimismo Esaú fue hecho servidor de su hermano Jacob (cf. Gn 25,23; 27,37), no para que pereciera, sino para que, obedeciendo a mejores (que él), consiguiera la salvación”.