OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (745)
Jesús enseña a no temer la muerte
Hacia 1490
París
Orígenes, Homilías sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 38 (39)
Introducción
Los castigos, los azotes, que en la vida recibimos, siempre son para nuestra enseñanza, para nuestra enmienda. Y las reprimendas que Dios nos regala nos ayudan a corregirnos, pues Él ama a quien corrige (§ 7.1-2).
Consustanciado, por así decirlo, con la enseñanza de la Primera carta del apóstol san Juan, Orígenes subraya con vigor la necesidad de reconocer con sincera humildad nuestros pecados. Solo así entraremos en el círculo de la misericordia divina (§ 7.3).
Dos son los caminos por medio de los cuales el Señor nos ayuda a arrepentirnos de nuestras faltas: exterior, merced a las diversas debilidades de nuestra condición humana; e interior, cuando nos dolemos sinceramente por nuestros pecados (§ 7.4).
Es bueno orar para que cesen los flagelos exteriores. En cuanto a los interiores, es necesario proceder siempre con justa medida; es decir, evitar a toda costa que alguien sea devorado por una tristeza excesiva (§ 7.5-6).
Por medio de una significativa comparación se nos enseña que el alma se vuelve “grasosa” cuando el pecado la tiraniza. En cambio, deviene sutil, incluso en cierto modo incorpórea, cuando la virtud campea en ella (§ 8.1).
Es ciertamente obra de Dios, de su gracia salvadora, hacer que nuestra alma dirija su mirada espiritual hacia las realidades celestiales (§ 8.2).
Al presentarnos ante el Señor, después de nuestra partida de este mundo, nuestras obras serán juzgadas de acuerdo a lo que pusimos en nuestras vidas sobre el fundamento, que es Cristo (§ 8.3).
El Señor, para nuestro bien, combina las correcciones de una forma gradual: primero nos corrige con la vara, para que nos enmendemos; después, nos pone dentro de un caldero hirviente, para así disolver nuestros pecados (§ 8.4).
Texto
Los azotes
7.1. “Aparta de mí tus golpes, por la fuerza de tu mano yo he desfallecido” (Sal 38 [39],11). Lo que los traductores latinos han denominado “golpes”, en los códices griegos está escrito: “azotes”, de modo que leen: “Aparta de mí tus azotes”. Es lo que seguramente parece decir [el salmo], como en la corrección de los azotes, cuando en tanto que hombre es corregido por sus pecados, se lo flagela para que se enmiende.
Un castigo para educar
7.2. También muchos comprenden lo que está escrito como: “Hijo mío, no desprecies la disciplina de Dios, y no desfallezcas cuando te increpa. Porque a quien Dios ama, lo corrige, pero azota a todo hijo que recibe” (Pr 3,11-12; Hb 12,5-6). Por tanto, cuando alguien es increpado por esta clase correcciones, con verdad parece decir: “Aparta de mí tus azotes, por la fuerza de tu mano yo he desfallecido” (Sal 38 [39],11). Esto parece estar en completo acuerdo con lo que está escrito: “Con las reprimendas, por causa de su iniquidad, has corregido -o instruido- al hombre” (Sal 38 [39],12).
Si reconocemos nuestras faltas, nos rodea la misericordia del Señor
7.3. Pero yo también conozco otros azotes por los cuales somos vehementemente atormentados, a saber, aquellos que describe la sabiduría por el profeta -pues lo llamo profeta[1]-: “¿Quién dará azotes a mi pensamiento y a mi corazón la corrección de la sabiduría, para que no sean indulgentes con mis errores, que he cometido, y no pase en silencio mis pecados?” (Si 23,2). ¿Ves cómo ora para que su corazón sea flagelado por causa de sus pecados y azotado por sus pensamientos? Por tanto, cuando te ves a ti mismo afligido después de un pecado, atormentado en tu corazón y acusado por tus propios pensamientos; cuando te ves censurado por tu conciencia y flagelado con sus azotes, anticipas la esperanza de tu curación y de tu salvación. Pues para ti está más cerca el camino de la conversión que para aquellos que ni siquiera sienten que han pecado ni se contristan por sus faltas ni padecen los flagelos de su conciencia. Tú, por consiguiente, si te ves flagelado y atormentado en tus pensamientos y aguardando como próxima la esperanza de la salvación, di sobre aquellos, que ciertamente han pecado, pero que no se arrepienten del mismo modo de sus faltas: “No tienen parte en los trabajos de los hombres y no son flagelados con los hombres, por eso los domina el orgullo” (Sal 72 [73],5-6). En consecuencia, si eres atormentado y afligido en tu corazón, di al Señor: “Muchos ciertamente son los azotes de los pecadores, pero a los que esperan en el Señor, la misericordia los rodeará” (Sal 31 [32],10).
“Aparta de mí tus golpes”
7.4. Mostramos, entonces, que los flagelos están preparados para los hombres de dos formas: bien sensiblemente, externos, cuando somos flagelados con enfermedades o pérdidas o con diversos géneros de aflicciones; sea también cuando por el recuerdo de nuestras faltas nuestro corazón es penetrado hasta lo más íntimo[2], impelido por los estímulos de la conciencia. En uno y otro caso, por tanto, conviene decir: “Aparta de mí tus golpes” (Sal 38 [39],11).
La medida del castigo
7.5. Pero, tal vez, alguien diga: “Para esos tormentos que nos son infligidos desde el exterior, parece conveniente una oración que suplica que cese el tormento; ¿pero acaso parecerá también bueno inhibir los estímulos del corazón y del alma?”.
7.6. Se debe buscar una medida en todas las cosas; mucho más en los azotes una medida es muy necesaria, pues si se sobrepasa la medida, te harán daño incluso los que son buenos. ¿Y por qué hablar de azotes? Dice Salomón: “Encuentras miel, come lo suficiente, no sea que saciándote vomites” (Pr 25,16). Si para la miel es útil una medida, cuánto más se requiere y se debe observar en los azotes. Por eso también el Apóstol, temiendo grandes azotes para el corazón de aquel que había pecado y que estaba muy contristado, decía: “No sea que esa persona sea absorbida por una excesiva tristeza” (2 Co 2,7).
La grasa del pecado
8.1. “Con increpaciones por su iniquidad has instruido al hombre, e hiciste que se consumiera como una tela de araña su alma” (Sal 38 [39],12)[3]. El alma que peca se hace más grasosa. Pues tal es la naturaleza del pecado, y por eso está escrito: “El corazón de este pueblo se ha tornado grasoso” (Mt 13,15; cf. Is 6,10). Pero como el pecado hace grasosa el alma, así, al contrario, la virtud la hace más sutil; y para quitar, de alguna manera, lo que tiene de novedad este vocablo, [la virtud] elimina y suprime todo lo que en el alma es corporal y la hace más puramente incorporal. Pero que el alma del pecador se llena de grasa y así se hace carnal, esto se indica por lo que está escrito: “Mi Espíritu no permanecerá en estos hombres, pues son carne” (Gn 6,3). Sin duda denomina “carne” a las almas más grasosas y pecadoras.
Obra de Dios
8.2. Por tanto, si el alma se torna grasosa, de modo que se hace carne, el profeta nos enseña el remedio que Dios nos prepara: “Con increpaciones, dice, por su iniquidad has instruido al hombre, e hiciste que se consumiera como una tela de araña su alma” (Sal 38 [39],12). Por consiguiente, es obra de Dios consumir y destruir todo lo que de materia más grasosa circunda nuestra alma, para extenuar y eliminar la prudencia de la carne (cf. Rm 8,7); y así, finalmente, hacer que el alma vuelva a la sutil comprensión de las realidades celestiales e invisibles.
Nuestras obras serán probadas por el fuego
8.3. Hallamos cosas semejantes designadas por el profeta Ezequiel bajo un símbolo para nada mínimo, cuando se habla de las carnes puestas en un caldero o en una marmita, y cocidas. Se dice que fueron cocinadas y se deshicieron, o que las carnes se consumieron y que el jugo se evaporó. (cf. Ez 24,3-5). Estas cosas fueron escritas con esas mismas palabras puesto que nos recibirán los calderos o las marmitas encendidos por las llamas, en los que seremos arrojados, nosotros que revestimos de carne nuestras almas, y las cubrimos de grasa, si antes, mientras todavía estamos en este mundo, no nos adelantamos por la penitencia a disolver nuestras carnes[4] y reducir la grasa de nuestra alma a la sutileza de una tela de araña. Si todavía tuviéramos carnes al salir de este mundo, seremos arrojados en aquellas marmitas que están ardiendo con leña, heno o paja, es decir, con las obras que pusimos sobre el fundamento de Cristo (cf. 1 Co 3,11-13).
Dos formas de corrección
8.4. Tal es también, yo opino, aquello que Jeremías afirma: “Vi, dice, un caldero o una marmita ardiente, y su abertura vuelta hacia el norte” (Jr 1,13). O cuando vio asimismo una rama de nogal[5]. Reflexionemos, entonces, sobre esta sentencia, que muestra simultáneamente una vara y una marmita puesta sobre el fuego, de modo que, si las correcciones infligidas por la vara y te enmiendas, no tendrás necesidad de la marmita puesta en el fuego. Pero si permaneces incorregible y no te enmiendas por la vara, es decir, si corregido y confutado por la palabra, no te arrepientes, y corregido por esa vara -de la que habla Pablo: “¿Qué quieren, que vaya con la vara a ustedes, o con caridad y espíritu de mansedumbre?” (1 Co 4,21)-; por consiguiente, si no te enmiendas con una tal vara, serás arrojado a la marmita, y marmita puesta sobre el fuego. Por eso, en consecuencia, vio Jeremías al mismo tiempo ambos objetos: la vara y la marmita al fuego, para que, considerándolas a las dos, las veamos una en función de la otra. Por tal motivo está escrito: “Hiciste que se consumiera como una tela de araña su alma” (Sal 38 [39],12).
[1] Antes de que fuera establecido el carácter canónico del libro del Eclesiástico (el Siracida), Orígenes lo reconocía como libro inspirado (cf. SCh 411, pp. 392-393, nota 1).
[2] La expresión: penetrado hasta lo más íntimo, es la traducción del verbo terebro.
[3] Otra versión posible: “Con castigos por iniquidad has educado al hombre, y has destruido como araña su alma” (La Biblia griega Septuaginta, p. 70).
[4] Lit.: derretir nuestras carnes (tabescant carnes nostrae).
[5] Nuceam, traducción de la LXX que dice: karyinos. Pero este vocablo también puede traducirse por almendro.