OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (744)
Los Doce Apóstoles
Siglo XIII
Siena, Italia
Orígenes, Homilías sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 38 (39)
Introducción
La última parte del versículo siete del salmo 38 (39), presenta, según Orígenes, una neta oposición entre los bienes materiales, que son perecederos, y los bienes espirituales, que, por ser para Dios, son imperecederos (§ 3.1).
Cristo es realmente todo para nosotros, para quienes creen sinceramente en Él. Por consiguiente, nuestro gran deseo y nuestra firme esperanza deben estar puestos en Él (§ 3.2).
Nuestra existencia, la realidad misma de nuestro ser, es un don de Dios. Él insufló en nosotros su espíritu de vida (§ 3.3).
El salmo (v. 9) pide la liberación de todas nuestras iniquidades. Esto significa que debemos anhelar la completa liberación de la opresión de nuestras malas acciones. Y conforme a nuestro arrepentimiento, que tendría que ser total, el Señor nos regala su perdón (§ 4.1).
Estamos invitados a obrar “en toda justicia”. Este es el camino que nos permitirá ser liberados de nuestras malas acciones, de nuestras iniquidades. Solo así podremos ofrecer a Dios un corazón puro (§ 4.2).
El Maligno quiere que no se borren de nuestro corazón ni los pecados ni el recuerdo de ellos. Al contrario, busca por todos los medios que siempre pesen en nuestra vida esos oprobios, y seamos tan insensatos como él lo es (§ 5.1).
Quien sigue con fidelidad al Señor Jesús debe mantener una actitud siempre vigilante, vivir en un estado de permanente conversión. Solo así evitaremos volver hacia atrás, batirnos en retirada ante el Insensato diablo, que nos empuja a abandonar nuestras promesas bautismales (§ 5.2).
En ciertos momentos de su vida, en especial cuando se nos acusa con falsedad y se habla mal de nosotros, el cristiano debe aprender a callar, siguiendo el ejemplo del Señor Jesús (§ 6.1).
Dios nos enseña, por medio de los combates que nos proponen los pecadores, a fortalecernos en la lucha, para poder así progresar en nuestro camino de vida cristiana (§ 6.2).
El Señor Jesús nos invita, con su ejemplo, a no solamente soportar los malos tratos, sino también a devolver bien por mal. Lo mismo nos enseña el apóstol Pablo (§ 6.3).
Texto
Tesoros perecederos e imperecederos
3.1. Sigue [en el salmo]: “Acumula tesoros e ignora para quien los reúne” (Sal 38 [39],7)[1]. Convenía, en efecto, indagar qué son estos tesoros que acumula, y no sabe para quién los ha reunido, y qué, en cambio, son aquellos tesoros que se han reunido y de los que no se ignora por qué permanecen[2].
Cristo es nuestra esperanza
3.2. Viene después: “¿Y ahora cuál es mi expectación? ¿No es acaso el Señor?” (Sal 38 [39],8). Como nuestra sabiduría es Cristo, y nuestra justicia es Cristo, según lo que está escrito: “Se hizo para nosotros por Dios, Sabiduría, Justicia, Santificación y Redención” (1 Co 1,30), así también la expectación, es decir, nuestra paciencia, es Cristo. Por eso, “que no se gloríe el sabio en su sabiduría, ni el fuerte en su fortaleza” (Jr 9,22 [23]), pues todo lo tenemos en Cristo. Y ahora, por tanto, ¿cuál es mi expectación, es decir, mi paciencia? El Señor.
El espíritu de vida
3.3. “Y mi existencia viene de ti” (Sal 38 [39],8)[3]. Si tengo la sustancia de las riquezas espirituales, [esto] es de Dios. Porque “Dios insufló en el rostro del hombre un espíritu de vida, y el hombre devino un alma viviente” (Gn 2,7).
El Señor nos retribuye según la medida de nuestra conversión
4.1. “De todas mis iniquidades líbrame” (Sal 38 [39],9). Era necesario que añadiera “de todas”, para que ninguna iniquidad nos posea y nos oprima. Pero consideremos cómo Dios nos libera de las iniquidades. Si nos arrepentimos de nuestras malas acciones y nos convertimos a Dios, recibiendo Dios nuestra conversión, nos da la absolución de nuestras iniquidades, según la medida de nuestra conversión. Porque a quien mucho se le perdona, más ama, y por eso se dice: “A esta mujer le han sido perdonados sus muchos [pecados], porque mucho ha amado” (Lc 7,47). Por tanto, según la medida de nuestro arrepentimiento, se mide la grandeza de nuestra remisión, para que no nos perdamos a nosotros mismos, pensando que nos es dispensado sin ninguna regla, sin ningún juicio.
Liberados de todas nuestras iniquidades
4.2. Yo creo, en efecto, que quien haya cumplido toda justicia (cf. Mt 3,15), éste borra todas sus iniquidades; en cambio, quien poco o solo en parte haya obrado la justicia, en parte cancela sus iniquidades. Pero quien haya hecho una penitencia perfecta e íntegra por todas sus maldades, para así ofrecer ya un corazón puro a Dios, éste al mismo tiempo ha lavado toda la ignominia de sus pecados. Por el contrario, si se arrepiente en parte, también en parte merece ya el perdón. Por tanto, el profeta, sabiendo esto, y que sin duda Dios a algunos libera de todas sus iniquidades, y a otros de algunas, pienso que, por eso, seguro de haber obrado de esa manera, merece ser liberado de todas sus iniquidades, y con audacia dice: “De todas mis iniquidades líbrame” (Sal 38 [39],9).
El Insensato nos cubre de oprobios
5.1. “Me diste en oprobio al insensato” (Sal 38 [39],9)[4]. En tanto que tenemos pecados, es forzoso que seamos cubiertos de oprobio por el Insensato y acusador nuestro: el diablo. Y si se encuentra que nuestros pecados no han sido borrados, sino que están inscritos en nosotros con el estilete del diablo, por esas mismas faltas que cometimos el enemigo nos cubrirá de oprobios. Pues como se dice que las buenas acciones “están escritas no con tinta, sino con el Espíritu del Dios viviente” (2 Co 3,3), así también las malas acciones se escriben con la tinta y el cálamo del diablo. Por eso, nuestro Señor y Salvador borró el quirógrafo de nuestros pecados, que había sido estipulado contra nosotros, firmado por el diablo (cf. Col 2,14), como incluso antes había sido predicho por el profeta diciendo: “He aquí que borro como una nube tus iniquidades y como la niebla tus pecados” (Is 44,22), y ya no los recordaré más (cf. Jr 31,34).
Nunca abandonar nuestros compromisos bautismales
5.2. Por consiguiente, para no ser cubiertos de oprobios por el Insensato, convirtámonos de todas nuestras iniquidades, no sea que encontrando en nosotros las manchas de los pecados, es decir, las insignias de su voluntad, nos cubra de oprobios y diga: “He aquí éste, que se decía cristiano y estaba signado en la frente con el signo de Cristo; pero llevaba en el corazón mis voluntades y mi quirógrafo. He aquí éste, que en el bautismo renunció a mí y a mis obras, y de nuevo sirve a mis obras y obedece a mis leyes”. Liberados, por tanto, de todas las iniquidades, esforcémonos para que no sucumbamos en el día del juicio bajo estos oprobios del Insensato, del diablo.
Saber callar
6.1. “Me callé y no abrí mi boca, porque tú eres quien lo hizo” (Sal 38 [39],10)[5]. Más arriba ya expusimos también esto, cuando tratamos aquel versículo que dice: “Mientras el pecador se alzaba contra mí, me callé, y he sido humillado y he callado [incluso] sobre cosas buenas” (Sal 38 [39],2-3)[6]. Pues es bueno, en este tiempo, cuando contra nosotros se lanzan las flechas de las detracciones, de las injurias y de los oprobios, acordarnos de este pequeño versículo que dice: “Me callé y no abrí mi boca, porque tú eres quien lo hizo” (Sal 38 [39],10).
Dios lo hizo
6.2. Parece conveniente buscar esto: ¿por qué el profeta dijo: “Eres tú quien lo hizo”, sin añadir, sin embargo, lo que hizo? Pero es que el ordenamiento mismo [del texto] nos lo enseña, porque describe como un combate entre nosotros y el pecador que se alza contra nosotros, pues indica eso mismo que Dios hizo, esto es: que Dios hizo estos combates por nuestra causa, para ejercitarnos y hacernos progresar.
Devolver bien por mal
6.3. Por esa razón, entonces, recordaré que tú hiciste estos combates y nos preparaste estos ejercicios de paciencia. Porque cuando fui provocado a la cólera, irritado con injurias, para no exceder los límites de la paciencia y no proferir con mis labios alguna palabra que no te agradara, “me callé y no abrí mi boca” (Sal 38 [39],10). Pero si fuera capaz de soportar un golpe más fuerte, según lo que prescribe Pablo, no solo callaré y no abriré mi boca, sino que también cuando me maldigan, bendeciré, y calumniado, rezaré (cf. 1 Co 4,12-13).
[1] Otra versión de este versículo: “Acumula tesoros y no sabe para quién los reunirá” (La Biblia griega Septuaginta, p. 70).
[2] “Oposición de los bienes materiales que, después de nosotros, pasarán a otro, y de los bienes espirituales que permanecen para Dios” (SCh 411, p. 382, nota 1).
[3] El texto latino traduce ypostasis por substantia. Pero no es posible traducir siempre el vocablo latino por existencia (cf. SCh 411, p. 384, nota 1).
[4] La LXX dice: “Como injuria a insensato me has dado” (La Biblia griega Septuaginta, p. 70). Insipiens, podría también traducirse: necio, ignorante. Sin embargo, insensato es más adecuado ya que en nuestra lengua significa: fatuo, tonto.
[5] La LXX dice: “Enmudecí y no abrí mi boca, pues tú eres el que me has hecho” (La Biblia griega Septuaginta, p. 70).
[6] Cf. Hom. 38,I,4.1.