OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (743)

La adoración del Cuerpo de Cristo (el Huésped sangrante)

Hacia 1470-1480

Dijon, Francia

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 38 (39)[1] 

Introducción

El versículo siete del salmo treinta y ocho nos plantea una dificultad. En efecto, no sabemos a quién se refiere la expresión “en imagen”. Pero hay otros pasajes de la Escritura que precisan a quién se refiere la frase “en imagen” (§ 1.1). 

En todo ser humano está impresa la imagen de Dios. Pero el Creador respeta siempre nuestra libertad, que nos permite optar bien por la imagen celestial, bien por la terrenal (§ 1.2).

A partir de textos del Nuevo Testamento, Orígenes nos ofrece una guía espiritual para saber cuándo en nuestro corazón se ha establecido la imagen celestial o, por el contrario, la imagen terrena (§ 1.3).

Quien, en la vida presente, no se haya revestido con la imagen celestial, con sus palabras y sus acciones, estará privado de la herencia y de la convivencia con los habitantes de la ciudad celestial (§ 1.4).

Nuestro conocimiento y nuestra sabiduría de los misterios divinos, mientras vivimos en este mundo, son “a imagen”, es decir, parciales, en espera de la contemplación plena de las realidades divinas (§ 2.1-2). 

En la vida presente no tenemos todavía una experiencia plena de la justicia divina. Cristo mismo, en efecto, asumió nuestra naturaleza mortal, para abrirnos las puertas a una experiencia del amor-justicia de Dios adaptada a nuestra capacidad (§ 2.3).

La palabra de Dios que nos regala el versículo siete del presente salmo, no está destinada solamente a los judíos, que viven bajo la sombra de la Ley, sino a todos los que caminan “en imagen” (§ 2.4). 

“En ocasiones, imagen y sombra son equivalentes para Orígenes, otras veces, son diferentes según Hb 10,1. Las realidades son los misterios divinos vistos cara a cara en el Evangelio eterno; la imagen se relaciona con el Evangelio temporal que comporta la posesión de ‘las verdaderas’ realidades que se ven ‘como en un espejo, en enigma’… La sombra se vincula al AT en tanto que es deseo, esperanza, presentimiento de ‘las verdaderas’ realidades… El recurso a Hb 10,1, introduce una triple gradación: la sombra (skia), que corresponde al AT; la imagen (eikon) que es ya una participación en la realidad suprema: NT o Evangelio temporal; realidades (aletheiai), realidades divinas: Evangelio eterno” (§ 2.5)[2].

El advenimiento del Hijo de Dios en nuestra carne mortal nos permite superar la imagen y la sombra de las realidades presentes. Por la Encarnación somos llevados por Cristo más allá de los cielos, para poder caminar en la Verdad misma (§ 2.6).

Orígenes propone una lectio divina muy atenta para profundizar en el versículo del salmo que dice: “En imagen deambula el hombre”. Pues todo ser humano camina ya en imagen de lo celestial, ya en la imagen de lo terreno, y, por tanto, no son idénticas estas imágenes en cada persona (§ 2.7-8).

Un ejemplo de una cuasi perfecta imagen de lo celestial es la figura del apóstol Pablo. Nosotros, por nuestra parte, deberemos discernir entre la variedad de imágenes de lo terreno en los pecadores, y de lo celestial en los santos (§ 2.9).

Debemos investigar los recovecos de nuestro corazón con mucha atención, no sea que allí el Maligno haya introducido sus tiránicas imágenes (§ 2.10).

Las imágenes tiránicas que el diablo quiere instalar en nosotros, son nuestras malas inclinaciones, nuestros vicios. Necesitamos quitarlos para que resplandezca en nosotros la imagen celestial (§ 2.11). 

Texto

“En imagen”

1.1. “Dado que en imagen deambula el hombre” (Sal 38 [39],7)[3]. Una imagen necesariamente es la imagen de alguien. Pero también en la Escritura, cuando ella habla de imagen, a veces, precisa y dice de quién es esa imagen, y otras veces, pone imagen sin ninguna precisión. Así, sobre el Salvador, cuando dice “que es la imagen” no silencia de quién es imagen, sino que agrega: “Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura” (Col 1,15). Y de nuevo, cuando nos instruye sobre diversas imágenes y [nos enseña] que cada uno lleva alguna imagen, dice: “Como llevamos la imagen terrena, así también llevamos la imagen celestial” (1 Co 15,49). Nombra imagen con el agregado de terrena o celestial. En cambio, en otro lugar, sin ninguna precisión, dice, como en este lugar: “Dado que en imagen deambula el hombre” (Sal 38 [39],7). ¿Pero en imagen de quién? ¿De Dios, o en la imagen terrena, o en la imagen celestial? ¿Cómo podré saber en este pasaje lo que nos enseña la Escritura divina que dice sin ningún agregado: “Dado que en imagen -no sé de quién- deambula el hombre”?

Todo ser humano camina “en imagen”

1.2. Y, ciertamente, si la Escritura hubiera hablado solo sobre los justos, habría dicho: “Dado que deambula el hombre en imagen de lo celestial”; o si hubiera hablado únicamente sobre los pecadores, seguramente habría dicho: “El hombre deambula en la imagen de lo terrenal”. Pero ella se pronuncia de modo general sobre el conjunto de los mortales, de los cuales algunos portan la imagen celestial: todos los que viven según la ley de Dios; y otros portan la imagen terrenal, los que viven de forma carnal. Por eso necesariamente mantiene en silencio una designación especial de la imagen y presenta una sentencia general sobre todos los hombres, pues todo hombre camina en imagen.

La imagen celestial y la imagen terrena

1.3. A ti ahora [te toca] examinar y buscar, según la fe y las obras de cada uno, según su conducta y sus acciones, sus pensamientos y palabras, y considerar si camina conforme a la imagen celestial o en la imagen terrena[4]. Si eres misericordioso como tu Padre celestial es misericordioso (cf. Lc 6,36), sin duda la imagen del Padre celestial está en ti[5]. Si no solo haces el bien a tus amigos, sino que también a los enemigos les devuelves bien por mal, como “el Padre celestial hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45), en ti está la imagen celestial. Y si en todo esto eres perfecto como tu Padre celestial es perfecto (cf. Mt 5,48), la imagen celestial está en ti[6]. Y, por el contrario, si no eres imitador de Cristo ni del apóstol Pablo que dice: “Sean imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11,1), sino que eres imitador de las obras del diablo que fue un homicida desde el inicio (cf. Jn 8,44), y si gustas las cosas terrenas y hablas de cosas terrenas (cf. Flp 3,19), y tu tesoro y tu corazón están en la tierra, tú llevas la imagen de lo terreno.

Las insignias de la imagen celestial

1.4. Pero, puesto que en este pasaje hemos encontrado que el texto trata sobre la imagen, parece necesario presentar también el versículo de aquel salmo en el que está escrito sobre los pecadores: “Señor, en tu ciudad reducirás a nada su imagen” (Sal 72 [73],20). Consta, por tanto, que, en su ciudad, Dios reducirá a nada la imagen de los pecadores; en cambio, la imagen de los justos, sin duda, la protege y la conserva. Por consiguiente, es esta imagen de lo terreno, es decir, de los pecadores, que Dios reduce a nada en su ciudad. Esto es: si alguien sale de este mundo y lleva consigo la imagen de lo terreno, por esta causa será reducido a nada en aquella ciudad de Dios, y no conseguirá tener parte entre los ciudadanos de esta ciudad celestial, pues no lleva las insignias de la imagen celestial (cf. 1 Co 15,49).

Nuestro conocimiento y nuestra sabiduría son limitados

2.1. Pero me parece que este versículo contiene también otro misterio: la vida de este mundo y el imaginario obrar[7], es una imagen; en cambio, la vida futura no es imaginaria, sino verdadera. Y esto es lo que se dice: que cada uno tiene una imagen de la virtud; sin embargo, no vive propia y sinceramente en la virtud misma. Me explico: la sabiduría y el conocimiento son parte importante de las virtudes; pero en la vida presente, si alguien piensa que ha conocido, todavía no ha conocido cómo conviene saber, pues quien conoce, conoce en enigma. Por tanto, caminamos en la imagen del conocimiento, y no en el conocimiento mismo, por el que se conoce cara a cara (cf. 1 Co 13,12)

2.2. Así también, caminamos en la imagen de la sabiduría y no en la sabiduría misma, pues todavía no contemplamos a rostro descubierto la gloria del Señor (cf. 2 Co 3,18).

Marchamos en la imagen de la justicia divina

2.3. Me atrevo a decir lo mismo sobre la justicia de Dios: porque caminamos en la imagen de la justicia y todavía no avanzamos en aquella justicia que es cara a cara (cf. 1 Co 13,12). Porque no la podría asir la naturaleza humana revestida de piel y carne, tejida de huesos y nervios (cf. Jb 10,11), ni sostener la desnuda y sincera verdad misma de la justicia, ni soportarla según la fuerza y el poder de su naturaleza; si Cristo mismo es, sin duda, la naturaleza de las virtudes, Él mismo, en efecto, es la justicia, que no viene al género humano en la plenitud de su esplendor, porque Jesucristo se despojó a sí mismo de la forma de Dios para recibir la forma de siervo (cf. Flp 2,7).

Imagen y sombra

2.4. Y si verdaderamente la palabra de la Escritura habría hablado solo de los judíos, tal vez hubiera dicho: “Dado que en la sombra deambula el hombre”; pero puesto que, como pienso, la palabra se dirige a personas mejores que aquellos que viven bajo la sombra de la Ley (cf. Hb 10,1), por eso está escrito: “Dado que en imagen deambula el hombre” (Sal 38 [39],7).

2.5. Esto será más claro para la inteligencia a partir de las palabras del apóstol Pablo, que designa tres clases de propiedades en la Ley, hablando de sombra, imagen y verdad. Dice, en efecto: “Porque la Ley posee la sombra de los bienes futuros, no la imagen misma de las realidades: cada año por medio de esos mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar, nunca puede hacer perfectos a quienes se aproximan” (Hb 10,1). Por consiguiente, “la Ley posee la sombra de los bienes futuros, no la imagen misma de las realidades”, mostrando, sin duda, que es otra la imagen de las realidades de aquella que se denomina “sombra de la Ley”. Y si alguien pude describir la observancia del culto judío, que considere que ese templo no tenía la imagen de las realidades, sino la sombra; que vea también que el altar es una sombra, que vea que los cabritos y los terneros llevados para el sacrificio, todo esto es una sombra, según aquello que está escrito: “Porque nuestra vida sobre la tierra es una sombra” (1 Cro 29,15; Jb 8,9).

“Penetrar en los cielos”

2.6. Pero si alguien pudiera ir más allá de esta sombra, que venga a la imagen de las cosas (cf. Hb 10,1), y que vea el advenimiento de Cristo realizado en la carne, que vea al Pontífice, ofreciendo también ahora víctimas al Padre (cf. 1 P 2,5; Hb 10,12), y teniéndolas que ofrecer después; y comprenda que todo esto son imágenes de las realidades espirituales, y que por los oficios corporales se designan los celestiales. Se llama, por tanto, imagen lo que se recibe en el presente y que puede percibirlo la naturaleza humana. Si puedes, por el pensamiento y el alma, penetrar en los cielos y seguir a “Jesús que penetró en los cielos” (Hb 4,14), y ahora se nos presenta junto al rostro de Dios, allí descubrirás esos bienes de los que la Ley era la sombra (cf. Hb 10,1) y de los que Cristo mostró la imagen en la carne, que están preparados para los bienaventurados; “que ningún ojo vio ni oído oyó ni ascendió al corazón del hombre” (1 Co 2,9; cf. Is 64,3). Cuando los verás comprenderás que también quien camina en los mismos, y permanece en el deseo y en el ansía de ellos, éste no camina ya en imagen, sino en la Verdad misma. 

Una lectio divina más cuidadosa

2.7. Sin embargo, “en imagen deambula el hombre” (Sal 38 [39],7). Repitamos, por consiguiente, esta palabra que dice el Apóstol, en la que designa dos imágenes generales, una sin duda terrena; en cambio, la otra celestial (cf. 1 Co 15,49), y comparémosla con [el salmo]: “Dado que en imagen deambula el hombre” (Sal 38 [39],7). Y esto que se dice de manera general, dividámoslo en muchos aspectos, para que, cuando se haya dividido la palabra en partes, se aclare lo que está oculto en el interior.

Diferentes imágenes

2.8. Esto es lo que decimos: toda potestad enemiga y cada fuerza divina, que presta auxilio a quienes desean conseguir la salvación, cada una de ellas, imprimen ciertas imágenes en las almas que, por diversas inclinaciones, se ofrecen para recibirlas. Por ejemplo, como lo dijimos antes, todos los hombres, llevamos o la imagen celestial o la terrena, pero en estos mismos es grande la diversidad. Por ejemplo, todo pecador lleva la imagen terrena, pero no todos del mismo modo: no es igual la imagen terrena que porta el homicida y el mentiroso, o el adúltero y el insolente, el corruptor de niños y el ladrón, aunque todos llevan esta imagen terrena, sin embargo, es mucha la diferencia entre ellos, a causa de la diversidad de pecados.

La imagen celestial en san Pablo

2.9. En consecuencia, según esta diversidad de imágenes terrenales, contempla también la diversidad de las imágenes celestiales[8], y mira a Pablo llevando la imagen celestial, y a Timoteo. ¿Y qué? ¿Pensamos que la imagen celestial era la misma en Pablo y en Timoteo? ¿La imagen de Pablo no era más amplia, más preclara que la imagen de Timoteo? Yo pienso que, en la medida en que Pablo precedía a Timoteo por el mérito de su vida y la fuerza de su palabra, por su grandeza de ánimo, así también resplandecía en él con mayor y más esplendidez la imagen celestial, imagen tal que la hacía Cristo en él, cuando hablaba en él (cf. 2 Co 13,3). Y hacía otra imagen, pienso que muy inferior, en aquel que decía: “Y el ángel que hablaba en mí dijo” (Za 1,14). Así, buscándolas también una a una por ti mismo, hallarás la diversidad de imágenes, ya sea de lo terreno en los pecadores, ya sea de lo celestial en los santos.

Escrutemos nuestro corazón

2.10. En consecuencia, todo lo que hacemos en cada hora, en [cada] momento, diseña alguna imagen. Y por eso debemos escrutar nuestras acciones una a una, y examinarnos a nosotros mismos; con esta obra o con esta palabra: ¿se pinta en nuestra alma una imagen celestial o una imagen terrena (cf. 1 Co 15,49)? Pero también no parecerá inútil advertirles que muchos en este mundo perecieron por causa de las imágenes de los malos reyes o más bien de los tiranos, por el hecho que en ellos se encontraron esas imágenes de tirano, y esto solo es suficiente para acusarlos. Por tanto, que ahora cada uno de ustedes se examine con cuidado, que revise los arcanos de su corazón y que busque diligentemente qué imágenes tiene allí. Si descubres que tienes allí las figuras del diablo y la imagen de Satanás, ¿qué refugio tendrás para tu vida? ¿Quién se compadecerá de ti, cuando en lo íntimo de la habitación de tu corazón, se manifiesta la imagen tiránica?

Las imágenes tiránicas

2.11. Si quieres que te designe por su representación esas imágenes, escucha. La ira es una imagen tiránica, la avaricia, el dolo, la soberbia, la arrogancia[9], las glorias seculares, las envidias, las borracheras, las comilonas y otras cosas similares (cf. Ga 5,21). Si no las expulsas en seguida de tu casa, si no quitas y arrancas de tus pensamientos toda la tintura de esta pésima pintura, y borras toda huella de este color envenenado, estas mismas imágenes te matarán. Esto sobre lo que está escrito: “En imagen deambula el hombre” (Sal 38 [39],7)[10]. 



[1] No disponemos del texto griego de esta homilía. Traducimos entonces a partir de la versión latina de Rufino editada por Emanuela Prinzivalli (con introducción, traducción y notas de H. Crouzel, sj, y L. Brésard, ocso), Paris, Eds. du Cerf, 1995, pp. 370-405 (Sources Chrétiennes [= SCh] 411). La subdivisión de los párrafos y los subtítulos son agregados nuestros.

[2] SCh 411, pp. 376-377 (nota 1) y 378-379 (nota 1).

[3] Para este versículo sigo la versión castellana de La Biblia griega Septuaginta, Natalio Fernández Marcos - María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores], Salamanca, Eds. Sígueme, 2013, p. 70 (Biblioteca de Estudios Bíblicos, 127), pero respetando la forma más suave del inicio, ya que el latín traduce el griego mentoige (verdaderamente) por quamquam (aunque, dado que, bien que).

[4] “Esta oposición “imagen terrena – imagen celestial” proviene de Pablo: 1 Co 15,48-49. Pero mientras que Pablo la comprende de Adán y de Cristo, Orígenes la aplica habitualmente al diablo y a Dios” (SCh 411, p. 372, nota 1).

[5] Sigo el texto latino que dice: “sine dubio in te [patris] caelestis imago est”.

[6] Lit.: la imagen de lo celestial está en ti (imago in te caelestis est).

[7] Conversatio imaginaria. Otra trad.: y lo que se hace es algo como imaginario.

[8] Lit.: de lo terrenal… de lo celestial (imaginis terreni… imaginis caelestis).

[9] Tumor, que también puede traducirse: vanidad, altanería.

[10] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, XIII,4.3-5: «Cuando en el principio Dios hizo al hombre, “lo hizo a su imagen y semejanza” (cf. Gn 1,26; 5,1); y esta imagen no la puso fuera, sino dentro de él. Ella no podía aparecer en ti, mientras tu casa estaba sucia, repleta de inmundicias y escombros. Esta fuente de conocimiento estaba situada dentro de ti, pero no podía fluir, porque los filisteos la habían tapado con tierra y habían producido en ti “la imagen terrena”. Por tanto, tú ciertamente en otro tiempo llevaste “la imagen terrena”, pero ahora que has escuchado esto, purificado por el Verbo de Dios de toda esa mole de tierra y de la opresión terrena, haz resplandecer en ti “la imagen celestial”.

Esta es, en efecto, la imagen de del la cual el Padre decía al Hijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). El pintor de esta imagen es el Hijo de Dios. Y porque tal y tan (grande) es el pintor, su imagen puede ser oscurecida por la negligencia, pero no puede ser destruida por la maldad. Porque la imagen de Dios permanece siempre en ti, aunque tú mismo le superpongas “la imagen terrena”.

Esta pintura la pintas tú mismo para ti. Por tanto, cuando la lujuria te oscurece, la cubres con un color terreno; si en cambio la avaricia te quema, le mezclas también otro (color). Pero cuando la cólera te hace cruel, agregas nada menos que un tercer color. La soberbia también añade otro color, y la impiedad otro. Y así por cada una de las especies de maldad, como por el conjunto de los diversos colores, tú mismo te pintas esa “imagen terrena” que Dios no puso en ti. Por eso, entonces, debemos orar a Aquél que nos dice por el profeta: “He aquí que yo borro tus iniquidades como una nube, y tus pecados como el humo” (Is 44,22). Y cuando haya borrado en ti todos esos colores, que fueron tomados de las tinturas de la maldad, entonces resplandecerá en ti aquella “imagen” que fue creada por Dios. Ves, por tanto, de qué modo la Escritura introduce formas y figuras para enseñar al alma a conocerse y purificarse».