OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (735)
La incredulidad del apóstol Tomás
Hacia 1175
Corbie (?), Francia
Orígenes, Homilías sobre los Salmos
Homilía II sobre el Salmo 37 (38)
Introducción
Evitar hablar mal de quien se expresa desconsideradamente sobre nosotros es el gran desafío que se nos propone en el comentario al v. 17 del salmo. Esta exigencia se hará sentir con todo su vigor en el momento en que, sintiéndonos débiles, peor nos traten (§ 4.1).
Orígenes distingue tres grados de movimientos de nuestros pies: los pies que ya han resbalado; los de quienes han resbalado, pero un poco menos; y los de quienes están firmes y estables sobre la roca, que es Cristo (§ 4.2).
Por medio de una vivaz y muy sentida oración, se nos exhorta a aceptar con sinceridad nuestras faltas y soportar el castigo correspondiente ya ahora, en el tiempo presente, para evitar así el temible castigo futuro (§ 5.1).
Se prolonga la oración, comenzada en el párrafo precedente, pero se la amplia en una enumeración vigorosa de todo lo que ahora, en este tiempo, se acepta sufrir, para no ser luego privado de la eterna felicidad (§ 5.2).
Texto
No devolver mal por mal
4.1. «Porque dije: “Que mis enemigos no me insulten más”» (Sal 37 [38],17). Cuando era calumniado y a mi vez no devolvía [el insulto] a los calumniadores, esto decía: “Si he devuelto el mal a quienes me lo han hecho” (Sal 7,5 LXX), sin duda yo seré abandonado por Dios y, abandonado, necesariamente caeré. Pero cuando caiga, mis enemigos me insultarán. En cambio, si no devuelvo mal por mal (cf. 1 P 3,9), sino que dejó a Dios el juicio, ayudado por Él mismo no caeré, sino que permaneceré firme y mis enemigos no me insultarán. También dije esto: “Mientras vacilaban mis pies, con grandes palabras han hablado sobre mí” (Sal 37 [38],17 LXX). Mientras me mantenga en pie, intrépido e inmóvil, mis enemigos no hablarán grandes cosas contra mí, pues nada tienen para decir. Pero apenas vacile -ya no digo que caeré- de inmediato comenzarán a reprocharme y decir: “¿Ves eso? ¿Qué hizo éste? Y cuando enseña esto, hace otra cosa, hace lo opuesto a lo que enseña”. Por consiguiente, es necesario que estos tales digan: “Cuando mis pies vacilaron, hablaron grandes cosas sobre mí” (Sal 37 [38],17).
Pies que resbalan y pies que estás firmes sobre la roca
4.2. Sin embargo, otro, mejor que este, en cuanto concierne a las personas introducidas por los profetas, y comparadas unas con otras, dice: “Mis pies por poco resbalaron” (Sal 72 [73],2). Los pies de aquel resbalaron, pero los míos por poco resbalaron. Es posible que haya algún otro cuyos pies no hayan resbalado, ni un poco, ni un poco menos; aquel, creo, que dice: “Estableció mis pies sobre roca” (Sal 39 [40],3). Aquel directamente nada dice sobre la vacilación de sus pies, sino que da testimonio sobre su estabilidad. Bienaventurados, por tanto, somos si ninguna conmoción se les reprocha a nuestros pies, sino que están firmes sobre la piedra, es decir sobre el Señor Jesucristo mismo (cf. 1 Co 10,4). Y si no podemos estar firmes así, que nos reciba al menos ese segundo grado inferior, en el que nuestros pasos resbalan un poco menos. Pero hay un tercer y último grado, próximo a la caída, cuando nuestros pies ya han resbalado[1].
Aceptemos el castigo que merecemos
5.1. “Porque yo estoy preparado para los castigos” (Sal 37 [38],18). Esta es también la voz de un pecador, y óptima, si así se puede decir, que ciertamente ha cometido una falta, pero espera los castigos de los delitos, por los que desea ser corregido en el presente, para no ser castigado y morir en el futuro. Ponte a un pecador ante los ojos, que dice al Señor: «Puesto que he pecado, ya ahora estoy preparado para los castigos, no me reserves para el fuego eterno (cf. Mt 25,41), no me reserves para las tinieblas exteriores (cf. Mt 8,12). Mientras estoy en esta vida, dame lo que corresponde a mis pecados, porque castigas a todo hijo que recibes (cf. Hb 12,6; Pr 3,12). Te ruego, castígame también y no me pongas a un lado con esos que no son castigados, “quienes no tienen parte en los sufrimientos de los hombres y no son castigados con los hombres” (Sal 72 [73],5), es decir, que son totalmente abandonados por ti, a quienes no buscas para enmendar y corregir».
Los dolores presentes nos preservan de las penas futuras
5.2. Por tanto, sabiendo cuál es la diferencia entre un pecador que es castigado por el que castiga a todo hijo que acoge (cf. Hb 12,6; Pr 3,12), y el que no es juzgado digno de ser castigado, le dice al Señor: «“Yo estoy preparado para los castigos” (Sal 37 [38],18); esto es, si quieres hacer caer sobre mí las enfermedades, enviar aflicciones, las toleraré con paciencia: sé que merezco no solamente expiar mis pecados por medio de las enfermedades, sino que deseo ser purificado por toda clase de aflicciones, para no ser reservado para las penas y castigos eternos. Si te place infligirme daños, lo soporto; si te place que todos mis bienes se pierdan, que desaparezcan, en tanto que mi alma no perezca ante ti. Si quieres purificarme mediante la muerte de mis seres queridos y próximos, que perezcan también, para que incluso ellos mismos sean liberados de esos vínculos; que me sean quitados los hijos mientras todavía son niños y en sus años infantiles no sean manchados por las sordideces de pecados más graves. Estoy preparado para ser corregido y castigado, y nada de esto rehúso, mientras pueda escapar de los suplicios y del fuego eterno (cf. Mt 25,41). “Yo, por tanto, estoy preparado para los castigos y mi dolor está siempre ante mí” (Sal 37 [38],18). Ante mis ojos tengo mi dolor, para que, por medio de los dolores presentes, pueda compensar los dolores futuros de las penas».
[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Éxodo, III,3: «El Apóstol nos exhorta diciendo: “Por tanto, permanezcan firmes y no se aten (lit.: adhieran) nuevamente al yugo de la servidumbre” (Ga 5,1). Y de nuevo dice: “En Él permanecemos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (cf. Rm 5,2). Pero nos mantenemos en pie confiadamente, si rogamos al Señor que “asiente nuestros pies sobre la roca” (cf. Sal 39 [40],3), para que no nos ocurra lo que dice el mismo profeta: “Por poco mis pies se me extravían, y por poco mis pasos resbalan” (Sal 72 [73],2). Por tanto, estemos en pie ante el faraón, esto es, resistámosle en el combate, como dice el apóstol Pedro: “Resístanle fuertes en la fe” (1 P 5,9). Pero también Pablo dice: “Resístanle firmes en la fe y obren virilmente” (1 Co 16,13). Porque si permanecemos en pie con fuerza también se conseguirá aquello que ruega el apóstol Pablo para los discípulos, diciendo: “Bien pronto Dios quebrantará a Satanás bajo sus pies” (Rm 16,20). Puesto que, cuanto más constante y fuertemente permanezcamos en pie, tanto más débil e impotente será el faraón; pero si nosotros comenzamos a debilitarnos o a dudar, él se hará contra nosotros más fuerte y más constante».