OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (732)

La resurrección de Lázaro

1461

Evangeliario

Van, Armenia (actual Turquía)

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía I sobre el Salmo 37 (38)

Introducción

El sincero reconocimiento de nuestros pecados debe manifestarse en una profunda aflicción del corazón. Es necesario tomar conciencia de la humillación que nos acarrea el pecado (§ 6.4).

Orígenes recurre a un ejemplo de vida para poner en evidencia la magnitud de nuestras faltas: el insportable dolor de quien lo tuvo todo, y perdió toda la riqueza espiritual que poseía (§ 6.5). 

Si en alguna pcasión pecamos y nos apartamos del Señor y de su Iglesia, no escondamos neciamente nuestro delito. Presentémoslo con llantos y gemidos ante el trono de Dios (§ 6.6).

La homilía concluye con una exhortación: hagamos memoria del bautismo que hemos recibido, y de los dones que él se nos entregaron: iluminación, doctrina y conocimiento de la verdad. Solo así evitaremos ser envueltos por las tinieblas del error (§ 6.7).

Texto

Muy afligido y muy humillado

6.4. “Estoy muy afligido y humillado” (Sal 37 [38],9 LXX). En las fiestas del Señor se nos ordena comer pan de aflicción (cf. Dt 16,3), y en esas mismas fiestas se le dice al hombre que humille su alma. Y cuando se anuncia la fiesta de la propiciación, se dice: “Humillen sus almas” (Lv 23,27 LXX). Por consiguiente, quien se arrepiente de sus pecados se aflige a sí mismo, se humilla, como también aquel publicano, sobre el que hablamos más arriba (cf. Lc 18,13)[1]. Por eso, también consecuentemente, dice (el salmista), que él reconoce que se arrepiente desde lo hondo del corazón, suplicando no ser reprendido por el furor del Señor ni corregido por su cólera (cf. Sal 37 [38],2), por esto dice: “Estoy muy afligido y humillado” (Sal 37 [38],9 LXX). Porque no solo está afligido, dice, no solo está humillado, sino que está muy afligido y muy humillado.

La memoria de los bienes recibidos 

6.5. Para decirlo por medio de un ejemplo, si algún rico según el siglo, asentado en gran abundancia de bienes, súbitamente pierde (sus bienes) y se ve reducido a la más grande miseria, expulsado de su casa y de su patria, relegado a una isla o a un peñasco, y llevando una vida escuálida e infeliz en la soledad; entonces, recordando su patria, sus parientes, su nobleza, su familia, el patrimonio de sus bienes, la abundancia de sus riquezas y de toda aquella vida que pasó en las delicias, con qué lamentos, con qué gemidos no recorrerá el recuerdo de su anterior felicidad, de modo que para él será mayor pena rememorar lo que perdió, que padecer lo que sufre. 

Ante el Señor: exponer nuestro gemido

6.6. A semejanza de este ejemplo, considera también conmigo a quien ha pasado la vida en la sobriedad, la castidad y la justicia, consciente de que en sus acciones obraba bien. Si éste abandona su patria, es decir, la Iglesia; si es arrojado a una isla o a horribles arrecifes, en los que el pecado (tiene) su sede; privado de sus bienes y de sus riquezas, que eran para él todas sus obras buenas, y reducido a una extrema pobreza -pues todas las obras de justicia que hizo no las recordará a causa de su pecado-; entonces, si en tal extremo se ve, con qué gemidos, con qué lamentos gritará diciendo: “Rugiré con el gemido de mi corazón. Señor, en tu presencia está todo mi deseo y mi gemido” (Sal 37 [38],9-10 LXX). Por consiguiente, por todas las cosas en que pequé, sea por el deseo de la concupiscencia mundana, sea por otras faltas que cometí, todo ante ti lo expongo y con mis oraciones en tu presencia las pongo. “Y no se te oculta mi gemido” (Sal 37 [38],10). Pues tú sabes que siempre gimo.

Hijos de la luz 

6.7. “Mi corazón está turbado y me ha abandonado la fuerza” (Sal 37 [38],11). Tú, Señor, mira mi corazón, porque está turbado por causa de mis pecados. Y consecuentemente te suplico que no me reprendas en tu furor ni me corrijas en tu cólera (cf. Sal 37 [38],2). Y si mi fuerza me ha abandonado, sin duda alguna vez fui fuerte y me conducta fue buena, pero después caí, pues “me ha abandonado mi fuerza y la luz de mis ojos no está conmigo” (Sal 37 [38],11). Esta voz me parece ser la de aquel que después de la iluminación, después de la transmisión de la doctrina, después del conocimiento de la verdad[2], cayó en las tinieblas. En consecuencia, para que también nosotros no padezcamos lo mismo, sino que más bien nuestra luz esté siempre en nosotros y que, haciendo las obras de la luz, tengamos fe como hijos de la luz (cf. Jn 12,36), en Cristo Jesús, oremos siempre y supliquemos incesantemente a Dios Padre, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap 5,13). 



[1] Cf. Hom. 37,I,5.2.

[2] Todas afirmaciones que se refieren implícitamente al bautismo. Cf. Ef 5,14; Hb 6,4; 10,32: sobre el bautismo como “iluminación”. Ver SCh 411, pp. 296-297, nota 1.