OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (723)

Jesús llama a Pedro y Andrés

1507-1510

Gradual

Nuremberg, Alemania

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía V sobre el Salmo 36 (37)

Introducción 

El versículo treinta y dos del salmo se aplica a la situación de los cristianos en tiempos de persecución; los perseguidores buscan eliminar a los discípulos de Cristo (§ 4.1).

El enemigo más encarnizado, el que persigue cada día al justo, al bue cristiano, es el diablo. Pero el Señor no abandona a sus fieles y los defenderá en el momento oportuno (§ 4.2). 

Orígenes nos ofrece una lectura espiritual muy especial, y en ella pone de relieve que, si el justo es juzgado con el Señor, no será condenado. Más exactamente, el que sea puesto a prueba por causa de su fe en Jesucristo, si de verdad confía en Él, finalmente será exaltado y heredará la tierra (§ 4.3).

Conforme al texto del Génesis, Orígenes distingue dos cielos: el firmamento (Gn 1,6-7), que nosotros llamamos cielo; y el cielo (o los cielos), primera creación (Gn 1,1), que el Alejandrino define: toda sustancia espiritual sobre la que Dios reposa como sobre un trono. Así se hace eco de la cosmogonía antigua, según la cual el cielo, apoyado sobre columnas, reposaría sobre la tierra[1] (§ 4.4).

Texto

La persecución contra los cristianos

4.1. Después de esto (el salmista) dice: “El pecador observa al justo” (Sal 36 [37],32). El pecador observa y examina al justo, y el solo verlo le resulta insoportable; y por eso lo observa, “para entregarlo a la muerte” (Sal 36 [37],32). Fue, sin duda, lo que hicieron contra el Salvador aquellos que mataron a los profetas (cf. Mt 23,31), y crucificaron a Dios, y ahora nos persiguen a nosotros (cf. 1 Ts 2,15). El pueblo de Dios, que es el de Cristo, es decir, los discípulos de la justicia, lo observan y quieren entregarlo a la muerte, buscan darles muerte. ¿Pero qué dice el pueblo de Dios que es justo y discípulo de la justicia? Se sirve de la palabra del Maestro y dice: “No tendrías poder sobre mí si no hubiera sido dado de lo alto” (Jn 19,11). Esto también se puede aplicar a los santos mártires y a los confesores en el tiempo de la persecución por parte de los gentiles. Porque los impíos perseguidores observan a cada uno de los justos y buscan matarlos.

El Señor cuida a sus fieles

4.2. Pero para que esta exposición no te torne descuidado en tiempo de paz, recuerda que cada día el justo tiene como perseguidor al diablo, y es él quien observa al justo. Porque él insidia siempre y “ronda como un león buscando a quien devorar” (1 P 5,8). Mas si estás lleno de fe y confías en el Señor, mira lo que se te promete: “El Señor no lo abandonará en sus manos -es decir, las del pecador-, ni lo condenará cuando sea juzgado” (Sal 36 [37],33).

“Espera en el Señor”

4.3. Estas palabras: “Sea juzgado” se comprenden en un doble sentido: esto es, cuando el justo sea juzgado por Dios; o cuando Dios mismo sea juzgado. Frecuentemente[2], en efecto, la Escritura divina enseña que esto sucederá diciendo: “El Señor mismo vendrá a juicio” (Is 3,14). En consecuencia, cuando el justo sea juzgado con el Señor, no será condenado. Por eso (el salmista) dice: “Espera en el Señor” (Sal 36 [37],34). Es decir, si estás atribulado, si estás angustiado, si está en medio de persecuciones (cf. Rm 8,35), “espera el Señor y guarda su camino” (Sal 36 [37],34), no te apartes ni a derecha ni a izquierda (cf. Dt 5,32; 17,11). Pues si esperas en el Señor indeclinablemente, obtendrás aquello que sigue: “Te exaltará, dice (el salmista), para que heredes la tierra” (Sal 36 [37],34).

La tierra de lo alto

4.4. A menudo hablamos sobre la tierra santa y sobre la tierra que es mencionada en tanto que heredad de las promesas celestiales. De qué naturaleza sea su ubicación es asimismo indicado de una forma un poco más evidente en este versículo. Porque esta tierra en la que ahora vivimos es llamada “de abajo”, según lo que está escrito: “Dios está en lo alto del cielo; tú, en cambio, en la tierra de abajo” (Qo 5,1). Pero aquella tierra que se prometió en herencia a los justos es llamada no “de abajo”, sino “de lo alto”. Por eso, a quien espera al Señor y guarda su camino, la Palabra le promete: “Te exaltará para que heredes la tierra” (Sal 36 [37],34). Pues a no ser que sea exaltado, ascienda a lo alto y se haga celestial, no puede conseguir la herencia de esa tierra. Por eso yo considero que este elemento seco en el que nosotros habitamos, soporte inferior de ese cielo, esto es el firmamento, es llamado su tierra; igualmente, el soporte inferior de aquel cielo superior, que es llamado principalmente cielo, donde se mueven los habitantes de los cielos, que es, por así decirlo, el dorso de ese firmamento, de manera correcta es llamado tierra de ese cielo, como ya lo dije. Pero es una tierra buena (cf. Dt 1,25), una tierra santa (cf. Ex 3,5), una tierra feraz, la tierra de los vivientes (cf. Sal 26 [27],13), tierra que mana leche y miel (cf. Ex 13,5). Y por eso la Palabra divina ahora dice: “Te exaltará para que heredes la tierra” (Sal 36 [37],34).



[1] SCh 411, p. 238, nota 1. Cf. Orígenes, Homilías sobre el Génesis, I,2: «“Y dijo Dios: ‘Haya un firmamento en medio del agua y separe agua de agua’. Y así fue. Y Dios hizo el firmamento” (Gn 1,6-7). Una vez hecho el cielo, Dios hace ahora el firmamento. Porque Él hizo en primer lugar el cielo, del que dice: “El cielo es mi trono” (Is 66,1); y, después, hace el firmamento, es decir, el cielo corporal; puesto que todo cuerpo es, sin duda alguna, firme y consistente (o: sólido), y esto es lo que “separa el agua que está sobre el cielo y el agua que está bajo el cielo” (cf. Gn 1,7)».

[2] Con frecuencia, por ejemplo: Is 41,1; Jr 2,9; Os 4,1; Ml 3,5. Pero en estos textos el sentido es diverso al que Orígenes nos ofrece, en ellos Dios juzga a su pueblo, pero no es juzgado con el justo (SCh 411, pp. 236-237, nota 1).