OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (722)

El bautismo de Cristo

Hacia 1185

Salterio

Fécamp, Francia

Orígenes, Homilías sobre los Salmos

Homilía V sobre el Salmo 36 (37) 

Introducción

¿En qué consiste la justicia, la rectitud, que debe expresar el hablar del justo? Ante todo, en recordar, para sí y para sus oyentes, los premios y castigos que recibiremos al momento del juicio venidero (§ 2.1).

La plena comprensión de los misterios de nuestra fe, de las realidades más sublimes y altas de Dios, solo la podremos alcanzar en la plena contemplación del rostro de Dios. Mientras tanto, en la vida presente, el Espíritu nos va guiando y preparando para poder llegar a la bienaventuranza eterna (§ 2.2).

La meditación continua de la Ley del Señor es una exigencia propia del discipulado cristiano. Es la condición necesaria para evitar los tropiezos y trampas en los que podemos caer. A condición de que sea una meditación que esté siempre enraizada en lo profundo de nuestro corazón (§ 3.1-2).

Texto

“La lengua del justo hablará con rectitud”

2.1. Hay dos formas de comprender que la lengua del justo habla con rectitud: bien porque todo lo que ella habla lo dice con recto juicio, con deliberación y con consejo, y nada habla por iracundia, nada por complacer a los hombres, nada por tristeza, nada por miedo; pues cada una de estas actitudes no suelen prestar a los hombres un juicio íntegro. Bien porque el justo siempre habla del juicio futuro, de modo que, recordando para sí en toda ocasión, o también a quienes lo escuchan, el temor del juicio futuro y los castigos preparados para los pecadores (cf. Mt 25,42 ss.), el futuro examen, pero también los bienes prometidos a los santos, que Dios les tiene preparados (cf. 1 Co 2,9; Is 64,3), se salve él al igual que quienes lo escuchan (cf. 1 Tm 4,16). Y de este modo se cumplirá: “La lengua del justo hablará con rectitud” (Sal 36 [37],30).

Hablar sobre los juicios de Dios 

2.2. Es conveniente observar también esto: que la conjugación está en tiempo futuro[1], porque no dice: “habla”, sino: “hablará”; y podemos asimismo comprender aquí algo semejante: pues para lo que ahora podemos decir o pensar sobre el juicio de Dios, nos es necesario saber lo que define el Apóstol diciendo: “¡Qué inescrutables son sus juicios, y qué incomprensibles sus caminos!” (Rm 11,33). Pero si podemos llegar a aquella perfección sobre la que se dice: “Entonces será cara a cara” (1 Co 13,12), es decir, cuando esas mismas realidades se nos harán más evidentes, cuando empezaremos a conocer la razón de cada una de las cosas que pasaron o pasan en este mundo, por qué juicio han sucedido, o de qué juicio usa Dios para cada una de las dispensaciones de su Providencia, si alguien será juzgado digno de considerar y percibir cómo los juicios de Dios son un gran abismo (cf. Sal 35 [36],7), cuando podamos recibir plenamente la gracia de aquel Espíritu que escruta todas las cosas, también las realidades más sublimes de Dios (cf. 1 Co 2,10), entonces verdadera e íntegramente conforme a la distinción profética de la palabra de Dios, “la lengua del justo hablará de los juicios de Dios (cf. Sal 36 [37],30).

Meditar en la ley del Señor día y noche

3.1. “La Ley de su Dios en su corazón” (Sal 36 [37],31). No solo con la boca el justo meditará la sabiduría y con su lengua hablará rectamente (cf. Sal 36 [37],30), sino que también en su corazón llevará la Ley de Dios; porque la ley, puesta como una raíz en lo profundo del corazón, germina en palabras de justicia, en palabras de santidad, que el justo saca de su corazón, y no solo con palabras, sino también con acciones y con gestos. Los judíos meditan casi sin cesar en la Ley de Dios (cf. Sal 1,2), con su boca y sus labios, pero no la tienen enraizada en lo profundo del corazón y por eso se les dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero sus corazones están lejos de mí” (Is 29,13; Mt 15,8). Nosotros, por tanto, si según esto que hemos leído, con nuestra boca meditamos la Sabiduría y con nuestra lengua hablamos con rectitud (cf. Sal 36 [37],31), y si la ley de Dios está en nuestros corazones, obtendremos aquello que sigue: “Y sus pasos no se desviarán” (Sal 36 [37],31).

Cuidar nuestros pasos

3.2. Pienso que ustedes recordarán lo que hace poco tiempo les explicamos sobre los pasos; es necesario que vuelvan a recordar lo que les fue dicho para que veamos cómo en su marcha algunos caen y sus pasos se desvían[2]. Si conservan esto en su memoria y lo retienen con diligencia, deben saber que, si meditan la Sabiduría con su boca y la lengua de ustedes habla con rectitud (cf. Sal 36 [37],30), si la Ley de Dios está en sus corazones, nunca sus pasos se desviarán (cf. Sal 36 [37],31).



[1] Cf. Hom. 36,V,1.4.

[2] Cf. Hom. 36,IV,1.1.