OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (691)

La Santísima Trinidad

Siglo XV

Milán, Italia

Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos

Homilía II sobre el Salmo 15 (16)

Introducción

La madurez del cristiano se realiza en su existencia humana cuando pasa de la niñez a la madurez en el Espíritu. Es decir, cuando mira y escucha con los ojos y los oídos del alma (§ 5.1).

De manera sorprendente el predicador vuelve a comentar el versículo siete del salmo. Y desarrolla un tema característico de la doctrina origeniana: “los dos hombres”, interior y exterior, sobre la base de 2 Co 4,16 y Rm 7,22, apoyada a su vez sobre el fundamento de los dos relatos de la creación del hombre: el hombre según la imagen (Gn 1,26), y el hombre corpóreo (Gn 2,7). No por casualidad el nuevo desarrollo es introducido con la alusión a 1 Co 2,13, texto fundamental para la hermenéutica espiritual de Orígenes, en virtud de la invitación a confrontar las realidades espirituales con las realidades espirituales. De la doctrina sobre los dos hombres, toma el principio de la homonimia, por el cual las realidades espirituales del hombre interior son designadas con los mismos nombres de las realidades corpóreas. Y la nueva exégesis de los riñones en relación al corazón, sede de la función principal, recupera con amplitud su función generadora (§ 5.2)[1].

Un tema especialmente caro a Orígenes es el de la inhabitación de Cristo en cada ser humano que cree en Él. Desde esta perspectiva adquiere una dimensión fuertemente espiritual el salmo que está comentando (§ 5.3).

La inhabitación del Verbo en nosotros se traduce en su omnipresencia en nuestras vidas. Él siempre está y estará a nuestra derecha. Pero si dejamos de honrarlo, a nuestra diestra se ubicará el diablo (§ 5.4).

Orígenes responde a un supuesto objetor que cuestiona su explicación del versículo seis del Salmo 108 (109). Y pone de relieve la feliz condición de quien siempre adhiere al Verbo de Dios. Por oposición, el que no obra así es arrojado a la izquierda, y en castigo recibe la presencia de un acusador: Satán (§ 6.1).

El pasaje del profeta Zacarías (3,1. 3 y 4) es importante para Orígenes, quien lo interpreta cristológicamente a la luz de la lucha contra el diablo que el Señor sostiene en su pasión. Es allí cuando Jesucristo asume los pecados del ser humano, simbolizados en la vestimenta sucia. En ese momento el diablo está a su derecha para acusarlo, hasta que Jesucristo se libere de ella en gloriosa resurrección. Jesús asumió un cuerpo humano para salvarnos (§ 6.2)[2].

Texto 

Los ojos del alma

5.1. Comprenderás esas afirmaciones si logras entender y confrontar las realidades espirituales con las realidades espirituales. El pasaje tiene esta lectura: “Cuando los paganos, que no tienen la Ley, obran por naturaleza según la Ley, incluso ellos, no teniendo la Ley, son ley para sí mismos. Demuestran que la obra de la Ley está escrita en sus corazones, atestiguándolo su conciencia” (Rm 2,14-15). Y, tal vez, estos escritos se inscriben en el corazón. Escucha cuándo se inscriben: cuando soy un niño (cf. 1 Co 13,11), todavía no se inscriben en mi corazón, hasta que comienzo a poder recibir en mi corazón la Ley de Dios -y ésta es transcripta “no con tinta, sino con el espíritu del Dios viviente” (2 Co 3,3)-, dado que las semillas se encuentran preventivamente en los que son llamados riñones. Se adoptan, en efecto, términos corpóreos en relación con las facultades del alma, por analogía con las realidades corpóreas. Por ejemplo, se dice que los ojos del alma son iluminados por el mandato de Dios (cf. Sal 18 [19],9), pues los ojos del alma realizan algo semejante a la obra de los ojos en el cuerpo: los ojos del cuerpo ven los cuerpos y los colores; los ojos del alma ven las realidades espirituales. Así también se habla de los oídos del alma por analogía con los oídos del cuerpo[3].

Los riñones del alma

5.2. Por lo tanto, si se habla de corazón del alma, por homonimia con el corazón del cuerpo, que tiene en el cuerpo la función principal, comprende al corazón análogamente a los ojos y oídos del alma. Asimismo, si oyes hablar de “riñones del alma que Dios escruta” (cf. Sal 7,10; Jr 17,10; 20,12), entiende (los riñones) del alma, análogamente a los ojos, a los oídos y al corazón. Dios, en efecto, no escruta ni un corazón corpóreo ni riñones corpóreos. Y como el corazón tiene la función principal del cuerpo, por eso se dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón” (Dt 6,5; Mc 12,30; Lc 10,27). Así, en los riñones del alma sucede algo semejante a lo que ocurre en los riñones corporales: en los riñones se reúnen los espermas, el varón los tiene en sus riñones y de esa forma deviene fértil. De la misma manera, el alma fértil posee las fuerzas de las semillas espirituales en los riñones del alma. También el alma que posee las semillas en los riñones siembra, siempre que sea digna de una santa bendición, y que nada haga digno de la maldición que dice: “No habrá entre ustedes uno que sea infecundo ni una estéril” (Dt 7,14).

Cristo habita en nosotros

5.3. Por consiguiente, cuando oyes decir sobre el Salvador en cuanto hombre: “Bendeciré al Señor que me ha dado entendimiento, mis riñones me han instruido incluso de noche” (Sal 15 [16],7), también tú pronuncia estas palabras. Y di asimismo las palabras: “Veía siempre al Señor ate mí” (Sal 15 [16],8). Si tú lo quieres, también en ti habita siempre el Señor. Conviértete en su imitador, como Pablo, y hallarás que el Señor está constantemente en ti. Y dirás: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,20).

El Verbo de Dios está junto a nosotros 

5.4. “Veía ante mí” (Sal 15 [16],8): tengo ojos que ven siempre al Señor ante mí. ¿Cuándo está ante mí el Señor? Ahora el Verbo está ante mí, cuando cumplo la Ley de Dios que dice: “Atará estas palabras a tus manos y permanecerán inconmovibles ante tus ojos” (cf. Dt 6,8; 11,8). Así, “ciertamente veía a mi Señor”, el Verbo. ¿Quién es tan bienaventurado que no sirve a otros sino al Verbo y dice: “Veía siempre al Señor ante mí, porque está a mi derecha, para que no vacile” (Sal 15 [16],8)? Si no honras la Verbo de Dios, el Verbo de Dios estará a tu izquierda, si no lo honras así será. Pero si honras la Verbo de Dios, el Verbo de Dios estará a tu derecha. Porque Judá no honró al Verbo de Dios y fue arrojado a la izquierda, por este motivo recibe la maldición que dice: “El diablo está a tu derecha” (Sal 108 [109],6).

“Está a mi derecha”

6.1. Pero si alguien escucha toda la Escritura, podrá objetar mis afirmaciones y presentarme dificultades, hasta que Dios nos conceda el don del Espíritu de sabiduría (cf. Flp 1,19; Is 11,2), capaz de desatar las objeciones y las dificultades. Quien pueda comprender más profundamente cuanto se ha dicho observará: “Admitamos que el diablo está a la diestra de Judá” (cf. Sal 108 [109],6) -en realidad aduces un pasaje capaz de confundirme, pues el diablo está a su derecha- y el Señor también está a la derecha del justo. Por tanto, el justo, imitando a Cristo, deberá decir: “Veía siempre al Señor ante mí, porque está a mi derecha, para que no vacile” (Sal 15 [16],8). ¿Qué dirás entonces tú sobre las palabras escritas en el libro de Zacarías respecto del sumo sacerdote? Allí, en efecto, está escrito que “el diablo estaba a su derecha, para acusarlo” (Za 3,1). 

Obremos de modo tal que Cristo esté siempre a nuestra derecha 

6.2. ¡Ven, oh Cristo! ¡Ven a visitarme, oh Verbo de Dios! Ilumíname a mí y a quienes quieren aprender de forma verdadera de qué modo el diablo está a la derecha de Jesús (cf. Za 3,1), pues el diablo ya lo acusaba, ya estaba a su lado, allí donde el adversario estaba a su derecha, para acusarlo. Porque cuando Jesús todavía estaba luchando, después de haberse revestido con vestimentas sucias (cf. Za 3,3), y antes de quitárselas, es el diablo quien está a su derecha para acusarlo. Pero cuando Él se quitó las vestimentas sucias, nuestros pecados -en efecto, se quitó esas vestiduras y se ha revestido con la túnica que llega hasta los pies (cf. Za 3,4; Ap 1,13)-, entonces, cuando se revistió con esa túnica, el diablo ya no está más a su derecha para acusarlo, sino que ha cesado. Tal vez, en consecuencia, mientras dure la lucha, el diablo no está simplemente a la derecha, sino que está ahí para acusar. Pero cuando tú consigas la victoria, expulsarás de tu diestra al que te acusaba y entonces llega Cristo a tu derecha, y tú puedes decir: “Veía siempre al Señor ante mí, porque está a mi derecha para que no vacile” (Sal 15 [16],8). “Por eso, porque está a mi derecha, mi corazón se alegró” (Sal 15 [16],9). Obremos, por tanto, de tal forma que venga Cristo, que el Verbo de Dios esté a nuestra diestra y se alegre nuestro corazón. Pues cuando el Verbo de Dios está presente, se alegra el corazón[4].



[1] Origene, pp. 184-185, nota 16.

[2] Cf. ibid., pp. 188-189, nota 18.

[3] Cf. Orígenes, Contra Celso, VII,34: “Sabemos que las letras divinas hablan de ojos que llevan el mismo nombre que los del cuerpo, y lo mismo de oídos y manos y, lo que es más extraño, de una sensación más divina y distinta de la que así se llama corrientemente por el vulgo. Y es así que, cuando dice el profeta: Abre mis ojos, por que pueda de tu ley contemplar las maravillas (Sal 118 [119],18), o: Todo precepto del Señor es limpio e ilumina los ojos (Sal 18 [19],9), o: Ilumina mis ojos, no consientas me duerma yo en la muerte (Sal 12 [13],4), no hay nadie tan necio que piense se contemplan con los ojos del cuerpo las maravillas de la ley divina, o que el precepto del Señor ilumine los ojos del cuerpo, o que se dé en éstos un sueño que acarrea la muerte. Por el mismo caso, cuando nuestro Salvador dice: El que tenga oídos para oír, que oiga (Mt 11,15; 13,9, etc.), cualquiera comprende que habla de oídos divinos. Y cuando se dice que la palabra del Señor llegó a las manos de Jeremías (Jr 1,4. 9) o de otro profeta, o la ley en mano de Moisés (Nm 16,40) o: Busqué al Señor con mis manos, y no quedé engañado (Sal 76 [77],3), no hay nadie tan insensato que no comprenda tratarse de manos trópicamente dichas, de las que dice también Juan: Nuestras manos palparon al Verbo de la vida (1 Jn 1,1). Y si quieres saber de la sensación superior, y no de la corporal de las Sagradas Escrituras, oye a Salomón, que te dice en los Proverbios: Encontrarás sensación divina (Pr 2,5)”.

[4] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, IX,5: «Nuestro mismo Señor y Salvador, asumiendo nuestra naturaleza, esto es la vestimenta de la carne y la sangre, la lavó al atardecer (cf. Lv 11,25). Por eso también el profeta hace tiempo dijo sobre Él: “Y vi a Jesús, el gran sacerdote, vestido con vestimentas impuras, y al diablo de pie a su derecha para acusarlo” (Za 3,1. 3). Entonces, “lavó con vino -es decir con su sangre- su estola” (cf. Gn 49,11) al atardecer y quedó puro. Y por eso tal vez le decía a María, que quería tener sus pies después de la resurrección: “No me toques” (Jn 20,17)».