OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (686)
Jesucristo el Buen Pastor
Hacia 1525
Francia
Orígenes, Homilías griegas sobre los Salmos
Homilía I sobre el Salmo 15 (16)
Introducción
La explicación del versículo cuatro del Salmo 15 (16), le conduce a Orígenes a desarrollar tres temas que podemos considerar complementarios: la fuerza que triunfa y se manifiesta en la debilidad; la pureza de corazón que rechaza todo lo que se relaciona con la violencia o con el derramamiento de sangre; y la ambigüedad de nuestros labios, que expresan palabras no siempre verdaderas (§ 7.1-3).
La lectura en clave cristológica de los versículos 5 y 6 de Salmo 15 (16), nos muestra a nuestro Salvador en su relación con el Padre celestial, de quien recibe dones excelsos; y con nosotros, los seres humanos, a quienes otorga enormes beneficios. Entre estos últimos se cuentan, en primer término, san Pablo y los Apóstoles. En consecuencia, si queremos que la cuerda de Cristo caiga sobre nosotros, deberemos imitarlos para ser como ellos (§ 8.1-2).
Texto
La debilidad que es fuerza
7.1. Además, parece necesario decir algo que carece de claridad. Oren conmigo respecto de esta falta de claridad: “Se han multiplicado sus debilidades, dice (el Salmo), después de estas se han apresurado” (Sal 15 [16],4). ¿Quién son “sus”? Aquellos que están en la Tierra Santa. En efecto, para quienes están por llegar a la Tierra Santa, o que ya se encuentran en la Tierra Santa, conforme a ambas explicaciones, “se han multiplicado sus debilidades, después de estas de han apresurado”. Si la fuerza se perfecciona en la debilidad, y cuando el santo es débil, entonces es fuerte; y si el justo se complace en las debilidades, violencias, opresiones, persecuciones y aflicciones (cf. 2 Co 12,9-10); y “muchas son las tribulaciones de los justos” (Sal 33 [34],20); es claro que se han multiplicado las debilidades de los justos (cf. Sal 15 [16],4). Pero cuando se multiplican las debilidades de los justos, quienes están en camino hacia los bienes se apresuran hacia Dios que coopera con su apresuramiento. Por eso, si quieres apresurarte a caminar hacia los bienes, no tardes en complacerte en las debilidades y ser tal que puedas decir: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Co 12,10). Se han multiplicado sus debilidades (Sal 15 [16],4), porque muchas son las tribulaciones de los justos (Sal 33 [34],20), después de estas se han apresurado (Sal 15 [16],4)”. Después de muchas debilidades, después de estas se han apresurado[1].
El Señor aborrece a los hombres sanguinarios
7.2. “De ningún modo me juntaré a sus reuniones de sangre” (Sal 15 [16],4). Debo reunirme con aquellos en quienes se han multiplicado las debilidades, aquellos que después de estas se han apresurado. Pero, oh hombres sanguinarios que el Señor aborrece -porque “el Señor aborrece al hombre sanguinario y pérfido” (Sal 5,7)-, sepan que, siendo pecadores, no serán congregados. En efecto, no me uniré a sus reuniones de sangre. Quien está por ser congregado bajo la persona de Cristo debe estar limpio de la sangre, de la corrupción[2], de los homicidios, de los desórdenes[3]. Por estas palabras, ¿cómo <no[4]> es manifiesto que la persona que reúne los congregados, pero no aquellos de sangre, es Cristo, que dice: “Han sido engendrados santos, no por la sangre, ni por el deseo de la carne, ni por el querer del hombre, sino por Dios” (Jn 1,13)?
Los labios
7.3. Por consiguiente, “no me uniré a sus reuniones de sangre y no recordaré sus nombres por medio de mis labios” (Sal 15 [16],4). ¡Sea! “Se han multiplicado sus debilidades” (Sal 15 [16],4), por medio de Dios han sido salvados y después de esas (debilidades) se han apresurado, y no me uniré a sus reuniones de sangre (cf. Sal 15 [16],4). ¿Pero cómo explicar de forma conveniente las palabras: “No recordaré sus nombres por medio de mis labios”? No recordaré superficialmente de aquellos que serán salvados, me acordaré de ellos en el corazón y en lo profundo. Ves, en efecto, cómo los labios son referidos a aquello superficial en este pasaje: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is 29,13). Por tanto, yo no me acordaré con los labios de aquellos que reuniré. Me acordaré de aquellos “cuyas debilidades se han multiplicado y tras de ellas se han apresurado” (Sal 15 [16],4), pero me acordaré de ellos en el corazón y en lo profundo.
Las dos heredades del Señor
8.1. “El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz; tú eres quien me restableces en mi heredad” (Sal 15 [16],5). El Salvador tiene dos heredades: una superior, otra inferior. La superior es Dios, para que Él pueda recibir provecho y beneficio del Padre. La inferior son sus santos, para que Él pueda donar todos los muy grandes beneficios que recibe del Padre a aquellos que son beneficiados. Sobre el hecho que sean estas dos las heredades del Salvador, presta atención a la palabra: “El Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz. Tú eres quien me restablece en mi heredad. Las cuerdas han caído para mí entre los más fuertes y, en efecto, mi heredad es muy fuerte” (Sal 15 [16],5-6)[5]. Ves, “las cuerdas han caído para mí entre los más fuertes”, no en Dios, sino en alguien fortísimo y elegido sobre la tierra, allí está mi heredad. Las cuerdas han sido consideradas como ejemplo de los que miden la tierra con los cordeles. El vocablo se encuentra también en el Deuteronomio: “Cuando el Altísimo separó los pueblos y dispersó a los hijos de Adán, Él fijó los confines según el número de los hijos de Israel, y su pueblo Jacob fue hecho porción del Señor; Israel fue porción de su heredad” (Dt 321,8-9). Por tanto, mi heredad, es decir, la medida de mi heredad, ha caído entre los más fuertes.
La cuerda de Cristo
8.2. Comprenderás de qué modo las cuerdas de Cristo han caído entre los más fuertes, viendo “la estirpe elegida, el sacerdocio real, el pueblo santo, el pueblo adquirido” (1 P 2,9). Por ejemplo, mira el alma de Pablo, que es porción de Cristo. ¿Acaso el Salvador no dirá razonablemente sobre él: “Las cuerdas cayeron para mí sobre este fortísimo”? Añádele a Pedro, Juan, los apóstoles, y mira si no dirás: “Las cuerdas han caído para mí entre los más fuertes”, para que digas por cada uno de ellos: “Las cuerdas han caído para mí entre los más fuertes”. Por consiguiente, si las cuerdas de Cristo han caído para él entre los más fuertes, comprende que, si no eres muy fuerte, muy vigoroso y muy generoso, la cuerda de Cristo no ha caído sobre ti. “Porque mi heredad es muy fuerte” (Sal 15 [16],6); “el Señor es el lote de mi heredad y mi cáliz” (Sal 15 [16],5).
[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el libro de los Números, XXVII,12.5a. 12: «¿Qué es esto, que, aunque el alma tenga grandes progresos, sin embargo, no se retiran de ella las tentaciones? Por donde se concluye que se le aplican las tentaciones como cierta protección y defensa. Porque, como la carne, que, si no se adoba con sal, se corrompe, aunque sea grande y selecta, así también el alma, a no ser que con tentaciones asiduas en cierto modo se sale, en seguida se afloja y se relaja. De aquí que, por esto, diga (la Escritura) que todo sacrificio se sale con sal (cf. Lv 2,13). Y es también lo que decía Pablo: “Y, para que no me engría por lo sublime de las revelaciones, me ha sido dado el aguijón de mi carne, un ángel de Satanás, que me abofetea” (2 Co 12,7). Ésta es, por consiguiente, la visible o laudable tentación… ¡O admirable cautela de la divina providencia! He aquí que ya este viajero del camino celestial se vuelve próximo a la perfección, por la sucesión de virtudes, y sin embargo no le faltan tentaciones».
[2] Lit.: contaminación, mancha (molysmo).
[3] O: heridas (traymaton).
[4] Cf. Origene, p. 153, nota 30.
[5] Versión literal de la LXX: “El Señor es la porción de mi heredad (o: herencia) y mi copa (o: cáliz). Tú eres quien me devuelves (o: me restableces) mi heredad. Las medidas (o: cordeles) me cayeron en los más excelentes lugares. Sí, mi heredad es para mí la más excelente”.