OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (667)

Natividad de nuestro Señor Jesucristo

Siglo XIII

Salterio

París

Orígenes: Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía VIII: Sobre los hijos del Oriente; y sobre Gedeón (Jc 6,3. 33 ss.)

Introducción

El segundo “contrasigno” pedido por Gedeón preanuncia entonces no solo el misterio de la venida del Salvador, sino más aún el hecho que su salvación iba a alcanzar a todos los pueblos. Pero para ello fue necesario, como lo afirma san Pablo, que Israel no aceptara su llegada. Su incredulidad abrió la puerta, mientras tanto, a la fe del mundo entero (§ 4.5).

En este pasaje se alaba la prudencia espiritual de Gedeón, que examina, discierne, la condición del espíritu que le había hablado. Procede en esto al modo de su predecesor Josué; y, en cierto modo, se anticipa a las enseñanzas apostólicas de san Pablo y san Juan (§ 4.6).

No por casualidad, sostiene Orígenes, fue que Gedeón puso el vellón en la era. En este gesto, aparentemente sin importancia, preanunciaba la acción del Señor, que precisamente en la era aventaría el trigo, para separar la paja. Así, la decisión de Gedeón se convirtió en un signo profético, y este varón mereció ser contado entre los profetas (§ 5.1).

Al llegar ya casi al final de la homilía (una perla de la predicación de Orígenes), se nos propone confrontar la acción de Gedeón, exprimiendo el vellón en una vasija, con el Evangelio; en concreto con el texto joánico del lavatorio de los pies. Y se nos recuerda que necesitamos que Jesús lave los pies de nuestra alma, para tener parte con Él (§ 5.2).

En parte final de la homilía, cerrando ya sus reflexiones, Orígenes nos hace un gran regalo: una estupenda oración, para repetir una y otra vez, para vivir en la Iglesia al servicio de nuestras hermanas y de nuestros hermanos (§ 5.3). 

Estupendo el cierre de esta homilía. El predicador nos comparte la meta de su ministerio: lavar los pies de sus oyentes. Para ello exprime las Escrituras santas y concibe en su corazón la explicación, el sentido que ellas tienen para el creyente. Así, espera poder contribuir a la purificación de los pecados y colaborar en la difusión del Evangelio, para llegar finalmente, todos juntos, a participar en el banquete del Esposo (§ 5.4).

Texto

La gracia del rocío divino

4.5. Cuando medito, a menudo, en mi interior el salmo setenta y uno, me mueve el hecho que al describirse el advenimiento de Cristo, se afirma también esto que va a suceder: “Él descenderá, dice, como la lluvia sobre el vellón, y como gotas de rocío sobre la tierra” (Sal 71 [72],6)[1]. El vellón es aquí mencionado, al igual que (otros) salmos. “Porque descenderá, dice (la Escritura), como la lluvia sobre este vellón”. Descenderá, por tanto, sobre este vellón, que es el pueblo de la circuncisión; y “como gotas de rocío sobre la tierra”, es decir, sobre el resto de la tierra desciende nuestro Señor Jesucristo como el rocío[2], también sobre nosotros, trayéndonos igualmente a las naciones las gotas del rocío celestial, para que bebamos de él, nosotros que estábamos sobre toda la tierra, reseca por una aridez continua. Por eso, Gedeón, el santo (cf. Hb 11,32), abrasando con espíritu profético esta disposición del misterio, no solo pidió un primer signo a Dios, sino que insistió pidiendo un segundo signo en orden inverso. Porque sabía que el rocío divino, que es la venida del Hijo de Dios, iba a venir no solamente para los judíos, sino asimismo en seguida para todas las naciones, pues por la incredulidad de Israel la salvación llegó a los gentiles (cf. Rm 11,30. 11). He aquí por qué, a causa de la sequedad del vellón, sobre toda la tierra se infundió la gracia del rocío divino.

El prudente proceder de Gedeón

4.6. Además, en este episodio de Gedeón, el hombre muy fiel, no hay que omitir en modo alguno lo que creo puede ser para nosotros una norma de cautela espiritual. “Vio un ángel” (cf. Jc 6,12), pero como varón sabio y teniendo ya el ejemplo de su predecesor Jesús (Josué), obró con mucha precaución. Pues sabía que es posible que los ángeles de las tinieblas se disfracen como ángeles de luz (cf. 2 Co 11,14); y por eso, en un examen de extrema cautela, dijo: “Quiero probar el espíritu para ver si es de Dios” (cf. 1 Jn 4,1), porque el hombre espiritual lo examina todo (cf. 1 Co 2,15). Así también había obrado su predecesor Jesús Navé: habiendo visto un príncipe de la milicia celestial, preguntó y examinó: “¿Eres uno de los nuestros o de los enemigos?” (cf. Jos 5,13-14). De esta forma también el muy santo Gedeón examinó la visión angélica por medio de la diversidad y mutación de los signos.

El vellón puesto en la era

5.1. Pero también aquello que dijo Gedeón: “Pondré un vellón -no en cualquier parte, no en el campo, ni en el bosque-, sino en la era” (Jc 6,37). “Sobre la era” donde está la mies: “Porque la mies es mucha, pero los obreros son pocos” (Mt 9,37). Él dice: “Pondré el vellón” allí donde está la mies. ¿Qué movió al santo varón Gedeón, o por qué le pareció bien obrar así? Preveía, en efecto, por el Espíritu, que Cristo congrega a su pueblo sobre la era y lo purifica teniendo en su mano el bieldo, y allí separa la paja del trigo (cf. Mt 3,12). Por tanto, no sin razón, un hombre de tal grandeza y cualidad, y del que el santo Apóstol escribiendo a los Hebreos, menciona en el catálogo de los profetas (cf. Hb 11,32), eligió la era para colocar el vellón. No sin razón “exprimió el vellón en una vasija y la llenó de agua” (cf. Jc 6,38).

Jesús lava los pies de nuestra alma

5.2. Sobre esto busquemos en las santas Escrituras si no se nos ofrece también alguna ocasión de comprenderlo. Vayamos al Evangelio. Encontramos allí que nuestro Señor y Salvador “se despoja de sus vestimentas, se ciñe una toalla, versa agua en una vasija y lava los pies de sus discípulos” (cf. Jn 13,4-5). Por tanto, ves lo que los profetas entreveían, lo que se debía cumplir en los últimos tiempos por el Señor. Así, entonces, esta agua que Jesús versa en una vasija era el rocío de la gracia celestial con el que lavó los pies de los discípulos. Y él tenía razón al decirles: “Pero ustedes están purificados gracias a la palabra que les he dicho” (Jn 15,3). Pero nosotros, si le presentamos nuestros pies, el Señor Jesús está pronto para lavar los pies de nuestra alma y purificarlos por medio del rocío celestial, la gracia del Espíritu Santo, la palabra de la doctrina. Pues Él ha querido que estuvieran purificados no solo los apóstoles, sino también todos aquellos que creen por su palabra. Y a todos los creyentes, les dice lo que le dijo a Pedro: “Si yo no te lavo, no tendrás parte conmigo” (Jn 13,8). Porque es cierto que nadie puede tener parte con Cristo, a no ser que haya sido lavado y purificado.

Lavarnos los pies unos a otros 

5.3. Ven, te ruego, Señor Jesús, Hijo de Dios, despójate de tus vestimentas que por mí has revestido y te has ceñido por mí, pon agua en una vasija y lava los pies de tus servidores. Limpia las sordideces de tus hijos e hijas. Lava los pies de nuestra alma, para que, imitándote y siguiéndote, nos despojemos de nuestras viejas vestiduras y digamos: “A la noche me despojé de mi vestimenta, ¿cómo me la volveré a poner?” (Ct 5,2. 3). Y de nuevo digamos: “He lavado mies pies, ¿cómo es que voy a ensuciarlos?” (Ct 5,3). Y en seguida que tú hayas lavado mis pies, también hazme sentar contigo, para que oiga de ti: “Ustedes me llaman Señor y Maestro, y tienen razón, porque yo lo soy. Por tanto, si yo, el Señor y Maestro ha lavado sus pies, también ustedes lávense los pies unos a otros” (Jn 13,13-14).

Conclusión

5.4. Ahora yo también quiero lavar los pies de mis hermanos, lavar los pies de mis condiscípulos. Y por eso tomo agua, que saco de las fuentes de Israel (cf. Sal 67 [68],27), mejor, que exprimo del vellón israelítico. Agua, en efecto que ahora exprimo del vellón del libro de los Jueces y, en otro momento, agua del vellón del libro de los Reyes, y agua del vellón de Isaías o de Jeremías; y la echo en la vasija de mi alma, concibiendo el sentido en mi corazón, y recibo los pies de aquellos que se presentan y se preparan para ser lavados. Y, en la medida de mis fuerzas, deseo lavar los pies de mis hermanos y cumplir el mandamiento del Señor: para que, en la palabra de su doctrina, los oyentes sean purificados de las sordideces de sus pecados (cf. Ez 24,13), que expulsen de sí toda la inmundicia de los vicios y que tengan limpios los pies, con los cuales puedan caminar rectamente hacia la preparación del Evangelio de la paz (cf. Ef 6,15). Para que, todos juntos en Cristo, purificados por la palabra, no seamos expulsados de las bodas del Esposo por causa de nuestras vestimentas sucias (cf. Mt 22,11), sino que, con vestiduras blancas, con los pies lavados y el corazón puro (cf. Mt 5,8), nos sentemos en el banquete del Esposo, nuestro Señor Jesucristo mismo, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Orígenes cita según la traducción de la LXX. El texto hebreo trae: sobre la hierba cortada.

[2] Lit.: destilando, goteando (stillans).