OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (659)

Jesús enseñando

Siglo XV

Frabcia

Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía V: Sobre Débora, Barac, Iahel y Sísara (Jc 4,4 ss.)

Introducción

La acción de Jahel prefigura una realidad de fe: la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, “extranjero” respecto de los hijos de Israel, consigue la victoria y se le adelanta en el camino de la salvación, en espera que todo el pueblo de la Antigua Alianza sea salvado (§ 5.3).

Algunos textos de la Sagrada Escritura nos invitan a adelantarnos, a apresurarnos y presentarnos ante el Señor para que nos regale su bendición y la sanación de nuestras enfermedades (§ 5.4).

La formación inicial de los principiantes requiere un alimento de fácil digestión: los rudimentos de la fe y la buena conducta. Dejando para una segunda etapa los misterios más hondos y complejos (§ 6.1).

A partir del alimento ingerido por Sísara, Orígenes desarrolla una temática importante para el futuro de la reflexión teológica: según el modo en que se recibe lo que la Iglesia ofrece, se puede crecer o decrecer en el ámbito de la fe. “Lo que se recibe es recibido según el modo de ser del recipiente” (§ 6.2).

En el final de esta homilía, Orígenes señala que “los primeros”, designan a Barac, el primer pueblo, según el Libro de los Jueces; en tanto que “los últimos”, representados por Jahel, son los que forman parte de la Iglesia de las naciones o los gentiles (§ 6.3; cf. SCh 389, p. 146, nota 1).

Texto

El honor para Israel le llega por medio de una mujer extranjera

5.3. Sin embargo, después de eso, Jahel, la Iglesia, se anticipó al primer pueblo, que perseguía a Sísara. Porque Israel perseguía una ley de justicia, pero no llegó hasta la Ley (cf. Rm 9,31). La Iglesia, en consecuencia, corrió también por delante de él y le mostró su obra, le mostró su victoria consumada y le invitó a compartir el haber derribado al enemigo. Es verdad, en efecto, lo que dice el Apóstol que sucederá al fin de los tiempos: “Cuando la totalidad de las naciones sea introducida, entonces todo Israel será salvado” (cf. Rm 11,25-26). Por tanto, el honor llega por manos de una mujer extranjera, a pesar de lo cual Barac no es excluido de compartir su gloria, él que había empezado siendo el primero, pero que, al final, llegó en último término. Más todavía, cuando llegó, Jahel la extranjera, adelantándose, en cierto modo, le arrebató la victoria.

Adelantarse para obtener la salvación

5.4. La misma figura fue precedentemente dada en los hermanos Esaú y Jacob. Pues mientras que Esaú perseguía las fieras salvajes, mientras se demoraba en los montes, Jacob lo precedía; y lo que es más importante, siguiendo los consejos de una mujer (la madre), ofrecía a su padre alimentos preparados, recibiendo los derechos de primogenitura (vinculados) a la bendición (cf. Gn 27,5-29). Así también en el Evangelio, el Señor estando en camino hacia la resurrección de la hija del jefe de la sinagoga, una mujer que padecía flujo de sangre, se adelanta y por medio de un contacto lleno de fe obtiene en primer término la salud (cf. Mt 9,18-26).

“La leche de la Iglesia”

6.1. Si parece que todavía queda allí algo más para buscar de parte de los oyentes atentos, puesto que se dice que Sísara bebió leche, aunque había pedido agua (cf. Jc 4,19), veamos si acaso no se puede, según la leyes místicas y alegóricas, mostrar también algo de este género. El alimento lácteo, en las santas Escrituras, es esa primera educación moral que se da a los principiantes, como a niños pequeños (cf. 1 Co 3,2). Pues, en los inicios, no se debe transmitir en seguida a los discípulos lo concerniente a los misterios profundos y más secretos. En cambio, se les transmite la corrección de las costumbres, el mejoramiento de la conducta, los primeros elementos de una vida religiosa y de una fe simple. Esta es la leche de la Iglesia, estos son los primeros elementos de los principiantes, de los niños pequeños.

Un mismo alimento puede dar vida o causar la muerte, según la disposición del que lo toma

6.2. Pero este alimento, para aquellos que actúan el propósito de progresar hacia el Bien, les aporta la vida y la salud. A aquellos, en cambio, que les agradan las realidades opuestas, los que tienen en el corazón la lujuria, la sensualidad, la avaricia, y toda clase de impiedad, una doctrina de este género les aporta la perdición y la muerte. Así, por tanto, sucede que, por esos mismos alimentos con que se alimentan los buenos, son sofocados los malvados. Y donde está la vida para las personas piadosas, allí está la muerte para los impíos. Para aclarar nuestro propósito por medio de un ejemplo: el vino ayuda a quienes tienen buena salud y obran bien[1], y, como dice la Escritura: “Alegra el corazón del hombre” (Sal 103 [104],15), siempre que goce de buena salud; pero, para quienes tienen fiebre, produce de inmediato, si lo beben, la ruina y la muerte. De modo que la misma cosa, tomada de la misma manera, le aporta a uno la vida, a otro la muerte. Es así, entonces, que hay que entender que ese Sísara, hombre animal (cf. 1 Co 2,14) y príncipe de los vicios, haya sido destruido por la doctrina de la Iglesia que no había recibido con fe.

Conclusión

6.3. Además, que cada alma se esfuerce, con esa leche evangélica y apostólica, por adormecer en sí misma y matar a Sísara. Pues si alguien instruido por esto mortifica en sus miembros terrenos la avaricia, la fornicación y todo lo demás que enumera el santo Apóstol (cf. Col 3,5), parecerá que ha matado en sí mismo a Sísara. Cada uno mostrará así que esa historia se cumple no solamente para la Iglesia, sino también para su alma. Y puesto que Sísara, como dijimos, al comienzo fue perseguido por el primer pueblo, pero asesinado por una mujer, esta Iglesia de las naciones, en cuya mano ha sido puesta la palma de la victoria, en la consumación de todas las cosas, es decir, al fin del siglo, también por Débora será cantado un cántico al Señor, en quien, si el honor se da a Jahel, sin embargo, la Iglesia de las naciones no dejará pasar en silencio la alabanza de Barac (cf. Jc 5,15). Pero una sola recompensa por la victoria será dada a los primeros y a los últimos (cf. Mt 20,16; Lc 13,30), por Jesucristo nuestro Señor, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Lit.: viven convenientemente; o: viven bien (commode degentes).