OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (657)

Jesucristo lava los pies de sus discípulos

Hacia 1175

Corbie (?), Francia

Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces

Homilía V: Sobre Débora, Barac, Iahel y Sísara (Jc 4,4 ss.)

Introducción 

Como en otras muchas ocasiones, Orígenes comienza por plantearse la cuestión del sentido literal de los textos del AT. ¿Qué le aporta a un creyente cristiano la lectura o audición de pasajes de la Escritura que parecen muy alejados de su fe en Cristo (§ 1).

La figura de la profetiza de Débora, cuyo nombre significa abeja, evoca el aspecto dulce de la palabra de Dios. Dulzura de “doctrina celestial” y “deliciosa miel” (§ 2). Notable lectura espiritual que prefigura una forma de leer el texto bíblico que alcanzará sus puntos más altos en la espiritualidad monástica medieval.

El lugar donde Débora residía, y al cual iban a verla, es figura de la búsqueda, por parte del cristiano, de las realidades de lo alto, espirituales, donde Cristo está junto al Padre (§ 3).

Texto

La dificultad de la letra: ¿qué nos aporta para nuestra utilidad?

1. Pasamos de cuestiones a cuestiones, y de misterios a misterios. Cuando explicamos las primeras con esfuerzo y dificultad, a las difíciles suceden los más difíciles. Exigen menos la elocuencia del talento humano y más la inspiración de la gracia divina. Porque, sin duda, hay una exigencia para el oyente, por causa ciertamente de la sentencia del apóstol Pablo, que dice: “Toda Escritura inspirada divinamente inspirada útil para enseñar, para increpar, para formar en la justicia” (2 Tm 3,16). ¿Qué tiene en sí este pasaje de la Escritura que sin ninguna duda también nosotros lo declaramos inspirado por Dios? ¿Nos presenta una enseñanza, una exhortación, una instrucción, un hecho de justicia? ¿Para qué nos sirve leer lo que se ha leído en público, y que dice: “Débora, una profetiza, mujer de Lapidoth, era jueza en Israel en ese tiempo. Débora se sentaba bajo una palmera, a mitad camino entre Ramá y Bethel, en la montaña de Efraím, y los hijos de Israel subían a verla para ser juzgados” (Jc 4,4-5). Y entonces, ¿qué nos aporta de conocimiento, de doctrina, o de justicia lo que sigue sobre Barac o sobre Iahel, o también sobre Sísara, jefe del ejército de Iabín (cf. Jc 4,2)?

La dulzura de la profecía

2. Veamos, entonces, si acaso, como también de otros pasajes de la Escritura, no recibimos, gracias a este, una enseñanza digna sobre los misterios más secretos. Ante todo, del hecho mismo: mientras que un gran número de jueces en Israel eran hombres, de ninguno de ellos se dice que fuera profeta, sino de Débora, una mujer. Y este primer aspecto de la letra misma procura al sexo femenino un consuelo no menor: las invita a no desesperar nunca de la debilidad de su sexo, al poder llegar a ser capaces también de la gracia de la profecía, a comprender y creer que la pureza de espíritu merece esa gracia, no la diferencia de sexo. Pero veamos asimismo qué aspecto del sentido interior respira un sentido misterioso. Débora se traduce abeja o lenguaje[1]. Pero ya se ha dicho más arriba[2] que Débora se interpreta como una figura de la profecía, que es una abeja. Pues es cierto que toda profecía produce dulces panales de la doctrina celestial y la miel deliciosa de la palabra divina. Por ello David cantaba diciendo: “Tus palabras son más dulces a mi paladar que la miel y el panal de miel en mi boca” (Sal 118 [119],103). Y de nuevo en otro lugar dice: “Los juicios de Dios son más preciosos que el oro y que una piedra muy preciosa, más dulces que la miel y el panal de miel” (Sal 18 [19],10-11).

La casa de Dios y las alturas

3. Además, consideremos dónde se dice que reside la profecía, y donde se describe su lugar. “Bajo la palmera, dice (la Escritura), a mitad camino entre Ramá y Bethel” (Jc 4,5). La profecía tiene su sede bajo la palmera, pues dice David: “El justo florecerá como una palmera” (Sal 91 [92],13), por el hecho que la profecía conduce, a quien está formado por sus instrucciones, hacia la palmera superior del llamado de Dios en Jesucristo nuestro Señor (cf. Flp 3,14). “Estaba sentada, se dice, a mitad camino entre Ramá y Bethel”. Ramá significa alturas y Bethel, casa de Dios. Mira en qué lugares se dice que reside la profecía: entre las alturas y la casa de Dios. Porque no se puede encontrar nada bajo, nada abyecto, nada vil en la sede de la profecía. Como también dice Salomón, describiendo la sede misma de la sabiduría, afirma sobre ella: “Está presente en las puertas de las ciudades”, o ella habita “en las fortificaciones de las murallas”, o “ella obra libremente” en las altas torres (cf. Pr 1,20-21 LXX). Este es, por tanto, el modo en que la profecía, ahora figurada por Débora, habita, se dice, a mitad camino entre la casa de Dios y las alturas. Pues ella no nos enseña a “buscar las realidades que están sobre la tierra, sino las que están en el cielo y en las alturas, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios” (cf. Col 3,1-2). Es allí que la profecía nos exhorta a subir, allí ella quiere establecer a sus discípulos.



[1] O: expresión (loquela).

[2] Cf. Hom. IV,4.2