OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (655)
Un matrimonio en el período medieval
Siglo XIV
Londres
Orígenes, Nueve homilías sobre el libro de los Jueces
Homilía IV: Sobre Samegat, Iabín y Sísara (cf. Jc 3,17 ss.)
Introducción
Quien tiene la misión de enseñar en la Iglesia debe luchar para que, por medio de la palabra evangélica, la palabra de Cristo, en todo momento y en cualquier lugar, se imponga la afirmación de la verdad, extinguiendo las doctrinas depravadas y necias (§ 1).
No siempre es necesario recurrir a la espada de la palabra para corregir vicios y pecados. En ocasiones puede ser igualmente efectiva una monición semejante a la forma en que se trabaja un lote de tierra para la siembra (§ 2.1).
Orígenes recurre a la imagen tradicional[1], por así denominarla, del arado cual figura de la cruz para señalar la importancia que tiene, en el seguimiento del Señor Jesús, el compromiso con su misterio pascual. La cruz de Cristo es la garantía de nuestro triunfo sobre el actuar del demonio (§ 2.2). Igualmente, el simbolismo del arado se realiza en cada cristiano, en tanto que, por la cruz de Cristo, está crucificado para el mundo (§ 2.3).
Texto
El final del gobierno de Aoth
1. Al gobierno del ambidextro Aoth sucede el gobierno de Samegat (cf. Jc 3,31). Pero veamos cómo Aoth, que se traduce alabanza, terminó su gobierno. La historia nos ha enseñado las cosas que están escritas sobre el rey Eglón: de que modo ese sapientísimo Aoth, recurriendo a un artificio y, por así decirlo, a un hábil engaño digno de alabanza, mató al tirano Eglón (cf. Jc 3,17-25), cuyo nombre significa el que gira en derredor o el que rueda. Es necesario, por ende, que los jueces de nuestro pueblo sean como fue Aoth, cuyo nombre significa alabanza, para que puedan escapar de todos los movimientos volubles y de las órbitas del camino del mal, y maten al rey de los madianitas. Ahora bien, los madianitas tienen un nombre que significa negligencia o desbordamiento. De esta nación relajada y disoluta, ¿qué otro jefe o guía se puede ver o comprender, sino el discurso de esa famosa filosofía que juzga el placer como soberano bien[2]? Que la palabra evangélica, que es comparada a una espada (cf. Hb 4,12), la mate y la aniquile. Y que la palabra profética misma sea encerrada en su vientre, en lo más profundo de sus entrañas[3], por medio de las disputas de un doctor ambidextro, para que, encerrándolas con la afirmación de la verdad, apague todo pensamiento de una doctrina depravada y de una inteligencia necia, “que se eleva y se erige contra el conocimiento espiritual de Cristo” (cf. 2 Co 10,5). De modo que, obrando así y combatiendo con la palabra de Dios, cada juez de la Iglesia se convierta él mismo también en un Aoth digno de alabanza, sobre el cual el Señor diga: “Muy bien, servidor bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, te estableceré sobre lo mucho” (Mt 25,21).
La reja de arado
2.1. Pero, después de nuestro breve recuerdo de la lectura precedente, es decir, sobre el fin de Aoth, veamos ahora cuál sea también el inicio de Samegat, nombre que se traduce: extranjero allí[4]. Es verdad, en efecto, que todos los que son hombres de Dios son extranjeros en este mundo, y peregrinos en la tierra[5], como aquel que decía: “Soy extranjero ante ti en la tierra y un peregrino como todos mis padres” (Sal 38 [39],13). Es, por tanto, este Samegat, a quien el Espíritu Santo declara extranjero allí, es decir, aquí abajo. Pues lo que por el Espíritu Santo que está en los cielos es allí, para nosotros es aquí. ¿Qué es, entonces, lo que se dice sobre Samegat? “Él golpeó, dice (la Escritura), a los filisteos, seiscientos guerreros, con la reja del arado, o con una aguijada” (Jc 3,31)[6]. Veo en Samegat otro genero de alabanza: este combatía con la reja de un arado. Aoth luchaba con la espada, este con la reja de un arado. Vence, sin embargo, también él, supera y derrota a los filisteos. Puede, en consecuencia, suceder que un juez en la Iglesia no blanda siempre la espada, es decir, que no use siempre la severidad de la palabra y el filo de la corrección; sino que, a veces, también imite al labriego y arando la tierra del alma como con un arado, y volviendo a ararla varias veces, por medio de una advertencia clemente, la prepare a recibir las semillas[7]. Así, por tanto, serán asimismo exterminados los filisteos, no usando contra nuestros adversarios argumentos y el filo de la espada, sino rechazando los vicios y los pecados de las almas de los oyentes por medio de una admonición simple y rústica.
El arado, figura de la cruz de Jesucristo
2.2. Tú también, oh oyente, sé el campesino de tu alma, emplea ese arado que utiliza Samegat. Pero cuando “tú hayas puesto la mano en el arado, no mires hacia atrás” (Lc 9,62), es decir, después que hayas tomado tu cruz, y hayas seguido a Cristo (cf. Mt 16,24), después de haber renunciado al mundo y a esas cosas que están en el mundo, no mires hacia atrás, no busques lo que tú, por Cristo, has considerado como estiércol (cf. Flp 3,8). Pues si tú tienes siempre la mano en ese arado, confiadamente podrás decir: “Lejos de mí gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Ga 6,14), si tú dices esto, “diez mil caerán a tu derecha, y mil a tu izquierda, pero no se te acercarán” (Sal 90 [91],7)
Por la cruz de Cristo crucificamos el mundo
2.3. También esta palabra misma que dice: “En número de seiscientos Samegat golpeó a los filisteos” (cf. Jc 3,31), no me parece dicha inútilmente. ¿Qué necesidad, en efecto, había de indicar asimismo el número? A no ser que sea como una más evidente indicación, por el número mismo, de lo que dijimos antes. Pues el número seis, que multiplicado llega a seiscientos, representa la figura de este mundo que fue terminado, se dice, en seis días (cf. Gn 1,31). Por tanto, se afirma que con la reja de un arado golpeó a seiscientos hombres aquel que, por la cruz de Cristo, ha crucificado el mundo (cf. Ga 6,14).
[1] Cf. Justino, Apología 55,1. 3: “Todo lo referente a la cruz fue dicho de modo simbólico... Porque el mar no se surca si ese trofeo, llamado mástil, no se alza intacto en la nave; sin ella no se ara la tierra; ni cavadores ni artesanos llevan a cabo su obra si no es por instrumentos que tienen esa figura”. E Ireneo, Adversus Haereses IV,34,4: “El mismo Señor... al final mostró el arado, es decir el hierro incrustado en el madero, para limpiar la tierra: pues el Verbo unido a la carne e incrustado en la figura humana, ha limpiado la tierra cubierta de cardos”.
[2] El epicureísmo; cf. Hom. I,1 (SCh 389, p. 119, nota 2).
[3] Se trata de una alusión a la muerte de Eglón; aquí es alegorizada la escena (SCh 389, p. 120, nota 1).
[4] La Biblia de Jerusalén aclara en nota al v. 31 del cap. 3 del Libro de los Jueces, que “este versículo es una adición (cf. Jc 4,1). El nombre de Samgar [o Samagat] no parece ser israelita: su nombre es extranjero… Su inclusión en la lista de los Jueces se debe probablemente a 5,6, mal entendido”.
[5] Lit.: incolae in terra.
[6] El texto latino en la versión de Rufino dice: “Percussit Allophylos in sescentis viris in stiva -vel pede- aratri”. La LXX en el texto A lee: “Derrotó hasta seiscientos hombres extranjeros sin contar al ganado vacuno”. Y en B: “Derrotó hasta seicientos hombres extranjeros con la aguijada de los bueyes”. La diferencia entre A y B probablemente se debe a que el traductor de A leyó el vocablo hebreo, un hapax legómenon, como: “excepto, sin contar” (cf. La Biblia griega Septuaginta. Natalio Fernández Marcos – María Victoria Spottorno Díaz-Caro [Coordinadores]. II. Libros Históricos, Salamanca, Eds. Sígueme, 2011, p. 98, nota a [Biblioteca de Estudios Bíblicos, 126]). “La aguijada” (vara larga que en un extremo tiene una punta de hierro con que los boyeros pican a la yunta; o: vara larga con un hierro de forma de paleta o de áncora en uno de sus extremos, en la que se apoyan los labradores cuando aran, y con la cual separan la tierra que se pega a la reja del arado) no me parece una versión muy adecuada. Arotropodi, es la reja del arado, y sería la traducción que parece más acertada. Es decir, combatió con la reja de un arado de mancera. Así traduce asimismo Jerónimo: vomer (la reja del arado). En la versión de Rufino, stiva aratri es esteva o mancera del arado; en tanto que pede sería la aguijada. Con lo cual mantiene las dos opciones.
[7] Cf. Mt 13,3-9. 31-32; Mc 4,26 (SCh 389, p. 122, nota 1).