OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (645)

La multiplicación de los panes y los peces

1433

Xizan, Armenia

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XXVI: Sobre las espadas de piedra que fueron enterradas, y sobre el altar que construyeron las dos tribus y media que están del otro lado del Jordán (Jos 21,42 ss.)

Introducción

A partir del texto del capítulo 22 (vv. 10 ss.) del libro de Josué, Orígenes reflexiona sobre el pueblo que antecedió a la venida de Cristo, y el pueblo de la Nueva Alianza (§ 3.1). Y afirma que los judíos que aceptaron el advenimiento de Jesucristo forman ahora parte del único rebaño bajo la conducción de un solo pastor (§ 3.2). Pero quienes de entre ellos se negaron a recibirlo, se han acarreado para sí mismos la muerte (§ 3.3). Ellos son “la parte muerta” del pueblo elegido (§ 3.4).

La conclusión subraya el hecho incontrastable de la transferencia (translatio) de las prerrogativas del pueblo judío a las naciones gentiles (§ 3.5).

Texto

El altar construido a orillas del Jordán

3.1. A continuación se nos ha leído (cf. Jos 22,10-34) que los hijos de Rubén, los hijos de Gad y la media tribu de Manasés, que estaban al otro lado del Jordán, construyeron un gran altar. Pero los restantes hijos de Israel, ignorando por qué había sido construido ese altar, enviaron a Finés, hijo de Eleazar, hijo de Aarón, con diez hombres elegidos, uno de cada tribu, para saber si lo habían construido como signo de separación de Dios; y si había apostasía y rebelión contra el mandato de Dios, serían atacados por los demás hijos de Israel; caso contrario, que hicieran conocer la motivación. Pero aquellos dieron plena satisfacción sobre el altar y dijeron: «Sabemos que el verdadero altar está entre ustedes, donde Jesús habita; pero hicimos este altar a semejanza de aquel otro altar, que ha sido construido entre ustedes, para tener también entre nosotros la figura e imagen del verdadero altar. No sea que mañana les plazca decir: “El Jordán es límite entre ustedes y nosotros, él señala el límite, y ustedes no tienen parte en nuestro altar”». Esta fue la respuesta que enviaron.

Los primogénitos

3.2. Pero nosotros veamos los misterios contenidos en estos hechos. El primer pueblo, el de la circuncisión, está representado por Rubén (cf. Gn 29,32), que era el primogénito; también por Gad (cf. Gn 30,10), asimismo primogénito, pero de Zelpha; y por Manasés (cf. Gn 41,51), primogénito igualmente. Cuando digo primogénito, lo afirmo según el orden temporal. Esto, por tanto, que se dice no me parece que sea para señalar una separación o una división, entre nosotros y aquellos justos que precedieron el advenimiento de Cristo, sino para mostrar que son nuestros hermanos, incluso aunque hayan vivido antes de la venida de Cristo. En efecto, si poseían un altar antes de la venida del Salvador, sabían y comprendían que no era el verdadero altar, sino la imagen y figura de ese futuro verdadero altar. Sabían que no se ofrecían sobre aquel altar, el que tenía el pueblo primogénito, las verdaderas víctimas, las que pueden quitar los pecados, sino que solo allí donde se encuentra Jesús se consumen sobre el altar las víctimas celestiales, los verdaderos sacrificios. No hay, por consiguiente, más que “un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10,16), (formado) por aquellos primeros justos y por quienes ahora son cristianos[1].

La sangre de Jesús

3.3. Para probar estas afirmaciones quiero recordar también otra historia, si el Señor se digna concedernos que podamos hallar su interpretación espiritual. Sucedió que, en el desierto, el pueblo caía y moría. El pontífice Aarón llegó y “se paró entre los muertos y los vivientes” (cf. Nm 17,13), para que la devastación de la muerte no avanzara también sobre los demás. Ahora ha venido mi Señor, el verdadero pontífice, y se ha puesto en medio, entre los muertos y los vivientes, es decir, entre aquellos que, entre los judíos, han recibido su presencia; y entre aquellos que, no solo no lo recibieron, sino que más que a Él se han entregado a la muerte a sí mismos, cuando dijeron: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt 27,25). Por eso, “toda sangre inocente derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, a quien mataron entre el templo y el altar, le será reclamada a esta generación” (Mt 23,35), la que dice: “Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” (Mt 27,25).

No han recibido la verdad

3.4. Estos son, por tanto, la parte muerta de este pueblo, porque no celebran, como se debe, ni los ázimos ni los días de fiesta. “Sus días de fiesta se han cambiado en luto, y sus cánticos en lamentaciones” (Tb 2,6; Am 8,10). Y aunque lo quieran, no podrán celebrar el día de fiesta en el lugar que eligió el Señor Dios. Sin embargo, nosotros no les hemos dicho: “Ustedes no tendrán parte en este altar ni en la heredad del Señor”. Son ellos quienes, espontáneamente, han rechazado el verdadero altar y el pontífice celestial, y han llegado a un grado tal de infelicidad, que han perdido la imagen y no han acogido la verdad. Por eso se les dice: “He aquí que la casa de ustedes quedará desierta” (Lc 13,35).

Conclusión

3.5. Ha sido transferida a las naciones la gracia del Espíritu Santo; (los judíos) nos han transferido sus solemnidades, porque el pontífice también se ha pasado a nuestro lado, no el pontífice en imagen, sino el verdadero, elegido según el orden de Melquisedec (cf. Hb 5,6). Y es necesario que las verdaderas víctimas, las víctimas espirituales, las ofrezca entre nosotros, donde se ha edificado el templo de Dios con piedras vivas (cf. 1 P 2,5), que es la Iglesia del Dios viviente (cf. 1 Tm 3,15); y donde está el verdadero Israel, en Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] Cf. Orígenes, Homilías sobre el Levítico, VII,2: “Abraham aún espera para conseguir las realidades perfectas. También aguardan Isaac y Jacob, y todos los profetas nos esperan, para recibir con nosotros la perfecta beatitud”.