OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (634)

El apóstol y evangelista san Juan

Siglo VIII

Evangeliario

Lindisfarne, Inglaterra

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XXI: Sobre los hijos de Judá, que no pudieron echar a los jebuseos de Jerusalén (Jos 15,63)

Introducción

Nuevamente se plantea la imposibilidad de la interpretación solo literal de estos textos del libro de Josué (§ 1.1-2). Por eso los cristianos debemos leerlos y comprenderlos a la luz del Evangelio. En el caso presente: recurriendo a la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13,24 ss.; § 1.3). La enseñanza entonces deviene muy provechosa para nosotros: es necesario proceder con extrema cautela en el caso que sea necesario expulsar a alguien de la Iglesia (§ 1.4).

Pero quiénes son los que conculcan o pisan en la Iglesia: los que indignamente escuchan la palabra de Dios, aquellos que no la practican, los que “pisan las perlas de las palabras del Señor” (§ 2.1).

El vocablo cananeo, traducido por agitación, turbulencia, indica esa realidad que habita siempre con nosotros, en nuestro interior; y también en el exterior: hermanas/os inquietas/os. De ambas realidades -interior y exterior- hay que alejarse, debemos apartarnos del desorden (§ 2.2).

En una breve digresión, Orígenes pide a sus oyentes que sean capaces de discernir y examinar lo que él les propone en su predicación (§ 2.3).

A continuación, ofrece una muy bella lectura espiritual en torno a Jerusalén, nombre que traduce por: visión de paz. Si Jerusalén está edificada en nosotros, estaremos en paz. Sin embargo, la perfección, la total pureza de corazón, no es posible en esta vida. Por tanto, debemos actuar, y tratar cada día de expulsar los pensamientos adversos, los que obstaculizan la vivencia “en Jerusalén” (§ 2.4).

¿Qué hacer? Rogar al Señor que venga en auxilio de nuestra debilidad, “para que expulse de nosotros los malos pensamientos e introduzca los buenos” (§ 2.5).

Texto

Imposibilidad de una lectura meramente literal 

1.1. Los hijos de Judá querían eliminar y matar a los jebuseos de Jerusalén, y “no pudieron; y por eso los jebuseos habitaron con los hijos de Judá en Jerusalén hasta el día de hoy” (Jos 15,63).

1.2. Queremos preguntar, comenzando con el sentido literal, a esos que piensan que estos textos se pueden mantener según la letra, qué significa la expresión: “hasta hoy en día”; la cual en la Escritura Santa siempre designa la eternidad del mundo. Como dice, por ejemplo, este texto: “En el día de hoy no se aparten del Señor” (cf. 1 S 12,20; Hb 3,7-13), es decir, mientras permanece este mundo. Por tanto, que me muestren cómo los jebuseos podrían habitar hasta el fin del mundo con los hijos de Judá en Jerusalén, cuando ni los mismos hijos de Judá habitan en Jerusalén. Por eso, en consecuencia, es imposible que los jebuseos habiten en Jerusalén con los judíos, cuando ni estos mismos habitan ya en ella.

Interpretación espiritual de los jebuseos

1.3. Pero nosotros comprendamos esto espiritualmente utilizando la parábola del Evangelio, que dice sobre la cizaña: “Dejen crecer una y otra, no sea que queriendo quitar la cizaña, arranquen al mismo tiempo con ella también el trigo” (Mt 13,30. 29). Por tanto, como se permite en el Evangelio crecer al mismo tiempo a la cizaña y al trigo, igualmente también en la Jerusalén de aquí, esto es en la Iglesia, hay sin duda jebuseos; estos son lo que llevan una vida de bajeza y depravada, pervertidos en su fe, en sus acciones y en todo su modo de vida. Porque no es posible purificar la Iglesia por completo, mientras está en la tierra, para que no quede en ella ningún impío, ningún pecador; sino que todos en ella sean santos y bienaventurados, y que en ellos no se encuentre absolutamente ninguna mancha de pecado. Sino que, como se dice sobre la cizaña: “No sea que, arrancando la cizaña, junto con ella también arranquen el trigo”, así también esto se pueda aplicar a aquellos cuyos pecados son dudosos u ocultos. Pues no decimos que no haya que expulsar de la Iglesia a esos cuyos pecados son manifiestos y evidentes.

Cuidar la vida de fe

1.4. Escucha, por tanto, la Escritura diciendo que “no pudieron los hijos de Judá expulsar a los jebuseos, sino que habitaron con ellos en Jerusalén hasta el día de hoy” (Jos 15,63). Por eso les suplico, a ustedes que son fieles, que cuiden su vida y su comportamiento, para que alguien no los escandalice y ustedes no sean motivo de escándalo para otros; sino que haya en ustedes un sumo esfuerzo y gran cautela, para que no entre alguien contaminado en esta santa congregación de ustedes, que ningún jebuseo habite con ustedes. Porque ven que la Escritura dice que los hijos de Judá no pudieron expulsar a los jebuseos de Jerusalén. Y jebuseo se traduce conculcar. En consecuencia, si no podemos echar a estos que nos conculcan, al menos expulsemos a los que podemos, aquellos cuyos pecados son manifiestos. Pues cuando el pecado no es evidente, no podemos echar a nadie de la Iglesia, no sea que, arrancando la cizaña, arranquemos con ella al mismo tiempo también el trigo.

Los que conculcan en la Iglesia

2.1. Me conmueve, sin embargo, que no pudieran echar a los jebuseos, lo cual se traduce por medio de (la palabra) conculcarlos (o: pisarlos). Veamos entonces quienes son en la Iglesia los que conculcan. Sin duda aquellos sobre los cuales decía el Señor en los Evangelios: “No den lo santo a los perros ni sus perlas a los cerdos, no sea que los conculquen con los pies, se vuelvan contra ustedes y los despedacen” (Mt 7,6). Estos son, por tanto, los jebuseos, los que conculcan, los que indignamente escuchan la palabra de Dios y, cuando la han escuchado, ni se marchan como infieles, ni permanecen como fieles; sino que, después de haber recibido la enseñanza de los misterios y haber escrutado los secretos de nuestra fe, se dan vuelta impugnándonos y destrozando nuestros corazones con sus oposiciones, pisando las perlas de las palabras del Señor y mancillando las bellezas de la fe. Sobre estos, por consiguiente, se dice que los hijos de Judá no pudieron echar a los jebuseos de Jerusalén hasta el día de hoy.

Interpretación espiritual del cananeo

2.2. Hay también algo semejante escrito sobre Efraím; dice, en efecto, la Escritura: “Y no expulsó Efraím al cananeo, que habitaba en Gazer[1]; y el cananeo habitó en Efraím hasta el día de hoy” (Jos 16,10). Efraín se traduce: el que da frutos. Por tanto, quien fructifica y crece en la fe, no puede exterminar al cananeo, pésima semilla, semilla maldita, semilla siempre cambiante, siempre incierta, pues esta es la traducción de cananeo[2]. Y es cierto que siempre habita el cananeo con aquel que fructifica y crece; porque nunca cesa en él el movimiento de las tentaciones. Pero tú, si verdaderamente fructificas en Dios y ves a alguien inquieto, turbulento, inconstante, comprende que es un cananeo. Y si no puedes expulsarlo de la Iglesia, puesto que los hijos de Efraím no pudieron echar a los cananeos, observa aquello que ordena el Apóstol diciendo: “Aléjense de todo hermano que vive desordenadamente” (2 Ts 3,6).

Digresión del predicador

2.3. Pero ya que Salomón nos exhorta para que “esto que leemos lo grabemos tres veces en nuestro corazón” (cf. Pr 22,20 LXX), también agregaré, a aquello que antes dijimos, lo que se presente a mi corazón, para ustedes que me escuchan. Y ustedes hagan lo que está escrito, de modo que, si uno habla, los demás juzguen (cf. 1 Co 14,29). Por consiguiente, cuando digo lo que pienso, ustedes disciernan y examinen si es correcto o menos correcto.

Jerusalén, visión de paz

2.4. Sobre Jerusalén frecuentemente dijimos que se traduce: visión de paz. Por tanto, si en nuestro corazón está edificada Jerusalén, esto es, si en nuestro corazón está establecida la visión de paz y siempre contemplamos y conservamos a Cristo, que es nuestra paz (cf. Ef 2,14), en el corazón; si verdaderamente permanecemos firmes y estables en esa visión paz, de modo que nunca en modo alguno suba a nuestro corazón ningún mal pensamiento o determinación de pecado, si esto verdaderamente es así, podremos decir que estamos en Jerusalén y que nadie más habita con nosotros, a no ser aquellos que son santos. Ahora bien, aunque realicemos grandes progresos y nos perfeccionamos a nosotros mismos con altos estudios, sin embargo, no creo que nadie pueda llegar a una tal pureza de corazón que nunca sea manchada por el contagio de un pensamiento adverso; como también es cierto que los jebuseos habitaban en Jerusalén con los hijos de Judá. No decimos esto, no obstante, porque descuidemos, en cuanto nos es posible, expulsarlos; pero debemos actuar y tratar cada día de expulsarlos de Jerusalén. Pues como está escrito, no podemos expulsarlos todos juntos. Incluso también en esos que fructifican, que son llamados hijos de Efraím, se debe pensar que siempre deben expulsar de sus almas a los cananeos, los pensamientos inconstantes y lúbricos.

Conclusión: invoquemos la ayuda del Señor

2.5. Pero Dios es poderoso para someternos a los jebuseos y a los cananeos, como está escrito: “Sometió los cananeos a los hijos de Efraím” (cf. Jos 17,13). Por tanto, roguemos al Señor para que expulse de nosotros los malos pensamientos e introduzca los buenos, dignos de Jerusalén, ciudad celestial, para que no se encuentre en nuestra conciencia nada profano o sórdido, pensamientos de los que se nos pueda acusar en el día del juicio; sino que se encuentre en nosotros la pureza de corazón en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).



[1] O: Gázer; Guézer.

[2] Cf. Hom. XIV,2.13, donde afirma que cananeo se traduce por agitación.