OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (627)

Jesucristo crucificado y resucitado

1440

Liturgia de las Horas

Utrecht, Holanda

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía XVIII: Sobre el comienzo de la división de la tierra, que fue distribuida por Jesús. Y cómo Caleb accedió a Jesús y le pidió Hebrón (Chebron; cf. Jos 14,6-15)

Introducción

En el inicio de la homilía se subraya la necesidad de diferenciar entre la distribución de la tierra hecha por Moisés de aquella realizada por Jesús. Y que en esta última también intervienen los jefes de las tribus -figuras de los apóstoles- y Eleazar, un sacerdote, que representa “la palabra arcana y mística de Dios” (§ 1.1-2).

La petición de su herencia por parte de Caleb le ofrece a Orígenes la ocasión, a partir de la traducción de ese nombre, desarrollar el tema del corazón (§ 2.2). Vinculándolo inmediatamente con el nombre del padre de Caleb, presenta la dupla: conversión – corazón. La conversión abre el acceso al corazón, que es la sede del pensamiento de las realidades divinas; abriendo así el camino para obrar con prudencia y sensatez (§ 2.3).

La afirmación de Caleb sobre la permanencia de su fuerza, con la que había podido servir a Moisés, y que en el presente le permitía asistir también a Jesús, da pie a una doble afirmación. Primera: la Ley es espiritual; segunda, es imprescindible leer ambos Testamentos con un corazón siempre atento, vigilante; es decir, con una inteligencia pronta a descubrir el sentido espiritual de la palabra de Dios (§ 2.4-5).

Texto

Los responsables de la división de la tierra

1.1. Aprendamos de la Ley, como es necesario, la descripción de la división de la tierra. Que primero realizó Moisés, y en segundo término se dice que también efectuó Josué. Para no mantener una misma actitud con una y otra, sino que, aprendiendo el motivo de cada una, retengamos solo aquella que nos legó nuestro Señor Jesús.

Jesús y Eleazar[1]

1.2. Moisés distribuyó aquella tierra que está al otro lado del Jordán. Pero la otra, que es tierra santa y tierra buena (cf. Ex 3,8), la repartió Jesús y los jefes de las tribus de Israel (cf. Jos 14,1). Ves, por tanto, que cuando comienza el Salvador a distribuir aquella heredad de la tierra santa, también se agregan los jefes de las tribus del verdadero y espiritual Israel. ¿Quiénes pensamos que son los príncipes de nuestras tribus y jefes de la Iglesia, sino los santos apóstoles, a quienes el Salvador dice: “También ustedes se sentarán sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28)? Sin embargo, se agrega asimismo a la división un sacerdote, que es la palabra arcana y mística de Dios, pues así lo dice (la Escritura): se reunieron Jesús y Eleazar (cf. Jos 14,1) para dividir la tierra[2].

La petición de Caleb

2.1. Y veamos quién es el primer en recibir la heredad de parte de Jesús. “Caleb, dice (la Escritura), hijo de Jefoné” (Ieffone; cf. Jos 14,6). Porque él fue el primero que la pidió y solicitó, con ciertos argumentos y palabras que nos son descriptos. Palabras que también pueden instruirnos para la salvación.

Como el corazón

2.2. En primer lugar, Caleb significa: como el corazón[3]. Por consiguiente, ¿quién es como el corazón, sino el que en todas las cosas atribuye su obra al pensamiento, que no recibe su nombre de un miembro cualquiera de la Iglesia, sino que se asimila en nosotros a un órgano eminente: el corazón? Es decir, el que obra con toda sensatez[4] y prudencia, y así dispensa todas las cosas, ¿quién otro sino como el corazón?

Jefoné

2.3. Jefoné, su padre, se traduce: conversión. Por tanto, Caleb es el hijo de la conversión. ¿Qué sentido darle a esto, sino que, convirtiéndose a Dios, produjo un fruto tal que engendró un hijo, que es el corazón? En consecuencia, todo el que vaca en los pensamientos divinos y en todo obra prudente y racionalmente es Caleb. 

La ley espiritual

2.4. Sin duda, Caleb fue instruido por Moisés, pero después por Jesús, a quien asistía; y le dijo a Jesús: “Tú conoces la palabra que el Señor habló a Moisés, el hombre de Dios” (Jos 14,6). Tú conoces la palabra que fue dicha por el Señor. Pues, ¿quién podía conocer la palabra que el Señor dijo a Moisés sino solo Jesús? Nadie conocía así la Ley, como Jesús la enseñaba a no ser únicamente Jesús. Porque Él mismo nos enseñó y abrió todas las realidades de la Ley; Él mismo le reveló a Pablo que la Ley es espiritual (cf. Rm 7,14).

La fuerza de un corazón vigilante

2.5. “Así habló, dijo (Caleb), sobre mí y sobre ti” (Jos 14,6). Sobre mí, afirma, y sobre ti habló Moisés. Sobre ti ciertamente esto es lo que dijo el Señor: “Si le creen a Moisés, también me creerán a mí, pues él escribió sobre mi persona” (Jos 5,46). Pero sobre mí qué dijo, esto es sobre Caleb, que es el corazón. Moisés sin duda escribió sobre el corazón, y él todas las cosas las escribió prudente y sabiamente. Y (Caleb) agregó: “Hoy mi fuerza es como la de antes” (Jos 14,11). El santo, en efecto, tiene la misma fuerza en los tiempos presentes como en los pasados, en las realidades nuevas y antiguas, en los Evangelios y en la Ley. Por tanto, estos que dice vale hoy bajo Jesús, como también (era cierto) bajo Moisés, pues vale un corazón vigilante en los misterios de uno y otro Testamento.



[1] Cf. Procopio de Gaza (PG 87,1028 A-C), quien ofrece un texto muy semejante al de Rufino (SCh 71, p. 384, nota 1).

[2] Procopio es más claro que Rufino en este pasaje, mostrando que Jesús y Eleazar son, cada por su parte, figuras del Hijo de Dios, uno como Jefe, el otro como Sacerdote (cf. Procopio PG 87, 1028 A-C; SCh 71, pp. 384-385, nota 2).

[3] El nombre de Caleb puede significar “como el corazón”, o “todo el corazón” (pasa kardia). En este párrafo se puede advertir la influencia de la concepción estoica del alma, cuya parte superior, el hegemonikon, tiene su sede en el corazón; éste, por consiguiente, tiene una función importante en la vida tanto física como psíquica. La inteligencia es una de las partes del pneuma psíquico, cuyo centro de acción es el corazón. Filón de Alejandría tiene una concepción semejante (cf. Mut. 123-124). Ver SCh 71, pp. 386-387, nota 1.

[4] Omnia cum ratione et prudentia gerit.