OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (622)
Jesús cura a un leproso
Hacia 1035-1040
Evangeliario
Echternach, Luxemburgo
Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué
Homilía XV: Sobre la guerra de exterminio (Jos 11,8 ss.)
Introducción
La acción salvífica de Jesucristo se realiza sacramentalmente en el bautismo (§ 5.1). Don que exige de nosotros un compromiso de por vida: combatir siempre contra el demonio, sin abandonar por ningún motivo la lucha (§ 5.2).
Un notable desarrollo sobre la forma de proceder de Satanás se nos ofrece a continuación. No es solamente un demonio, sino muchos los que vienen a luchar contra cada ser humano. Pues Satanás son todos los que combaten contra la voluntad de Dios (§§ 5.3-6.2).
El arma que el cristiano tiene a su alcance para arrostrar tan tremendo combate es la espada de la palabra de Dios (§ 6.3).
En la conclusión de la homilía, se nos dice que el anhelado descanso solo se realiza en “mi Señor Jesucristo” (§ 7).
Texto
El bautismo lava toda culpa
5.1. “Y Jesús se apoderó, dice (la Escritura), de todos en la guerra, porque el Señor había hecho que se endureciera el corazón de ellos y combatieran contra Israel” (Jos 11,19-20). No dice, en efecto, que Jesús se apoderó de algunos en la guerra, sino que de todos se apoderó, esto es, de todos se apoderó y los exterminó. Puesto que nos purificó, en verdad de toda clase de pecado el Señor Jesús, y a todos los aniquiló. Porque todos “éramos insensatos, incrédulos, andábamos extraviados, sirviendo a toda clase de deseos, con malicia, obrando por envidia, dignos de odio y odiándonos unos a otros” (Tt 3,3), y todos los demás géneros de pecados que se encuentran en los hombres antes de llegar a la fe. Por tanto, con razón se dice que Jesús mató a todos los que salieron a combatir. Pues ninguna clase de pecado es tan grande que Jesús no le se sea superior, Él que es el Verbo y la Sabiduría de Dios (cf. 1 Co 1,24). A todos los supera y los vence. ¿O no creemos esto, que toda clase de pecado es quitado cuando llegamos al baño salvador? Porque esto también lo manifiesta el apóstol Pablo, quien, al enumerar todos los géneros de pecados, añade y dice después de todos: “Esto ciertamente fueron ustedes, pero han sido lavados, han sido santificados, han sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 6,11). Por consiguiente, de este modo fueron capturados, se dice, en el combate y todos fueron aniquilados, puesto que el Señor hizo de modo que se endureciera el corazón de ellos y salieran a combatir contra Israel, para que fueran exterminados.
Es necesario el combate en la vida cristiana
5.2. Mientras no vienen, en efecto, las potencias enemigas, por medio de las cuales se realizan los pecados en nosotros, y no nos provocan al pecado, no podemos matarlas ni exterminarlas. Por eso, entonces, se dice que Dios permite, aún más, que incita a las fuerzas enemigas para que salgan a combatir contra nosotros, para que también nosotros consigamos la victoria y ellas sean destruidas.
El príncipe de los demonios
5.3. Pienso que existe un número infinito de potestades adversas, por lo cual en casi todos los hombres hay diferentes espíritus, que provocan en ellos los diversos géneros de pecados. Por ejemplo, está el espíritu de fornicación y también el de ira; en otro está el de avaricia; en cambio, en otro está el de soberbia. Y si sucede que algún hombre se encuentra agitado por estos males o también por muchos otros, se debe pensar que todos estos o incluso muchos otros espíritus enemigos los tiene en sí mismo. Por donde se debe creer asimismo que en cada hombre hay muchos espíritus, porque cada hombre no tiene un solo vicio o no comete un solo pecado, sino que se debe pensar tiene muchos (defectos) y comete (muchos pecados). Y de la misma manera, no se ha de creer que un único espíritu de fornicación seduzca, por ejemplo, a un hombre en Britania haciéndolo fornicar, y lo mismo haga con otro hombre en la India o en otros lugares. Ni tampoco puede haber un solo espíritu de ira para agitar a los hombres en sitios diversos. Por el contrario, pienso más bien que, sin duda, hay un solo príncipe de la fornicación, pero con innumerables otros que en este menester le obedecen; y para cada uno de los hombres, hay diversos espíritus que militan bajo ese príncipe, incitándolos al pecado de ese género. De modo semejante considero que existe un espíritu príncipe de la cólera, que tiene bajo su dominio a innumerables servidores, que encienden en cada hombre los pecados de ese vicio. De manera similar también es uno el príncipe de la avaricia, e igualmente el de la soberbia y de los demás vicios. Por eso el Apóstol no dice que sea uno el príncipe de las potestades contrarias, sino muchos, contra los cuales, escribe, él mismo debe combatir igual que todos nosotros (cf. Ef 6,12). Sin embargo, pienso que existe un príncipe de todas esas potestades, como el más eminente en la maldad, el más grande en el crimen. Los otros (espíritus malignos) incitan al mal concentrándose solo en particular género de pecado. Pero aquel a todos persigue con sus ataques. Es como el jefe principal de todos los comandantes, el dueño de los nefastos ejércitos, cuya figura hemos desenmascarado cuando consideramos más arriba a Jabín[1], en la medida que nos lo permitió nuestra débil inteligencia.
El debilitamiento progresivo de los demonios
6.1. Creo firmemente que los santos, rechazando a estos espíritus instigadores de los pecados, venciéndolos y derrotándolos uno a uno, debilitan el ejército de los demonios y como que aniquilan a muchos de ellos. Por ejemplo, si alguien viviendo casta y púdicamente vence al espíritu de fornicación, ya no le será posible a este espíritu, que ha sido vencido por aquel santo, combatir contra otro hombre; sino que será como ese espíritu que “le rogaba a Jesús que no lo enviara al abismo” (Lc 8,31), lo que entonces el Señor momentáneamente accedió conceder. Así, por tanto, se ve que cada uno de los malvados espíritus, al ser vencido por los santos, es enviado por Cristo, justo juez, que preside los combates mortales de esta vida, bien al abismo, bien a las tinieblas exteriores (cf. Mt 8,12), bien a algún otro lugar digno de ellos. Y entonces, como un gran número de demonios ya han sido vencidos, liberados los pueblos pueden llegar a la fe; lo cual sería imposible si las legiones de ellos subsistieran íntegras, como antes lo estaban.
Satanás son los que combaten contra la voluntad de Dios
6.2. Si a alguien le parece difícil esto que decimos, que para cada pecador haya muchos demonios que se ocupen de él, o piensa que esto es algo fabuloso, vuelva a la autoridad del Evangelio y encuentre aquello de que “en los sepulcros habitaba un poseído por los demonios” (Mc 5,2-3); y cuando lo interrogó el Salvador: «“¿Cuál es tu nombre?”. Respondió: “Legión, dijo, porque somos muchos demonios”» (Mc 5,9). ¿Porqué, entonces, admirarse, de que para cada género de pecadores se adscriba un demonio particular, cuando está escrito que en un hombre había una entera legión de demonios? Me acuerdo que pronuncié (explicaciones) semejantes[2] sobre ese versículo de los Salmos en que está escrito: “En la mañana exterminaba a todos los pecadores de la tierra, para eliminar por completo de la ciudad del Señor a todos que obran iniquidad” (Sal 100 [101],8). Y así también se dice: “En la mano de los justos las espadas de dos filos” (Sal 149,6); sin duda para que aniquilen las potestades contrarias. Pero creo que lo más convincente para probar esto que decimos, es la afirmación que profiere el Apóstol Pablo cuando dice: “El Dios de la paz aplastará a Satanás prontamente bajo sus pies” (Rm 16,20). Porque si Satanás es único, ¿cómo puede él mismo se aplastado bajo los pies de los servidores de Dios y de nuevo volver a actuar? Pues si es aplastado, y aplastado por Dios, ya no puede actuar más. Por tanto, es necesario pensar que son Satanás todos aquellos que realizan las obras de Satanás. En efecto, esto es lo que me parece que señala también (el libro) de la Sabiduría, donde se dice: “El impío maldiciendo a Satanás, es a su propia alma que maldice” (Si 21,27). Pero incluso en otro libelo, que se llama Testamento de los doce patriarcas[3], que no pertenece al canon, sin embargo, hallamos el mismo sentido: que hay que reconocer en cada uno de los pecadores a un Satanás. Pero evidentemente esto se advierte incluso en la interpretación del propio nombre, como la transmiten los estudiosos hebreos. Satanás, por consiguiente, pueden llamarse todos los que combaten la voluntad de Dios.
La espada espiritual de la palabra de Dios
6.3. Esto teníamos para decir sobre aquello que está escrito: “El Señor endureció sus corazones, para que salieran a combatir contra Israel, y fueran exterminados” (Jos 11,20). Feliz, entonces, quien continuamente mantiene su espada espiritual, no quitándola de la cerviz de sus enemigos, sobre los cuales más arriba hicimos memoria; como también nos dice el profeta Jeremías: “Maldito el que hace negligentemente la obra de Dios y aparta su espada de la sangre de los enemigos” (Jr 48 [31],10). Si comprendemos esta palabra según la letra, nos será necesario derramar sangre continuamente. Pensando así los judíos, siendo íntegramente carne y sangre (cf. 1 Co 15,50), fueron crueles e implacables, diciendo que una maldición que pesaba una maldición sobre quienes cesaran de derramar sangre, y por eso “sus pies eran veloces para derramar sangre” (Rm 3,15). ¡Que les parezca bien esta comprensión a aquellos que son carne y sangre! En cambio, que el Señor me conceda nunca despreciar las obras del Señor ni apartar la espada espiritual de la palabra de Dios (cf. Ef 6,17) de la sangre de las potencias contrarias, y mortificarlas en cada uno de los que me escuchan. Y serán exterminadas en ustedes, si una vez escuchadas mis palabras, no realizan sus obras.
Conclusión de la homilía
7.1. Se dice en los subsiguientes (versículos) que: “Jesús tomó toda la tierra, como el Señor había ordenado a Moisés” (Jos 11,123). No veo que este Jesús haya podido tomar toda la tierra. ¿Cuánta tierra, en efecto, tomó ocupando solo la Judea? En cambio, nuestro Señor Jesús verdaderamente tomó toda la tierra, en cuanto que, de toda la tierra y de todas las naciones, reunió una multitud de creyentes. También después de esto se agrega en (la Escritura): “Jesús tomó toda la tierra, afirma, y la tierra descansó de las guerras” (Jos 11,23). ¿Esto verdaderamente cómo se puede afirmar sobre este hijo de Navé, que en la tierra cesaron los combates, cuando nunca en sus tiempos cesaron las guerras? Pero esto se cumple solamente en mi Señor Jesucristo. Porque si consideras, tú que has venido a Jesús y de Él has obtenido por la gracia del bautismo la remisión de los pecados, que en ti ya no “lucha la carne contra el espíritu y el espíritu contra la carne” (cf. Ga 5,17), que en tu tierra cesaron los combates; con todo, llevas la muerte de Jesucristo en tu cuerpo (cf. 2 Co 4,10), para que así cesen en ti todas las guerras y te conviertas en un pacífico, y seas llamado hijo de Dios (cf. Mt 5,9).
7.2. Pero esto sucederá después que hayas finalizado la guerra y vencido a los adversarios. Entonces se te dará el descanso, de modo que reposes bajo tu vida, que es Cristo Jesús, y bajo tu higuera (cf. Mi 4,4), que es el Espíritu Santo, para que así des gracias a Dios Padre omnipotente en el mismo Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. 1 P 4,11).