OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (611)

El juicio final

Hacia 1250

Oxford, Inglaterra

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía IX: Sobre el altar construido por Jesús. La segunda Ley (Jos 8,30 ss. [LXX: 9,2])

Introducción

En el § 8 se nos ofrece una valiosa reflexión sobre la recepción de la lectura – escucha de la Palabra de Dios. En ella Orígenes vuelve a insistir en uno de sus temas predilectos: la letra mata, el Espíritu vivifica (§ 8.3). Es necesario recibir – escuchar la verdadera comprensión, el entendimiento de la Sagrada Escritura (§ 8.4).

Texto

La lectura de la Ley

8.1. Después de aquello se refiere que “Jesús leyó todas las palabras de la Ley, bendiciones y maldiciones, conforme a todo que está escrito en el libro de la Ley; no hubo ni una palabra, de todas las que manda Moisés, que no leyera Jesús delante de toda la asamblea de los hijos de Israel” (Jos 8,34-35 = 9,2 [5-6] LXX).

Cómo nuestro Señor Jesús nos lee la Ley

8.2. Fácil es ciertamente la explicación de la historia, de qué modo el hijo de Navé leyó “todas las palabras de la Ley, que escribió Moisés, ante la asamblea de los hijos de Israel”. Pero cómo nuestro Señor Jesús hizo esto con su pueblo, no me parece ocioso mostrarlo

La lectura vivificante

8.3. Yo pienso que, si cuando se nos lee la Ley de Moisés y, por la gracia del Señor, se nos quita el velo de la letra (cf. 2 Co 3,15), también empezamos a comprender que la ley es espiritual (cf. Rm 7,14); y que, por ejemplo, diciendo la Ley: “No pondrás bozal al buey que tritura (el grano)” (Dt 25,4; cf. 1 Co 9,9), no entendemos que esto se dice del buey, sino de los Apóstoles; y otra vez, cuando se dice en la Ley que “Abraham tenía dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre” (Ga 4,22), yo en esto entiendo que hay dos testamentos y dos pueblos (cf. 4,23-24). Esta Ley, que así se comprende, que Pablo la llama espiritual, el Señor Jesús nos la lee; y Él mismo es quien recita esa lectura a los oídos de todo el pueblo, ordenándonos no seguir la letra que mata, sino mantener el espíritu vivificante (cf. 2 Co 3,6).

Recibir la comprensión de las Escrituras

8.4. Por tanto, Jesús nos lee la Ley cuando nos revela los secretos (de la Ley). Porque nosotros, que somos de la Iglesia católica, no despreciamos la Ley de Moisés, sino que la recibimos, pero si nos la lee Jesús. Puesto que así podemos comprenderla rectamente, si nos la lee Jesús; de modo que leyendo Él mismo recibamos su pensamiento y su entendimiento. ¿O no se cree que había concebido su pensamiento aquel que decía: “Pero nosotros tenemos el pensamiento de Cristo, para que reconozcamos los dones que Dios nos ha hecho, y los cuales anunciamos” (cf. 1 Co 2,12-13)? Y aquellos que decían: “¿No ardía nuestro corazón, cuando nos abría las Escrituras en el camino?” (Lc 24,32), cuando “comenzando por la Ley de Moisés hasta los profetas les interpretó todos los textos, y les reveló lo que estaba escrito sobre Él en las Escrituras” (cf. Lc 24,27).

A los oídos de la asamblea

8.5. Sin embargo, se muestra una admirable figura de la predicación (de Cristo) en estas palabras que están escritas, cuando dice: “No hubo una palabra, de todas las que prescribió Moisés, que no leyera Jesús a los oídos de la entera asamblea de Israel” (Jos 8,35 = 9,2 [6] LXX).

8.6. Y en primer lugar veamos qué significa que “leyó a los oídos”. Temo que, tal vez, algunos de los oyentes se ofendan por nuestras palabras; aunque, sin embargo, enseñamos hablando sobre lo que está escrito, porque esta palabra prueba que no todos nosotros, que oímos la Ley, somos de la asamblea de los hijos de Israel. Pero no de inmediato, si hay alguna diferencia entre los oyentes de la Ley y la asamblea de los hijos de Israel, el oyente será excluido de la salvación.