OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (591)

Jesucristo enseñando a sus discípulos

1865

Biblia

París

Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué

Homilía IV: El paso del Jordán (Jos 3,1 ss.)

Introducción

El justo experimenta la bondad de todo lo creado. Y el cristiano, por el sacramento del bautismo, es elevado al encuentro de Cristo, para estar siempre con el Señor (§ 1.1-3).

La historia de salvación se realiza de forma mística en cada cristiana y en cada cristiano; provocando una admirada acción de gracias (§ 1.4-5).

Para cada fiel Jesús es exaltado en el momento del bautismo (§ 2.1). En tanto que el pueblo es conducido por el ministerio de los sacerdotes. Por tanto, estos deben ser fieles al servicio encomendado (§ 2.2).

Hay una diferencia entre los bautizados, es una realidad dolorosa: están los que después del santo bautismo regresan a las atracciones de las pasiones; en cambio, hay otros que conservan el don del Señor que han recibido (§ 2.3).

Sacerdotes y levitas deben mostrar el camino al pueblo de Dios, enseñándole a salir de Egipto, es decir, de los errores del mundo; atravesando el desierto, las tentaciones. Y deben señalar al crucificado a quienes hayan sido víctimas de las mordeduras de las serpientes (§ 2.4). A ellos les compete asimismo enseñar los mandamientos de Dios (§ 2.5).

Texto

La creación está al servicio del justo

1.1. El pecador es enemigo de todas las criaturas, como está escrito sobre los egipcios: la tierra los combatía, los ríos los combatían, el aire mismo los combatía, el cielo los combatía (cf. Ex 7,14 ss.). En cambio, para el justo incluso (las regiones) que parecen inaccesibles, se convierten en planas y fáciles. El justo atraviesa el Mar Rojo como por tierra seca; pero el egipcio, si quiere atravesar, será sumergido; el agua no le hará un muro a derecha e izquierda (cf. Ex 14,22. 29). Aún cuando el justo se aventure en el desierto horrible y vasto, se le suministrará un alimento de los cielos (cf. Sal 77 [78],24).

El paso del río

1.2. Así (sucedió) en el Jordán, el arca de la Alianza era guía para el pueblo de Dios. Se detuvieron el ordo sacerdotal y levítico, y las aguas, como con deferente reverencia ante los ministros de Dios, refrenaron su curso y se acumularon en montón, concediendo al pueblo de Dios un camino sin peligro (cf. Jos 3,15 ss.).

El justo nada debe temer

1.3. Y no te asombres cuando te refiero estas gestas del pueblo precedente; a ti, cristiano, que por el misterio[1] del bautismo has atravesado la corriente de las aguas del Jordán, la palabra divina te promete (bienes) mucho mayores y más excelsos; te promete camino y tránsito incluso por los mismos aires. Escucha, en efecto, a Pablo diciendo sobre los justos: “Seremos conducidos, dice, sobre las nubes al encuentro de Cristo en los aires, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts 4,17). Absolutamente nada debe temer el justo, todas las criaturas están a su servicio. Escucha, entonces, lo que también promete Dios por medio del profeta, diciendo: “Si atraviesas el fuego, la llama no te quemará, porque yo soy el Señor tu Dios” (Is 43,2-3). Todo lugar (de la tierra) pertenece al justo[2] y todas las criaturas muestran la sumisión que le deben[3].

El santo bautismo es nuestra entrada en la tierra prometida

1.4. Y no consideres, tú que escuchas ahora lo que les sucedió a los antiguos, que ello no te concierne: todos esos hechos se cumplen en ti de una forma mística. Porque cuando abandonas las tinieblas de la idolatría para acceder a la escucha de la ley divina, entonces comienza tu salida de Egipto. Cuando fuiste agregado al número de los catecúmenos y comenzaste a obedecer los preceptos eclesiásticos, atravesaste el Mar Rojo, y en las etapas del desierto cotidianamente te dispones a escuchar la ley de Dios y a contemplar el rostro de Moisés, que te revela la gloria del Señor. Pero si llegas a la fuente mística del bautismo y, en presencia del orden sacerdotal y levítico, fueres iniciado en aquellos venerandos y magníficos misterios, que conocen los que tienen el derecho de conocerlos, entonces también, habiendo atravesado el Jordán, entrarás, por el ministerio de los sacerdotes, en la tierra prometida; en la cual Jesús, después de Moisés, te recibe y se convierte en el conductor de tu nuevo camino.

Los prodigios del Señor

1.5. Pero tú, recordarás tantas y tales (señales) del poder de Dios: el mar dividido para ti y el agua del río detenida, te darás vuelta y dirás: “¿Qué te pasa mar que huyes? ¿Y tú, Jordán, que te vuelves atrás? Montañas, ¿por qué saltan como carneros, y colinas como corderos?” (Sal 113 A [114],5-7). Y la palabra de Dios y dirá: “La tierra tiembla en presencia del Señor, ante el Dios de Jacob, que convierte la piedra en un estanque de agua y la roca en fuentes de aguas” (Sal 113 A [114],8). 

Jesús es exaltado en cada uno de nosotros cuando recibimos el sacramento del bautismo

2.1. ¡Cuántas gestas en el pasado! El Mar Rojo atravesado a pie, el maná enviado del cielo, las fuentes que brotaron en el desierto, la Ley dada por Moisés, muchos signos y prodigios realizados en el desierto; y en ningún lugar se dice que Jesús fue “exaltado”. En cambio, al atravesar el Jordán, allí se dice a Jesús: “En este día comienzo a exaltarte ante tu pueblo” (Jos 3,7). Porque antes del misterio del bautismo Jesús no fue exaltado, pero su exaltación y la exaltación ante su pueblo comienza a partir de ese momento. Puesto que si “todos los que son bautizados en Cristo Jesús, son bautizados en su muerte” (Rm 6,3), y la muerte de Cristo se cumple en la exaltación de la cruz, conviene entonces que para cada uno de los fieles Jesús no sea exaltado sino cuando se llega al misterio bautismal, porque también así está escrito: “Dios lo exaltó y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los infiernos” (Flp 2,9-10).

La misión de los sacerdotes

2.2. Sin embargo, el pueblo es conducido por los sacerdotes y prosigue el camino hacia la tierra prometida bajo el magisterio de los sacerdotes. ¿Y hoy, quién entre los sacerdotes tiene las condiciones[4] para merecer ser inscrito en ese rango? Porque si hay alguno así, los torrentes del Jordán retrocederían ante él y los elementos mismos lo respetarían; una parte de las aguas del río se retiraría hacia atrás y se detendría ante él, y la otra parte, en un rápido movimiento, huiría hacia el mar salado[5].

El simbolismo de las aguas

2.3. Con todo, creo que no sin una razón espiritual la Escritura (señala) que una parte de las aguas del Jordán se precipitó en el mar y fluyó hacia la amargura (cf. Jos 3,16); en cambio, otra parte perseveró en la dulzura. Porque si todos los que han sido bautizados conservan la dulzura de la gracia celestial que han recibido, y nadie vuelve a la amargura de los pecados, no habría sido escrito que una porción del río se sumergió en los abismos del mar salado. Y por ello me parece ver en esas palabras la designación de una diferencia entre los bautizados -que con dolor menciono-, la cual nosotros mismos a menudo hemos visto acontecer. De modo que hay quienes, conseguido el santo bautismo, de nuevo se entregan a los negocios del siglo y a los atractivos de las pasiones; y cuando beben en la copa salada de la avaricia, fluyen hacia el mar y perecen en las olas saladas. Pero aquella parte que permanece en la estabilidad y conserva su dulzura, designa a los que mantienen indeclinablemente el don de Dios recibido. Y es conveniente que los que son salvados (tengan como símbolo) una sola parte, porque también el pan es uno, “que descendió del cielo y da la vida a este mundo” (Jn 6,33); y “una sola fe, un solo bautismo y un solo Espíritu” (cf. Ef 4,4-5), siendo todo abrevados en el bautismo; y “un solo Dios, Padre de todos” (Ef 4,6).

La figura de la serpiente

2.4. Entre tanto, está el orden sacerdotal y levítico para mostrar el camino al pueblo de Dios, que sale de Egipto. Porque son esos mismos los que enseñan al pueblo a salir de Egipto, es decir de los errores del mundo; a atravesar el vasto desierto, es decir a superar los diversos géneros de tentaciones y no ser mordidos por las serpientes, que son las mordeduras de los demonios; y a evitar los venenos de los malos pensamientos[6]. Y si, tal vez, alguien fuera mordido por una serpiente en el desierto, que le muestren la serpiente de bronce suspendida en una cruz (cf. Nm 21,6 ss.: Jn 3,14 ss.), de modo que, al mirarla, esto es el que crea en Aquel que representa esa figura de la serpiente que se le muestra, gracias a ella escapará del veneno diabólico.

La responsabilidad de iluminar a los creyentes le corresponde a los sacerdotes

2.5. El orden sacerdotal y levítico, que está próximo al arca de la alianza del Señor (cf. Jos 3,6), en la que es llevada la Ley de Dios, sin duda deben iluminar al pueblo respecto de los mandamientos de Dios; como dice el profeta: “Tu palabra es una lámpara para mis pies, Señor, y una luz para mi camino” (Sal 118 [119],105). Esta luz es encendida por los sacerdotes y los levitas. Y si, tal vez, alguno de ese orden pusiera la lámpara encendida debajo del celemín y no sobre el candelabro, para que alumbre a todos los que están en la casa (cf. Mt 5,15), vea qué hará cuando comience a dar cuenta de la luz al Señor, por esos que no recibiendo de los sacerdotes ninguna iluminación, caminan en las tinieblas y son enceguecidos por la oscuridad de (sus) pecados.



[1] Lit.: sacramento (sacramentum). Rufino en ocasiones emplea los términos sacramento y misterio indiferentemente, pero ambas palabras traducen el vocablo griego mysterion (cf. SCh 71, pp. 146-147, nota 3).

[2] Lit.: todo lugar recibe al justo (omnis igitur locus suscipit iustum).

[3] Cf. Gn 1,26; 9,2; Sal 8,7; Si 17,4.

[4] Lit.: es tanto y tal (tantus ac talis).

[5] O: Mar de Sal, es decir, el Mar Muerto.

[6] Lit.: sugestiones (suggestionum).