OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (586)
Pentecostés
1609
Armenia
Orígenes, Veintiséis homilías sobre el (libro) de Josué
Homilía III: Las medias tribus (Jos 1,13 ss.). La casa de Rahab (Jos 2,1 ss.)
Introducción
En el inicio, brevemente, se recuerda el pacto hecho por Moisés con las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés (§ 1,1-2).
Y de inmediato Orígenes subraya la necesidad de pasar de la letra del texto a su realidad o significado espiritual (§ 1.3). En primer lugar, afirma que no fue casual que Moisés diera su heredad a los primogénitos, sino que en este hecho ya se ocultaba la figura de los dos pueblos. Con lo cual el Alejandrino posiblemente aludía a Esaú y Jacob (cf. Gn 27 y SCh 71, p. 127, nota 2; § 1.4; ).
Luego, en un breve párrafo, Orígenes señala que la Ley no concede reposo sin el compromiso de combatir en auxilio de los hermanos (§ 1.5).
En las luchas contra el enemigo o las potencias adversas -los demonios- vienen en nuestra ayuda los santos profetas de la Primera Alianza: Isaías, que nos socorre iluminándonos; Jeremías, que con sus flechas aleja de nosotros a quienes oscurecen nuestros corazones; Daniel, que instruye y advierte sobre la presencia del reino de Cristo y las mentiras del Anticristo; Ezequiel, que señala los misterios celestiales en el cuádruple círculo de las ruedas; Oseas, que guía al ejército de los doce profetas. Todos, por medio de sus escritos, nos instruyen para que no ignoremos las astucias diabólicas (§ 1.6).
En cambio, los niños y las mujeres no salen a combatir. Los primeros porque no pueden hablar, y por ende nada se aprende de ellos. Las segundas, porque son un vaso frágil, que no puede exponerse a un combate en que pueden perecer. Por consiguiente, de ellas nada se puede imitar o retener (§ 1.7).
Texto
Sobre las dos tribus y media, y las nueve y media tribus[1]
1.1. Moisés distribuyó la heredad de la tierra más allá del Jordán a dos y media tribus, esto es, a la tribu de Rubén, a la tribu de Gad y a media tribu de Manasés (cf. Jos 13,15 ss.). En cambio, a las restante tribus no fue Moisés quien repartió la tierra sino Jesús.
El texto del relato
1.2. Sin embargo, se convino un pacto con aquellas dos y media tribus, que recibieron la tierra más allá del Jordán[2], de modo que dejaran sus mujeres e hijos en aquella tierra más allá del Jordán, y fueran a combatir con sus hermanos hasta que estos también consiguieran la heredad (cf. Nm 32,20 ss.; Jos 1,13 ss.). Por eso, después de la muerte de Moisés, que había concluido este pacto, convenía que Jesús exigiera y recordara el cumplimiento de las promesas, ofrecer ayuda sus hermanos que iban a luchar. Esto es ciertamente lo que relata el texto de la historia[3].
Pasar de la letra al significado espiritual
1.3. Pero puesto que ahora ya nos hemos vuelto hacia el Señor, que quitó el velo de la lectura del Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3,14) y dio a sus servidores, que creen en Él, contemplar la gloria del Señor con el rostro descubierto (cf. 2 Co 3,18), comprendemos que todas esas realidades que le sucedían figuradamente, fueron escritas para nosotros, que hemos llegado al fin de los tiempos (cf. 1 Co 10,11). Y por eso, como ya dijimos, tratemos de ascender de la letra al espíritu, de las figuras a la realidad, y consideremos qué significado[4] tienen estas dos y media tribus, que recibieron de Moisés la tierra de la heredad, qué significado tienen las restantes nueve y media tribus, que por medio de Jesús recibieron la promesa de la tierra santa.
Los dos pueblos
1.4. En primer término, pienso que es imposible atribuir a la casualidad que los que reciben su parte de Moisés fueran todos los primogénitos. En efecto, Rubén era el primogénito de Lía (cf. Gn 29,32), Gad el primogénito de Zelfa (cf. Gn 30,10) y Manasés el primogénito de Asennec la Egipcia, hija del sacerdote Petefre de Heliópolis, esposa de José (cf. Gn 41,50). Yo estoy plenamente convencido que no fue fortuitamente que todos los primogénitos recibieron su heredad de Moisés, sino que más bien pienso que en esto ya entonces se ocultaba la figura de los dos pueblos: uno, que parece sin duda el primero por el orden de la naturaleza; otro, que por la fe y la gracia recibirá la gracia de la heredad.
El reposo que se recibe de la Ley
1.5. Los que reciben la heredad por medio de Moisés, es decir los que agradaron a Dios por la Ley, no se les concede reposo sino ayudan a sus hermanos en los combates. Solo las mujeres y los niños pequeños reciben el reposo de Moisés; pero los demás no descansan si no van en auxilio de sus hermanos.
Los profetas nos auxilian en la lucha contra el Maligno
1.6. (Cuando) hoy me esfuerzo en la lucha de esta vida y combatiendo contra mis enemigos, esto es, las potencias adversas, mira cómo vienen en auxilio aquellos, que antes de la venida de mi Señor Jesucristo fueron justificados por la Ley. Mira cómo Isaías me presta ayuda, cuando me ilumina con la lectura de sus palabras. Mira, ceñido y preparado, viene Jeremías en nuestra ayuda y con las flechas de su libro pone en fuga a los enemigos acérrimos, a las tinieblas de mi corazón. Se ha ceñido también Daniel para auxiliarnos, cuando nos instruye y advierte sobre la presencia de Cristo y del reino, y sobre el futuro fraude del Anticristo. Está presente asimismo Ezequiel que nos manifiesta los misterios celestiales en el cuadriforme círculo de las ruedas, encerrando la rueda en las ruedas (cf. Ez 1,16). También (está) Oseas, que conduce los escuadrones de la columna de los doce profetas, y todos avanzan ceñidos los lomos con la verdad (cf. Ef 6,14; Is 11,5), que anuncian para auxiliar a sus hermanos; para que, instruidos por sus libros, no ignoremos las astucias diabólicas.
Los niños y las mujeres
1.7. Esos son, por tanto, los hombres fuertes, armados y ceñidos los lomos con la verdad, que vienen en nuestra ayuda y combaten con nosotros. Pero las mujeres y los niños (cf. Jos 1,14) no salen para nuestra lucha. Nada de asombroso; ya que se le llama niño porque no habla. ¿En qué me puede ayudar aquel que nada dice? ¿En quien nada encuentro para recoger? ¿Cuya palabra no me instruye? En cambio, (sobre) la mujer dice el Apóstol que es un vaso frágil (cf. 1 P 3,7). Por donde, y consecuentemente, un vaso frágil no viene al combate, no sea que se quiebre y perezca; así también sobre el Señor Jesús se dice en los Evangelios que “no destruyó la caña quebrada” (Mt 12,20; cf. Is 42,3). Por tanto, puesto que a las mujeres se les ordena que sean instruidas en la casa por sus maridos (cf. 1 Co 14,35), y se pone su rol más en (ser) discípulas que maestras, no viene en mi auxilio quien no me puede enseñar y en quien no encuentro nada para imitar o retener.