OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (565)
En el principio (Prólogo del Evangelio de san Juan)
Hacia 871-877
Biblia
Francia - Inglaterra
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía XXVII (Nm 33,1-49)
Las etapas de los hijos de Israel
Introducción (1.1-8.6)
1.1. Cuando Dios creó el mundo, produjo una innumerable variedad de alimentos, según las diferencias de los apetitos del hombre o de la naturaleza de los animales. De ahí que no solo el hombre, al ver la comida de los animales, sepa que no fue creada para él, sino para los animales, sino que también los mismos animales reconozcan sus propias comidas; y así, de unas, por ejemplo, usa el león, de otras el ciervo, de otras el buey y de otras, en cambio, las aves. Pero también entre los hombres hay ciertas diferencias en la elección de los alimentos, de suerte que uno que está bien sano y goza de buena salud corporal, necesita una alimentación fuerte y cree poder comer de todo (cf. Rm 14,2), como los más robustos atletas. Pero si uno se siente más enfermo y delicado, se deleita en las verduras, y, debido a su enfermedad, no soporta alimento fuerte. Si se trata de un niño pequeño, aunque no pueda indicarlo con su voz, sin embargo, por su propia condición no busca otro alimento que la leche. Y así, cada uno por su edad o por sus fuerzas o por su estado de salud, requiere una comida que sea apta para él y adecuada a sus fuerzas.
Pasar de las realidades corporales a las espirituales
1.2. Si han considerado suficientemente el ejemplo de las realidades corporales, pasemos ahora desde ellas a la comprensión de las espirituales. Toda naturaleza racional necesita nutrirse de alimentos propios y adecuados a ella. Ahora bien, el verdadero alimento de la naturaleza racional es la palabra de Dios. Pero, así como hace muy poco hemos indicado muchas variedades en los alimentos del cuerpo, del mismo modo la naturaleza racional, que como hemos dicho, se alimenta del pensamiento y de la palabra de Dios, no se nutre de una sola e idéntica palabra[1]. Por donde, a semejanza del ejemplo corporal, hay también en la palabra de Dios un alimento de leche (cf. 1 Co 3,2; Hb 5,12; 1 P 2,2), o sea, una doctrina más abierta y más simple, como suele ser la de las cosas morales, que es habitual ofrecer a los que se inician en los estudios divinos y que reciben los primeros elementos de la ciencia razonable.
Textos bíblicos más aptos para los que se inician en la “lectio divina”
1.3. Cuando a éstos, pues, se les proclama alguna lectura de los libros divinos en la que no parece que haya nada oscuro, la reciben de buen grado, como por ejemplo el librito de Ester o el de Judit, o también el de Tobías o los preceptos de la Sabiduría; pero, cuando se le lee a uno el libro del Levítico, en seguida se resiente su ánimo y rechaza el alimento como si no fuera apropiado para él. Puesto que, quien ha venido aquí para aprender a dar culto a Dios y recibir sus preceptos de justicia y piedad, (pero) oye que se dan mandatos acerca de los sacrificios y que se enseña el ritual de las inmolaciones, ¿cómo no va a retirar inmediatamente su audición y no va a rechazar el alimento como inadecuado para él?
Valorar la diversidad de alimentos
1.4. Pero también otro [cristiano], cuando se leen los Evangelios o (las cartas del) Apóstol, o los Salmos, los recibe contento, los abraza gustosamente, y, recibiéndolos como cierto remedio para su enfermedad, se alegra. A éste, si se le lee el libro de los Números, y en especial los lugares que ahora tenemos entre manos, juzgará que éstos no le sirven para nada, ni le proporcionan remedio alguno para su debilidad ni para la salvación de su alma; sino que los desecha inmediatamente y los rechace como graves y onerosos alimentos, inadecuados a la condición de un alma enferma y delicada. Ahora bien, como, por ejemplo -usando de nuevo un ejemplo de las realidades corporales-, si se le diera inteligencia al león, no reprobaría de inmediato la abundancia de hierba creada, porque él mismo se alimenta de carnes crudas, ni diría que el Creador las había producido en vano puesto que él no las usa para su alimento; ni tampoco por su parte el hombre, al valerse de pan y de otros alimentos adecuados, debe culpar a Dios de haber hecho las serpientes, que parecen servir de comida a los ciervos; ni la oveja o el buey pueden criticar, por ejemplo, el que se haya concedido a otros animales alimentarse de carne, por el hecho de que, para comer ellos, les baste la hierba.
La magnífica diversidad de la palabra de Dios
1.5. Otro tanto acontece en las comidas espirituales, me refiero a los Libros Divinos: no se puede culpar o impugnar de pronto una Escritura que parece más difícil o más oscura de entender o que contiene realidades que, a juicio de quien es incipiente, niño (cf. Hb 5,13) o más débil (cf. Rm 14,2) y con menor fuerza para comprenderlo todo, no puede usar y estima que no le ofrecen nada de utilidad o de salud (espiritual)[2]. Más bien se debe considerar que, lo mismo que la serpiente, la oveja, el hombre y la hierba son todas ellas criaturas de Dios, y esta diversidad colabora a la alabanza y a la gloria del Creador, para que ofrezcan o tomen el alimento correspondiente en el tiempo (oportuno) cada uno de aquellos para quienes fueron creados, así todas estas cosas, que son palabras de Dios y en las que hay una comida diversa según la capacidad de las almas, cada cual ha de tomarla según se sienta de sano y fuerte.
La exigencia que nos propone la palabra de Dios
1.6. Sin embargo, si buscamos más diligentemente, por ejemplo en la lectura del Evangelio o en la enseñanza apostólica, en las que parece que te deleitas y en las que consideras encontrar un alimento muy apto y suavísimo para ti, ¿cuántas cosas no se te ocultarán, si discutes y escrutas los mandatos del Señor? Y si es preciso huir cuanto antes y evitar las realidades que parecen oscuras y más difíciles, encontrarás también en aquellas en las que mucho confías (pasajes) tan oscuros y difíciles, que, si te aferras a esta postura, habrás de alejarte también de ellos. Hay, sin embargo, en ellos, muchas palabras que, dichas de modo más claro y sencillo, edifican al oyente, aunque éste sea de inteligencia infantil.
Conclusión del preámbulo de la homilía
1.7. Hemos hecho esta introducción para estimular sus ánimos, ya que tienen en las manos un pasaje de este tipo, difícil de comprender, y cuya lectura puede parecer inútil. Pero no podemos decir esto de las Escrituras del Espíritu Santo, que haya en ellas algo ocioso o inútil, aunque a algunos parezcan oscuras. Más bien debemos hacer esto, volver los ojos de nuestra mente al que mandó escribir estas cosas, y requerir de Él mismo la comprensión de ellas, de modo que, si hay debilidad en nuestra alma, nos cure aquel que sana todas sus dolencias (cf. Sal 102 [103],3); si somos de inteligencia infantil, nos asista el Señor que custodia a los niños (cf. Mt 19,14), y nos alimente y conduzca a la medida de la edad (cf. Ef 4,13). Porque lo uno y lo otro está en nuestro poder, el que de la enfermedad podamos alcanzar la salud, y de la niñez podamos alcanzar la edad viril. En nuestro poder, por tanto, está el pedirle esto a Dios; y es propio de Dios el dar a los que piden y abrir a los que llaman (cf. Mt 7,7). Pero basta ya de preámbulo.
[1] Cf. Si 37,28: No a todos les conviene todo, y no a todo el mundo le gusta lo mismo. Este texto, que no suele tenerse en cuenta, y aunque tal vez no haya sido considerado por Orígenes porque se encuentra en un contexto diverso, puede muy bien ser de ayuda para una mejor comprensión de su pensamiento.
[2] Aut salutis, que podría traducirse también: para la salvación.