OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (547)

La Última Cena

Siglo XII

Biblia de Ávila

Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números

Homilía XXIII (Nm 28,1–29,39)

El sacrificio de la castidad 

3.2. Como la palabra profética enseña bien que los días de fiesta de los pecadores se convierten en luto, y sus cantos en llanto (cf. Am 8,10), es cierto que quien peca y celebra días de pecado no puede celebrar un día de fiesta; y por eso en los días que peca no puede ofrecer el sacrificio perpetuo a Dios. Pero puede ofrecerlo el que perpetuamente custodia la justicia y se guarda a sí mismo de pecado. Pero, en el día en que lo interrumpa y peque, está claro que en ese día no ofrece el sacrificio perpetuo a Dios.

Temo decir algo que se deduce de las palabras del Apóstol, no sea que parezca que entristezco a algunos. Porque si la oración del justo se ofrece como incienso en presencia de Dios y la elevación de sus manos es un sacrificio vespertino (cf. Sal 140 141],1-2), pero el Apóstol dice a los que están casados: “No se nieguen el uno al otro, a no ser de común acuerdo por cierto tiempo, para que se dediquen a la oración y de nuevo vuelvan a estar juntos” (1 Co 7,5), puesto que es cierto que se impide el sacrificio perpetuo a aquellos que sirven a las obligaciones conyugales. Por donde me parece a mí que el ofrecer el sacrificio perpetuo es propio solo del que se dedica a la castidad incesante y perpetua. Pero hay otros días de fiesta para aquellos que quizás no puedan inmolar perpetuamente sacrificios de castidad.

Segunda festividad: el Sábado

4.1. La segunda festividad que se establece, después de la fiesta del sacrificio perpetuo, es el sacrificio del Sábado, y (es) conveniente que todos los santos y justos celebren también la festividad del Sábado. ¿Y cuál es la festividad del Sábado, sino aquella sobre la cual dice el Apóstol: “Queda, por tanto, un sabatismo[1], esto es, la observancia del Sábado, para el pueblo de Dios” (Hb 4,9)? Dejando, por tanto, las observancias judías del Sábado, veamos cuál debe ser la observancia del Sábado para el cristiano. En el día del Sábado no procede realizar ninguna de las actividades del mundo. Si, por consiguiente, te alejas de todas las obras del siglo y no realizas nada mundano, sino que descansas[2] en las obras espirituales, acudes con otros a la iglesia, ofreces el oído a las lecturas divinas y a las homilías, piensas en las cosas celestiales, te preocupas de la esperanza futura, tienes ante los ojos el juicio futuro, no miras a las cosas presentes y visibles, sino a las invisibles y futuras, ésta es la observancia del sábado para el cristiano.

El lugar del alma espiritual en el día Sábado 

4.2. Pero estas cosas también los judíos deberían observarlas. Consiguientemente también entre ellos un carpintero o un albañil[3] o cualquier obrero por el estilo, descansa en el día del Sábado. En cambio, el lector de la Ley divina o el doctor no abandona su obra, y a pesar de ello no contamina el Sábado. Por que así les dice el Señor: “¿Acaso no leyeron que los sacerdotes en el templo violan el Sábado y están sin culpa?” (Mt 12,5). Por tanto, el que se aparta de las obras del mundo y vaca en las actividades espirituales, ése es quien realiza el sacrificio del Sábado y el día de fiesta de los Sábados. Y no lleva pesos por el camino (cf. Ne 13,19); porque todo pecado es un peso, como dice también el profeta: “Como un peso grande han cargado sobre mí” (Sal 37 [38],5); y no enciende el fuego (cf. Ex 35,3), aquel fuego sobre el cual se dice: “Caminen a la luz de su fuego y en la llama que encendieron” (Is 50,11). En el Sábado cada uno se sienta en su sitio y no se mueve de allí. ¿Cuál es, entonces, el lugar del alma espiritual? Su lugar es la justicia, la verdad, la sabiduría, la santificación, y todo lo que es Cristo es lugar del alma. De aquel lugar no conviene que salga, de modo que custodie los verdaderos Sábados y pase en los sacrificios el día de fiesta de los Sábados, como también decía el Señor: “Quien permanece en mí y yo en él” (Jn 15,5).

Los verdaderos Sábados

4.3. Lo que hemos denominado verdaderos Sábados, si decimos de nuevo lo que son los verdaderos Sábados de modo más elevado, la observancia del verdadero Sábado está más allá de este mundo. Porque lo que está escrito en el Génesis, que descansó de todas sus obras el Señor en el día de Sábado (cf. Gn 2,2), no vemos que haya sido hecho en el séptimo día ni que se haga tampoco ahora. Puesto que siempre vemos trabajar a Dios y no hay Sábado en el que Dios no trabaje, en el que no haga salir el sol sobre buenos y malos (cf. Mt 5,45) y haga llover sobre justos e injustos; en el que no produzca heno en los montes y hierba para el servicio de los hombre (cf. Sal 146 [147],8); en el que no golpee y cure (cf. Jb 5,18), hunda en el abismo y saque de él (cf. Dt 32,39), en el cual no mate y haga vivir (cf. 1 S 2,6). De donde el Señor en los Evangelios, cuando los judíos le acusaban de trabajar y curar en el Sábado, les responde: “Mi Padre hasta ahora trabaja, yo también trabajo” (Jn 5,17), mostrando por (medio de) esto que en ningún sábado de este mundo descansa Dios de la dispensación de las cosas del mundo y de las provisiones para el género humano. Porque hizo desde el comienzo las criaturas y produjo las sustancias, cuantas Él como creador sabía que podían bastar para la perfección del mundo, hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20), no cesa de proveerlas y dispensarlas.

En el verdadero Sábado se ofrecerá mejor el sacrificio perpetuo

4.4. Por consiguiente, el verdadero Sábado será el siglo futuro, en el que descansará Dios de todas sus obras (cf. Gn 2,3), cuando entonces quite el dolor, la tristeza y el gemido (cf. Is 35,10), y Dios sea todo en todos (cf. Col 3,11).

Que en ese sábado nos conceda Dios también a nosotros hacer con Él el día de fiesta, y celebrar con sus santos ángeles la fiesta, ofreciendo el sacrificio de alabanza y cumpliendo nuestros votos al Altísimo (cf. Sal 49 [50],14), los que han pronunciado nuestros labios (cf. Sal 65 [66],14). Quizás entonces también se ofrezca mejor el sacrificio perpetuo del que hemos hablado más arriba. Entonces, en efecto, el alma podrá estar al lado de Dios perpetuamente y ofrecerle un sacrificio de alabanza por medio del gran Pontífice (cf. Hb 5,1), que es sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (cf. Hb 5,6).



[1] Transliteración del texto griego: sabatismos (reposo sabático).

[2] Lit.: vacas (vaces).

[3] Structor: constructor, arquitecto.