OBRAS DE LOS PADRES DE LA IGLESIA (541)
Marta y María
1410
Francia
Orígenes, Veintiocho homilías sobre el (libro) de los Números
Homilía XXI (Nm 26)
Algunos recibirán su heredad sin entrar en el sorteo
3.1. “Por sorteo, dice (la Escritura), será la distribución de la heredad” (Nm 26,55). Esto es ciertamente lo que se manda; pero, cuando voy a las Escrituras, veo que el mismo Moisés, a quien se prescriben estas cosas, no usa de las suertes en la división de la heredad de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés (cf. Nm 32,33; 34,14; Jos 18,7). Incluso el mismo Jesús, hijo de Nave, da la heredad a la tribu de Judá y a Caleb fuera de suerte (cf. Jos 14,13); y también la da a la tribu de Efraím y a la media tribu de Manasés fuera de suerte (cf. Jos 16,4); en el resto, se echa a suertes, y la primera suerte se saca para Benjamín (cf. Jos 18,11), y a continuación para las otras tribus. Por donde pienso que también en aquella bienaventurada heredad del Reino de los Cielos habrá algunos que no entrarán en las suertes ni serán contados con los otros, aunque sean santos, sino que su heredad será egregia y eximia, la de aquellos como fue la de Caleb, de la tribu de Judá, y la del mismo Jesús, el hijo de Nave.
El Señor Jesús asigna su heredad a quienes se destacaron por sus acciones y virtudes
3.2[1]. Del mismo modo que, por ejemplo, cuando después de la batalla se reparte a los vencedores el país y el botín, los egregios y eximios guerreros no entran en las suertes con los demás soldados en el reparto del botín, sino que se les asigna la parte mejor y principal, por el mérito de su valor; en cambio, los demás usan de la suerte solo por el derecho de la victoria, así me parece que hará también mi Señor Jesucristo: a aquellos que sabe que se han esforzado de modo más abundante que los demás, y cuyas magníficas gestas y sublimes virtudes Él mismo conoce, a aquellos que son principales y eximios -así me atrevo a decir- asigna honores y glorias semejantes a las suyas.
Conclusión
3.3. ¿O no te parece a ti que confiere a sus queridos discípulos algo semejante a su bienaventuranza, cuando dice: “Padre, quiero que, donde estoy yo, estén también éstos conmigo” (Jn 17,24)?; ¿y cuando de nuevo dice: “Se sentarán también ustedes sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mt 19,28); y otra vez: “Como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, para que también éstos sean uno en nosotros” (Jn 17,21)? Todas estas cosas no provienen por suertes, sino que se conceden como prerrogativa de elección, por aquel que ve, solo Él, los corazones y las mentes de los hombres, y que también a nosotros, aunque no estemos entre los eximios y elegidos ni entre aquellos que están por encima de la suerte, se digne Él conducirnos a la suerte de los santos. A quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (cf. 1 P 4,11).